Palm Springs tiene todos los condimentos de una comedia romántica, con el toque irónico y a veces sádico que caracteriza el estilo de Andy Samberg, quien es, no casualmente, productor y protagonista de la película. El argumento gira en torno a dos jóvenes que se conocen en un casamiento y que, por razones físico-cuánticas que nos son más o menos desconocidas, están condenados a despertarse siempre en el mismo día: noviembre 9, día del casamiento al que ambxs son invitadxs. Al ser las únicas personas víctimas de la repetición ad infinitum, se reconfortan en chocar autos, emborracharse, molestar a otros y hacer bromas pesadas… good ol’ ‘merican fun.
Hay una escena en la que lxs dos charlan sentados en un local de burritos a un lado de una ruta en la desértica localidad de California. Sarah (Cristin Milioti), quien cayó en la maldición de la repetición después que Nyles (Samberg) y por lo tanto tiene menos experiencia, le pregunta sobre las múltiples cosas a las cuales apela para “pasar el tiempo” (paradójica expresión, dados los hechos). Le pregunta, en particular, por el sexo. “¿Ya habíamos tenido sexo nosotros?” El dice no recordar. Le pregunta con quién sí tuvo sexo y Nyles enumera: la bartender del casamiento, la novia, una mujer que estaba en el bar pool, otro de los invitados de la boda… cada nombre acompañado de un flashback que nos da un breve panorama del levante. Luego Nyles le pregunta a ella con quién se ha acostado. Sarah se ríe, “buen intento”, le dice, “pero no me voy a acostar con vos”. Él le propone volver a la fiesta, que pronto va a empezar. Ella dice que no y comienza una plétora sobre la falsedad del casamiento. De repente, Sarah se detiene sorprendida. Piensa en voz alta: quizá todo lo que les está pasando sea una cuestión karmática; para salir tendrán que cometer un acto altruista, enmendar un error, ganarse la salida.
En inglés, el concepto de cinema trope se refiere a una imagen universalmente identificada en el mundo del cine. Es decir, el recurso a una imagen o temática utilizada y reconocida de manera extendida. En el caso de Palm Springs, la idea de que a Sarah se le ocurra que enmendando un error podrá salir de la elipsis temporal, da cuenta de una posesión de conocimiento. Es decir, sabe de eso porque lo vio miles de veces en cientos de films. Ese es el chiste: la ocurrencia no surge en sí misma, sino en relación a, precisamente, un trope muy común: el de la espiral temporal al estilo El día de la marmota (1993), que solo puede superarse a través de un cambio subjetivo mayúsculo. Es como ese chiste que dice que en una apocalipsis zombie todos sabríamos perfectamente qué hacer porque vimos todas las películas. Los personajes de Palm Springs comparten con nosotros el hecho de ser también espectadores. Esa idea nos permite acercarnos a ellos, sentirnos medianamente identificados y, también, reírnos de un recurso cómico más o menos entretenido.
El recurso da cuenta, además, de una noción de espectador diferente. Ya no se trata de alguien que va al cine y se maravilla con la novedad, sino que se trata de personas que han visto cientos de películas. Se le asume un consumo al espectador y eso es lo que le permite entender la broma: es un espectador embebido de espectáculo y al cual se le adjudica un tipo específico de consumo. Y no solo se trata de eso, sino que habla de una especie de endogamia en ese consumo. Películas que tocan siempre los mismos temas, que recurren siempre a los mismos tropes y que saben que el que mira ya sabe de qué se trata, porque lo ha visto. Un encierro en sí mismo que recurre a argumentos que ya hemos consumido una y mil veces: la chica rebelde y alocada que se enamora del volado, lo divertido y buena onda del flash de hongos en medio del desierto –o donde sea–, la moraleja tipo “you only live once”. Al fin y al cabo, los ingredientes principales para una comedia yanqui pochoclera.