Tierra en trance, el debut de Punto y Pacífico recientemente editado por Yolanda Discos, es uno de los mejores discos argentinos del último tiempo: un álbum capaz de elevar a quien escucha hacia donde solo la música accede. Ya desde el nombre, el proyecto del bonaerense Francisco Zuleta se anuncia como un espacio liminal. Punto y Pacífico se sitúa en una coordenada específica, inexplorada pero fértil, todavía descolonizada: en ella intersectan toda clase de duplicidades, de cuyo contacto se desprende un sonido propio en términos de identidad artística. Un sonido nuevo, que podría describirse de modo reduccionista como pop latinoamericano a través del prisma experimental de Oneohtrix Point Never y la sofisticación tímbrica de The Neptunes. Si hay una vacante disponible para el A.G. Cook latinoamericano, Zuleta es un excelente postulante.
A servicio suyo está la proficiencia técnica de Moreu, alias del productor Guido Moretti, quien mezcló y masterizó Tierra en trance además de colaborar en la composición de algunas canciones. Con apenas unos discos a cuestas, entre ellos Terso de Vera Spinetta y el esperado segundo álbum de Coghlan, Bossa Buenos Aires, Moretti está comenzando a perfilarse como el posible artífice del indie argentino en la alborada de esta década naciente.
Hay algo, dicho sea de paso, que hermana a Punto y Pacífico con Coghlan, al margen de la presencia de un productor compartido (hecho que, de por sí, ha asentado históricamente similitudes energéticas e inexplicables entre discos lanzados en simultáneo). Donde Coghlan persigue una onda posible para Buenos Aires, Punto y Pacífico homenajea al cineasta brasileño Glauber Rocha, que famosamente fundó el cinema novo como respuesta al imperativo de alivianar el aburrimiento del joven burgués. Hay, finalmente, intenciones manifiestas de una subcultura en búsqueda de la novedad.
Tierra en trance es un disco extremadamente digital, no hace falta escuchar más que un compás para darse cuenta, pero la subversión está en el acogimiento de la primera persona. Mientras el IDM de Warp Records exigía, en su profesa horizontalidad, que todo sesgo de identidad sea subsumido y desdibujado bajo nóminas crípticas; y mientras el híper-pop está embebido del desapego irónico, cooler-than-thou de la cultura memera; tanto Zuleta como Eugenio Carlés (la mente detrás de Coghlan) son personas sintientes que se sirven de técnicas modernas con el único propósito de realzar su costado más explícitamente humano. Una pata en la vanguardia y otra en el romance. ¿Nació la hiper-canción argentina?
En lo concerniente a lo lírico, Tierra en trance parece fragmentarse entre la celebración de la juventud metropolitana y la reflexión sobre los sentires del cuerpo. La poesía del disco remite a las inquietudes de los mejores Animal Collective, cuando cantaban sobre entumecimiento emocional en el mundo moderno y la preservación de la curiosidad como brújula hacia delante. “En trance”, la canción que inaugura la escucha, encuentra a Zuleta alentando a un interlocutor drenado por su rutina: lo hace, claro, sobre una melodía glitcheada y una percusión abrasiva. “Fijate vos si este mes llegaste a hacer bien todo lo que vos querías”, interpela más tarde en la barroca “Copia oculta”. Con mayor contundencia se impone la pegajosa línea melódica de “Altos instintos”, mientras que el costado hitero se encauza en los latiguillos de “Canta la noche”: el “por eso” que antecede al segundo estribillo, por ejemplo, es pura maestría pop.
Desde hace años, en Argentina parece haber nociones muy rígidas sobre aquello que merece ser escuchado: reciclajes de Phoenix, indie sobre Messi, traperos efervescentes y talento femenino que solo es celebrado cuando se masculiniza. Punto y Pacífico apunta hacia un futuro posible para la música nacional, listo para andar y brillando fuerte.
Escuchá Tierra en trance de Punto y Pacífico en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Apple Music).