Gerard Alegre no esconde su entusiasmo cuando le preguntan por la novela que empezó a escribir a los 18 años. En aquel relato de tinte postapocalíptico, una aldea antigua quedaba destruida por un rayo luego de una tormenta. Su único habitante moría incendiado, y solo sobrevivían algunas ovejas. Bastante alejado del pop límpido y confesional que impregna los nueve tracks de Juro y prometo, tercer larga duración de El Último Vecino, el proyecto musical que el barcelonés lidera desde hace casi una década.
“La historia iba a ser que, como esas ovejas no tenían ninguna guía, acababan pasando de la ficción a la realidad y llegaban al cuarto donde yo estaba escribiendo la novela”, explica Gerard en conversación con Indie Hoy. Pero en vez de sentarse a esperarlas, decidió trazar su propio derrotero.
Su obsesión por componer la canción pop perfecta, principal combustible creativo de El Último Vecino, no surgió de un día para otro: “De pequeño siempre pensaba: yo debería hacer canciones, porque era lo que más me gustaba en el mundo”. Se entusiasma otra vez, y concluye: “simplemente me atreví a hacerlo”. Pero el verdadero gesto heroico de Alegre radica en rechazar cualquier tipo de postura cool o discurso idealista, y en cambio, ser capaz de hablar abiertamente sobre el bloqueo creativo contra el que tuvo que batallar, casi como un exorcismo, para poder volver al ruedo sin hundirse en sus inseguridades. Mucho tuvo que ver en este proceso la guía del productor catalán Adrià Domènech, más conocido como InnerCut.
Seis años después del aclamado Voces, El Último Vecino vuelve a la casilla de salida para tomar otra dirección. El resultado: su trabajo más sincero y luminoso hasta la fecha, aunque sin dejar de lado esa nostalgia new wave tan marca de la casa. “La idea es hacer unas fiestas de presentación con otros artistas, con globos, con mucho humo, así como Top of the Pops, ¿sabes?”, cuenta Gerard respecto a la gira que encarará próximamente junto a su banda por España y México. Sin duda, el compromiso con esta nueva etapa será total.
Pasaste de escribir ficción a expresar tus emociones sobre un escenario. ¿Sentiste la necesidad de hacer catarsis, o de dónde brotaron esas composiciones?
Cuando empecé a componer estaba metido en una relación amorosa, no diría complicada, pero sí muy intensa. Entonces hablaba de eso en las canciones, era lo que me salía. En realidad siempre he escrito sobre eso. La novela la empecé un poco antes de estar inmerso en esa relación.
Entonces tiene sentido que hayas mantenido una conexión entre esa historia y el nombre de tu proyecto musical. ¿Pensaste alguna vez en retomar la novela?
Sí, muchas veces. Pero me da palo.
No tenés problema en mostrarte vulnerable, eso es una virtud. ¿Cómo te llevas con la opinión ajena?
Que opinen, es gratis. Eso sí, para lo que es componer y todo ese proceso, la verdad que me gusta mucho trabajar solo. Me da la sensación de que si lo hiciera con alguien entraría en guerra con esa persona.
Con Adriá no habías trabajado anteriormente. ¿Cómo funcionó esa dinámica?
A la hora de producir es diferente, ahí ya te lo tomas de otra forma. Con él me ha ido súper bien, tuvimos que conocernos muy rápido, pero hicimos muy, muy buenas migas. Incluso lo hemos hablado, algún día haremos un proyecto juntos desde cero. Pero lo que creo que hemos conseguido ahora es regresar a la casilla de salida y tomar otro camino, así me siento mucho más cómodo. Aparte de tener un gusto musical exquisito, a nivel de ingeniería de sonido es un crack. Pero lo que ha hecho mejor Adriá, en realidad, es hacerme de médium.
Una especie de guía espiritual, un productor a veces también es eso.
Es que sí, Adriá ha salvado El Último Vecino. Hasta antes de trabajar con él yo no tenía ni idea de lo que quería, estaba en una crisis creativa brutal. Venía intentando hacer canciones un poquito más distintas como “Nostalgia” o “Qué caro”, que me gusta como han quedado, pero no me identifican del todo. Muchas de las sesiones de producción consistieron simplemente en hablar, y resultó, porque después de conversar largas noches, largas horas, Adriá consiguió arrancarme la idea que yo tenía y que no me atrevía a realizar. Básicamente era dejar de pensar, abrir el grifo y que saliera lo que siempre había tenido dentro.
Su trabajo está bastante vinculado a la escena urbana, ¿te interesaba trasladar algo de eso al sonido del disco?
Me parecía muy chulo no seguir los patrones de lo urbano, pero sí aprovecharme un poco, por así decirlo, de una persona que supiera manejar esos sonidos. Lo que mola también es que ambos somos más o menos de la misma edad, entonces no es alguien que solamente haya escuchado urbano. Él tenía muchas ganas de producir un disco de pop y eso se nota.
¿Con “Ábreme la puerta” encontraste esa canción perfecta que buscabas?
Creo que aún no, porque si hubiera encontrado la canción pop perfecta, ahora te estaría hablando desde un helicóptero de oro [risas]. No, pero no por eso. Sino porque creo que es mejorable. Por ejemplo, ahora la escucho y pienso “hey, aquí podría cambiar la letra”, etcétera…
¿No serás demasiado exigente?
Soy tan, tan exigente que soy capaz de estar dándole vueltas a una misma canción durante tres años antes de sacarla. Mis representantes y mi sello han estado a punto de mandarme a la mierda unas cuantas veces por saltarme los deadlines.
Así y todo, lograste superar tu bloqueo creativo y grabar un disco. ¿Con “Niño discúlpame” buscabas sanar ese vínculo entre el adulto racional y el aspecto más lúdico de tu personalidad?
Me da la sensación, o al menos es lo que me ha pasado a mí, que hasta cierta edad tú convives con esa criatura, ese niño o niña que todos llevamos dentro. Pero llega un momento en el que, quizás por los celos, las comparaciones, la competitividad… vaya, porque te vuelves un imbécil, te olvidas de esa personita. Hasta que de repente un día, cuando estás medio dormido, en ese estado entre el sueño y la vigilia, ves que viene un niño caminando hacia ti. A medida que se va acercando, te ves representado en él, en plan: “¡Ostia, es Gerard de pequeño!”. Entonces te toma de la mano y te pregunta: “Gerard, ¿dónde has estado todo este tiempo?.
¿Te sucedió así, tal cual?
Sí, fue un momento mágico. Antes vivía comparándome con otros artistas, lo que más me importaba en la vida era “este artista es más joven que yo, tiene más likes, toca en mejores sitios…”. La verdad que no me reconocía, porque cuando empecé con el grupo sí que tenía una confianza en mí mismo brutal. De repente, ocho años después, me percaté de que estaba como mirando de reojo a ver qué hacían los demás. Menuda porquería. No sé si hay mucha gente a la que le pase esto y tal vez no lo diga, pero lo cuento porque me parece importante señalar que ese es un mal camino. Podría haber sido más inteligente y separarme de esa sensación, pero también es verdad que el mundo de la cultura, el de la música concretamente, está montado de una forma que te lleva a competir con todo el mundo. Cuando esa situación ya me estaba pasando factura a nivel de salud, entonces apareció el mini Gerard.
¿Y qué es lo que jura y promete esta nueva versión tuya?
Es como una reiteración de que voy a decir la verdad. Me parecía guay justamente por todo lo que estamos hablando, porque este disco es muy sincero. Todo ha salido del corazón. No hay ni una melodía ni un sonido que esté forzado. Realmente este disco lo he hecho para que me guste a mí, al niño que llevo dentro y a ti. Si tiene que ser para algo, que sea para eso.
¿Decías que la portada también surgió de un sueño que tuviste?
Recuerdo flashes, pero sí, soñé algo parecido a la portada. Creo que el sueño era en sepia. Luego, mi amiga Neelam, con quien tengo una suerte de matrimonio artístico ahora mismo, lo ha sabido plasmar. También hay alguna referencia al videoclip de “You’re My Best Friend” de Queen, que están en un cuarto lleno de velas. Me imaginaba algo así. Incluso pensé en que la vela que está en primer plano, por el calor, deformara la imagen de la cara… no sé, bueno, un sueño.
Más que sueños, son revelaciones.
Es que sí, muchas veces aparecen cosas tan buenas que no somos capaces de reproducirlas. No es por chulear, de verdad, pero juro que estando a punto de dormirme me vienen como unas melodías a la cabeza, composiciones mejores que las de Paco de Lucía.
Todo eso debe quedar almacenado en algún lugar. “Mentirosa”, por ejemplo, tiene cierto aire flamenco…
Sí, las melodías vocales emulan al flamenco todo el rato. No sé por qué, pero llevo el flamenco dentro. Y eso que mi familia no es flamenca, ni del Sur, ni de Andalucía ni nada. Yo creo que me viene por El Último de la Fila, que es un grupo que he escuchado toda la vida y mis padres han escuchado, y tenían como ese ramalazo flamenco. Soy una persona tranquila y romántica, pero tengo como una especie de flamenco punk dentro.
Hablando de flamenco punk, tu performance en vivo transmite muy bien esa dualidad.
Pues ahora he mejorado, eh [risas]… veo algún video de hace seis años, y los movimientos o el baile son un poco distintos. Pero sí, estar en un escenario me gusta mucho. Me acabo de dar cuenta de que probablemente me sienta inmortal en cierta forma. Pero no a nivel superhombre, sino una inmortalidad más zen, por así decirlo.
¿Tuviste que trabajar para llegar a ese estado, o lograste desinhibirte de entrada?
Me acuerdo que cuando era pequeño ponía canciones de El Último de la Fila, o de Queen, cerraba la puerta del cuarto y hacía playback frente al espejo. Entonces la primera vez que me tocó subir a un escenario me dije “haz lo que hacías cuando eras pequeño allí, que era lo que realmente te salía y te gustaba”. Lo hice, me lo pasé muy bien, y dije ya está. A partir de ahora voy a comportarme como un niño pequeño delante de un espejo.
Ahora que te reconciliaste con tu niño interior, ¿sentís que estás más cerca de recuperar esa confianza que tenías cuando recién empezaste?
Todavía me falta bastante para eso, pero sí que me siento mucho mejor. Eso supongo que es avanzar.
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