Con dramaturgia de Jorge Acebo y Juan Carlos Rivera, esta trama desarrolla el mito de Medea pero lo sitúa en un ámbito rural, donde Medea es una quinceañera que admira las amapolas, y el doctor Jasón será un extraño que irrumpe en su dulce adolescencia y la cambia para siempre.
Cuando conocemos el nombre del único personaje que veremos en escena, ya sabemos lo que va a ocurrir. Sin embargo no sabemos cómo se llegará al temido desenlace ni en qué circunstancias se dará. Medea vive con su padre en un clima de armonía en el campo hasta que Jasón prácticamente la secuestra y su padre la deja ir porque “una mujer no es nada si no está al lado de un hombre”. Estamos en la década de los setenta y la mujer es todavía, en muchos casos, apéndice y objeto. En el caso de Medea, ella sufre todo lo que un ser humano puede sufrir.
Jasón es ese médico que guarda las apariencias. Un viudo aparentemente dolido por la muerte de su esposa, que ve en Medea una posible sustituta de su mujer. Luego de las golpizas y las torturas psicológicas, Medea queda embarazada para descubrir que no por convertirse en madre se la tratará mejor. Castigada por haber parido una hija mujer, las vejaciones se agravarán. Cuando llega su hijo varón, el marido encuentra rápidamente una excusa para alejarla de quienes ella tanto ama. Ella quiere proteger a los niños del monstruo Jasón, un hombre que hace rato ha abandonado cualquier rastro de humanidad.
Es claro que una madre puede llegar a cualquier extremo con tal de proteger a sus hijos y más si ella misma ha sido abusada hasta quedar en un estado absoluto de desamparo y desesperación. Florencia Galiñanes realiza un trabajo de extraordinario compromiso, donde todo el tiempo debe mostrar el horror y encarnar el dolor de una madre. Su labor es elogiable en todo sentido: un texto de gran intensidad como es el de Acebo y Rivera requiere de una actriz con la fortaleza y la solidez de Galiñanes. Maximiliano Pugliese a cargo de la música en vivo contribuye a sobrellevar las partes más duras del relato con melodías que acompañan el dramatismo. La cámara en vivo de Nicolás Condito ofrece la posibilidad de observar las proyecciones de la actriz sobre la pared, lo cual deja ver cada expresión y gesto mínimo que se dibuja en la cara de Medea.
Lo mejor de mí está por llegar es una feroz crítica a una sociedad en la que la mujer no se podía defender y es un llamado de alerta a ver cuánto todavía nos falta hoy en la lucha por los derechos de la mujer y los derechos humanos. La tragedia de Medea, en esta narración, se transforma en un alegato contra la violencia de género.
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Lo mejor de mí está por llegar puede verse los domingos a las 17h en El Arenal Teatro (Juan Ramírez de Velasco 444, CABA).
Esta obra fue declarada de interés social y cultural por la Confederación Parlamentaria de las Américas – Red de Mujeres Parlamentarias de las Américas y cuenta con el apoyo de Mujeres sin miedo y Juntas y a la izquierda.