“Terminator: la máquina destruye al humano. ¿Te suena?” dice uno de los protagonistas de Ego. Tu alter app para marcar el advenimiento de una época evocada en la ciencia ficción. Se trata de una obra de teatro escrita por el catalán Marc Angelet y dirigida por Yoska Lázaro que sitúa la problemática actual sobre el desborde tecnológico frente al (mal) manejo de la tecnología. Lo curioso no es que se hable de tecnología ni que se siga haciendo ciencia ficción sobre los ya materializados vaticinios ficcionales. Lo llamativo es la trasposición del género de ciencia ficción de unas materialidades sensibles o de expresión* a otras, de unos soportes técnicos a otros y de unos dispositivos** (técnicos y materiales) a otros: el desplazamiento del género ocurrió primero desde lo literario (cuentos, novelas, cómics) hacia lo cinematográfico (películas, cortos, series, videojuegos) y encuentra ahora su refugio también en el teatro, donde no hacen falta efectos especiales, representaciones de seres sobrenaturales, ni relatos fantásticos para sostener el verosímil de género. Para ponerlo en pocas palabras: es novedosa la concreción del género en un lenguaje artístico no convencional, como es el teatro.
La obra transcurre en una especie de galpón vuelta oficina. La escenografía, diseñada por Cristina Martino, hace hincapié en la brutal dependencia que se genera entre la tecnología y las personas que se encargan de consumirla como si de ella pendiera su bienestar: los sitios de confort (en una oficina que funciona como una madriguera en el medio de la ciudad, ya que los protagonistas hacen más que trabajar en dicho espacio) se sustituyen por sitios de “divertimento” informático. Hay dos escritorios, cada uno con una notebook, repletos de muñecos de colección, de sagas como Star Wars, y miniaturas electrónicas. De frente, un sillón y una mesa pequeña donde yace la cafetera y algunas menudencias. A su vez existen dos espacios virtuales: uno, aislado por una mampara, parece ser el baño y el otro la calle, desde donde se oye el sonido del freno abrupto de un auto que funciona como motivo germinal, y esparce la tragedia. Se trata de la oficina de un par de jóvenes nerds al estilo de The Big Bang Theory quienes inventan una aplicación llamada “EGO” que opera a modo de parásito utilizando toda la información alojada en los teléfonos celulares acerca de cada usuario para hacerle creer, con toda vehemencia, que le dirá exactamente lo que éste quiere y necesita hacer según sus deseos y gustos personales, eliminando las barreras del inconsciente y los deseos reprimidos a la hora de comportarse. De esa manera las personas que poseen “EGO” actúan según las directivas que les da la app, sin vacilación alguna.
Pero ¿cómo consigue la app el éxito inmediato, haciendo que las personas comiencen a vivir según sus directivas? Pues bien, parece ser que la teoría que desarrolló Harold Lasswell acerca de la propaganda y la publicidad inserta en la sociedad de masas en el período de entreguerras es perfectamente aplicable a la sociedad que atravesamos (o nos atraviesa) hoy en día. La desterrada “Teoría de la aguja hipodérmica”, de la mano del conductismo, plantea que, en una sociedad donde el aislamiento y la alienación (en su momento provocado por los mass media y, actualmente, se suman a los medios masivos de comunicación: la tecnología, la informática y la virtualización de la realidad o realidad virtual) son características comunes y globales, no existen instancias de reflexión intermediaras entre el estímulo y la respuesta: tal es así, que el mensaje se recibe cual inyección y la manipulación del sujeto es exitosa. La aguja se inyecta ahora por medio de notificaciones en los celulares, que bombardean al usuario. Y, en una sociedad en la cual “Comprar pornografía impresa es hacer la revolución” como dice el programador revolucionario, no se puede garantizar que la teoría quede obsoleta.
La ayuda de la reciente novia del planificador de EGO (una estudiante de psicología que flipa con la parasite-app) resulta imprescindible para que todo el experimento “funcione”. Es quien insta en un primer momento a la diseminación de la monstruosa aplicación por toda la comunidad informatizada (o por todos los playstores del mundo) y es en base a esa decisión que todos concuerdan en el éxito de la aplicación, por los millones de pesos que resultan de sus incontables y aceleradas descargas. La intrusión de un policía-detective en la obra hace que por un momento se ignore que se está frente a una historia de ciencia ficción. Lo cierto es que no por eso no pueda existir la hibridación de géneros y por ende, la aparición de diversos estereotipos en escena. Tampoco se destruye una historia por la multiplicidad de relatos en ella presente. Pero volvamos con el pintoresco detective tan sólo un momento: es todo lo contrario a Hercule Poirot y aun así, es adorable. Es quien da finalmente el veredicto sobre la extinción o supervivencia de la aplicación, y opta por vivir en una feliz mentira, antes que en una verdad que lo halle triste; eso implica que entregue su libertad y su voluntad a EGO, aunque apenas entienda cómo utilizar su celular.
Estamos entonces frente a una representación que se rige por la causalidad. No solamente el experimento EGO se rige por dicho paradigma sino que la obra se sostiene en un relato policial: desde el trágico sonido automovilístico, la obra comienza a reconstruirse apoyada en un racconto que va revelando (al espectador y al policía involucrado en la tragedia) cómo fue creada la aplicación y por qué hay un muerto en cuestión. Se abren y se cierran puertas, se esconden cosas y se descubren otras y, así como en los mejores cuentos policiales, son varios los testigos que llegan a la verdad y no solamente el detective. La verdad a la que se llega es aterradora. Se descubre un problema que advierte una catástrofe porque a los pequeños genios se les va de las manos el invento; pero la solución al problema es aún más aterradora: si la aplicación se elimina, la sociedad entera se vería numerosamente disminuida. La única salida es que ningún usuario elimine su EGO y, por ende, que no lo limite tampoco. Para ponerlo en palabras de un personaje: se debe ceder y asistir a la “Aniquilación del superyó”.
Sin duda, en la actuación de Carla Arriola, Sebastián Edelstein, Julián Luque y Guido Napolitano desbordan los elementos que se toman de la realidad, distinto a lo que ocurría en aquellas películas donde las predicciones eran tan lejanas como fantasiosas (simular que se está frente a computadoras o robots cuando aún no existen, es tarea de la imaginación pura). En una época donde Black Mirror (y la oscuridad que acarrea la tecnología) se anticipa a no más de 50 años, no podemos pensar que algo así esté tan lejos de suceder.
* Se toma el concepto de materialidad sensible o de expresión tal como lo estableció Christian Metz: responde a la combinación de distintas materias que componen un lenguaje (en el cine sonoro, por ejemplo, serían 5 las materialidades que operan: imagen en movimiento, ruidos, música, lenguaje escrito, si es que hubiera, y hablado).
** Los términos “soporte técnico” y “dispositivo” se circunscriben al modo de utilización en la semiótica.