En el retorcido universo que conforman las series de Ryan Murphy, hubo una producción en el que Sarah Paulson tuvo que componer el retrato de una víctima. Corría el año 2012 y American Horror Story: Asylum se convertía en la temporada más desafiante y mejor recibido hasta el momento de la casa Murphy, venerada y denostada en partes iguales. En Asylum, Paulson construyó el papel de una mujer que sufre: una mujer —periodista, ambiciosa, inocente— que visita un manicomio católico en Massachusetts para conseguir una entrevista con un asesino serial. Lo que no sabe al llegar es que terminará internada contra su voluntad en ese tétrico edificio donde los marginales esperan la muerte y será objeto de abusos físicos y psicológicos.
Ocho años después, en Ratched (2020), la nueva serie de Murphy que funciona como precuela de One Flew Over the Cuckoo’s Nest (1975), Paulson interpreta a una mujer en un contexto similar pero en circunstancias muy diferentes: una mujer —enfermera, rígida, manipuladora— que se dirige al hospital estatal de Lucía en California para conseguir trabajo y acercarse a un asesino serial con el que tiene un vínculo oculto. Lo que no sabe al llegar es que se convertirá en la versión definitiva de Mildred Ratched, una enfermera inflexible que gobierna a sus pacientes con mano dura e inclinación sádica. Se convertirá, dicho de otra forma, en la victimaria.
El triángulo que traza Ratched con One Flew Over the Cuckoo’s Nest y American Horror Story será identificado como un síntoma infalible del desacierto para algunos y un descubrimiento valioso para otros, pero en ningún momento Murphy oculta sus intenciones. De hecho, no pasan diez minutos —nueve y cuarenta segundos, para ser exactos—desde el comienzo de Ratched antes de que la puesta en escena establezca una conexión que, como el hilo que se teje en los créditos de apertura, lo une todo. La secuencia de asesinato introductoria, el trayecto cenital hacia un lugar desconocido que recuerda a The Shining, el hotel alejado que remite a Psycho, los intercambios verbales filosos y novelescos o el prendedor con la letra “R” que lleva la protagonista en alusión a su nombre, tal como lo hacía Lana Winters con la “L” en el piloto de Asylum —paralelismo acentuado por el diálogo que mantiene con el empleado de la estación de servicio, que le pregunta si es una periodista—, todo tiene lugar en esos primeros minutos en los que Murphy juega sus cartas con precisión, ironía y maestría visual.
De a poco, la enfermera se abre camino a fuerza de extorsiones cargadas de sexo y violencia en las que termina involucrada la mayoría del personal del hospital. También será testigo de lobotomías, hipnosis, torturas disfrazadas de hidroterapia, tratamientos de conversión sexual y otras prácticas médicas perturbadoras de los años 40 que dibujan los orígenes perversos del sistema de salud mental.
Con frecuencia, el nivel de exposición de la estructura narrativa recuerda que Ratched es un producto de Netflix y, por ende, llega masticado y digerido para que el espectador use la menor cantidad de neuronas posible, pero la composición de Sarah Paulson asegura la eficacia de esos momentos. Desde los diálogos filosos que mantiene con Betsy Bucket, la enfermera interpretada por Judy Davis—que ya había trabajado con Murphy en Feud: Bette and Joan—, hasta las escenas que comparte con el asesino (Finn Wittrock) o el Dr. Hanover, director del hospital (Jon Jon Briones), Paulson administra la dosis justa de acidez y cinismo para capturar la atención incluso en los pasajes más débiles o las escenas que exigen una importante suspensión del descreimiento. El retrato rígido y unilateral que confeccionó Louise Fletcher en Cuckoo’s Nest—por el que ganó un premio Oscar—le deja aire suficiente a Paulson para dotar al personaje de un sentido propio de la sensibilidad y la empatía, una especie de brújula moral rota que justifica sus acciones más brutales.
Para Murphy, convencido de que ningún monstruo nace monstruo, Mildred Ratched representa una oportunidad única para volver a trabajar en esa particular creencia en la que su universo simbólico reincide una y otra vez. En la versión 2020 de la icónica enfermera confluyen una variedad de elementos que contribuyen a la densidad del personaje, desde la sombra del lesbianismo reprimido que asoma con torpeza hasta la inclusión de un pasado retorcido cuya presencia cliché deviene en secuencias más interesantes. Sin embargo, la complejidad de la elaboración dramática de Mildred a veces sufre por el flujo constante de nuevos personajes, que no para en ningún momento y termina alejando el foco de la protagonista. La lista es larga: del lado más favorecido del guion están Louise, la dueña del hotel (Amanda Plummer), Gwendolyn Briggs, la funcionaria del gobierno (Cynthia Nixon), y Lenore Osgood, una excéntrica multimillonaria (Sharon Stone) que tiene un vínculo macabro con el director del hospital. En el rincón menos trabajado quedan Charlotte Wells, una paciente con trastorno de personalidad múltiple (Sophie Okonedo); Charles Wainwright, un asesino a sueldo un poco estereotipado (Corey Stoll), o Henry Osgood, el psicótico hijo de Lenore (Brandon Flynn) encargado de proporcionar la cuota de gore de la temporada, aunque no son los únicos.
Mientras algunas apariciones nutren la personalidad de Ratched, desafían sus principios, indagan en sus inseguridades o moldean su conducta, otras tienen como único propósito llevar el relato a los lugares más extremos, sacrificando el fondo para enaltecer la forma. Con un poco más de destreza, el desequilibrio a favor de lo estético encuentra resultados efectivos en otros aspectos de la serie, como la ruidosa intertextualidad musical con las películas de Alfred Hitchcock o el criterio extravagante de la decoración. Si en la ambientación de la película de 1975 imperaba el carácter blanco y quirúrgico del realismo, el diseño de producción de Ratched opera en base a una lógica opuesta. La escenografía amplia y lujosa, más cerca de un hotel que de un hospital, el vestuario ostentoso y la paleta de colores saturada que remite al uso de Technicolor en la época dorada de Hollywood indican que el terreno de Ratched está arraigado ligeramente en el surrealismo, en una realidad paralela o en su propio universo.
Los esfuerzos del guion para lograr que predomine la coherencia en un relato marcado por la tendencia al exceso, son más articulados que en las peores propuestas de Murphy. Durante la primera mitad de la temporada, la serie controla el psicótico crescendo con agilidad y precisión, pero el tramo final se vuelve difícil de sostener. Lo que arranca como un estudio de personaje sobre la piedad con un toque camp autoconsciente rápidamente cede ante el pastiche, el absurdo y la acumulación de personajes, situaciones, perspectivas y giros argumentales al servicio del golpe de efecto. Así —sin sutilezas pero sin perder el estilo—, los sacrificios dramáticos en favor del espectáculo ubican a Ratched en el quality trash, un placer culposo donde la estética estimulante, la narrativa subversiva y la propuesta original son víctimas de sus propios méritos.
En contraste con los intentos más recientes del productor por conciliar “trash” y “calidad”, el auténtico punto álgido del entretenimiento masivo, es posible conectar con el universo de Ratched, que se posicionó como lo más visto en Netflix a nivel global durante el fin de semana de su estreno y tiene una segunda temporada asegurada. Es fácil, incluso, dejarse llevar por el magnetismo de Sarah Paulson, el cuestionable sentido de la moral que manejan los personajes, la violencia efectista de la orquesta que interrumpe cada quince minutos o el verde que tiñe la totalidad del plano en su variante más surrealista y menos sutil. Y para quien no pueda, American Horror Story: Asylum está disponible en Amazon Prime Video.