#KirbyDots #06
Amadeo es @kingmob84. Es licenciado en historia y doctor en ciencias sociales. Escribe y mantiene el blog El Baile Moderno desde el año 2007. Es editor de la revista de crítica de historietas Kamandi. Publicó en Crisis, Los Inrockuptibles, Mancilla, Haciendo Cine y otros medios. Lee cómics desde los ocho años, escucha canciones desde mucho antes y ama el pop.
A principios de agosto del 2017 un caso sacudió a la opinión pública argentina. En el marco de la disputa por tierras que involucra a la comunidad mapuche y Benetton, que lleva más de dos décadas, Gendarmería desató una represión salvaje ordenada por el Ministerio de Seguridad para desalojar un corte de una ruta. La represión se convirtió en allanamiento del Pu Lof Cushamen[1]. Santiago Maldonado, que se encontraba participando de la protesta, desaparece. Los siguientes 78 días vieron, de un lado, una ráfaga de acciones y manifestaciones en todo el país que repetían la pregunta urgente y dolorosa “¿Dónde está Santiago Maldonado?” Desde el gobierno, por su parte, se sucedieron campañas de desinformación apuntadas a ensuciar la protesta por las tierras mapuches, el accionar y personalidad de Maldonado, a ningunear a la familia, a negar la posibilidad de discutir el caso en las escuelas y a sembrar versiones descabelladas que hablaban de un grupo terrorista armado que buscaba la secesión de Argentina.
Como parte de la campaña pública para llegar a la verdad, muchos dibujantes de historieta realizaron páginas y cuadros que repetían la pregunta y buscaban llevar el tema a la conciencia pública. Una de las campañas más llamativas fue la emprendida por los dibujantes de la sección de historieta del diario La Nación. En la contratapa de uno de los diarios más conservadores de la Argentina, aliado del oficialismo, Tute, Liniers, Alejandra Lunik, Max Aguirre, Diego Parés y hasta Nik se preguntaron por el desaparecido en democracia. ¿Pluralidad de voces dentro del mismo diario o poca importancia concedida a la página de historietas por los mismos editores? La acción colectiva de los dibujantes, que se escalonó a lo largo de dos semanas, fue sintomática del nivel al que llegó el reclamo de justicia, y de la independencia de los artistas del medio en el cual publican.
Pero, además, otros dibujantes como Paula Sosa Holt y Andrés Alberto, no enrolados en publicaciones masivas, también produjeron tiras e imágenes sobre el caso Maldonado.
¿Cuál fue tu impresión sobre el desarrollo del caso, la reacción que produjo tus tiras y la viralización que tuvieron?
Paula Sosa Holt: “Las tres tiras que hice sobre Maldonado surgieron de la indignación, de la sensación de que no podía hacer ningún tipo de chiste en un momento como ese. La primera no es un diálogo al respecto, era como si los diálogos reales hubieran estado intervenidos para informar sobre el caso, como si la programación hubiera sido interrumpida. Pasó lo mismo con la tira de Pip y Pep: me siento identificada con ellos, sentía que mostrarlos preguntándose acerca de Santiago era mostrarme a mí haciendo eso, me pareció necesario. En la segunda tira de los Vainilla traté de contar un poco más, planté a los personajes parados, con expresión de enojo, hablando de lo perverso que era lo que estaba sucediendo. El reclamo en esta última tira iba para el Gobierno, pero también para los medios masivos, por la forma en que estaban tratando el tema”.
Andrés Alberto: “El tema me movilizó, como a muchísima gente, y se me ocurrió hacer una página de historieta que más allá de ser una voz que se une al reclamo, también te haga detener un poco, que presente o invite a hacer alguna pregunta. Eso intenté, pero no sé si me salió”. La tira de este artista muestra a distintos personajes en la ciudad de Buenos Aires que se preguntan por el desaparecido.
Uno de los grandes tópicos en estos tiempos de redes sociales gira alrededor de la capacidad de indignación instantánea, un posteo se viraliza a favor o en contra con una facilidad inusitada. En un caso como Maldonado, que despertó reacciones muy fuertes a favor y en contra, no podía obviarse este aspecto. Sosa Holt menciona que “Fueron todas muy bien recibidas, la verdad es que no me fijé bien, pero alguno que otro me debe de haber dejado de seguir por no estar de acuerdo, pero no me importa, ¡mejor! Fueron comunes las felicitaciones y la expresión de apoyo, y muchas personas compartieron esas piezas”. Andrés Alberto también destaca que “Hubo comentarios ofensivos, dolorosos, fachos, pero representaban un porcentaje muy pequeño del gran número de mensajes y reacciones que generó. Yo tampoco soy muy de seguir y enroscarme en las discusiones de Facebook porque suelen ser más deportivas que constructivas, así que no les di cabida a esos comentarios”.
La tira de Alberto, incluso, fue pegada en distintos lugares de la ciudad y empleada en las marchas por el esclarecimiento del caso:
“Eso fue bastante flashero, estuvo en varias marchas, en la calle, y me escribieron varias personas contando que lo habían usado en el aula con sus alumnos. Eso último me gustó bastante, porque además mi intención era un poco esa, que sirva para encarar el tema, pensarlo, preguntarle”.
La pregunta, finalmente, gira alrededor de la “politización” de aquello que no era visto como político. “¿Por qué tienen que meter política en mi inocente historieta?” pareciera ser la queja de algunos que ven como una mosca en un tazón de leche una tira con contenido político. A la vez, también plantea cuestiones acerca de cuando una serie artística que no incluye contenido político debería hacerlo, y hasta qué punto este contenido político supera al valor estético. Si uno hace humor o caricatura política, se acepta, forma parte del contrato de lectura, se dibuja para un determinado segmento del público, o se intenta pegarles a todos más o menos ecuánimamente, en un simulacro de imparcialidad.
Pero cuando un artista de otro orden se revela político, trona el escarmiento. Ante la consulta de cuándo se justifica salir de su zona de confort para meterse en política Sosa Holt responde que: “en este caso se justificaba un montón. El Gobierno estaba manejando el caso de una manera muy hipócrita, muy cínica. Primero se hacían los distraídos; luego se dedicaron a embarrar la cancha y tirar hipótesis falsas.” Sin embargo, admite que “particularmente, yo trabajo con otros temas. La política o la coyuntura no es lo que más me interesa contar; me interesan las relaciones, la amistad, el amor. No es mi búsqueda, al menos por ahora.”
Alberto, por su parte, menciona que “No creo que haya una oposición entre hacer humor y decir cosas de la realidad. Me dan más ganas de pensar lo contrario, te diría. Para mí el humor es un lenguaje que puede decir cosas, como cualquier otro, sean tristes, lindas, políticas, serias, tontas. En este caso particular había mucha carga emocional, había una familia que quería encontrar a Santiago con vida y la sociedad en general acompañaba ese sentimiento, hubo mucha empatía para ser nosotros. No tenía sentido hacer un chiste porque nadie hubiera querido escucharlo”.
La aparición del cuerpo en el Río Chubut inauguró una nueva etapa en el caso, en la cual el gobierno intentó despegarse de las acusaciones de desaparición forzada agitando la autopsia que indicaba que Maldonado se ahogó, y que su cuerpo no presentaba lesiones. El caso continúa abierto hasta aún y las respuestas parecen más lejanas que nunca.
En definitiva, entonces, una posición artística que tiene que ver con algo elemental de la decencia humana. Con solidarizarse con el otro, algo tan simple como eso. Y, desde esta columna, quisiéramos cerrar con la pregunta que continúa este reclamo de justicia y verdad: ¿Qué hicieron con Santiago Maldonado?
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[1] Un lof es la organización comunal tradicional de los mapuches consistente en un clan o linaje que reconoce a un cacique.