1. En escena son cuatro. El baterista parece estar siempre en cuero aunque tenga remera, el que hace los arreglos de guitarra está compenetrado y mira todo el tiempo sus manos, el cantante es particularmente inclasificable y el bajista es el más joven de la banda y cambia de peinado cada dos por tres. Todos parecen tímidos. Acaban de sacar su tercer disco, llamado La religión de los árboles. Suena como suenan en vivo. “Un relojito”, dijo alguien, pero la comparación se queda corta, porque los relojes son cosas que golpean del mismo modo todo el tiempo, hasta apagarse, y nos señalan las horas y nos sometemos a eso. El nuevo disco de Benigno Lunar es un reloj que habla de otro tiempo y de otro espacio, y al mismo tiempo habla de este tiempo y este espacio. Lo que sea que eso signifique.
2. El disco está compuesto por diez temas: sólido, sin fisuras ni altibajos. Imagínense un electrocardiograma sobre un disco: el resultado de aplicarlo a La religión de los árboles es que está vivo, cada vez más vivo, y puede cambiar de compás, hacerse balada o acelerar. Claro que tiene puntos fuertes, pero el caso es que a medida que uno lo escucha no está seguro si los puntos fuertes son los temas 2, 5 y 9, o los temas 3, 6, 4 y 10. La primera canción empieza con el sonido leve de una interferencia (como si alguien buscara en la radio), al que se suma la batería, y luego los acordes de guitarra, y luego los arreglos de la segunda viola y entonces la voz y el bajo, todo por escalas, como un avión aterrizando o los viejos y queridos temas de The Cure; la última canción termina con un órgano de iglesia, que sigue sonando mientras la voz y los instrumentos se despiden. Quisiera ser un huracán / y arrasar esta ciudad”; “Sos el bosque en que me pierdo / Hundiéndome”: eso es lo primero y lo último que canta Rizzo respectivamente, trazando así la historia de un tornado que atraviesa la ciudad hasta perderse en el bosque, interceptando las radios, alimentando el viento.
3. Podría escribir acerca de cualquier canción de las que componen el disco, como puede hacerse con los temas de los Beatles y Valentín y Los Volcanes. “La religión de los árboles”, por ejemplo, la balada que le da nombre al disco: es uno de los dos temas lentos que dividen el conjunto en dos partes, como si fuesen día y noche o, más bien, la siesta y la tarde. El tema nació de un poema de Eloísa Oliva, escritora y fan de la banda. “Nosotros adoramos a la lentitud / por eso / nuestro dios / es ese álamo”, dice. La forma sonámbula y religiosa en que la canta Rizzo, la contundencia de la letra, el mar o las ramas o la lluvia simulada de fondo, como cortina y antesala de la canción, el “nosotros” que parecería apelar a una secta o a una generación o a un colectivo o a un grupo de gente amiga: todo hace de esa canción una especie de himno. Claro que me encantaría pensar que es el himno de la época, que está escrito contra el caos, la velocidad, la forma horrible con que nos adaptamos a las cosas y caemos en una bola de nieve en la que cada nuevo acto justifica y sostiene el anterior. Pausa. Es un himno a la pausa. No es un himno a la naturaleza. Es un himno a la música, al hecho mismo de componer y hacer música. Es, también, una canción que podría apropiarse cualquier hinchada de cualquier equipo. Imagínense una parte del mundo durante un rato cantando eso. Acaso sería un lugar mejor, distinto, o más amable. Una plegaria. También es una plegaria.
4. Las canciones de Benigno Lunar están repletas de astronautas, pilotos, gente que sueña cosas raras, experiencias surrealistas, enamorados, viajeros y buceadores. Así como el conjunto de canciones nos va encantando y envolviendo poco a poco, comprendemos que quien habla en las letras de Benigno Lunar es una especie de astronauta-buzo que mira todo de lejos, pero no como un gran soberano o como un príncipe viejo, sino como un hombre-niño que puede sumergirse y mirar de otro modo desde adentro del agua, escuchar de otro modo al contemplar los árboles, nadar entre los malestares y síntomas de la época recordándonos que el tiempo pasa pero que queremos escuchar otra vez esa canción, balbucear y gritar a nuestro propio ritmo, inventar nuestras sitio.
5. Párrafo aparte para los arreglos de guitarra en las canciones del disco. El viaje, el viajero, es aquel que hace esos arreglos y que reinterpreta y redimensiona cada canción. En “Bruce Lee” (una especie de fábula japonesa-regionalista) los arreglos nos meten de lleno en el imaginario sonoro del mundo de los westerns y las pelis de acción: la segunda guitarra es un auto naranja paseando por la canción, en medio del polvo, a punto de colear, hasta que llega al solo y sale disparado. En “La canción de los días”, la apertura del disco, la segunda guitarra emula una lluvia, una llovizna sónica que cae sobre el tema. Apenas si son unos segundos, un par de notas, casi como si fuese el llamador de cristal de una puerta, y se va y luego reaparece, y anuncia la explosión de la canción, los coros épicos con que los Benigno Lunar empiezan a tomar vuelo. En “Problemas” se hace yeite, hit, es la vocecita que anuncia la legión, habla del camino con que un problema va creciendo, de los momentos en que nuestra cabeza brota la idea de partir, y luego la acompaña, sigue allí, de fondo, como una piedra, un ancla, un amuleto.
6. Las canciones de Benigno Lunar suenan a las canciones de Benigno Lunar. Me estuve preguntando durante días a qué banda se asemeja Benigno Lunar y se hace camino arriba. Y sin embargo le hacen un favor a esa palabra tan machacada llamada “Indie”. Si alguien me pregunta qué es Indie, y quiere referirse a un estilo musical además de a un modo de habitar el mundo, respondería orgulloso: “Benigno Lunar”.
7. Hay una canción que parece venir de otra parte, cuya lírica remite a otro lenguaje y a otra cosmogonía. “No quiere regresar” habla de ese momento en que los artistas hablan de sí mismos, se sienten impotentes, al borde del abismo. Es absolutamente antagónica, es el enemigo mismo de La religión de los árboles, habla de la ansiedad, de la dificultad para hacer canciones, de la imposibilidad de “terminar una historia”. Acelerada, poppera, resulta un extranjero o un invitado al conjunto. Pero al mismo tiempo es una foto, la decisión que tuvo la banda de mostrar “sus problemas”: sería un error pensar que sólo se refiere a una guitarra o a una canción, como sugiera la letra. La decisión de la banda fue incluir un tema en el disco que habla de la imposibilidad de hacer canciones, de la duda, de la pérdida de la fe (en una canción, y en todo). Es el momento de duda el que crea una religión, su misticismo.
8. Desde hace un año y medio Tomás Ferrero (23 años) integra Benigno Lunar. En el escenario, desde entonces, se ve a dos generaciones de músicos, próximas entre sí, formando parte de la misma banda. Esa historia de las nuevas generaciones vista en escena, componiendo la banda, es una forma también de recordarnos que no estamos ante una agrupación nueva, ante un primer disco, sino ante un proyecto consolidado, que logra su mejor obra. “Hacen canciones que uno puede apropiarse”, dice alguien al escucharlos, y tiene razón. Las canciones de Benigno Lunar invitan a cantar, a tararear, no sólo la letra, sino los golpes de batería, los arreglos de guitarra, los coros.
9. “Ordenar es el camino”, dice un cartel enorme cerca de casa. Es un cartel que el intendente y sus secuaces pegaron por toda la ciudad. No es una buena frase para iniciar el día. No es una buena ciudad ni una buena provincia para hacer música que indague y proponga nuevos modos de entender y de sentir. Una sensibilidad distinta, un orden distinto, un tiempo, un lapsus, un ritmo, una violencia, una sexualidad, una vida, una familia distintas. Villa María, la ciudad de la que es originaria Benigno Lunar y en la que residen varios de sus miembros, ha visto hace poco cómo cerraban las puertas de Mundo, un espacio del que se habían apropiado jóvenes ciudadanos para compartir, crear y producir algo que los hiciera sentir en casa, en el hogar. Un lugar donde poner las manos en el fuego, donde se puede ser anfitrión, espectador, sombra y a la vez invitado. Algo con que soñar o poder irse a dormir en paz. Los políticos de turno y los viejos abogados y los empresarios y la bola de nieve y la mar en coche triunfaron. Y sin embargo, ahí está La religión de los árboles que, como las buenas obras, ha sido armada ladrillo a ladrillo y es también una maquinaria de guerra. Un agujero. Un huracán. Otra dimensión.
10. Se ha visto bailar al cantante en escena. Levanta las manos como si fuese un avión. Tiene anteojos y quizás no lo sabe pero se parece a un piloto. Tomás se acerca al micrófono, es alto y parece griego: hace los coros mientras Emanuel mueve los brazos y la cabeza para todos lados y Guillermo, con la mirada gacha, totalmente concentrado, enciende lo que queda de la noche.
“Las canciones suenan distintas / cuando estás cerca”: así me gustaría terminar una canción de amor.
Benigno Lunar – La religión de los árboles
2012 – Ringo Discos
01. La canción de los días
02. Problemas
03. Bruce Lee
04. Amuleto
05. La religión de los árboles
06. Las canciones
07. No quiere regresar
08. Sin dormir
09. El temor
10. Sos el bosque