Fonso forjó su carrera como un emblema del “do it yourself”. Desde su debut con Zugswang en 2015 hasta su evolución en Wedding en 2020, pasando por el hoy icónico Some Plays de 2017, el versátil músico oriundo de Castelar siempre se guió por la experimentación radical. Sin embargo, su cuarto disco es todo lo contrario a lo que nos tenía acostumbrados, y nos demuestra lo fructífero que puede ser “salir del confort“.
En Día del trabajador, Lucas Difonzo abandona el collage de samples que caracterizaba su sonido para abrazar el legado del rock nacional más puro. Para esto contó con la colaboración de Leandro Lopatín -integrante de Turf y Poncho– en la producción y con invitados especiales de la talla de Marilina Bertoldi, Daniel Melingo, Piter Mazda y El Príncipe Idiota.
En lugar de imponer una dirección estricta a sus colaboradores, el músico les insistió a hacer lo que quisieran, lo que resultó en una apertura inédita y emocionante. A esta altura de su carrera, reconoció que hacerlo todo en solitario carecía de sentido y encontró que la participación colectiva enriqueció su proceso de creación y lo hizo más divertido a la vez.
A lo largo de sus diez canciones, Día del trabajador juega con elementos del rock progresivo, el garage y el folk, toma influencias tanto de Andrés Calamaro y Charly García como de Television, Sparklehorse y Lou Reed, y las entrelaza con la potencia literaria de Lucio Mansilla, Witold Gombrowicz y Domingo Faustino Sarmiento. Fonso aborda el amor mientras critica la norma pop y advierte la decadencia humana en la vida urbana. Tan conmovedor como punzante, el músico ofrece una oda poética e irónica al trabajo como fuente de dignidad.
¿Cómo se gestó Día del trabajador?
Es una recopilación de demos, algunos muy viejos. Tengo en mi compu una carpeta que se llama “demos”. Cuando no tengo que trabajar, en los momentos libres que tengo para hacer música, guardo todo ahí y no lo vuelvo a revisitar. Entonces se convierte en una especie de diario que voy escribiendo, pero en ningún momento me detengo a escuchar lo que hice, salvo cuando voy a sacar un disco. Hay algunos temas del 2018 que no quedaron en otro disco porque no calzaban en la onda, pero ahora sí encontraron su lugar.
Es un disco muy medido de solo diez canciones en lugar de las veintitantos que conforman Some Plays o Wedding. ¿Cuál fue el hilo conductor a la hora de elegir las canciones?
Me tuve que medir. Fue una decisión consciente: nada de discos dobles. Es parte de una discusión que vengo teniendo con amigos y amigas sobre el rock. Ahora nadie dice que toca rock, intentan evitar siempre la cuestión: es rock alternativo, indie rock, incluso el under es el under y no es el rock. Hay un dilema ahí con la palabra que quizás viene con muy mala propaganda y un poco quedó en desuso. De hecho, ¿qué es el rock nacional? Quizás son bandas que están hace 20 años o más.
¿En qué sentido creés que el rock nacional perdió su significado en la actualidad?
Lo que nosotros hoy conocemos como rock nacional es mucho más que un estilo de música. Son proyectos o artistas que identifican a la cultura nacional de la música. Porque Virus es rock nacional, pero no es rock. Cerati hace pop. La idea del disco sale un poco de ahí, de esas ganas de hacer un disco de rock nacional. La selección de demos la hice en conjunto con Leandro Lopatín. Él aparece después de preguntarme: ¿por qué no lo hago con alguien el disco? Ya que siempre lo hago yo solo. Y apareció Leandro, que también es un vestigio del rock nacional. Y la selección implicó eso: canciones de rock en español. Nada de conceptos, de instrumentales, de texturas, o de moods. Diez canciones.
¿Podemos decir que Día del trabajador, más que un homenaje, es una reivindicación del rock nacional?
Sí, totalmente. Porque un homenaje sería dar por sentado que se murió. A pesar de que yo también era una persona que decía que estaba muerto. No porque no haya rock, sino porque nadie usa la palabra, ni nadie se autopercibe como rock. Está todo relacionado con esa discusión filosófica del rock que va más allá del género y es más la identidad de la música nacional. Porque el under no puede ser under forever, es una palabra que tiene muchas limitaciones temporales.
Trabajar con Lopatín marcó un cambio abrupto en tu enfoque, después de haber hecho música en solitario por tanto tiempo. ¿Qué significó esta mutación tanto a nivel personal como creativo? ¿Te resultó difícil delegar las funciones en la producción del disco?
Delegar también es algo buenísimo en todo sentido. Y como vos decís, yo no venía delegando nada de lo que hacía, me encerraba y hacía todo yo por una cuestión de acostumbramiento. Vengo de un background donde no se grababa en salas. Siempre grababas en una habitación, en casa de un amigo. Y hoy en día, al grabar con otra persona es diferente. De repente, con Lean somos los dos productores del disco. A veces él traía a la mesa muchas ideas que para mí eran horribles, pero en realidad me costaba porque era distinto. Desescuchar los temas como uno los hizo también es muy difícil. Y él trajo muchas ideas muy freaks, pero muy radiales, muy del rock nacional, básicamente. Por ahí yo tenía un tema que duraba ocho minutos y me decía que era demasiado largo, y a mí me parecía que estaba bien, porque no estaba proponiendo nada nuevo. Entonces, ¿para qué va a durar cinco minutos esta parte instrumental? Si no, hubiese hecho el disco yo solo e iba a ser más parecido a lo que venía haciendo.
En la intención de hacer un disco de esta índole, invitaste a participar a Daniel Melingo, alguien que está sumamente relacionado con el rock nacional. ¿Cómo fue el intercambio de ideas que culminó en “Entre las paredes”?
Algo que no había hecho nunca en mi música fue hacer colaboraciones. Lea me insistió en que pensara en algunas personas para que vengan a cantar. Le dije quienes me gustaban de la escena y le mencioné Melingo, porque sabía que estaba activo el chabón y me gusta lo que hace. Él lo llamó y se copó al toque. Esa la hicimos a distancia porque el chabón estaba grabando, no sé dónde. Cuando le pasé el tema, Melingo me respondió que era rarísimo y me preguntó qué quería que hiciera. La verdad es que me daba un poco de vergüenza pedirle algo. Yo le pasé el tema, pero no le dije qué tenía que hacer, no me daba la cara. Así que le dije que haga lo que quiera. De hecho, al final del tema hay un relato que lo inventó él también. Es muy bueno, quedó medio como “Thriller“.
Alguien que se pone sobre los hombros la reivindicación del rock nacional en la actualidad es sin dudas Marilina Bertoldi. ¿Qué nos podés contar acerca del proceso de “Salir del confort”, tu colaboración con ella?
Marilina es una eminencia del rock nacional, de las pocas que hay para mí. Se la re banca la chabona. Yo le dije a Lea que estaría bueno contactarla, la contactamos, le pasamos el tema y yo le mandé un audio. Le dije que la verdad es que no sabía qué decirle, solo me gustaría que hagamos este tema juntos, “me parece que sería muy divertido y para mí sería un honor”. Aceptó, vino al estudio y estuvimos ahí tres horas hablando de un montón de cosas. Tomamos un ron y se puso a grabar. Esa canción me hace mierda, me encanta. También es una que iba a ir en Wedding y no quedó. Además, lo bueno es que a ella le gustó el tema y se lo apropió, incluso modificó la letra. Al principio decía: “Rompiendo las vidrieras de la vieja estación”, y ella la cambió a “Rompiendo las vidrieras de la nueva estación”. Porque la vieja estación es linda y la nueva estación no.
Con El Príncipe Idiota ya habías congeniado musicalmente en distintas oportunidades, ¿qué fue lo que te llevó a invitarlo a participar en “Motín”?
Es al único que conocía de los invitados, y era algo que nos debíamos hacer. “Motín” es el tema más pop del disco y lo terminamos escribiendo juntos en vivo. A diferencia de las otras dos colaboraciones, yo había grabado el tema pero sin escribir la letra. En el demo que habíamos grabado estaba yo balbuceando con toda la banda tocando. Le dije que tenía un estribillo, pero no tiene verso. Así que nos sentamos y en una hora y media teníamos escrito el tema. Eso me flasheó. Es algo que yo admiro mucho de él, es muy creativo. Tiene un switch on/off cuando hay que hacer una canción. Yo estoy más aquejado por el mundo, me cuesta encontrar el momento.
A lo largo del disco aparecen muchas imágenes que fluyen a modo de postales de la ciudad. ¿Cuánto influyó el entorno urbano a la hora de poner en palabras tus sentimientos y cuánto alimentó creativamente el relato?
Me alimenta todo. Yo vivo en Balvanera, entre Once y Congreso. Desde que vivo ahí la paso muy bien saliendo a caminar. Veo de todo y la verdad es que me nutre mucho. Además, siempre me gustó viajar, la verdad. Me iba mucho de mochilero con mis amigos. Y desde que vivo en Capital, no me cansa la ciudad. Me gusta ver los edificios, me gusta ver a los viejos que van caminando. Todas esas cosas son parte de alguna película que me va nutriendo. El disco tiene una cuota de argentinidad, algo más de la calle, con un vocabulario más directo. Son muchas postales, poco sobre una chica, pero del amor sí, ya que en un momento lo bardeo. Son todas sensaciones.
A propósito de una frase central que cantás en “Enemigos de la fantasía”, ¿para quién hay carbón?
Me acordaba mucho de Papá Noel. Te portabas mal y te traía una bolsa de carbón, y era lo peor que te podía pasar. Igual nunca me pasó y a vos tampoco. Aparte, imaginate que Papá Noel viene de la loma del orto, y en vez de regalo, te deja carbón. Alto hijo de puta. Ese tema habla de la gente que no vive con postales, que no se inspira, que son los verdaderos enemigos de la fantasía.
Fonso se presenta el lunes 27 de noviembre en el marco de Primavera en la Ciudad en La Trastienda (Balcarce 460, CABA) junto a Black Midi, entradas disponibles a través de Enigma Tickets. Escuchá Día del trabajador en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).