¿Qué lleva a un músico a componer un disco autóctono? ¿Qué lo lleva a buscar su identidad, a lograr una temática, a marcar el ritmo y elegir un orden? Leandro Kalén es compositor multinstrumentista, arreglador, productor y cantante, y en su oído suenan algo más que pianos y acordes: suenan las canciones del tren, música que él define como un rasgo identitario del conurbano bonaerense.
Grabado y mezclado junto a Mario Sobrino en Melopea, el legendario estudio de Litto Nebbia, La música del tren es el cuarto disco del artista y recoge cantos de vendedores ambulantes entre los años 2019 y 2022 por los vagones y estaciones de la línea Roca. Cuenta además con la participación de Ramiro Flores y fue publicado por Club del Disco en noviembre del año pasado.
La manera en que nació este disco tiene que ver con la apertura de la percepción a “escuchar la música que hay en las cosas que -en palabras del propio Kalén- a menudo pasa desapercibida porque se suele ensamblar con el ruido, ruido que él mismo llama música ambiental de la vida cotidiana”. Esa dimensión musical tiene además un trasfondo de complejidades, un amasijo de historias que conviven en los cantos del tren, y que Kalén elige mantener en anonimato porque de esa manera se respeta la privacidad de esas vidas y se reafirma el carácter telúrico: podría ser cualquiera quien está cantando.
Quizás con esta idea se podría delinear una identidad del conurbano hecha a base de retazos, propia de una geografía que desafía los límites casi a diario, donde el ritmo de la vida de gran parte de su gente está marcado por una especie de migración a la ciudad de Buenos Aires que concentra gran parte de la vida laboral y estudiantil de la población, aunque hoy en día haya una mayor oferta de carreras de nivel terciario y universitario en el conurbano. Sin embargo, al igual que Leandro, es mucha la gente que hoy migra hacia esa zona geográfica de Buenos Aires en busca de una tranquilidad cada vez menos fácil de hallar en la efusiva ciudad, privilegiando ese bienestar a la comodidad de estar cerca.
En esa delicada frontera entre el adentro y el afuera de la ciudad, esos pocos rieles que la separan del conurbano, se ubican los rasgos de los que habla Kalén cuando se refiere a la música del tren como una música telúrica. “Creo que estas canciones en este contexto son más folclóricas que por ejemplo una zamba o una chacarera cantadas de repente por alguien en el tren, es un lenguaje de otro lado“, afirma el músico en relación a las canciones de los vendedores ambulantes.
En cuanto a lo compositivo, Kalén pone la firma volviendo un poco con la idea de sacarse los auriculares. Encontrar el ritmo en los cantos que los vendedores ambulantes ofrecen es cuestión de prestar atención. “Tienen una forma de cantar que pareciera que hasta tienen calculado el tiempo entre que cantan, dejan de cantar y vuelven a hacerlo, y esa melodía siempre está afinada -cuenta el compositor-. Es como si uno fuera a un bosque a escuchar pájaros: cada uno tiene un patrón. El mirlo, por ejemplo, hasta desarrollar una canción prueba y repite un montón de veces, y cuando la emboca sigue toda su vida ese mismo patrón. Eso es mortal. Cada mirlo tiene su propia canción. Se trata de variaciones muy sutiles entre los cantos. Y en este caso me puse a buscar justamente eso: ver qué variaciones había, en los vagones, en las estaciones”.
Con una operación al estilo Roberto Arlt, La música del tren se ocupa de recuperar los márgenes de una Buenos Aires incómoda que, lejos de ser rutilante como lo es la ciudad en las postales que se venden en Caminito, se muestra áspera y llena de amarguras, y Kalén no duda en socavar esa parte de nuestra cultura reivindicando la esfera creativa. “Muchas veces no saben que están cantando, y eso es lo que lo vuelve más interesante porque es algo que remite a los pueblos originarios, donde no existe una palabra como tenemos nosotros para definir al arte, no es algo estético. Estas expresiones se manifiestan orgánicamente como parte de nuestra cultura, es algo primal que se arrastra desde allí”, afirma Kalén.
Los vendedores ambulantes son parte de esa incomodidad característica que interrumpe conversaciones, pensamientos, miradas, besos, músicas, al tiempo que conglomeran un paisaje de lo cotidiano. Ser un extranjero en Buenos Aires debe ser vivir esa incomodidad con compasión o emoción y escucharlos como si tuvieran algo más para decir que hay ricos chipás o gaseosa. Después llega el cansancio y con él las interminables vueltas hastiadas en tren en las que todo molesta, incluso ellos; y la compasión y las ganas de escuchar se acaban.
Leandro observó especialmente durante la pandemia que “para mucha gente que toma el tren y que no entiende por ahí el esfuerzo que implica llevar adelante un Estado que tiene educación, salud y transporte públicos, que piensa que está todo ahí porque tiene que estar, piensa también que los vendedores son parte de ese decorado. Entonces si están enojados porque el tren está retrasado o por lo que sea, se la agarran con los trabajadores, con los vendedores, con todos los que forman parte de ese entramado urbano que de alguna manera están en la misma que ellos, y en algunos casos peor porque están intentando laburar“.
Al fin y al cabo, la diferencia entre los pájaros y estas personas, los vendedores del tren, es que ellas tienen una historia que podría ser contada por alguien más. “Más allá de que sea su sostén de vida, andá a saber dónde y cómo viven”, reflexiona Leandro, y de nuevo vuelve la convicción de que el anonimato los mantiene a salvo, como el arte lo mantiene a salvo a él. Porque lo que lo rescata de ese panorama cotidiano es volverlo un diario íntimo y, como todo escritor, apropiarse de los sonidos del mundo, hacer suyas las palabras ajenas y volverlas viento para que otra vez sean públicas.
Y la publicidad tiene de rehén al azar y al entusiasmo, aunque Leandro advierte que no se trata de hacer música para satisfacer a nadie porque sino uno termina por adoptar como verdadera la realidad que discute y si se absorbe esa realidad como tal, se termina actuando en función a esa “verdad”. Y eso es un problema. El panorama de la música no es uno solo: para que haya fenómenos como la música urbana, por ejemplo, tiene que haber otra cosa, es una cuestión de equilibrio. Y por ahí te toca la parte más desfavorecida, es así. Pero como decía el tío de Spiderman: todo poder conlleva una gran responsabilidad.
La pata sociológica en el pensamiento de Leandro Kalén se refleja en este último disco desde la sinceridad que plantea cuando refiere que “tienen que haber trabajos en el ámbito de la cultura que nos permitan vernos a nosotros mismos de vuelta para después intentar ver la realidad de otra manera. Los muertos siempre los pone un lado, y lo que suele pasar es que las violencias que genera el sistema la gente las refracta en sujetos, colectivos o personas que no tienen nada que ver con esa violencia, y los responsables de eso… bien gracias”. Algo que sí le gustaría a Leandro es que se pueda seguir al canto del conurbano, que haya una voz propia, con identidad, y que sea parte de la amalgama que confirma nuestro patrimonio cultural.
Escuchá a Leandro Kalén en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).