Call Me If You Get Lost nos devuelve al rapero testarudo, confrontante y subversivo que había sido camuflado por el encanto del neo R&B de sus últimos discos, listo para llevarse todo por delante y mostrarse intacto. Desde Cherry Bomb (2015) que Tyler Gregory Okonma no arremete con un repertorio tan denso, versátil y caprichoso como este, un disco de dieciséis canciones capaz de amalgamar su verborragia cáustica y elegancia melódica con elementos del synth pop, el jazz y la balada soul, en un vómito efusivo con reminiscencias unipersonales y, por qué no, de los cimientos de los géneros musicales que profesa portando una corona hecha a su medida.
El disco está diseñado en un formato particular que retrotrae la tradición estética del hip hop: el mixtape. Un abordaje ininterrumpido que alude al modus operandi de los DJs, exprimido por los raperos más relevantes en pleno auge de los años ochenta. Pero esta evocación sonora no apunta al libre albedrío, sino que sustenta el peso de la historia. Luego de haber acaparado un sinfín de elogios con el celebrado Igor (2019), Call Me If You Get Lost reúne a algunos de sus antiguos colegas y allegados al colectivo artístico conocido como Odd Future en una recia y exorbitante declaración de principios para compaginar los destellos de la memoria en actualidad.
El productor abanderado del mixtape, DJ Drama, afamado por ser uno de los padrinos del gangsta drill, es el encargado de correr el telón de esta pieza profundamente autobiográfica con “Sir Baudelaire”. Cansado de llevar impregnado el aroma primaveral de Flower Boy (2017), Tyler se dejó seducir por el perfume letal de Las flores del mal y se apropió del apellido del poeta maldito francés para originar un nuevo alter ego con un espíritu transgresor semejante que vuelve a presentarse en la delirante “Corso”. La nostalgia por la costa oeste norteamericana emerge en “Manifesto”, la novena canción, con el rapero Domo Genesis al frente alborotando el desahogo de las provocaciones que crucificaron al excéntrico vocalista durante el preámbulo de su trayectoria. Un track desafiante y progresivo que demuestra que Tyler no tiene pelos en las lengua para decir todo lo que pasa por su cabeza.
Tras haber intervenido en Cherry Bomb con “Smuckers” junto a Kanye West, y posteriormente en “Droppin’ Seeds” de Flower Boy, Lil Wayne reaparece en “Hot Wind Blows”. Ambos referentes de la movida estadounidense vuelven a aunar fuerzas en una entrega singular que nos desconcierta apenas comienza la melodía de una flauta medieval. El track nos adentra en un remolino provocado por un flow electrizante que va siendo arengado gradualmente por la mística de unos coros esotéricos.
La incorporación de vientos no suele abundar en las producciones del género, sin embargo la magia que aportan este tipo de instrumentos a canciones como “Safari” o “Runitup” no dan lugar a dudas de su efectividad. El featuring con Teezo Touchdown es otro ejemplo apropiado para argumentar que la rigidez de los paradigmas es equivalente a la de un castillo de arena: el crecimiento de la marea significa una amenaza para cualquier modelo conservador. En la escena nacional tenemos un caso reciente que veneramos meses atrás al oír los arreglos andinos que suenan en “Malbec”, la flamante colaboración entre Duki y Bizarrap.
Otra figurita repetida es Pharrell Williams, quien también tiene un par de antecedentes en la carrera de Tyler, The Creator: “Ifhy” en Wolf (2013), “Keep Da O’s” en Cherry Bomb y “Enjoy Right Now, Today” en Flower Boy. Ahora el mentor del influyente dúo The Neptunes se luce acompañando a Lil Uzi Vert en uno de los cortes del álbum, “Juggernaut”, una canción traqueteante que presume un estilo de vida ostentoso para dar cuenta que el vacío existencial no se llena despilfarrando dinero, sino que hay heridas que no cesan de sangrar y, por ende, el absurdo es la forma idónea para interpretar la inviabilidad de la idiosincrasia terrenal.
A raíz de esta junta en galardonada, se mencionó el carácter autobiográfico de Call Me If You Get Lost, no obstante tal condición no se limita a la inclusión de agentes externos, ya que sin contemplar la interioridad del autor la definición queda incompleta. No es casual que haya optado por la austeridad de utilizar su pasaporte en la portada, dado que las travesías multiterritoriales son más que importantes para perpetuar su identidad cuando físicamente solo quede el polvo que ni el vendaval más furioso va a poder arrastrar en consecuencia de su trascendente sobrecarga ornamental. Call Me If You Get Lost despliega todas las aristas conceptuales del viaje: apostando al sentido literal con distintas referencias a ciudades en “Juggernaut” o “Massa”, como también al sentido figurado al poder inducir la metáfora de una puerta de entrada a los rincones más recónditos de su alma.
“Massa” es uno de las piezas centrales del repertorio, por un lado porque tiene la frase ilustrativa de la fachada (“Mi pasaporte es el más valioso”) y por el otro porque sorprende con la arrebatada elocuencia que carea el extenso y sinuoso sendero que lo condujo a la fama. Entre alusiones constructivas de sus logros, los laureles ventilaban los secretos de su entorno. En “Massa”, relata que durante la odisea tuvo que mantener los ojos bien abiertos para no desviarse, que tuvo que ser precavido porque incluso cuando se tiene todo es posible perder las esperanzas.
En la pluma cruda y despiadada del artista fluyen transiciones psicológicas y matices de color que profundizan el grado de la poética sacando a flor de piel las inseguridades, el cinismo y la afinidad que dan letra a su testimonio. Tyler se encarga de sondear los abismos de su esencia y nos recuerda su benevolencia sacando a la luz la anécdota que su madre vivía en un refugio mientras “Yonkers” se volvió un éxito rotundo. “Cuando la saqué, ese fue el momento en que supe que lo había logrado”, reflexiona entre líneas con una soltura descarnada que conmueve hasta las lágrimas.
Pero Call Me If You Get Lost no trata solo de ropa cara, alhajas de oro y autos lujosos, ni tampoco de exploraciones subjetivas, sino que además versa sobre viajar a tiempos remotos para apelar a los registros de sus antepasados con el objetivo de revolver las entrañas de la humanidad con una mirada crítica. “Látigos sobre látigos mis ancestros se echaron atrás”, canta en “Lumberjack” remitiendo a los períodos esclavistas de la sociedad estadounidense con la bronca fehaciente al discernir las brasas de la discordia todavía ardientes. La brutalidad de los látigos reside en forma de balas y su frivolidad en cualquier acto de marginación, mientras que la tiranía pasó a las manos de los gobernantes, la industria y la policía. Con remembranza e ironía, Tyler reabre la polémica sobre una cadencia entrecortada por la resonancia de los graves a fin de romper definitivamente las cadenas que diversifican la violencia del racismo en la actualidad. Tal como lo dejó por sentado en el discurso que dio en los Grammys: la exclusión tiene un carácter camaleónico e inestable.
Gracias a la estructura del mixtape, Tyler puede introducirnos en el cuento de nunca acabar, dentro del cual es el único protagonista que va saltando de escenario en escenario dialogando con personajes secundarios acerca de sucesos pintorescos. El extenso recorrido concierne desequilibrios de todo tipo: anímicos, melódicos y hasta se da el permiso de retozar sobre las duraciones para descoyuntar las expectativas. Si bien la gran mayoría de tracks apenas alcanzan los tres minutos, hay momentos fugaces que no necesitan de tanto espacio para dejar en claro su magnitud. “Lemonhead”, “Blessed” y “Wusyaname” son canciones efímeras con efecto prolongado que traslucen el humor ácido que caracterizó los primeros pasos de su carrera. En el caso de la tercera, denota su caparazón espinado, exhibiendo el sarcasmo involuntario cubierto del brío carismático que atenta contra la ética con lo que está contando.
Del igual modo que hay piezas que rompen la simetría por su brevedad, están las que discrepan justamente por lo contrario. “Sweet/I Thought You Wanted To Dance” es una canción sensual y tornadiza, quizás la más cercana a Igor en cuanto a su armonía luminosa y el semblante purificador. Diez minutos de pura liberación desinhibida que modifica su temperatura con cambios de beats, pasando de la vibra estimulante de una slow jam a la calidez vespertina del reggae. Mientras que en “Wilshire” se toma más de ocho minutos para dejar fluir su conciencia con un método catártico que suelta barras con una finalidad purgante. La anteúltima canción exterioriza la maestría y precisión de Tyler, no solo como el sensacional rapero que conocemos, sino como uno de los narradores más singulares de nuestros tiempos al demostrar su perspicacia para diseminar su temperamento en una corriente desenfrenada de versos explosivos.
Una década después de la aparición de Goblin (2011), su flamante y controversial debut, Tyler, The Creator hizo patente la compasión por aquel enfant terrible del hip hop al no desterrarlo por completo luego de las críticas recibidas para hacerlo prosperar rejuvenecido. El sexto trabajo discográfico del cantante y productor no deja lugar a dudas que se trata de la disolución de su pasado en una faceta restaurada con el filtro innovador de Flower Boy y, por supuesto, del emblemático precedente de tapa rosa. A sus 30 años, el astro californiano lidia con todo lo ocurrido sin dar un paso al costado, mucho más maduro, sagaz y afilado en pos de pregonar una bocanada de aire fresco y remendar su hostigamiento. “Dedicado a los que odian, a los no creyentes y a los descontentos”, balbucea en “Rise!” tragando saliva para revocar el intervalo del detrimento que tanto extrañábamos.
Escuchá Call Me If You Get Lost de Tyler, The Creator en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).