¿Hay una historia? Pappo diría: son muchos pensamientos para una sola cosa. En cualquier caso, la inteligencia y virtud de The Playlist de Per-Olav Sørensen como serie está en comprender que un relato acerca de Spotify es un océano en el que desembocan muchos ríos de sentido, muchas perspectivas que pueden ayudar a comprender (o no) el momento en el que cambian los tiempos económicos y tecnológicos, por un lado, y se desata el zigzag de los devenires y las olas que surfea la industria (del disco, del copyright, etc.) para lograr sobrevivir.
Eso es lo primero que hay que entender cuando se mira The Playlist: no tiene nada que ver con la música, no es ese su objeto de estudio aunque a veces lo parezca. En cambio, refiere al modo en el cual el imperio que vive de quienes crean canciones y bellezas sonoras (las compañías discográficas, etc.) intenta seguir en pie y con niveles de ganancias que siempre deben ser exorbitantes. The Playlist es sobre negociados y gente que sabe hacer dinero con la creatividad del resto. Se lo puede llamar inteligencia. También explotación. El extraordinario filósofo Mark Fisher lo llamó (antes de suicidarse) realismo capitalista.
La llegada de Spotify al universo de internet sucede en un tiempo histórico, el puente que une el siglo XX al XXI, cuando se estaban instalando algunas cuestiones que luego serían parte del universo cotidiano. El presente se estaba construyendo y los servicios de streaming representaron una evolución -es decir: monetizar el tiempo cada vez mayor de conexión y permanencia en la red, porque todo se trata de dinero en esta cuestión-, respecto de la piratería reinante a principios del siglo XXI. Sin embargo, en cierto sentido la empresa traicionó el espíritu anárquico y colaborativo con que se perfilaba internet hasta ese momento.
Conviene recordar en este punto algo trascendente: en los comienzos de internet, cuando apenas era una semilla que crecía a pasos agigantados como un jardín futuro que no tenía límites, se vislumbraba como una suerte de tierra utópica donde, por fin, el poder iba dejar de estar del lado de las grandes corporaciones (los mismos de siempre) e iba a pasar a manos del pueblo, del usuario (“¡alerta guerrillas!”, cantaban Todos Tus Muertos). Se creía, sí: con inocencia, que iba a ser una zona que se iba a regular a sí misma, pero no como lo hacían los mercados, sino desde una perspectiva de comunión entre quienes participaran.
Los comienzos de la masificación de internet fueron algo así como la concreción de una anarquía renovada para las nuevas generaciones donde la comunión iba a ocurrir. Sin embargo, los problemas comenzaron a aparecer y la piratería fue vista como el primer y mayor problema que tenía vivir bajo esta nueva lógica. La herida del capitalismo fue notoria. Frente a una vida que empezaba a perfilarse más hacia lo virtual y compartir archivos, la realidad fáctica lo contrarrestó con la crudeza del aparato judicial y policial.
Tres casos paradigmáticos demostraron que la lucha iba a ser brutal: Metallica vs Napster, The Pirate Bay perdiendo un juicio, y el suicidio de Aaron Swartz, contado muy bien en el documental The Internet’s Own Boy. No es casual que en esos primeros años de los 2000, cuando se hablaba de una “guerra” contra la piratería (el lenguaje bélico en estas cuestiones siempre aparece para darle a la población una nueva preocupación), el sistema financiero-capitalista, hegemónico y concentrado comenzó a regular internet y lo que emergió como novedad fueron los servicios de streaming: YouTube y Spotify, entre otras, nacen casi juntos (y acá podrían sumarse las redes sociales como amplificación de esta nueva realidad). Es el comienzo de una nueva era. Y la muerte de otra.
En muy poco tiempo, internet -que siempre se caracterizó por la necesidad de lo veloz y la inmediatez- se reinventó. Para peor, por supuesto. Mientras estos movimientos tenían lugar, cada vez más los músicos vieron que sus márgenes de ganancia se iban reduciendo, lo que se sumaba a una industria discográfica cada vez más rota y destruida. The Playlist entiende esto y trata de mostrarlo desde una perspectiva de caleidoscopio: rodeando el tema a partir de distintos putos de vista (el legal, el tecnológico, etc.). Es por eso que su arco temporal va desde su nacimiento en 2004 y termina en el 2024, proyectando un futuro próximo donde lo peor (desigualdad, opresión y maltrato hacia los músicos) sigue siendo parte del cotidiano.
En términos puramente visuales y estéticos, The Playlist no presenta ningún interés ni valor. Es desangelada y cansina, casi rutinaria. No tiene que ver con su frialdad (viene de Suecia), sino con que se cuenta la historia de una empresa. Entonces, su verdadero juego se define en la narración y el formato que elige es el de la intriga y el suspenso. Es decir, lo que se intenta es darle épica a la historia de personas que con ideas se vuelven millonarias. Ese es el relato que se fortalece en un afán autocelebratorio del capitalismo como son los discursos que siempre arman los CEOs.
Es posible ver también a The Playlist como parte de una camada de series y películas que quieren imponer la figura del CEO como una suerte de héroe (muchas veces torturado por perseguir su “visión”) de esta época. Las películas sobre Mark Zuckerberg y Steve Jobs son solo una muestra de esto. Son productos que quieren celebrar al CEO como modelo por más que también se pretendan mostrar como críticos con esa forma de negocios.
Los seis capítulos de The Playlist nos cuentan el nacimiento, apogeo y potencial crisis de un servicio de streaming que se volvió masivo. Su existencia en todos lados, ¿modificó la manera en la que escuchamos la música, las canciones? En absoluto: así como el libro electrónico no cambió en esencia la manera de leer (se sigue leyendo tal como leía los primeros lectores de la humanidad, algo impresionante) simplemente puso muchísima música al alcance de la mano de cualquier ser que pretenda bucear en un lugar infinito. Esa belleza sigue intacta. Spotify, en ese sentido, no tiene que ver con la música en sí misma, tiene que ver con el negocio de la música. Se lo puede llamar inteligencia. También explotación.
The Playlist está disponible en Netflix.