La melancolía estuvo presente en la música de Blur desde Leisure, su álbum debut de 1991. De hecho, en aquel disco había una viñeta psicodélica llamada “Birthday” en la que un joven Albarn ya reflexionaba con nostalgia sobre el paso del tiempo. A medida que los años transcurrieron, esa melancolía fue avanzando hasta convertirse en un elemento central para la banda británica. Ahora, con Damon Albarn cada vez más reflexivo y envuelto en rumores de separación de la madre de su hija era esperable que el nuevo disco de la banda desborde nostalgia, fragilidad y -por qué no- tristeza, tal como había pasado en los noventa con el álbum 13 marcado por la separación del artista con Justine Frischmann, cantante de la banda Elastica.
Esa profunda melancolía atraviesa The Ballad of Darren, cuyo título refiere a Smoggy, el querido seguridad que cuida y acompaña a Damon cada vez que sale de gira y cuya foto aparece en el interior del álbum. También se traspasa al plano sonoro, marcado por las baladas y los medios tiempos con arreglos cinematográficos y climas que no desentonarían en la última encarnación de Arctic Monkeys, pero tampoco en The Waeve, el hipnótico proyecto del guitarrista Graham Coxon junto a Rose Dougall.
“The Ballad”, la delicada pieza que abre el disco es el mejor ejemplo de esto: la voz dramática al piano con cierto tono bowiesco, los coros fantasmales de Coxon y su ya legendaria guitarra en su versión más sutil son elementos que junto a los arreglos orquestales marcan la atmósfera de la obra que se replicará en canciones como “Avalon”, “Russian Strings” o “The Heights”. Este clima reposado que nos conduce a una suerte de trance neblinoso de noches inglesas de lluvia y recuerdos de un tiempo mejor -como en esa especie de vals titulado “Far Away Island”- solo se rompe en algunos momentos puntuales que sobresalen por contraste pero también por brillo propio.
El caso más llamativo de esta ruptura es “St. Charles Square”, el momento más rockero del disco con un riff distorsionado de guitarras que nos trae una de las pocas intervenciones ruidosas de Coxon en el álbum y que remite directamente al viejo y querido Blur de mitad de los noventa. Sin embargo, a pesar de su turbulento y energético riff, cierto tono perezoso con el que Albarn decide aproximarse a “St. Charles Square” parece no terminar de hacerle justicia a un tema al que da la sensación que le faltó una vuelta de tuerca melódica para convertirse en un clásico del grupo.
En contraste, melodías son lo que le sobran a “Barbaric”, una refrescante muestra de pop perfecto con un beat que remite a Gorillaz, y que es el único momento bailable de un álbum indudablemente bello pero estático y nebuloso. Acá de pronto asoma el sol, el bajista Alex James parece estar en su hábitat natural y, a pesar de que la cada vez más grave voz de Damon cante sobre pérdidas, los luminosos arreglos vocales al estilo John Lennon en Double Fantasy vuelven a recordarnos por qué Albarn no desentona entre los compositores más grandes que dio el rock inglés.
La frágil “Goodbye Albert” es otro momento de soft rock que no debe pasarse por alto, con sus climas gélidos que recuerda al ambiente íntimo de trabajos solistas de Albarn como Everyday Robots, salvo por la guitarra juguetona de Coxon que termina por apoderarse del tema y logra que esa letra desesperada y suplicante -en la que el protagonista pide que vuelvan a hablarle y no lo castiguen por siempre- se vuelva más digerible.
El momento más alto del disco llega con “The Narcissist”, el primer corte que en el álbum funciona como un punto de quiebre ubicado estratégicamente a mitad de camino. Conducida por una lección de sutileza de guitarra eléctrica indie a cargo de Coxon -quien vuelve a meter sus coros etéreos-, esta canción es otra de esas melodías de Albarn destinadas a trascender el paso del tiempo. El cantante mira hacia atrás y recuerda sus adicciones y lo difícil de escaparse de ellas con un sentimiento agridulce. La canción encajaría tranquilamente entre “Beetlebum”o “Country Sad Ballad Man” de su disco homónimo de 1997.
Los seguidores de Blur seguro habrán encontrado en el arte de tapa de The Ballad of Darren un guiño a The Great Escape, el disco de 1995 en cuya portada se veía una foto de un grupo de jóvenes atléticos en una lancha y a uno de ellos lanzándose al mar. Dentro del álbum, la imagen se completaba con un tiburón que lo esperaba hambriento. De manera similar, en el nuevo álbum vemos una foto de una pileta de la ciudad escocesa de Gourock que está ubicada junto al mar. Se ve a un nadador solitario en la piscina, la silla del bañero vacía y justo detrás llega a verse un cielo que anticipa una gran tormenta con el salvaje mar escocés de fondo.
Esta idea de la seguridad de nadar en la pileta, teniendo el inmenso y bravío mar detrás, puede abrir varias conjeturas. Una de ellas es que el grupo, atravesado por las tormentas personales de su mayor mente creativa y por el infrenable paso del tiempo, elige lanzarse a nadar en aguas incómodas y desconocidas más allá de algunos mencionados guiños al pasado que parecen más un mensaje cómplice para sus seguidores -como cuando Damon grita “Oi!” a lo “Parklife” en “St. Charles Square”- que una decisión conceptual. El noveno disco de Blur está lejos de intentar recrear el sonido de los tiempos de gloria del grupo y propone un nuevo recorrido por un neblinoso paisaje musical.
Escuchá The Ballad of Darren en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).