Tras una década y media de trabajos sentidos y heterogéneos, Gepe se ha consolidado como una de las presencias más constantes y definitivas de la música chilena contemporánea.
Ulyse, su octavo disco en solitario y el primero bajo el respaldo de Sony, solo refuerza la contundencia de ese legado. Esta colección de canciones sobrevuelan cuestiones como la empatía y la horizontalidad, argumentando en contra de la jerarquización y a favor de las interconexiones humanas.
Es curioso, entonces, que haya arribado en cuarentena, pero es precisamente esta circunstancia la que realza la urgencia de Ulyse. A propósito de este estreno, hablamos con Gepe sobre su presente artístico.
¿Cuál fue la intención detrás de Ulyse? ¿Qué querías lograr con este disco en contraste a trabajos anteriores?
Más allá de la cosa sonora de decir “pucha, me falta hacer un disco de tal o cual manera” creo que lo nuevo tuvo que ver con una sensación interior de hablar sobre ciertas cosas que no había hablado anteriormente y explorar ciertos temas que no había explorado. Además de las temáticas, creo que tiene que ver con la vibra de las canciones. Cada uno tiene su onda. El disco anterior [Folclor imaginario, 2018] tenía que ver con el folclore recopilado por Margot Loloya y con el anterior [Ciencia exacta, 2017] a ese quería hacer una cosa como Transa de Caetano Veloso. En Estilo libre quise hacer un disco híper pop extremo. Hay discos que tienen una intención más musical que otros y este probablemente tenga una intención más temática en el sentido de que quería hablar sobre temas que para mí son centrales, que tendrán que ver con el momento personal que estoy viviendo. Temas respecto a la confianza, como qué es para mí o cómo debería ser. Creo que el deber ser de las cosas tiene mucho que ver con lo que las temáticas de las canciones exploran. ¿Cuál es el deber ser de la empatía? ¿De la normalización de ciertas frases que no deberían ser? Va por ese lado.
Hablando de mandatos, el disco recorre el tema de la masculinidad y quería preguntarte cómo te llevás vos con ese concepto. ¿Has tenido una experiencia positiva transitándola?
La masculinidad, ja. Yo creo que tiene que ver con algo inconsciente. En general le hago caso a lo consciente y a lo inconsciente pero probablemente de lo inconsciente puedo explicar más, sobre todo en entrevistas porque lo miro con cierta perspectiva. Una cosa que nombrás y que descubrí después de un par de entrevistas es que el disco tiene que ver con algo súper sencillo. El nombre Ulyse me vino porque hace años le pregunté a mi abuelo materno cuál era su libro favorito y él, siendo un señor bastante versado en literatura, dijo el Ulises de [James] Joyce. Le pregunté por qué y me dijo porque no entendía nada y no podía entrar. Me fascinó su respuesta y me quedó siempre dando vueltas. Además está Homero, Odisea, todo ese rollo súper masculino donde básicamente se cría a los hombres para la aventura y para ser soldados y para ir en busca de una mujer que finalmente es como el hogar, como una madre o como una especie de accesorio. Y claro, justamente sin querer le puse un nombre al disco que también tiene esa carga: el hombre clásico y elevadísimo de la cultura clásica occidental. ¿Qué pasaba si ese nombre bajaba a ser el nombre de un disco de una persona hombre hétero de Santiago de Chile? Muchas de las canciones, con querer o sin querer, exploran la horizontalidad en el sentido de que hay una conversación de tú a tú pero sin alguien que tenga la verdad a priori. Yo siento que la masculinidad occidental hoy en día se resume como el hombre más arriba en todo sentido, en términos de opinión y fuerza, etcétera. Esa idea de la horizontalidad me llevó a pensar en las canciones como una especie de conversación con alguien. Comentarios, no sé si preguntas o respuestas, pero por lo menos preguntas al otro. Y que ese otro que escucha tenga una opinión y la comparta.
Recién hablaste de los derroteros que exploraste en tu trayectoria creativa. Parece que estuvieses dando un viraje del pop al folclore, ¿es una decisión consciente, la musa llevándote por esos lados o sentís que el género pop no es un buen vehículo para lo que querés expresar ahora?
¿Sentís que el último disco tiene que ver más con el folclore?
Hay un color andino, como los vientos en el primer tema, “Prisionero”.
Eso sí. Yo creo que es un color que siempre ha estado presente en las cosas que he hecho pero incluso diría lo contrario: que este disco está un poquito más lejos de lo que he estado antes de la cosa folclórica. No de los sonidos latinoamericanos. Justamente lo latinoamericano está súper presente y probablemente mucho más que en otros discos. Hay dos canciones, “Kamikazi” y “Confía” junto a Vicentico que tienen aires salseros, centroamericanos, cubanos. Hay incluso guitarras medio milongueras y por otro lado también hay un bolero. Entonces claro, hay tres canciones que tienen mucho de Centroamérica, cosa que no había hecho antes. Esa primera canción, “Prisionero”, tiene que ver con la música andina y con un poquito de cumbia también. Me siento súper cómodo andando por esos mares. Para mí el formato siempre va a ser el pop en términos de estructura verso-coro-verso-coro-parte C-verso-coro, y que dure tres minutos y medio. Incluso las cosas más experimentales que he hecho tienen una estructura pop.
Manejás muy bien esa línea entre lo jugado y lo pop, como también lo hizo Jorge González de Los Prisioneros. Estás en un podcast sobre Corazones de Los Prisioneros. ¿Cuánto influyó él en tu forma de cantar y componer? ¿En qué modos te inspiró?
Yo creo que probablemente su influencia es muy baja en términos musicales porque Jorge González es demasiado grande y yo le tengo demasiado respeto como para decir “en esto siento que soy más Jorge”. Creo que la influencia es inclusive mucho más trascendente en términos espirituales. No sucede en Argentina y sí sucede en Chile que nosotros faltamos mucho a nuestra propia identidad. Nos ha costado mucho. Estos últimos cinco años hemos podido indagar un poco más en nuestra identidad: quiénes somos, para dónde vamos, quiénes fuimos. Chile en los sesenta era muy distinto de lo que post-dictadura terminó resultando: una sociedad desmembrada, sin raíz. En ese sentido creo que personajes como Violeta [Parra] o Víctor [Jara] entonces y Jorge de los ochenta en adelante nos han dicho un poco para dónde ir. “Mirá, ser chileno clase media es esto y no esto otro” y lo dice de una forma muy amable y real, con hipótesis y probación. En “Cuentame una historia original”, volviendo a Corazones, dice que sabe qué está sucediendo en las casas: una mamá a la que le cuesta ser mujer y vive por los hijos, un papá que se va a trabajar y no vuelve hasta la noche. Es la realidad de gran parte de los chilenos. Probablemente Latinoamérica también, pero hay mucho ingrediente chileno. Una mezcla como de desazón, nostalgia, doble sentido. Eso lo tiene Jorge y creo que gracias a artistas como él, Los Prisioneros y Los Tres formé mucho mi personalidad en términos de arraigo.
En Argentina la canción popular siempre fue el rock nacional, lo que puede explicar el peso que sigue teniendo acá y quizás no tanto en otros países de Latinoamérica como Brasil, que con la tropicália partieron de un ADN musical distinto. ¿Cómo ves la escena musical chilena en ese sentido? ¿Crees que su tradición es deudora del pop más que de otros géneros?
Muy buena pregunta. Me la hecho y también me la han hecho y no sé si he respondido de buena manera pero voy a lanzarme. Yo creo que post-2000 se asumió al pop con menos vergüenza. Antes de los 2000 se suponía que el sonido rock era lo correcto entre comillas y después de los 2000 se empezó a relajar esa idea. Empezó a sentirse que lo aparentemente más superficial que tenía el pop terminó aportando bastante al cancionero chileno. No solo pop tipo Supernova o Stereo 3 sino también la idea de la canción que es aparentemente liviana pero puede ser portadora de un sentido profundo. Inclusive creo yo que se dio vuelta y que el rock quedó bastante atrás, en un segundo o hasta tercer plano. A mí me gusta mucho más la forma del pop, la sonoridad del rock no me seduce nada. Además el pop es más abierto y horizontal, de nuevo insistiendo en esa idea. Pero bueno, también soy fanático de [Luis Alberto] Spinetta y últimamente le he estado prendiendo muchas velas. Yo creo que por eso de que los 2000 estén como la bisagra que marcó la diferencia es el motivo por el que Corazones es aún más importante. Apareció en el año 1989 y la gente dijo: “Oye, ¿cómo Los Prisioneros hicieron un disco pop súper superficial?”. Y de repente empezaron a escuchar las canciones diciendo: “No, esto tiene mucho sentido”. Ese fue un gran golpe de contradicción para la gente que consumía música en ese momento.
Me quedó algo dando vueltas cuando hablábamos de Ulises que tiene que ver con la horizontalidad, esa idea de lo humilde ante lo épico. En tu vida personal o en tus andanzas creativas, ¿cuál ha sido el gran obstáculo que enfrentaste y conquistaste?
La música, sin dudas. He podido hacer mi vida con algo que jamás pensé que sería posible. Yo nunca creí que iba a poder. Siempre quise ser músico entonces lograrlo fue como doblarle la mano al destino o la cultura. Al menos como yo me crié, nunca se veía que la posibilidad de ser artista era una posibilidad real. Siempre iba a ser un hobby. Torcerle el brazo a la estructura que uno trae fue una súper buena victoria gracias a la cual hasta el día de hoy puedo seguir viviendo de esto, y de manera bastante cómoda.
¿Qué te motivó a dar ese salto de concebir a la música como algo inviable a sentirte capaz de dedicarte a ella?
A los cuatro o cinco tuve la suerte de que mis papás me regalaron una batería. Ahí empecé a tocarla y seguí siempre con la música, tocaba con mi primo más grande o con algún que otro vecino. Y nunca dejé de hacerlo. Fui a tocar en bandas. Siempre toqué, pero sobre todo siempre fui público más que músico entonces estaba como esa añoranza de: “Pucha, algún día me gustaría estar yo ahí”. Fui tocando en todas las paradas del underground santiagueño y de repente se dio vuelta la cosa y empecé a subir en escenarios de a poquito. No tenía nada que perder y empecé a hacer música. Creo que de ahí empezó a funcionar la cosa hasta que en el 2006 dije basta. Había habido una cierta regularidad en términos de que entraba una cantidad de dinero mes a mes y dije: “Me voy a ir a vivir solo aunque tenga dos pesos”. Me fui a vivir solo con dos amigos y una amiga, convivimos muy poquito y harto tiempo seguí tocando, haciendo discos. Y así fue en el 2007, de hecho el 9 de marzo de 2007.
El arte de Ulyse me remitió en concepto al de Ciencia exacta, ¿cómo arribaste a esa portada?
Son de la misma persona, Camilo Huinca, que tiene una marca o seudónimo como artista que es Only Joke. Él hizo las dos tapas, y en ninguno de los dos casos escuchó el disco hasta que la portada estuvo lista. Se guió por lo que yo le dije, que me mande dibujos de cuando empezó con el estilo. Tiene un estilo muy marcado. En el disco del 2017 hizo algo limpio y prolijo y digital. Me empezó a mostrar demos del 2005 y le dije: “Bueno, con esos rasgos y una cosa más orgánica en términos de materiales, dibujá una persona que tenga mis rasgos pero que no sea yo. Y que esté sentado, como si le hubiese sacado la foto alguien al lado, y que pareciera como si estuvieran sentados en la cuneta, en la orilla del camino”. Ahí está la idea de lo horizontal, de conversar, de sincerarse, de hablar tonteras o cosas profundas: contarse la vida. Es una foto a ese otro y ese otro es lo que aparece en la portada.
¿Cómo se dio la colaboración con Natalia Lafourcade y cómo sentís que se complementaron musicalmente?
Primero que nada, yo funciono en las colaboraciones idealmente siendo fan. Era, soy y seré fan de Natalia. Me encantan sus últimos dos discos que tienen que ver con el folclore. Siempre he sido fan de su voz pero cómo está grabada y registrada en los últimos discos me parece maravilloso. Estábamos con Cachorro López grabando en su estudio de Buenos Aires y esta canción se dio muchas veces de arreglo. Finalmente terminó siendo este bolero y por supuesto que me caía de cajón que Natalia cantara ahí. Entonces le escribí, le mandé la canción, le pregunté si le gustaría participar y felizmente aceptó. Mandó sus pistas dos o tres días después y todo tuvo sentido. La canción creció bastante. Sumó bastante también el video, el cual creo yo que es mi favorito en términos de cómo se grabó. Yo como actor la verdad no me siento cómodo pero teniendo una compañera y un equipo así ayuda mucho. Ella tiene una energía preciosa y se ve reflejada en su aura, su voz y su imagen. Pasó lo mismo con Vicentico, que es un personaje absolutamente distinto a la Natalia en términos de personalidad pero tiene mucho cuento también. Es un señor bien particular. Es súper argentino pero al mismo tiempo tiene como unos misterios muy interesantes. Es muy generoso y amable. Para mí las colaboraciones tienen eso de la personalidad del artista, una energía muy particular. Sin dudas Natalia lo tiene y es una energía muy luminosa, arraigada, con cuento y contexto.
¿Algo que quieras agregar antes de cerrar?
Lo más importante para mí es dar cuenta de que yo concebí estas canciones como si fuesen una conversación lo más honesta y abierta posible. Yo no pontifico acerca de cosas sino que propongo cosas y por ahí comento, “tupenaesmipena” pregunta si la empatía es eso o no es eso. “Puente” de [Gustavo] Cerati es una de mis canciones favoritas acerca de la empatía. Yo no sé si él la planteó de esa manera pero yo la entiendo así. Me encanta esa temática y creo que se suele tomar todo desde la altura del artista que maneja un lenguaje inalcanzable para un público que a ver si lo entiende. Entonces busqué una horizontalidad necesaria.
Escuchá Ulyse en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).