Sigue siendo hoy día posible encontrar propuestas de obras que se enfrentan con los paradigmas de la producción artística y estética abiertos a partir de la modernidad, a saber: cómo se clasifican las obras; cuándo se traspasan las fronteras de un quehacer artístico hacia un accionar político; cómo la subversión política está ya contenida de manera implícita en la teoría estética o del arte; cuándo un lenguaje se contamina con otro a tal punto que deja de ser uno para ser el otro; etc. Click, de Compañía uno, es una obra de esas.
Teatro físico, danza-teatro, teatro experimental, performance, son todas tipificaciones irresueltas (e imposibles de acabar) y mixturadas pero que nunca se conjugan en sus categorizaciones mismas; por el contrario, lo que siempre se advierte sigilosamente es la tensión que convive dentro de cada una de esas denominaciones y, de hecho, las obras mismas funcionan acarreadas por esas contradicciones. Por esto es que no es menor el apéndice en este caso, puesto que pensar los márgenes de una obra que se presenta desde el vamos dentro de una categorización difusa, permite ahondar en la composición teniendo en cuenta la propuesta y no sólo la recepción de ésta.
Click (con dirección de Julia Astigueta, Tini Barceló y Pato García Haymes) es una obra de danza-teatro –al menos así se presenta– pero lo que se consuma en escena es la danza. La teatralidad emerge sumida al movimiento y la trama está ausente en la construcción dramática: lo que surge es un argumento ficticio que es construido por el espectador a partir de distintos elementos dramáticos dispuestos en el cuerpo, encargado éste de producir sentido a partir del movimiento. Sí hay carga emotiva en contadas escenas e intérpretes y se registran particularmente en la cara (gestos) aunque el cuerpo como dispositivo es portador de la emotividad toda. No es inapropiado pensar que en este caso la cuota de teatro sea quizá la que el espectador aporta, mientras que la cuota de danza es la que los artistas disponen. Todo lo que a continuación se puntúe responderá esencialmente a la premisa de la que parte la obra: sea ésta o no una obra de danza-teatro es, por sobre cualquier clasificación, una obra que se efectúa siguiendo las hipótesis del minimalismo puro en la danza. Claro que esto no significa que la obra sea minimalista.
Corriéndose uno del eje clasificatorio –y puesto que no se trata aquí de hacer un trabajo curatorial– la obra en cuestión trabaja específicamente con un individuo liminal respecto al accionar dentro de la sociedad. La micropolítica se entromete en la representación por las rendijas del relato de los sujetos sumidos y adquiere su cuota de ambigüedad cuando se enfrentan los sujetos enajenados presos del capitalismo extremado (como lo presentan los intérpretes mediante movimientos y secuencias escénicas reiterativas, inquebrantables, automáticas) a aquellos individuos cuya subjetivación los libera por un momento pero termina por enajenarlos. Cabe pensar aquí la actividad del sujeto libre dentro de un sistema anárquico: ¿es éste un sujeto apolítico? ¿Un sujeto libre supone un sujeto no político? ¿La subjetivación de un sujeto arrastra a los demás hacia esa subjetividad? Para decirlo de otro modo, la obra evidencia la tendencia del sujeto a masificarse y a perder su condición de individuo singular y pensante, revelando la imposibilidad de la subjetivación como tal y perpetuando la rebelión hacia la subversión del Amo; a la vez que postula la incongruencia en el ordenamiento jerárquico socio-político señalando la voluntad del individuo a ser sujetado por un sujeto supuesto supremo.
La propuesta se torna interesante cuando se produce en las secuencias dramáticas el giro que advierte la paradoja del sujeto libre: en un primer momento (y en un tercero, y en un quinto, y en un séptimo, y en un noveno) los intérpretes se mueven como por inercia; remiten a la idea de engranajes y algoritmos que limitan sus movimientos a operaciones pre-digitadas y no tienen una causa pero sí un propósito que, de todas formas, ellos desconocen. Llegada la segunda escena (y la cuarta, y la sexta, y la octava, etc.) aquellos cuerpos pre-diseñados se descontracturan y se hallan iluminados; esta iluminación es literal, puesto que el trabajo de las luces –a cargo de David Seiras– sobre los cuerpos y sobre la percepción de los mismos hace que el panorama de estos individuos se aclare por unos instantes como si despertaran de una pesadilla o bien, como si de repente se encontraran hundidos en sueños.
Por supuesto que no es lo mismo ser un ser pensante, reflexivo, a ser un hombre ilustrado, puesto que este último ha de servir siempre a un registro preconcebido socialmente (tanto en el plano de la sensibilidad, del gusto, de la ideología, de la cultura, etc.). Aquella razón utilitaria, servil y manipuladora a la vez, se filtra en cada iluminación corrompiendo el pensamiento de cada individuo y volviéndolos a todos una parte esencial de una maquinaria orgánica. En efecto, el individuo tiende siempre a la hegemonía y ésta es acabada (o completada) por la sociedad misma. Esto habilita el poner en jaque a la razón, en tanto instrumental, por su dominación (¿y acaso su servidumbre?) y a los estados totalitarios como una construcción de toda una nación y no solamente de aquellos ideólogos políticos que tienen la concesión de llevar adelante las ideas totalitarias. La sublevación del individuo queda vedada por el deseo pre-supuesto de la masa y éste termina por quedar relegado dentro de la nación (de la cultura) como un esclavo; poder pensar a la sociedad como la masa que promueve y legitima el poder del Amo sobre ella, es suponer que siempre existen esclavos y son aquellos que no responden al discurso Amo.
Los 13 intérpretes en escena (John De La Torre, Segundo Etchebehere, Patricio García Haymes, Luisa Lagos, Marcos Landajo, Natali Lisman, Andrea López Ponce, Griselda Montanaro, Delfina Oyuela, Micaela Trotta, Santiago Verone, Gastón Villamil, Juan Zorraquin) se cubren con capuchas sus cabezas y con borceguíes sus pies cuando sirven al sistema; de este modo, todos son iguales. Cuando posee cada uno una identidad se van imitando las acciones–cual animales salvajes– hasta hacer desaparecer cada rastro de singularidad. Entonces, vemos que la iluminación que recae sobre las cabezas y los pies desnudos no hace otra cosa que despabilar al ser pensante para sumirlo en un sistema de automatismo en el que, de alguna u otra manera, el individuo enajenado es igualmente libre en su pensamiento y no debe luchar por no quedar excluido de la cultura.
En relación con este punto es preciso hacer mención a una escena que se sale de las secuencias circulares; es una particular alusión a nuestro tiempo pero también remite a las fiestas orgiásticas de la antigüedad: los individuos supuestos libres comienzan a descubrirse unos a otros; cuando éstos se erotizan por medio de delicados frotes y caricias, irrumpen en el cortejo los encargados de la ética capitalista y disponen sus cuerpos como envases sexuales de venta a todo público. Frente a tal ceremonia –10 sujetos contorneándose incesantemente al fervor de la luz roja, jadeando y tocándose mientras se menean– los individuos supuestos libres se hallan seducidos y prefieren (deciden) unirse al placer sexual codificado y cosificado.
A lo largo de la obra se repiten escenas alternadas en pares y movimientos con rigurosidad matemática. Los gestos, los sonidos que resuenan de los cuerpos en apariencia inorgánicos, las secuencias de movimientos ajedrecísticos, la música, las composiciones lumínicas, se presentan todos como elementos inexorables, inhumanos. Click, como lo indica su nombre, es enfermiza en su automatismo pero hipnótica en su escasa y puntillosa variación; conduce al agotamiento y a la saturación: el movimiento por el movimiento, la acción por la acción, el deseo desplazado y la voluntad supeditada. Expresión minimal de los estados socio-políticos.
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Click se presenta los viernes a las 21hs. en El Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA).