El rostro cándido e iluminado de Billie Eilish, con su pelo rubio y un look de los años cincuenta, confronta la apariencia de hija de Lucifer que lloraba lágrimas negras y portaba alas de gárgola. Muchos creerían que estamos ante dos discos visualmente opuestos, pero las primeras apariencias suelen engañar. Si bien las comparaciones pueden ser odiosas, a veces suscitan una interpretación subterránea que permanece velada a la ceguera provisional del momento. Una escucha menos superficial de Happier Than Ever, el segundo álbum de la artista pop norteamericana, revela cuál es verdaderamente el disco más oscuro, a pesar de que su noción se desdibuje en una primera impresión contraria.
A lo largo de dieciséis canciones, Eilish esclarece la ironía del título de su disco con una destreza poética que por momentos concierne a la individualidad de una súper estrella pop, y por otros despliega una denuncia universal que cualquier alma sensible puede convalidar. Gracias al ingenio de su fiel colaborador, productor y hermano, Finneas O’Connell, Happier Than Ever coquetea con un amplio abanico de géneros como el R&B, el soul, el jazz y el techno, confirmando la madurez y evolución integral del proyecto familiar durante casi una hora de pura reverberancia emocional.
“Las cosas que una vez disfruté, ahora simplemente me mantienen empleada”, canta afligida la cantante de diecinueve años en “Getting Older“. La cara oculta de la fama es una de las temáticas centrales del repertorio y Billie les habla con total franqueza a sus seguidores acerca de la dificultad que conlleva estar en sus zapatos, luego de haber transitado la adolescencia bajo la lupa peyorativa de gran parte del planeta. “Not My Responsibility” fue el primer destello del disco, un monólogo del cortometraje proyectado en sus recitales donde se muestra quitándose la ropa mientras se zambulle en un charco negro como la muerte. En él, Billie se refiere a la manía que tienen los haters de opinar sobre su cuerpo, algo que profundamente le costó superar, como bien sostiene en el track apertura: “Tuve traumas, hice cosas que no quería/ Tenía demasiado miedo de decirles/ pero ahora creo que es el momento”.
Es esta honestidad para abordar asuntos delicados de su intimidad lo que hace fascinante a Happier Than Ever. En “NDA”, cuenta la vez que tuvo que hacerle firmar un acuerdo de confidencialidad a un chico tras un encuentro casual de una noche. Incluso los más pequeños detalles de romances fugaces son una amenaza para la artista, ya que la confianza pende de un hilo cuando acosadores cibernéticos y tiburones periodísticos merodean a su alrededor para negociar una noticia. Al final del track, la base se conecta con otro de los singles y el más popular del álbum: “Therefore I Am”. Esta canción de pop electrónico sombrío, pero no por eso menos optimista, nos recuerda a su flamante antecesor, When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (2019). Con un guiño al pensamiento filosófico cartesiano, Billie critica a su expareja con uno de los estribillos más pegadizos de su carrera.
Consciente de la responsabilidad social que tiene al ser admirada por millones de fans, Billie hace valer su lugar poniendo sobre la mesa argumentos del debate feminista contemporáneo. En la pujante “Overheated“, realza su desprecio al hostigamiento mediático, y en “I Didn’t Change My Number” nos sumerge en una atmósfera hipnótica en pos de advertir el peligro que bordea a los vínculos tóxicos. Así también ahonda en “Happier Than Ever”, aludiendo a una ruptura sentimental y dejando entrever una de las máximas del empoderamiento femenino: “No me identifico contigo/ Porque nunca me trataría así de mierda”. Pero uno de los momentos más inquietantes del álbum brota con “Your Power”, una balada celestial despojada de artificios. Acompañada solo por una guitarra acústica, Billie canta acerca de sus propias experiencias asfixiantes para manifestar que la manipulación afectiva es en realidad sometimiento maquillado de enamoramiento.
En cuanto a la producción, los hermanos O’Connell abordan un desarrollo ecléctico de principio a fin. En el hit “Lost Cause”, la oda brasileña “Billie Bossa Nova”, los arreglos jazzeros de “My Future” y los paisajes oníricos de “Halley’s Comet”, la dupla logra un sonido apacible que acoraza la fragilidad de su lírica. Mientras que en otros hits inminentes como “Oxytocin” y “Goldwing”, nos adentran en un remolino de sintetizadores al pulso frenético de una rave.
En un lapso de dos años, alcanzar la mayoría de edad enredó para Billie Eilish la experiencia de tocar el cielo con las manos, a la par de una serie de eventos desafortunados y una crisis global que frenó la gira de la presentación de su exitoso debut. Tras meses de inactividad, nuevamente en el estudio del sótano de su casa, plasmó sus reflexiones en algunas de las canciones más penetrantes y melancólicas de su repertorio. El mundo post pandémico moderó el asolamiento con revelaciones que transparentaron el componente alegórico de When We All Fall Asleep, Where Do We Go? a imagen y semejanza de la cantante californiana. La cantante ya no trata de reflejar sus dolencias en una abstracción antinatural, sino que se encargó de relatar que la monstruosidad es un rasgo inherente a su tormentosa cotidianidad. El disco cierra con “Male Fantasy”, una de las escenas más elocuentes de la catarsis existencial, en donde la vemos enajenada en pornografía cantando con una desenvoltura desgarradora, desnudando por completo su corazón. Es el epílogo ideal a un disco confesional y sugestivo que denota, en esencia, la depuración de su estilo.
Escucha Happier Than Ever de Billie Eilish en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).