“Si va a pasar algo conmigo
quiero que sea en libertad, allá afuera”
– Indio Solari & Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, “Pabellón séptimo (relato de Horacio)”
En su más reciente ensayo El fetichismo de la marginalidad (Sudestada), publicado a fines del 2021, el director, guionista y poeta César González escribe lo siguiente: “Cada semana se lanza una nueva película o serie televisiva que abordan temáticas a priori realistas, que se promocionan como fieles representaciones de dos crueles escenarios de la realidad, como son la cárcel o las villas miseria. Pareciera entonces que en el tratamiento de estos temas tenemos una sobreabundancia de realismo, pero lo cierto es que se nos ahoga con imágenes de estricta fantasía”. El 3 de enero de este 2022 se viralizó la noticia de que una jueza de Chubut fue filmada besándose con un interno (Cristian Omar Bustos, alias Mai) del Instituto Penitenciario Provincial de Trelew a quien había juzgado un tiempo antes. Es en este contexto, de exposición y reflexión sobre el universo carcelario como representación y problema, en el que se estrena en Netflix El marginal 4 de Alejandro Ciancio y Mariano Ardanaz. ¿El resultado? En este momento es la serie argentina más vista de la plataforma con más de 40 millones de views.
Es sabido que la historia continúa lo que sucedió en la primera y celebrada temporada (por The New York Times, por ejemplo) de El marginal 1. Acá, el cambio de escenario es clave para poder ofrecerle cierto aire, respiro y continuidad a la serie. La anterior era San Onofre (incendiada, devastada), la actual es Puente viejo (con su particular arquitectura que tiene importancia en el desarrollo de los hechos). Esto resulta clave porque una historia como El marginal se sostiene, desde el nombre incluso, por la disputa de algo concreto: el territorio. Planteada como una zona que hay que manejar y dominar de cualquier manera, la cárcel pierde cualquier rastro de vinculación con lo real (no hay muchas ideas alrededor de la pregunta: ¿cómo reinsertar al constructo social a alguien privado de su libertad?) para ser simplemente el escenario elegido donde se expone la violencia, extrema en la mayoría de los casos, de personajes que están disputando el mando de un pedazo de suelo mientras se debaten con sensaciones y sentimientos difíciles de manejar.
En este punto se puede confrontar El marginal (que hace estética y exaltación de la precariedad) con la excelente película Las ranas de Edgardo Castro (estrenada en septiembre de 2021 en el MALBA), que surfea entre la ficción y el documental creando un flujo atractivo en el que emerge una lengua propia sin ningún regodeo de la carencia, y donde se cuenta la historia de las mujeres que visitan a sus parejas en la cárcel. Es decir, pedirle Realidad (esa entelequia que cuesta aprehender detrás de una niebla de palabras que la nombran) a El marginal 4 sería un exceso y una ingenuidad porque la propuesta es otra: se trata plantar una molotov de tensiones en los ojos de quien mira y que se van superando unas a otras a medida que avanzan los capítulos y las esquirlas (quizás lo más atractivo de la serie que tiene un guion notable) alcanzan a todos los personajes.
Los Borges son de un carisma imbatible. Piezas de una totalidad que se complementa, acciona y reacciona en bloque, o al menos lo intenta. Un cuerpo que no siempre encuentra la forma de unir fuerza e inteligencia. Marito (Claudio Rissi) y Diosito (Nicolás Furtado) llegan a una nueva geografía e inmediatamente el mundo que propone la serie comienza a funcionar. La vuelta del ex policía Pastor (Juan Minujín) aporta la dualidad necesaria para que el concepto némesis genere combustión. Los personajes nuevos (Luis Luque, Rodolfo Ranni, Facundo Espinosa, Julieta Zylberberg, Ariel Staltari, entre otros) y los ya conocidos (Gerardo Romano, Martina Gusmán, Abel Ayala, entre otros) orbitan alrededor de los Borges formando un ecosistema que siempre se encuentra al borde del desastre. El destino siempre es el mismo: la forma en cómo se llega a estar al frente (en este caso de Puente viejo pero resulta una dinámica similar en toda la serie), dominando, sometiendo, ejerciendo.
En este aspecto, El marginal es una serie que gira alrededor de la masculinidad y un homoerotismo (sublimado en violaciones, primeros planos de los cuerpos, escatología, brutalidad constante, entre otros) que entra en conflicto con el estado límite (esa aventura llamada amor, esa complicación llamada deseo) en el que viven los personajes. Ahora bien, si este territorio es la zona de opresión que simboliza el adentro, el afuera aparece revestido de distintas prendas y bajo distintas formas: la posibilidad concreta de aspirar a un escape, las drogas duras, y un sentimiento que puede arruinar a cualquiera: la esperanza. Esta dicotomía (adentro/afuera, pero también legal/ilegal) sin embargo tiene un punto medio, una tabla de surf que sirve para atravesar la más conflictivas olas de tristeza, que es la religión. Llama la atención que aparezca nuevamente la religión como una suerte de resguardo de las peores acciones cometidas y también haya sido material para la anterior serie argentina exitosa en Netflix. Pero si en El reino la religión era vista como la cara de la Nueva Derecha, en El marginal 4 el cristianismo es percibido como el vínculo con fuerzas superiores que protege y premia a quienes se entregan a Dios y son capaces de hacer los mayores sacrificios (y atrocidades).
Ni en la cárcel de Puente viejo, ni en El marginal, hay lugar para los débiles. En ese aspecto, por supuesto, es un espacio al que todavía no llegó la deconstrucción, y la relación que tienen los personajes con el lenguaje siempre es agresiva y en perpetua reproducción de insultos racializados (“negros de mierda”), homofóbicos (“puto”), etc. Esto demuestra la apuesta de la serie en cuanto a cómo dialogar con esta época y cierta agenda social. Algo que también se puede decir de la muy buena serie Entre hombres (HBO), adaptación de la novela de Germán Maggiori y donde además actúan Claudio Rissi y Nicolás Furtado. Son formas de encarar una tensión nerviosa: ¿cómo hablarle a estos tiempos y a la vez mantener la integridad de la obra artística? Al situarse en una cárcel, un sitio con sus propias reglas y al costado –al margen- del tránsito cotidiano (un mundo adentro de este mundo), estas formas de expresión resuenan con fuerza porque aún existen en las entrañas de la sociedad y El marginal las defiende porque ahí sí, como decía Barthes, se pueden ver los “efectos de realidad”.
La violencia adentro de Puente viejo exhibe un rasgo de atracción: ¿cómo se vive cuando se pierden todos los lazos con la cultura o con las conductas que en determinada cultura definen aquello que se define como lo humano? Es por eso que es muy pertinente que en “Pinta” (la canción de esta temporada junto a Bizarrap y Pablo Lescano) L-Gante canta: “Nosotros también tenemos códigos” y más adelante: “pal mundo siempre fuimos marginados sin importar nuestra identidad”. Desde este posicionamiento, aquello que se conoce como identitario, algo que se activa como subtexto de El marginal 4, se lleva adelante desde la confrontación.
Dice Gabriel Giorgi en Formas comunes (Eterna cadencia, 2014): “La cultura inscribió la vida animal y la ambivalencia entre humano/animal como vía para pensar los modos en que nuestras sociedades trazan distinciones entre vidas a proteger y vidas a abandonar, que es el eje fundamental de la biopolítica”. Entonces, cuando la sociedad te abandona, esos códigos de la sociedad no sirven para sobrevivir. La creación de los propios códigos, una manera de poder según El marginal 4, confronta necesariamente con los modos de relación y vinculación de la clase social dominante. Estar al margen, un diálogo que abre esta serie, es crearte a vos mismo en un mundo que te expulsa por tu linaje, por su currículum, por tu color de piel. Para seguir, entonces, hay que reinventarse con lógicas del fuera por más que estés adentro. Cualquier agrupación es una cárcel o, como decía Miguel Abuelo, “todo lo que ata es asesino”.
El marginal 4 está disponible en Netflix.