Ruido blanco. Una sintonía se pierde durante segundos, hasta que una voz crepitante, como proveniente de una radio antigua, aparece con emoción en esa interferencia: “¡Apolish ais! Calidad nacional. Ideal para un día triste o para salir a luchar. Compártalo con sus amigos, su familia, su vecino dinosaurio o su perro. Quien esté viviendo en esta realidad necesita música, necesita: ¡Apolish ais!”. La ilustración inquieta de un niño rubio y sonriente con audífonos puestos, que parece pertenecer a una de esas familias prototípicas yankees de los 50, corona esta publicidad paródica y anacrónica infiltrada en la interfaz de Instagram.
Así anunciaba Lucas Soldavilla, alias Solda, vocalista y guitarrista líder del conjunto platense de pop progresivo Firpolar, el lanzamiento de su segundo disco solista. Como si de un producto de limpieza se tratase, la aplicación de su fórmula parecía buscar iluminar los rincones más oscuros de nuestro hogar o de nuestro espíritu. Más abajo, en la misma publicación, el marplatense establecido en La Plata definió el material como: “Mi último grito de guerra antes del impacto”.
El impacto al que hacía referencia Solda en ese momento eran las inminentes elecciones presidenciales. El matiz virulento de la narrativa política triunfante, el temor de una catástrofe anunciada de límites insospechados y la falta de un horizonte esperanzador signaron el tono sombrío de la proclama. La resistencia solo podía provenir de un lugar muy profundo. Un grito manifestado en un lenguaje íntimo, más allá del desborde. “Después hay otros gritos, que vienen durante y después del impacto. Uno está en constante lucha con todo, no solo con el sistema y sus tiranos, sino también con las oscuridades propias”, cuenta el marplatense en conversación con Indie Hoy.
En ese sentido, Apolish ais recupera y amplía los tópicos del conceptual e impredecible Un llanto sin mundo (2022): el desconcierto generacional, el frenesí contemporáneo, las repercusiones del consumo exacerbado, la ansiedad existencial, los relatos crípticos de un mundo amenazante, la combinación de comentarios sociales e imágenes introspectivas. “Me parece bien que haya que gritar. Este último tiempo, nuestra sociedad ha dejado de gritar”. Para Solda ese silencio es uno de los porqués de la crisis actual y la justificación de una nueva forma de catarsis.
Léalo en voz alta: apolish ais. De nuevo, despacio, separe las palabras, note el recorrido de la lengua, en cómo se curva contra el paladar y pasa de un chistido sofocado a una sibilancia fugaz. Apolish. Ais. ¿Qué idioma es? ¿Es un término en inglés mal escrito a propósito? ¿Polish ice? ¿Hielo pulido? ¿Policía del hielo? Probemos de nuevo, esta vez rápido, todo junto: apolishais. ¿Querrá decir apologize? ¿Apolillamiento?
“Uno puede ponerse a buscar y encontrar significados, pero me pareció más interesante no asignarle ninguno, también para que sea resignificado por quien la escucha”, cuenta. La frase surgió de la alteración de un audio que encontró en FreeSound de una turba enojada gritando ‘¡Abolish ICE!’, un rechazo enconado a la fuerza militar creada por el ex presidente estadounidense Donald Trump para expulsar a los inmigrantes del territorio norteamericano. En línea lúdica y fanática con Say No More, el emblema profético de Charly García, fue una cuestión sonora lo que terminó de convencerlo. “Parecía medio ruso. Me encanta la estética de la Unión Soviética y por eso el disco también tiene ese tipo de color fundido con una cosa Amargo Obrero”.
Si en Un llanto sin mundo todavía podían hallarse rastros del eclecticismo instrumental de Firpolar, esos virajes genéricos y golpes de energía, en Apolish ais predomina una paleta rudimentaria y rockera de guitarras límpidas, casi sin explosiones ni abrasiones, pero implacables en su sencillez, y de teclas sintéticas, dignas de un imaginario ochentoso de videojuego. “Me encontré un poco más con mi propio estilo en este disco -explica-. Fue muy importante empezar a tocar solo. Hubo un quiebre en mi forma de componer. Si escuchamos la música anterior había una textura más compleja, con más melodías y arreglos. Y se genera una barrera cuando eso pasa porque hay distracciones constantes”.
La razón de ese despojo también se debió a su rol de productor y a la necesidad de alejarse de la programación y de los métodos de composición digital. “En la computadora las opciones son infinitas, tenés todo lo que quieras -admite-. Pero cuando estás solo con la guitarra, estás solo con la guitarra. Quise ver esencialmente qué era la canción y no taparla con millones de arreglos. Es loco. Cuanto más cargás la canción menos está ese esqueleto, es como si engordara”.
Solda propuso que todo debía ser tocado, sin overdubs o pinchazos, y que el mensaje discurriera por pocos canales. “Fue manejar la dinámica y la energía del tema en base al toque y al arreglo -continúa-. No fue una grabación fragmentada, sino tomas enteras, con una interpretación plena de la canción. Eso tiene una fuerza que le aporta otra metadata al discurso, una energía impresa”.
Para configurar esas postales subjetivas, convocó al baterista Martín Lambert -de Pérez-, al bajista Santiago Monroy -de Rara, Ramiro Sagasti y Emiliano Augusto– y al guitarrista Nicolás Mir -también de Pérez-, quien se sumó específicamente para ajustar la porosidad del sonido, para lograr la distorsión de cinta o tape. “No es tan filosa, tiene un contenido armónico más redondo -describe Solda-. No es un solo de Slash que tiene una distorsión que parece un mosquito. Nico vino con sus pedales y guitarras y, por ejemplo, tiene una Fender Coronado de los 60. Ese es el sonido de caja de John Lennon, el grano que se escucha es eso”.
Para el diseño sonoro de esos sintetizadores “sacados de El Chavo del 8”, acudió a Aled Aeron y Rodwin Boonstra, sus cómplices históricos de Firpolar. En otro nivel de influencias, Solda se sirvió del ímpetu cronista y melódico de Mind Games (1973) de John Lennon, del empuje experimental e irreverente de The Clash y de la crudeza melancólica de The Smiths. Un abordaje del presente en la pose confrontativa del britrock.
Apolish Ais inicia con “Un viaje“, la conexión más fuerte con el disco anterior y a la vez la síntesis de su nuevo sonido: guitarras en primer plano, combinadas, generando un juego rítmico envolvente, y teclados vaporosos que sobrevuelan el conjunto. Todos elementos que atenúan la pesadilla de reconocerse en un entorno acelerado y hostil. De pronto, tocar fondo es revitalizante y llevadero.
La imposibilidad del reencuentro acontece en la viñeta onírica de “Gris“, que atraviesa capas cloroformizadas y progresivas, sin dejar de desarrollarse, hasta alcanzar la claridad después de la destrucción de un lugar feliz. La melodía de pocas notas del teclado en “Frágil” inaugura la búsqueda vulnerable de contención. “Vuelvo al mundo y la verdad me hace mierda/ Quién pudiera ser feliz acá”, admite Solda, para más tarde terminar con un estribillo agresivo y reverberado.
La evocativa y fugaz “Te quiero” es el umbral electroacústico de la segunda parte del disco. El burnout invade los sueños en “O qué“, donde la melodía de arcade del sintetizador se desprende y se acopla a los riffs de la guitarra y del bajo, pasándonos al siguiente nivel de desasosiego. “Cumplimos con ese rol, caímos al borde de lo peor/ y ahora estamos cerca”, entona Solda en “De lo peor“, mientras los yeites bluseros del fondo nos acercan al sol y al mar en una proyección escapista.
“Próxima estación: escuela militar”, anuncia una voz femenina al comienzo de “Sin amor“. Las botas pesadas y sincronizadas de una formación avanzan como el más fatídico de los presagios. Inmediatamente, el swing de las guitarras y la batería se lanza al ataque. “Qué más queremos hoy si todo lo que nos rodea es una bullshit”, entona Solda desde un vórtice distópico y angustiante, pero al rato expresa: “Qué más podré querer si para lo que necesito no me alcanza/ pero tengo tu amor, tengo tu amor”.
Y en el mismo instante en el que se consolida la noción de reparo surge la multitud enardecida. La manifestación del grito propio de resistencia: ¡apolish ais! La irrupción de lo colectivo como único antídoto de los estragos del presente. El otro como resguardo. En palabras de Solda: “lo que nos salva del mundo son los refugios que logramos con las personas que amamos. Ahí está la fuerza. Si no, no queda nada”.
Escuchá a Solda en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).