Escribe el poeta Leónidas Lamborghini en su ensayo Risa y tragedia en los poetas gauchescos (Emecé, 2008): “En los Diálogos de Bartolomé Hidalgo, la risa va surgiendo de entre los pliegues y repliegues de la conversación que mantienen dos gauchos amigos, Chano y Contreras, acerca del deterioro de la Patria y las causas que la están llevando al borde la guerra civil. Una risa cómplice. Que parecería estar fuera de lugar pero que funciona como vitriólico reactivo. Una risa que no pierde en ningún momento su aire de broma equívoca pero que, por lo bajo, advierte sobre un final sangriento. Risa y tragedia: llegaba la anarquía”. Conviene detenerse en estas últimas cuatro oraciones cuando se piensa en The Office (una serie que siempre se mete con el juego de intentar vislumbrar cuáles son los límites de lo tolerable en cuanto a incomodidad, malestar, decepción): a determinado nivel de presión solo hay dos opciones, aparece la risa o la locura. Una olla hirviendo se destapa o llega a la explosión. La pregunta que emerge una y otra vez a medida que avanzan los capítulos de The Office es la siguiente: ¿esto es realmente gracioso o la risa surge porque esto es imposible de soportar racionalmente? Entonces, la risa (en una serie que no tiene risas grabadas) es un punto de fuga (una tabla de salvación) para poder vivir en el corazón del sinsentido laboral y del absurdo existencial. De este modo, la risa (en The Office) es el único vehículo a mano para sobrevivir (y viajar) cuando no hay ninguna explicación ni lógica reinante.
Las nueve temporadas de The Office que se acaban de subir a Netflix (versión norteamericana de la inglesa creada por Ricky Gervais) dejan bien en claro que las ideas alrededor de la corrección (o incorrección) política están lejos de ser un tema cerrado, archivado y olvidado. Borges decía que el modo en el cual se lee, define mucho de la época para poder comprenderla. Lo mismo podría decirse sobre las comedias que circulan en la sociedad: de qué se ríe la gente dice mucho del clima social imperante. En estos tiempos en los que vuelven a circular Seinfeld, por ejemplo, y ahora The Office, la tolerancia a un humor corrosivo con cualquier tipo de sensibilidad donde no queda nada en pie indica que algo en la sociedad vuelve a modificarse y ser receptivo a un personaje principal (Michael Scott interpretado muy bien por Steve Carell) que muestra señales claras de: racismo, xenofobia, homofobia, misoginia, gordofobia, entre otras características. Ahora bien, estos elementos son nivelados con otras facetas que intentan volverlo alguien, digamos, querible (o por lo menos no tan despreciable) de algún modo: compañerismo, ternura, necesidad permanente de afecto, vínculos y atención, entre otras. Que Michael Scott sea un personaje que vale la pena ver y disfrutar solo es posible porque The Office es una serie que, como cualquier ficción atractiva, crea su propio territorio de verosímil donde estas excentricidades son creíbles. The Office no es una serie realista sino que crea su propia versión de la realidad (en esto ayuda muchísimo el recurso de falso documental). En otras palabras: es una serie que configura sus propias reglas (a pesar de tener un modelo –inglés- del cual se despega rápidamente) para ser interpretada y apreciada.
Y sin embargo, The Office no es una serie que funcione de manera uniforme y estable (¿a quién se le puede exigir que sostenga altísima calidad durante 9 años seguidos? Es inhumano, imposible. Salvo, quizás, Charly García durante el periodo 1972-1994). The Office, en ese aspecto, es un océano con varias olas para surfear si se quiere llegar hasta el final. La primera temporada es la que más se acerca al humor inglés (difícil, áspero y amargo) que plantea Ricky Gervais para cada una de sus creaciones. Pero fue demasiado para el paladar norteamericano y necesitaron dar un sutil volantazo para volver más entrañables personajes que solo mostraban un costado poco seductor: el propio Michael Scott, Dwight Schrute, Jan Levinson, Creed Bratton, entre otros. Ese es el fin de una primera etapa. El segundo momento de The Office es el más recordado, el que se volvió icónico y que sobrevivió: el que va de la temporada 2 a la 7. Ahí se cimenta la reputación de la serie para crear un humor que se aleja cada vez más de la crítica al universo laboral (¡lucha de clases!) para desarrollar las tramas (y subtramas), donde las historias de Jim y Pam y Dwight y Angela articularon la cuota de sentimentalidad necesaria para dar movimiento a la narración, y mostrar las particularidades (y excentricidades que se potenciaron cada vez más) de todos los personajes para hacer sentir algo concreto: The Office era un verdadero universo donde cada espectador podía elegir con quién sentirse involucrado. Los Simpson fueron un buen ejemplo a seguir en este aspecto. Con la partida de Steve Carell de la serie se termina la segunda etapa de The Office y el programa continúa con dos temporadas más: la que sería la tercera y última etapa. Algo incomprensible y que solo se puede mirar bajo amenaza de secuestro y tortura física y psicológica. Y a la vez representa una de las autodestrucciones más impresionantes en la historia de los sitcoms. Disparo en el pie y ruptura de lo todo lo conquistado hasta ese momento. Pensando que The Office original duró solo dos temporadas, tiene sentido reflexionar que el momento justo de culminar un proyecto (por ejemplo: The Beatles en 1970) es vital a la hora de pensar en la preservación de un legado. Ciertas obras perduran porque saben cuando ponerle un punto final.
The Office estuvo al aire del 2005 al 2013 (¿era otro mundo el de entonces?). Y sobrevivió todos estos años de aparentes cambios culturales gracias a la única (y más efectiva) herramienta de supervivencia y permanencia que existe en la actualidad: los memes. The Office se volvió carne de meme y eso generó una suerte de culto alrededor de sus frases (“that’s what she said”), expresiones (Jim, Dwight y Stanley mirando cómplices a cámara son insuperables) y situaciones insólitas (“Parkour!”), entre otras, que le dieron mucha presencia a la serie en redes sociales y zonas de circulación que sirven para mantener vivo un producto y volverlo, digamos, objeto cultural. Ese recorrido llega hasta este momento donde se la puede ver (o volver a ver) en Netflix. Ricky Gervais dijo, hace poco, que si se hubiese hecho en este momento quizás hubiese sido cancelada. No es posible saberlo y perder tiempo en pensarlo es improductivo. Lo cierto es que Ricky Gervais nunca dejó de trabajar gracias a su tipo de humor que va a fondo con la incomodad sin contemplaciones y, todo hay que decirlo, este momento histórico parece propicio para una serie como The Office. ¿Por qué? Con la cultura de la cancelación en aparente retirada (todos –o casi todos- los que fueron cancelados volvieron), con un clima social de pospandemia donde parecen volver a pensarse ciertas cuestiones (¿sirve de algo el punitivismo con las obras?), con cierta aceptación de que para el humor no existen las vacas sagradas (Netflix mismo sostuvo al aire un polémico especial de Dave Chappelle que resultó ofensivo para la comunidad LGTB+) y con la certeza de que hay cierto pasado (The Office, guste o no, ya es parte del pasado de las sitcoms) que vale la pena rescatar.
El rasgo diferencial de The Office, después de todo y antes que nada, es algo puramente técnico. La lucidez de haber utilizado el recurso de falso documental para acercarse a estos personajes y su cotidianidad. La cámara como personaje, testigo, jurado y juez. Es a partir de este género que la serie funciona como tierra fértil para que puedan crecer estos personajes que parecen comunes pero son, en esencia, todo lo contrario a lo corriente. En cierto sentido, es un recurso que los ampara, les da sentido y una finalidad (la oficina no es solo un lugar de trabajo sino que es la vida, lo que no deja de ser extraordinariamente triste). La cámara en la serie termina siendo la pieza que le da el toque concluyente y totalmente necesario para que The Office encuentre su destino para quedar en la memoria. De todas maneras, es como plantea el escritor uruguayo Mario Levrero en Diario de un canalla: “No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.” Si The Office todavía hace reír es porque algo de ese espíritu puede ser salvado y salvar a alguien del absurdo laboral y existencial. La risa. Lo único que importa al hablar de una comedia, la risa. La larga risa que generó The Office todos estos años.
The Office está disponible en Netflix, Amazon Prime Video, Star+, HBO Max y Paramount+.