Será por su forma de encontrar poesía cuando todo se desmorona, o la confianza de abrir una puerta hacia lo más profundo de su interior para desnudar su espíritu canción tras canción. Tal vez sea porque su poderosa voz de barítono acompañada por una guitarra caprichosa es capaz de resquebrajar vidrios y corazones por igual. Incluso puede ser el acto de depuración del arte en el que no importa nada más que lo que duele, lo que aprieta, lo que nos lleva a un lugar lejos del cuerpo para escondernos. Algunas de estas razones pueden explicar la ascendente carrera del cantautor mexicano Ed Maverick, quien en los últimos años se ganó la atención del público hispanohablante con un puñado de canciones que lo derivaron a ser reconocido bajo el seudónimo del “embajador de la nostalgia pop folk”.
Maverick plantó su primera semilla en el circuito musical con el demoledor Mix pa llorar en tu cuarto en 2018. Rápidamente creció hasta alcanzar una altura colosal más cerca de las nubes que de la intimidad propia del encierro que nutrió su temple lo-fi. En tiempos de saturación informativa, un trabajo tan minimalista y visceral lo catapultó a presentarse en festivales de la talla de Lollapalooza y Coachella. De sobrevivir las tormentas en su habitación hacia nadar en el mar de estrellas que se apagan entre la multitud, el joven originario de Delicias, Chihuahua, se desangró en baladas ensoñadoras que fluyeron a cuentagotas desde “Fuentes de Ortiz” y “Acurrucar” hasta empapar, ensombrecer y ensanchar el aura tornasol de El madrileño con su participación en “Párteme la cara” junto a C. Tangana. Más recientemente, Maverick formó Los Milagro, banda conformada por Daniel Quién y el productor Wet Baes.
Eduardo (2021), su tercer y más reciente disco, entraña dolor, bronca, confusión, sabiduría, y una transformación asombrosa. No lleva semejante titular en vano. Lánguido pero no marchito, es la síntesis de un gigante porvenir artístico y, al mismo tiempo, un intento desesperado por capturar lo esencial del presente. “Personalmente, entiendo la música como fotografías”, cuenta Maverick en conversación Indie Hoy acerca del vehemente sucesor de Transiciones (2019). Con toda su carga de existencialismo, experimentación y sentimentalismo, Eduardo es, a su vez, una radiografía de su alma que busca eternizar la fugacidad de la belleza en un retrato nostálgico y desgarrador.
Antes de presentarse por primera vez en Argentina el viernes 2 de septiembre (“Desde 2019 que quiero ir a tocar allá, al fin se va a cumplir algo que deseo desde hace tres años”), hablamos con el joven artista acerca de la fotografía, las transiciones, la nostalgia, el crecimiento, la memoria y mucho más.
Tu visita a Argentina coincide con el mes del aniversario de la muerte de Daniel Johnston. Conociendo tu obra, se puede interpretar que “Hola, cómo estás?”, la canción apertura de tu álbum Eduardo, es una especie de guiño y homenaje al cantautor estadounidense. ¿Recordás cuándo fue la primera vez que conectaste con su música?
Daniel Johnston me tocó en una etapa que yo me sentía bien perdido y no entendía mucho qué estaba pasando. Era 2019 de hecho, y yo estaba en Ciudad de México. Sentí una transportación a un momento muy específico en la vida de alguien. Se escuchaba un folk todo muy triste pero spooky a la vez. Me daba como vibes de “a la verga”, como una disociación bien extraña en su momento. Iba muy acorde a todo lo que me estaba pasando. Esa sensación específica de disociación, de escuchar a Daniel Johnston y decir “está triste, pero también está en un punto muy serio de este pedo”, dentro de su simpleza y lo weirdo que puede sonar. Es muy raro, lo conocí justo con el Hi, How Are You?.
Ya pasaron más de cuatro años de tu disco debut Mix pa llorar en tu cuarto. Siendo alguien que se dedicó a traducir la nostalgia en melodías, ¿qué sentimientos te trae volver a escuchar este trabajo en retrospectiva?
Siento que cada disco es una foto enmarcada de un momento específico. Yo la vuelvo a ver y no me gusta tanto, por la forma en que está grabado, siento que pude haber tenido un poco más de ambición. Pero a la vez es una foto muy sencilla y muy linda también. Es como esas fotos de Facebook que no te gustan volver a ver. Todo lo que pensabas, lo que decías y cómo, todos esos símbolos significan algo al final día. No disfruto tanto de escuchar ese disco, pero entiendo el significado de lo que pasó y lo que significó para muchas personas. Fue como cerrar un momento de juventud donde todo parecía más sencillo porque no todo te hacía tanto ruido. Pero lo simple, como los sentimientos, te puede pegar muy duro. Obviamente me sigo sintiendo joven, pero estoy alejado de esos momentos de juventud, ya no los siento más porque mi vida no es la de una persona de 21 años. Mi percepción de la música era menos caótica, no trataba de complejizar todo. Ese disco me recuerda cosas muy bonitas, muy simples y tranquilas. Ahora la vida es más compleja y ya no hay tanta cabida a ese tipo de momentos, sentimientos de paz y claridad como los había en ese entonces.
Por la misma línea de tu analogía, ¿cómo sería la fotografía de tu siguiente álbum, Transiciones?
Es una transición tal cual. Ese disco para mí representa el movimiento, el ver qué pasa. Estaba en un momento de fiesta, viviendo en Ciudad de México. Habiendo vivido toda mi vida en Delicias que es un lugar bien tranquilo, Ciudad de México era muy caótico y estruendoso la mayoría del tiempo, hay mucho bullicio. Y el silencio es algo que considero muy importante para mi día a día, necesito silencio y tranquilidad. Fue una época transicional de ciudad chiquita a ciudad gigante, una metrópolis. Siento que es una fotografía muy seria, pero también volátil. Es una época donde no tenía una identidad y estaba buscando una nueva. Eduardo, por otro lado, siento que es una foto que si bien sigue en transición está empezando a agarrar forma. En algunas partes se vuelve medio metafórico, hay muchos silencios y especificaciones inmiscuidas de fondo que estuvieron muy pensadas, pero en Eduardo la foto es más sólida, está agarrando más cuerpo y volumen.
¿Por qué dirías que Eduardo es un disco que trasluce tu crecimiento artístico?
Tiene que ver con la producción. Quise hacerlo en un buen estudio, lo produjo Camilo Froideval, un productor argentino. Él ha hecho mucha cosas muy pasadas de verga y ahora hace muchos soundtracks de cine. Eso tiene mucho que ver con su trabajo en Eduardo, por eso quise trabajar con él. Quise explotar todo lo que me concierne como persona y mi contexto actual, sónica y líricamente. Todavía está agarrando forma, siento que ahora puedo hacer algo más sólido, pero esa foto me gusta mucho. Es un proyecto del que estoy muy orgulloso, lo puedo escuchar ahora mismo y no me da cringe. Siempre tiendo a sentir cringe cuando escucho mi propia música, y con Eduardo no me pasa. Eso es increíble.
En Eduardo amalgamaste nuevos elementos en tu sonido, manteniendo la esencia de tus raíces. ¿Cuáles son tus mañas compositivas?
Siempre estoy escuchando música y trato de ver lo que está pasando ahí afuera para entrar en conversación. Soy una esponjita de todo lo que escucho y de todo lo que veo. Es importante tratar de empatar con las ideas de otras personas, porque al final del día, así funciona la música, como una réplica. Claro que uno trata de sacar lo mejor de sí dentro de toda esa conversación, de hacer algo que no se haya escuchado de esa misma forma antes. Es una satisfacción encontrar formas nuevas de hacer música todo el tiempo, probar lo que sea, porque me gustan muchos estilos, soy muy ecléctico en la forma que escucho la música y se refleja mucho en lo que hago. Explorando varias fases es primordial para mí, pero también me gusta revisitar mis raíces, la música que me gusta, y tratar de complacer esas dos partes. Porque cuando tratas mucho de hacer algo nuevo se puede perder un poco. Siempre hay que tratar de tocar bases.
Además de la música, ¿qué otras cosas te influencian?
Sinceramente, no me enfoco tanto en otras cosas más que en la fotografía y el dibujo. Me gusta mucho la composición, todo lo que conlleva cierto tipo de fotos. Y estoy todo el tiempo dibujando, no formalmente, pero sí esbozando cosas. Soy muy atento con muchas cosas artísticas, me gusta poner atención y que las cosas me impresionen, lo que veo, siento y escucho. Busco absorber sensaciones fuertes que me inspiren.
Ya que hablaste tanto en relación a la fotografía, ¿cómo elegiste la foto de la portada del disco?
Es justo por la filosofía de la foto, siento que es por el hecho de que la vida tiene subidas y bajadas. Es una foto mía en mi momento más autodestructivo; suena muy fuerte pero fue así. Al mismo tiempo, era un momento de aprendizaje, crecí y nunca lo había sentido tan fuerte. Todo el tiempo intento aprender cosas nuevas de la vida. Sé que no es tan fácil, pero hay momentos en los que puedo diferenciar y notas si estoy progresando en algo. Ese disco al menos conmigo es eso, cómo me siento, cómo me conozco y cómo estoy viendo, qué me gusta y qué no me gusta de la vida.
¿Como una forma consuelo o redención?
Claro. Por eso soy yo mismo hateándome, con el cabello largo porque era en el momento que más descuidado me sentía, era una etapa muy dark para mí. Por eso estoy en el medio con el espejo desnudo, básicamente abriéndome hacia el público con cosas muy personales. Podría hablar de cosas súper identificables, pero también me gusta expresar cosas que realmente vivo, porque de eso va mi música. Ya no vivo tanto la cuestión del desamor de una manera general, sino en una cuestión más específica de tener comportamientos que van desde patrones hasta traumas de la infancia, y todo lo que eso conlleva. Al menos esa es mi reflexión con la primera parte del disco: cómo suceden las cosas y por qué, y cómo eso nos termina haciendo daño a nosotros mismos.
Ed Maverick se presenta el viernes 2 de septiembre a las 20:30 h en Teatro Vorterix (Av. Lacroze 3455, CABA), entradas disponibles a través de Allaccess. Escuchá Eduardo en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).