Miguel y Claudia son una pareja en conflicto. La pretensión de DOS, una desconexión es en realidad (de)mostrar cómo Miguel y Claudia son una pareja y todas a la vez. La desconexión está apoyada sobre una dificultad en la comunicación que se plantea como problemática exclusiva del siglo XXI, pero que en realidad es una dificultad intrínseca del lenguaje: nunca puede éste dar cuenta de todo lo que se quiere comunicar. Quizá la salvedad a esta pretensión resida en que el siglo XXI haya ensanchado las distancias entre las palabras y las cosas que éstas osan designar; acaso por la tecnología que simula borrar distancias y hace todo lo contrario, o bien por la elucidación de las comunicaciones truncas o enrarecidas que muchas veces conducen a una trampa que reside en el lenguaje mismo.
Lo cierto es que Miguel y Claudia son muchas parejas y son 2 en la obra: Sheila Saslavsky y Nicolás Dezzotti es una, Malena López y Maximiliano Zago es otra. Hay una tercera Claudia –interpretada por Catalina Motto– quien se presenta como una encarnación de la desesperación pos-ruptura con su Miguel. El desdoblamiento de los personajes es un mecanismo fundamental para dar cuenta del intercambio de roles que puede sucederse en una pareja. La historia avanza en el tiempo de manera salpicada, mostrando cómo el final se origina en el principio. Vemos una historia que funciona como ejemplo de todas las historias de amor; no porque todas las historias de amor sean idénticas a ésta, sino por el funcionamiento concebido en su origen: las parejas terminan como empiezan.
El trabajo de escenografía y vestuario, de la mano de A & M Realizaciones, es funcional a la acción. Hay sólo un elemento que funciona como metáfora de la trama y es el cuadro El beso, de Gustav Klimt, que comienza colgado y torcido en la pared frontal al espectador, y termina en el suelo. Por lo demás, el espacio de representación es un amplio comedor y hay dos espacios virtuales que son, según parece, la cocina y el afuera de la casa de Claudia, donde Miguel se muda cuando forman pareja. Ambos espacios abrazan la idea de una representación naturalista de los espacios cotidianos.
Ahora bien, la obra (escrita por Pablo Bellocchio y dirigida por Nicolás Salischiker) crea una atmósfera de tensión que encuentra su punto cúlmine en una escena: Miguel responde con un golpe a una ofensa de Claudia. Es en ese instante que las risas, producidas por la incesante discusión de pareja –que mantienen con su cuota de humorada- a lo largo de la representación, cesan. Se abre allí una veta que dispone al espectador a pensar(se) y, como no puede ser de otro modo, a valorar la acción. De ahí que siento necesaria la alusión a un comentario que escuché y que no hizo más que dejarme pensando. Se trata de una señora que estaba sentada detrás de mí, y dijo: “Y bueno… Ella se lo buscó”. Entonces todo se volvió extraño –o más bien, se banalizó- cuando escuché esa proposición.
El extrañamiento –intuyo- fue, posiblemente, una búsqueda en esa acción. La naturalización del elemento extraño a la causalidad del curso “normal” de las cosas, no hace más que borrar ese interrogante abierto que se plantea. Es cierto que la violencia de género está en su apogeo crítico y un comentario como ese podría haber suscitado a más violencia si hubiese sido un o una conductora actual del feminismo la que lo hubiese escuchado. No me parece que la obra se situara en la violencia de género: el desdoblamiento de los roles ya mencionado posibilita igualmente el desdoblamiento de géneros en la representación; por lo que conjeturo que el golpe que Claudia recibe podría tranquilamente recibirlo Miguel y aun así, se produciría el efecto de extrañamiento.
Ese comentario que me dejó pensando –y lo agradezco, aunque lo repudio- es síntoma de otro tiempo y es propio de una tarea que cierra el sentido (la justificación), en vez de preocuparse por repensarlo. Entonces pienso que, DOS, una desconexión, es una oportunidad para abrir sentido en una época en la que la comunicación se ocupa por censurarlo; y de ahí, el problema de la comunicación en el siglo XXI.
No obstante el pensar en el cuadro de Kimt como metáfora de los acontecimientos me lleva a preguntarme por la re-significación de ese hecho: ¿es el golpe un producto de ese retorcimiento en la comunicación que termina por padecer una caída? O para ser más clara: inmediatamente posterior al golpe, una Claudia –que no es la golpeada-, se jacta de afirmar que hay un llímite. Pues entonces: ¿el golpe es caída? No es así como se afirma la cuestión en la acción. La posterioridad al hecho, que anticipa la caída del cuadro al suelo (que no es tal, sino que es un acomodar el cuadro en el suelo), se personifica en la Claudia desesperada, separada y en soledad, que no hace otra cosa que dejarle infinitos mensajes a Miguel en su contestador para que vuelva con ella. Es decir, la Claudia separada se (pre)ocupa por reordenar las cosas que desacomodó el hecho.
¿Hay un límite para el amor? ¿Se produce una caída del amor a casusa de la agresión? Si esto fuera así no existiría lugar amoroso habitable, puesto que eso que la señora del comentario señaló como una provocación es lo mismo que se halla en las discusiones de pareja de todas las parejas que Miguel y Claudia son –sin necesidad de que el golpe se concrete.
Pero volviendo a la cuestión inicial: la obra se pregunta por aquellas primeras impresiones que del otro se tienen, por aquellas que conmueven en el proceso de conocimiento (y de enamoramiento) de ese otro en el que uno se proyecta. Porque si bien son prejuicios e impresiones apresuradas, son la devolución –o el rebote- de eso mismo que cree ver uno en esa persona, proyectado. Entonces: ¿debemos pensar que son esos pensamientos sobre el otro –y sobre lo que se pone en juego de uno mismo- los que anticipan la catástrofe? ¿Es mediante esas impresiones que se deslizan las cosas sutilmente (muchas veces sin notarlo) para que lleguen al declive? ¿Es acaso el final trágico, como dijo la señora ubicada detrás de mí, una situación premeditada? ¿Esos fantasmas que se proyectan en el otro, lo persiguen a uno y lo condenan o se pueden arrastrar con la maleza hacia otro lugar? ¿Cuánto hay de verdad en el conocimiento y en el enamoramiento del ese otro? Éstas, y seguramente muchas otras, son las preguntas que desata esta desconexión.
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DOS, una desconexión se presenta todos los viernes a las 21hs en el Espacio Polonia Teatro (Fitz Roy 1477, CABA). La dramaturgia es de Pablo Bellocchio y la dirección de Nicolás Salischiker.