Jaki Charrúa decidió un día mirar al mundo y este le devolvió tesoros. Le mostró la belleza que se encuentra en la naturaleza, en los objetos de la calle, en los gatos y en la estética oriental. A lo largo de su carrera y en múltiples formatos, la artista construyó una gran reflexión sobre la potencia del mural, la ilustración y el diseño, como si fueran una forma de conocimiento ancladas en los ojos y el corazón.
Charrúa nació un 4 de julio de 1988 en Buenos Aires. A su infancia la recuerda como un lugar fresco y alegre, un refugio que compartía con su abuela. Ella era una persona especial: jugaba a la quiniela todos los días por centavos y le enseñaba a Jaki a buscar esas monedas en la calle. Para ella esto era un juego y para su abuela una obsesión. “Con el tiempo me di cuenta que el tema de las moneditas y el valor de las cosas que adquirimos siempre estuvo presente, dando vuelta en mi cabeza“, afirma la artista en conversación con Indie Hoy.
También cuidaba a su otra abuela en el taller de su padre, una suerte de casa chorizo donde se fabricaba ropa. “Había todo tipo de estímulos para mí: textiles, máquinas, personas trabajando, clientes, olor a sahumerio de almizcle, caramelos, discos de vinilo, estanterías llenas de chucherías, vitrales, vajilla antigua, un perro pekinés, un limonero”, recuerda. Su padre la incentivaba a dibujar en sus ratos libres y le ofreció comprar los dibujos una vez terminados. Compartir su producción desde pequeña la ayudó a entender que el arte es algo para compartir y no aferrarse, como si se tratara de una energía a la que hay que abrirle camino.
En 2013, finalizó la Licenciatura en Artes Visuales con orientación en Escultura en la Universidad del Museo Social Argentino. Luego estudió arquitectura, cerámica, diseño gráfico, fotografía, ilustración digital, pintura y dibujo, donde ganó herramientas en instancias educativas más formales y otras de manera más autodidacta. “Para mí, el arte es un camino a recorrer con infinitas salidas. Al fin y al cabo es un ‘elige tu propia aventura’, poco importa el título que tengas“, comenta.
Con los años se hizo conocida por sus trabajos de diversas escalas y soportes: desde grandes murales -como el que realizó para el Mercado de Pulgas de Buenos Aires- hasta pequeñas ilustraciones que vende en su cuenta de Instagram. A medida que cambia de técnicas y herramientas, Charrúa construye un mundo que integra diversos lenguajes artísticos con una mirada contemporánea. La variedad de elementos en sus composiciones potencian un punto de vista sobre la ciudad, sus habitantes, los animales y una mirada fantástica.
“Suelo recorrer la ciudad prestando atención a fachadas, objetos antiguos y situaciones cotidianas para convertirlas en pinturas, dibujos o cerámicas -afirma la artista-. En esos trayectos me gusta espiar e imaginar historias. Observo el pasado que habita en el presente y voy detrás de luces y sombras, de colores desteñidos por el tiempo en los materiales y las cosas“.
En sus trabajos propone representar un realismo barrial y costumbrista, con un acabado que prioriza al detalle como marca fundamental. A partir de diferentes escalas, en los universos de Charrúa conviven elementos de la pintura surrealista, el art déco, los motivos orientales y la ilustración digital. Los animales, particularmente los gatos, aparecen en muchas imágenes y vienen a modificar la atmósfera de los espacios urbanos y domésticos. Pareciera que funcionan como llaves que abren las puertas a un mundo de fantasía que no abandona del todo este plano de la realidad.
A su vez, hay una fuerte presencia de la estética de los locales de barrio, los bazares perdidos donde uno encuentra reliquias olvidadas o souvenirs. En sus obras, la artista despliega una nostalgia por aquello que desaparece, por un presente que se carcome al pasado y deja de lado otras experiencias que para ella son importantes recordar.
A Charrúa le atraen las diversas realidades que propone el cotidiano en la urbanidad y específicamente en la calle. A la hora de buscar referencias, indaga en los libros de historia, de arte y cultura oriental, la astrología y la metafísica. Le interesa el terror que propone la literatura de Edgar Allan Poe y toma rasgos del surrealismo francés y el pop norteamericano. Edward Hopper, David Hockney y el artista argentino Ricardo Garabito son una influencia constante en su práctica.
Sus trabajos requieren de procesos lentos. Se toma el tiempo necesario para investigar y explorar los materiales y así conocer todas sus posibilidades. El óleo y el acrílico son piezas fundamentales de su kit artístico y a pesar de ser muy diferentes entre sí (el óleo tarda mucho más tiempo en secarse que el acrílico), Charrúa los trabaja como si fueran lo mismo. Esto se debe a que le interesa que al público le cueste darse cuenta cuáles fueron los materiales que intervinieron en sus obras, generando así una atmósfera de espejismo e ilusión.
“Particularmente le doy mucho valor a los oficios y el arte es un oficio -comenta-. Me gusta que cuando alguien presencie mi trabajo vea a una persona que estuvo bastante tiempo sentada con la obra: dándole tiempo, cuerpo, cabeza, pasión y paciencia. Por lo general, pinto todos los días de mi vida. No puedo estar sin hacer nada, porque el arte es el combustible que encontré para conectarme con el deseo y liberar mi espíritu“.
El trabajo de Jaki Charrúa es un elogio a la mirada, a esa capacidad de observar para luego transformar todo lo que uno conquista con los ojos. Para ella, lo pequeño es sinónimo de inmensidad y lo grande es simplemente una puerta para ver los múltiples ángulos de una realidad. Es también una avalancha de colores que se te viene encima, como una alarma para despertar del automatismo que impone la rutina y que nos hace olvidar la riqueza visual que ofrece la calle.