Haciendo un trabajo poético, por excelencia, la dramaturga y directora Valeria Medina pone a circular nuevamente tarjetas postales que han ocupado un tiempo y un espacio determinado hace ya varios años en nuestra querida Argentina. La apuesta es osada: la circulación de las tarjetas postales en un tiempo que no es el suyo se pone en marcha mediante el teatro, como anclaje, para situarlas en una nueva temporalidad.
El Picapedrero es la primer obra del Proyecto Tarjeta Postal –ideado por la dramaturga que nos ocupa- donde el actor Darío López y el cellista Juan Ignacio Ferreras se encuentran en el espacio escénico desde la estética, marcando un contrapunto que resuena en el cello. El proyecto tiene como premisa la intervención en la obra (ya sea de músicos, actores u otros artistas) y en este caso la música funciona más como un discurso de contraste con el monólogo del intérprete que como un apoyo o texto funcional, lo que lo hace interesante desde la construcción dramática.
La coherencia está sujeta a la disposición de cada elemento de forma independiente, componiendo una totalidad heterogénea que se disemina por la fuerza que cobra cada unidad. De manera que la obra presenta un juego de luces que trama una poética individual así como lo hacen la música, la acción y las palabras.
De la trama podemos decir lo mismo: se trata aquí de un yugoslavo que reside en Argentina a principios del siglo XX, hijo de un padre anarco-sindicalista que supo cavarle la fosa a ese picapedrero que se halla desempleado y desesperado, en búsqueda de una tal Isolina (que le recuerda a Isadora Duncan y que, además, nos señala en la fotografía de una tarjeta postal) y en estado de locura por no poder labrar su comida.
Desde la política se reafirma la intencionalidad de poner en circulación nuevamente las tarjetas postales ya olvidadas: se evoca aquella temporalidad para establecer un espacio de contacto entre una época pasada y la nuestra. Más allá de que el anarquismo haya perdido su fuerza política –y la organización sindical que tanto poder le confirió en su momento-, frente a una situación política y económica que sufre en nuestro país una especie de movimiento elíptico, es posible la comparación, incluso por contraste, entre un siglo y otro.
¿Qué nos reviven las postales? ¿A qué nos remite el discurso que aparece en ellas? ¿Qué podemos extraer de esas imágenes y de esas texturas que aparecen en esas tarjetas? Todas esas preguntas son las que, seguramente, Valeria Medina se hace a la hora de fagocitar una obra de teatro a partir de una materialidad tan concreta como abstracta en su aprehensión. Y es a propósito de estos obstáculos que decidimos conversar con la cabeza del proyecto para que nos aparte de las posibles especulaciones.
¿Qué te convocan las postales desde su materialidad?
Trabajar con un material como una postal es ya en sí mismo una experiencia que me sirvió para resignificar tanto mi trabajo en la dramaturgia como así también algunos de mis fragmentarios recuerdos de la infancia, en que mi abuela –casada con un marino con el cual vivían viajando- me envíaba postales desde todo el mundo.
¿Pensás la obra como una transposición de la postal?
Comenzamos la obra de alguna manera con el mismo tiempo detenido de una postal, con sus colores, con sus texturas, incluso con la evocación de un posible vestuario, de una posible historia y por cierto de una época develada en un sello apenas roto.
¿Utilizás las imágenes y las palabras de las postales que elegís como disparador o, más bien, como hilo conductor de la obra?
Las pocas palabras que surgen de la postal, me dieron algunos nombres que luego se convirtieron en personajes muy significativos, más allá de su personaje principal: Teofilo Kopitar, o Teo, como le decimos en familia. Otras fueron disparadores. Pero también el silencio, los espacios vacíos y los escritos “fuera de cuadro” donde la persona escribe un poco más, incluso sobre la misma imagen. Esa desesperación de decir algo más, porque las líneas no alcanzan.
¿Qué te llevó a conducir el discurso a través de la música de un violoncelo y por qué quisiste que el cellista fuese parte de la acción dramática y no solamente un acompañamiento?
La primera intención era trabajar las postales como monólogos intervenidos. En esta postal decido que sea con música y en el casting me encontré con el trabajo de un cellista (maravilloso) que es Ignacio, y también con su presencia escénica que hacía un contraste interesante con el actor, Darío -un gran compañero en este proyecto-.
¿Por qué el interés en un trabajo de iluminación de modo poético y no sólo de acentuación dramática?
Esto es algo que fuimos trabajando con otro gran creador que es José Binetti, con quien ya trabajé en otra obra (creo que él comprende perfectamente la poética con que trabajo), y en el ida y vuelta fuimos descubriendo cuál era el mundo poético de este picapedrero de 1916. El encontró una paleta de colores que era perfecta para darle magia a este escenario que tiene elementos de época y otros no tanto.
¿Cómo llegaste a la historia de un picapedrero desempleado a través de una fotografía de una mujer que, como bien se menciona en la obra, se la puede relacionar con Isadora Duncan por su gestualidad y su vestimenta?
La historia surge a través de las palabras. Es una postal enviada por un hombre que habla de su trabajo (que es con la piedra), de lo mal que se gana y, se puede deducir, que en sus silencios hay una situación desesperante. Pero también le pregunta a su amigo por “esa”. En la obra, “Esa”, será Isolina, y la imagen de la foto también. Pero eso forma parte de la ficción, claro.
El discurso anarquista al que se alude en la obra, ¿te lo inspiró la apuesta estética de la postal?
Era una época en que el anarquismo en el país estaba muy presente, había muchos inmigrantes – en nuestro caso es un yugoslavo. La estética tiene esa forma de teatro pos dramático, donde juegan su rol objetos y vestuarios de época en maridaje con los modernos. Pero la observación tuya es interesante, casi se podría decir que es así.
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El Picapedrero, parte del Proyecto Tarjeta Postal, puede verse todos los domingos a las 20.30hs en el Teatro El Popular (Chile 2080, CABA).