#KirbyDots #04
Amadeo es @kingmob84. Es licenciado en historia y doctor en ciencias sociales. Escribe y mantiene el blog El Baile Moderno desde el año 2007. Es editor de la revista de crítica de historietas Kamandi. Publicó en Crisis, Los Inrockuptibles, Mancilla, Haciendo Cine y otros medios. Lee cómics desde los ocho años, escucha canciones desde mucho antes y ama el pop.
Comicópolis surgió originalmente como una iniciativa impulsada desde la asociación civil Viñetas Sueltas en coordinación con el grupo organizativo de Tecnópolis. El primer Comicópolis se realizó en el año 2013 en el parque temático y luego se reprodujo en ediciones 2014 y 2015, con una concurrencia cada vez más nutrida e invitados cada vez más numerosos y rutilantes, situación que concluyó en la edición 2015 (la mejor, a los ojos de este humilde cronista) con 110.000 visitantes que pasearon por los pabellones que habían sido dispuestos para el evento.
En su momento Comicópolis planteó una serie de cuestiones al panorama de la historieta local, siendo la más punzante y presente el rol que cumple el Estado en la promoción de las actividades vinculadas a la historieta. Algunas voces se alzaron en contra, defendiendo un independentismo a ultranza, a otras (entre las cuales me incluyo) le parecía algo necesario y bienvenido, aunque no una situación en la cual se pudiese confiar a largo plazo dados los vaivenes de nuestra política nacional.
Como todos sabemos el gobierno cambió, Tecnópolis fue desguazado (como tantas otras cosas) y 2016 pasó sin un Comicópolis a la vista, con el grupo organizador replegándose en su vieja trinchera de Viñetas Sueltas, celebrado en el Palais de Glace cuyo principal atractivo fue una muestra muy llamativa y original de artistas de comic chinos. El 2017 arrancó con una actividad organizada con el nombre de Comicópolis: La Noche de los Dibujantes. La mecánica era sencilla: se compra una hoja membretada antes del evento, en la misma, luego de realizar la correspondiente cola, el artista elegido realiza un pequeño o gran original. La idea fue buena, pero la ejecución no tanto. A mi parecer, relega a los artistas a ser simplemente animales de carga, repitiendo dibujitos para colas inmensas de personas que a menudo ni siquiera podían llegar al artista por la masa humana. Un dibujante no debería estar obligado a trabajar a destajo con tal de participar de lo que se supone es una fiesta popular. Sin embargo, el evento tuvo buenas repercusiones de parte de artistas y público, y sirvió de espaldarazo para la edición 2017 de Comicópolis.
Desde un principio el evento se presentó como problemático. Muchas personas criticaron el hecho de que se realizara en el predio de eventos de la Sociedad Rural, su entrada fuese paga y el alto valor de los stands, decisiones simbólico-materiales que parecían rechazar de plano el espíritu de las anteriores ediciones, nacionales, populares, gratuitas, abiertas al público civil que circulaba por Tecnópolis y ¡oia! de pronto se encontraba con un festival de historieta.
A la hora de anunciar los invitados internacionales hubo mayormente silencio que por momentos parecía traslucir consenso, por momentos desinterés. Simon Bisley, artista de superhéroes creador de Lobo en los 90s; Trina Robbins, la heroína del comic feminista, historiadora, dibujante e ícono; Yoichi Takahashi, creador de la recordada serie manga Supercampeones (Captain Tsubasa); y Jean Yves Ferri, el guionista francés de Asterix que no es Goscinny. La apuesta era clara: algo para cada uno de los públicos posibles de la historieta, una red lo suficientemente amplia como para atraer a todos los lectores y maximizar la concurrencia. Como estrategia no era mala, pero la selección de nombres era corta y en algunos casos un poco deslucida. Quizás en años anteriores (exceptuando la locura que fue 2015) muchos de los invitados tampoco eran nombres rutilantes, pero la gratuidad del evento garantizaba que al menos uno fuese “a ver que onda”.
Finalmente, el evento llegó y pasó sin demasiados signos de triunfalismo de parte de organizadores y concurrentes, y con varias críticas post-facto veladas y abiertas. Los números oficiales hablan de 23.000 visitantes. Mi experiencia, con el caveat de haber concurrido un solo día de tres, fue la siguiente: la entrada me pareció cara ($250 pesos por un solo día), los pasillos de la convención parecían concurridos pero tampoco a estallar, faltaba una sensación de fiesta y de encuentro. Todo el mundo se mostraba cauteloso, cuidando su propio negocio, intentando recuperar los onerosos costos (tanto para organizadores como para expositores) que demanda un evento de esta naturaleza sin apoyo estatal. Muchas editoriales pequeñas fueron consignadas a stands perdidos al fondo del predio, por donde circulaba poca gente. Quizás lo más flojo fueron las muestras, que en años anteriores habían sido uno de los puntos altos. La de Maitena era la más digna, con una buena cantidad de originales (impresiona lo prolija que es al dibujar y pintar), y la del colectivo de humor gráfico Barcelona! plantaba una bandera anárquica y antiautoritaria en un contexto oligarca como el de la Rural; pero las de Quino, Star Wars y El Eternauta tenían el tufillo de lo mil veces ya visto y recorrido, de lo cliché. Se entiende la lógica detrás de la mayoría de estas decisiones: tantos costos impiden la llegada de una mayor cantidad de originales y qué mejor que Quino y Star Wars para seducir a las masas, pero la realidad era que, para el lector de historieta avezado, no había nada realmente nuevo que descubrir y observar.
Al respecto de los invitados, sólo concurrí a la primera de las charlas de Trina Robbins, que demostró ser tan encantadora e informativa como la imaginaba. Centrada en las dibujantes de comics de la Edad Dorada de la historieta norteamericana, Trina dio cátedra y construyó una injustamente olvidada historia alternativa del medio. Leí que la charla que dio el domingo, centrada en su propia carrera, fue aún más inspiradora y emotiva. Asimismo, pareciera que los fanáticos de Tsubasa (al menos si tomamos en cuenta sus comentarios en el FB oficial del evento) quedaron ampliamente satisfechos y colmaron el anfiteatro donde habló Takahashi. Bisley y Ferri, mientras tanto, parecerían haber pasado un tanto más sin pena ni gloria.
Otra gran pérdida de este Comicópolis fueron las rondas de revisión de carpetas. En años anteriores los artistas podían encontrarse con editores extranjeros quienes miraban sus obras y, con un poco de suerte, a lo mejor se llevaban alguito para publicar allá. Algunos terminaron trabajando para Estados Unidos o Europa. Servía para promocionar el laburo y también para plantar bandera y proclamar con orgullo que en Argentina se hacen grandes historietas. Nada de eso estuvo presente en esta edición.
Las preguntas que se plantean circulan alrededor de la centralidad que ocupó Comicópolis durante los 3 años que se realizó con el apoyo del gobierno kirchnerista, y sobre el lugar que le corresponde en este nuevo contexto. ¿Tiene sentido realizar un festival de historieta con ambiciones mega monstruosas sin los recursos con los que contaba antes? ¿Era realmente la Rural el único lugar, como alegaron desde parte de la organización, donde se podía realizar el evento? ¿Fueron acaso los Comicópolis 2013-2015 el producto de una ilusión destinada a la brevedad, una parábola de la situación política del país? ¿Es acaso imposible en nuestro país reproducir esa experiencia sin el apoyo estatal? Son preguntas frente a las cuales no tengo una respuesta precisa. Es encomiable, sin dudas, la decisión del grupo organizativo de apostar una vez más a un festival con intención de masividad, es claro, también, que muchas de las decisiones que se tomaron estaban apuntadas a lograrla. Pero otras, como el precio de las entradas, terminaron desalentándola.
En 2016, cuando Comicópolis no se hizo, de pronto pareció que había un agujero irremediable en el circuito de eventos de historieta. Pero eso nos hizo olvidar qué nuevo y reciente era este suceso en el panorama local. En Argentina hace varios años que se realizan otros con características diferentes. Sin ir más lejos, Crack Bang Boom, la benemérita convención rosarina, celebra este año su octava edición y encima trae a Frank Miller, la cual incluso recibe apoyo de la Municipalidad de Rosario. Esto habla un poco del centralismo de nuestro país, el cual a menudo es naturalizado de tal forma que eventos como el CBB son, en comparación, menos cubiertos por los medios masivos (también porteños) y dados por sentado. Dibujados, la reunión fanzinera, crece en cada una de sus apariciones y recupera parte de ese espíritu festivo que tuvieron los primeros Comicópolis. Desde aquí, siendo simplemente un crítico y no un organizador (con todas las dificultades que esto implica), no se propugna la desaparición de un evento grande y aglutinador, sino que se tiene la sensación de que esta última edición dejó más preguntas que certezas.
* Foto de portada: Facebook de Comicópolis