#SátiraNocturna #05
Cocó @bolchevixen escribió el libro de listas “Diez razones por las cuales usted debe tener este libro” (Llanto de Mudo, 2015). Fue editora de la revista Dadá Mini. Publicó en Anfibia, La Curandera, Ohlalá, Último Round. Hace canciones, escribe en su diario y practica natación.
Cuando Choi nos contó que venía a Buenos Aires, no podía explicarnos del todo qué tipo de artista es Yamagata Tweakster: había que verlo en vivo. También en persona.
Yamagata habla poco, y lo que dice es exactamente lo que quiere decir, sin eufemismos. Usa anteojos negros adentro de casa, pero te mira a los ojos cuando quiere explicar algo y también cuando escucha. Apenas entró, se interesó por conocer nuestra opinión acerca del gobierno actual, y qué pasaba con el chico que había desaparecido. “¿Mal-do-nado?”, preguntó. Yamagata no quería pronunciar mal el apellido de Santiago.
Nos explicó que planeaba organizar una puesta – “Frente de Liberación de la Habitación Interior de Argentina”- y que estaba recabando respuestas sobre la pregunta: “¿qué te hace sentir libre estando en tu dormitorio?”. Sergio primero dijo: “la mente”. Yamagata necesitaba que fuera algo material. “La puerta entonces”, contestó, “Porque puedo entrar y salir cuando quiero”.
Yamagata es un artista coreano que usa la música electrónica como performance, las consignas como hecho artístico, la ropa como distintivo. Sus pasos de baile nos confirman que conoce sus movimientos. Cree en la empatía y la usa para comunicarse. Aún sin hablar una palabra de coreano, entendí lo que quiso decirnos. Todos los que estuvimos ahí lo entendimos.
En Corea, Yamagata realizó conciertos contra la base naval en Kangjeong (Isla de Jeju), contra la colocación del THAAD -un sistema del ejército de Estados Unidos para derribar misiles- en Seongju, y contra la instalación de una torre de transmisión en el pueblo rural de Miryang, a donde la mayoría de sus habitantes son ancianos. Sus shows son en la calle, para que todos escuchen y se unan a su protesta bailable, incluidos los vecinos enojados, los oficinistas impacientes y los oficiales de policía.
Ese viernes a la noche, lo seguimos desde Plaza Italia hasta Plaza Serrano mientras arrastraba un changuito de supermercado con lo que necesitaba para caminar cantando: su computadora, parlante, gorras y remeras que repartió para quienes quisiéramos estar a tono, anafe, ollas y agua para preparar la “Olla Popular Zzapagetti People Power” cuando llegáramos a destino. Detrás venía Milena Pafundi con su articiclo proyectando sobre los edificios y casas de Palermo por donde pasaba la procesión, y una especie de dragón serpiente guirnalda de papel amarillo que transportaban Andeath, Talu y dos personas más.
En el camino paramos frente a una casa en Guatemala al 5000: Daham Yeo y Sebastián Rey habían instalado una serie de globos inflados con helio y atados a hielos (helio-hielo) que, a medida que se iban derritiendo, soltaban el globo que luchaba por flotar. El resultado fue una especie de danza en el juego de tensiones, combinado con el sonido del movimiento de los globos que generaba una atmósfera hipnótica. Un auto con padres e hijos adentro pasó por el lado de la instalación y el conductor nos avisó: “¡Quedó re lindo, chicos!”.
A la casa de Guatemala al 5000 están por demolerla y casualmente vivieron ahí los abuelos de Sebastian Rey, el artista que acompañó a Daham. En Corea, por ley, los edificios duran 27 años, como la vida de Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Janis Joplin y el resto del club. Pasado ese tiempo, se demuelen y construyen un edificio nuevo con apoyo del gobierno. Daham estaba conmovido por la historia de Sebastián y esa casa que tiene mucho más que 27 años: nos contó que ninguno de sus amigos en Corea puede visitar el lugar a donde creció porque ya no existe.
En la calle Uriarte, Yamagata se subió a un colectivo en movimiento por la puerta de adelante, cantó y bailó para los pasajeros, y se bajó por la puerta de atrás. Una semana antes, en un show a puertas cerradas, salió a la calle y sobre Rivadavia -a la altura del bar 36 Billares- conmovió a dos que tocaban la guitarra y a un metalero que se acercó para convidarle cerveza y porro. Yamagata le agradeció y siguió arengando en coreano a capella a las 4 de la mañana en pleno barrio de Monserrat.
La comparación obvia es el flautista de Hamelin. Nosotros -los ratones, los seguidores, “la sociedad del cansancio” en términos del filósofo coreano Byung Chul Han- respondimos a sus slogans de resistencia con cada vez más entusiasmo. Yamagata es real y contagioso.
“Fue memorable tomar las calles”, me escribió Choi a la mañana siguiente. La calle es nuestra puerta, hay que abrirla y salir.