El anecdotario evoca una noche con amigos en un bar. Seguramente uno de esos momentos donde las copas lubrican la conversación y nutren las ideas. “Con un amigo empezamos a pensar quién de los dos había ido a más recitales en vivo. Acordamos hacer una lista para chequearlo y yo, que soy bastante ñoña, al otro día por supuesto me puse a hacerla. Entonces me di cuenta de que no me acordaba muchas cosas”. La ñoña en cuestión es Ceci Ruppel, poeta y dibujante que puso la imaginación en acto e inventó una serie de historietas en las que documenta las bandas que vio en vivo y, de paso, le hace contrapeso a la voluntad del olvido.
“Tuve que recurrir a mi reproductor de música, que en ese entonces era el Winamp, para saber qué músicxs había visto a partir de ver sus nombres en mis listas de temas -cuenta Ruppel en conversación con Indie Hoy-. También me di cuenta de que algunas experiencias las tenía muy marcadas y a otros recitales ni siquiera me acordaba con quién había ido. Ahí empecé a pensar en hacer algún proyecto sobre el tema, con el propósito de guardar los recuerdos antes de que se esfumaran. Pensé en escribir, pero en ese momento estaba obligándome a sostener disciplina con el dibujo para mejorar y me pareció que dibujar músicxs me iba a ayudar a aprender porque tienen posturas con mayor movimiento. Por otro lado, me parecía un desafío dibujar sobre lo que provoca algo abstracto como la música, así que decidí ir por ahí”.
El proyecto se titula Bailarina del dharma, una serie de cómics digitales en los que narra su experiencia en los numerosos recitales a los que asistió a lo largo de su vida. En esas tiras publicadas en Instagram se registra, por ejemplo, la presentación del primer disco de Los Gardelitos en Cemento, Café Tacvba tocando en MuchMusic o un show de Rosario Bléfari para poquísimas personas.
Estas viñetas despliegan una mirada nómade que desplaza la atención desde la centralidad del show hacia descripciones y detalles de cuestiones más pequeñas que son, en definitiva, un testimonio singular de nuestro querido under: la organización de ferias de fanzines, comer una pizza en Ugi’s con amigos, las caminatas de madrugada sin rumbo prefijado, o algún sótano perdido donde tocó El Mató hace casi veinte años. Ruppel desborda la simple memorabilia de los recitales y trata más bien de poner en escena una vida en estado de búsqueda permanente. La autora figura su autobiografía como una experiencia estética.
No es casualidad que las obras del noveno arte que le resultan más inspiradoras sean de corte autoficcional. Entre ellas se cuentan Virus tropical de Power Paola, las novelas gráficas de María Luque, Persépolis de Marjane Satrapi y los libros de Daniel Clowes. ¿Referencias de otros lenguajes artísticos? “Me siento muy influenciada por la literatura, sobre todo por autores que ponen cierto humor o absurdidad a sus textos, como Mario Levrero, Roberto Arlt o Boris Vian. Me inspiran mucho lxs artistas multifacéticxs que experimentan en diferentes disciplinas como David Bowie, Yoko Ono o Alejandro Jodorowsky“.
Cuando era chica, Ceci Ruppel practicaba copiando dibujos, hacía revistas caseras, reproducía diferentes tipografías y hasta pintaba sus propias remeras. Su interés y pasión por las artes visuales estuvieron allí desde siempre. Cuenta que “en parte es algo del ADN familiar porque mi papá talla en madera, de joven pintaba y uno de sus trabajos fue de letrista, mi mamá también pinta. Somos cuatro hermanxs y los cuatro dibujábamos. Me refiero a que si bien todxs los chicxs dibujan era algo que realmente nos gustaba e interesaba, podíamos estar horas tanto de niñxs como de adolescentes dedicados a ello”.
Aunque no tuvo una formación académica como artista visual, a Ceci le resulta injusto autoproclamarse autodidacta. “Mi hermano menor, Fernando Martínez Ruppel, es quien más me formó -cuenta-. Es un artista muy bestia, domina cualquier técnica, desde el óleo hasta el pixel art, y además hace música. Más allá de eso, siempre estoy estudiando alguna disciplina artística: encuadernación, fotografía, bordado, ahora cerámica. Me fascina probar técnicas y aprender“.
Autodidacta o no, se resiste a decir que es dibujante: “Creo que es porque las etiquetas me generan un peso, porque me da síndrome de impostora y además porque mi formación es en escritura. Soy periodista, siempre fui a talleres literarios, publiqué libros de poesía y la escritura es lo que siempre me dio sustento. Empecé a darle más espacio al dibujo hace unos diez años recién, cuando era editora de una revista y agarré un retiro voluntario. Una de las cosas que compré con el dinero fue una tableta electrónica para dibujar, ahí hubo un clic”.
En la línea de autores que no se ajustan a un dibujo académico o realista, su forma gráfica no reniega de la línea imperfecta y suelta. “Creo que mi estilo tiene que ver con mi incapacidad, en el sentido de valorar el error -admite-. No soy virtuosa en el dibujo, en cuanto a que dibujo lo que puedo, no necesariamente lo que quiero. Hay gente que tiene un don, imagina un caballo y lo baja al papel con un realismo o gracia impresionante. En mi caso, mi estilo se fue armando en base a tratar de resolver las ideas que voy teniendo y de aceptar lo que me sale, aunque siempre trate de mejorar. Por ejemplo, a mí me suelen atraer mucho los dibujos o las pinturas que tienen un estilo más sucio y desprolijo, o infantil, pero eso no me sale, entonces lo acepto y eso se transforma en una característica de mis dibujos. Siento que mi estilo tiene una parte consciente, pero otra mayor que proyecta mi inconsciente en base a todo lo que consumí desde chica”.
Cuenta, además, que elige la paleta de colores con los que va a trabajar según el abanico de tonalidades con las que esté fascinada en el momento de la creación. “En algunos casos tengo en cuenta la psicología del color, es decir que si voy a contar algo alegre difícilmente lo haga en tonos azules. En cuanto a las líneas, soy bastante de estilógrafos, marcadores, lápices, tanto en lo analógico como en lo digital. Pinceles también uso, pero en cosas que generalmente no muestro; estudiar pintura es uno de mis propósitos pendientes”.
Sus libros de poesía los firma así: Cecilia Martínez Ruppel. Sus dos últimas publicaciones son Catástrofes naturales y Mil flores, publicados respectivamente por los sellos El ojo de mármol y Editorial Pánico el pánico. Pero ¿cómo se desarrolla un proceso creativo que mezcla un recorrido nutrido en el mundo de la poesía y una acentuada vocación por el dibujo? ¿De qué manera se conjugan ese trabajo como poeta con la práctica historietística?
“Las ideas para escribir poesías me aparecen a raíz de imágenes -responde Ruppel-. Veo algo, una escena en la calle o de la naturaleza, por ejemplo, me llama la atención o me genera una emoción y empiezo a intentar traducir en palabras lo que me provocó, primero para descubrirlo y entenderlo yo y después para darle forma y transformarlo en un poema. La historieta me sale al revés, parto sabiendo qué quiero contar y me pongo a tratar de traducirlo a imágenes. Uno de mis sueños es hacer en algún momento un libro que combine las dos cosas“.
Escritora, periodista, ilustradora e investigadora de saberes mistéricos. Todo eso es Ceci Ruppel. Una autora todoterreno y multiforme que -con la excusa de rememorar recitales- nos invita a visitar su íntimo y potente mundo, nacido de una amalgama extraña: la que combina dibujo y palabra.