“El punk no envejece. ¡No future, no past!”, afirmaba el gruñido radiofónico de Resaka, el cuarto disco de Flema. Más que cuestionar la veracidad de esta introducción, ¿podríamos hablar del punk argentino sin discurrir en la música de los Ramones? ¿Podríamos hablar de 2 Minutos, Embajada Boliviana, Flema, Flemita, Flemones y cualquier otra ramificación Espinosa? Podemos ratificar la respuesta sin caer en obviedades estéticas como Expulsados o Attaque 77. Desde El Mató hasta Dillom, podemos salvar las distancias y constatar el vigor contemporáneo del icónico grupo neoyorkino en la genética musical nacional. Todavía tienen valor las palabras que garabateó Boom Boom Kid en el video de “Brick By Brick” más de veinte años atrás: “Los Ramones salvaron mi vida”.
A sol y sombra, el engrandecimiento de Ramones en suelo argentino es excepcional. Extenso, incomparable con cualquier otra parte del mundo. Ni en yankilandia, ni en territorio europeo son más cotizados que acá. Un acontecimiento que permite cerciorar tanta euforia fueron los destrozos ocurridos en el microcentro porteño tras el incumplimiento de aquella disparatada idea que tuvo Coca Cola Company al promocionar diez tapitas por dos entradas en 1996. Una curiosidad de carácter biográfico que ayuda a entender el feedback afectivo por parte de la banda es que Dee Dee Ramone vivió en Banfield. Un mural lo endiosa en Alsina y, hoy por hoy, su viuda Bárbara Zampini posee un estudio de grabación llamado DDR en Almirante Brown.
Y si el romanticismo del conurbano bonaerense genera desconfianza, un dato numérico reciente será más que suficiente. El pasado 12 de marzo, Marky Ramone tocó otra vez en el Teatro Flores, tras ser declarado “Huésped de honor de la Ciudad de Buenos Aires”. Y por si fuera poco, se convirtió en el artista internacional con más shows en Argentina: 47 en total. En conversación con Indie Hoy, el mítico baterista niega rotundamente el rumor de estipular una triste despedida. “¡No! ¿Quién te dijo eso? Pensaron lo mismo la última vez que vine”. Alivio en la población. “Me encanta este país. Por eso siempre vuelvo, si no… no lo haría. Es uno de los mejores lugares en el mundo. Me gustan los fans, la pasión, la comida, las amistades. La forma en que los seguidores reaccionan, me gusta ver eso. Todos están felices, es muy lindo traer sonrisas a la gente”.
https://www.instagram.com/p/Ca5nDZPvWpp/
Por injusticia divina, el alias de Marc Steven Bell no fue inmortalizado en las remeras diseñadas por el mexicano Arturo Vega que perduran aun hoy, sino el de su antecesor, Tommy. Sin embargo, vale recordar que Tommy solo tocó la batería en la trilogía inaugural: el disco homónimo de 1976, Leave Home y Rocket to Russia, ambos de 1977. La entrada de Marky a la banda dio pie a cinco fructíferos años que dejaron cuatro joyas: el extraordinario Road to Ruin (1978), End of the Century (1980), el pop punk de Pleasant Dreams (1981), y al infravalorado Subterranean Jungle (1983). Este último significó una bisagra ya que cerró el ciclo preliminar de Marky en la banda tras ser reemplazado por Richie, aunque su ausencia no duró demasiado y pronto recuperó el trono en vísperas de la consumación de los ochentas. Lo que sucedió entre el lanzamiento de Brain Drain (1989) y la terminante gira mundial que culminó en Argentina alcanza para legitimar a Marky como heredero indiscutido del histórico legado de Ramones en la actualidad.
“¡Road to Ruin! -asevera el baterista de 69 años al preguntarle cuál consideraba que era el mejor álbum de Ramones-. Fue mi debut en el grupo y tenía que demostrar mis habilidades a los otros miembros. Lo hicimos en la Calle 57 de Nueva York. Nos tomó dos semanas nada más, solo eso bastó“. En su tono de voz no hay rastros de dubitación, ni siquiera del menor indicio de la arrogancia que se puede suponer al contemplar que prefiere situar sobre un pedestal eminente y abrillantado el primer repertorio con su apelativo en los créditos. Nada que objetar, tiene razón: Road to Ruin es maravilloso. “Es muy difícil elegir uno. Si pudiera decir dos de los que yo estuve, el otro sería Mondo Bizarro, claramente. Rocket to Russia me gusta demasiado, aunque Tommy lo grabó”, agrega luego de unos segundos ensimismado en una silente introspección.
En la era digital sería absurdo expedir un cohete a la antigua Unión Soviética: un hit puede hacer agujeros con mayor precisión sobre el objeto de disparo y parodiar dicha colisión. Por este motivo, Marky sugiere que “I Wanna Be Sedated” sería perfecta para dedicarle a Vladímir Putin en estos tiempos de guerra. “Porque yo toco en esa canción -contesta entre risas descifrando la cuota de sarcasmo que exige la interrogación-. La letra me parecía muy divertida, y después supe que hablaba sobre ir en un avión tratando de soportar el vuelo y todo lo que se hace al viajar”. Respecto a su decisión de ridiculizar la demagogia perteneciente al partido conservador capitaneado por el mandatario petersburgués con la primera canción que grabó enramoneado, enseguida agrega: “Nunca pensé que alcanzaría el éxito que tuvo. Quería añadir mi rasgo trasgresor, tocar fuerte y obtener un sonido más pesado que el de Tommy”.
Extrañado, antes que nada, por la frivolidad implícita del remate que deriva en la gota de humildad al mencionar el apego hacia Rocket to Russia. Luego, satisfecho, en algún rincón de su alma, parece enorgullecerle que la juventud moderna intente demandar la arbitrariedad del presente revalidando lo más rebelde y antipolítico del punk con una relectura posmilénica. Ese es el único momento en la charla en que Marky mira por encima de sus gafas, y con una mirada oscura agudiza la crueldad del asunto. Un iceberg separa el sentido del humor de su generación y la actual. Más que romperlo, decide dinamitar el hielo sacándole punta al juego: “En cuanto al presidente de Estados Unidos, diría ‘Do You Remember Rock ‘n’ Roll Radio?’. Hay demasiadas para Joe Biden, ‘Sheena Is A Punk Rocker’ y ‘Rock ‘n’ Roll High School’, efectivamente”, retruca sonriendo al liberar una divertida réplica llena de entendimiento y complicidad.
Lo asignado al demócrata descendiente de Barack Obama podría relacionarse con algo carente de espontaneidad, mientras que el hincapié en “Rock & Roll High School” despierta el recuerdo de una escena de la película de Allan Arkush que lleva el mismo título. Precisamente, el discurso de la joven renegada interpretada por P.J. Soles antes del cameo final. “Vi los errores en mis actos. Solo quiero decirles a todos los estudiantes que pueden pensar que la escuela es de ustedes por un momento. Pero siempre estará regida por el director y su administración”, protesta la protagonista delante de un amontonamiento colegial reprimido por la intimidación de oficiales, profesores y directivos. Tras el confrontamiento persuasivo de la capataz policial al indagar despectivamente el propósito de la toma escolar, la alumna rebate: “¡Volarle el techo con rock”. En medio del escándalo, concluye la arenga de modo fulminante incitando al entrevistado en cuestión: “¡Vamos Marky!”.
Al comienzo de la epopeya, ya sea en el mítico CBGB o en el Roundhouse de Londres, la formación de Forest Hills cimentó las bases del punk rock bajo el grito de “¡1-2-3-4!”, su sello distintivo. Ese principio es también la piedra angular del género tal y como hoy lo conocemos. Con el transcurso de los años pasaron de ser pioneros a convertirse en embajadores. Siendo así, la falta de transparencia y la apropiación indebida que ha reinado en la traslación del punk durante las últimas décadas solo puede superarse mediante una objeción digna de confianza: “El punk está aburguesado. Si tenés una banda deberías cantar sobre política, cuestiones sociales y lo que está sucediendo ahí afuera. Es importante llevar un mensaje”, opina Marky Ramone acerca del statu quo. No parece molesto, sino orgulloso. Ahora sí habla con un tonito pedante gracioso. “Es la copia de una copia de una copia. Estoy seguro de que hay grandes bandas dando vueltas, pero no pude seguirle el ritmo a todas. ¿Dónde más se puede ir? Además de Ramones, The Clash y los Pistols, no hay nada más original que hacer. Y si lo lográs, caés en otra categoría. El punk es de los setentas, ese es el real. Era la forma en la que vivíamos, no teníamos nada, nada”.
Marky está convencido de que el punk auténtico caducó. Los vestigios de lo que reventó fueron sepultados en una fosa del Cementerio de Animales y los restos resucitan deformados, desvalidos y carentes de lozanía subversiva. A pesar de ello, asegura que “el sonido y la pesadez trascendió en todos lados”, y concuerda en que los Ramones influenciaron a centenares alejados del postulado de época. “Lo admiten, vienen y me dicen ‘tu grupo me inspiró bastante, gracias por todo’. Ellos eran fans y luego formaron sus bandas, y nos terminaron citando como influencias”. La conversación se va por las ramas, llegamos a qué otra pieza cinematográfica le hubiera interesado musicalizar: El exorcista. El clásico de terror estadounidense de 1973 dirigida por William Friedkin, encantadora alternativa. Hubiera sido chocante ver a Linda Blair vomitando las paredes al compás de “Hey! Ho! Let’s Go”. “Actualmente me gustan muchas. Quisiera estar involucrado en alguna nueva de la saga Alien”. Teléfono para Ridley Scott.
“Pet Sematary” fue el único single de Brain Drain, escrito por Dee Dee y Daniel Rey a petición expresa de nada más y nada menos que Stephen King para el soundtrack de la adaptación cinematográfica que dirigió Mary Lambert. Además de convertirse en uno de los mayores éxitos radiales, fue la canción que estableció el reintegro del batero al grupo. En analogía con esa norma sepulcral del escritor de El resplandor, podemos conjeturar una excepción al resurgir de las cenizas: Marky volvió al ruedo más fortalecido que nunca. Y el subsiguiente, Mondo Bizarro, lo comprueba. A pocos meses de entrar al club de los treinta, el duodécimo trabajo de estudio de la banda resalta una convalecencia desazonada que le permitió envejecer solapadamente en dirección a la adolescencia. Para comprender tal favoritismo, solo es necesario dar cuenta que Mondo Bizarro representa el viraje de la agrupación a sus raíces más punk. Se trata también del disco que señala la partida de Dee Dee y la bienvenida de CJ. Y aunque todo esto cuente, lo más relevante quizás sean los aportes que hizo Marky con el objetivo inédito de registrar sus primeros versos: “The Job That Ate My Brain” y “Anxiety”.
La camaradería pasó de moda antes de avecinar los retos del siglo XXI, pero la maquinaria compositiva siguió intacta. Un resultado importante: cuando Marky rectificó el rumbo -instrumentalmente y en las decisiones autorales- del seso ramonero, en paralelo alistó el terreno hacia la transición entre el álbum mortuorio del cuarteto, Adiós amigos de 1995, y el debut junto a The Intruders en 1996. “Los Ramones nos separamos después de ese, y yo aún tenía todas estas canciones escritas, eran alrededor de 28. Entonces pensé en sacar uno yo mismo. Terminaron siendo dos, y salieron bastante bien”, acentúa complacido de experimentar aquella buena resiliencia luego de la disolución del grupo. En tanto su exlíder Joey Ramone lidiaba con la producción del finalmente póstumo Don’t Worry About Me (2002), Marky al cabo de tres años llegó a materializar el flamante sucesor en solitario, titulado The Answer To Your Problems? (1999). “Tenía las canciones pero no quería ser productor, así que le pedí a uno de los integrantes de Rancid que viniera a producirlo. Ese fue el último álbum que hicimos con la banda. Y fue lo último que hice por mi cuenta”.
Suele decirse que el paso del tiempo es inexorable. Marky lo sabe, recuerda pasajes de su vida sin amargura, sin pena, y con una creciente convicción de evitar percibirse una persona nostálgica. “No, trato de pensar en el futuro. En mi pasado hubo mucha muerte. Mis compañeros de los Ramones murieron. Murió mi amigo Sid Vicious, también Joe Strummer, y varios más que podría mencionar durante largo rato. Uno intenta pensar en las cosas buenas y mirar hacia delante. Porque ellos siguen viviendo en todo lo que hicieron, y por supuesto, dentro de mí”. Mientras apoya el dedo índice sobre la sien dice: “Acá”, con el regocijo de la fiesta interminable que sustenta su feliz retentiva. “Y acá”, repiquetea tres veces la yema del medio en el lado izquierdo del pecho. Ese mismo dedo que auxilió la pantomima repudiante al hacer el fuck you tantas veces, se ennobleció en ese preciso instante para dar cuenta de la sinceridad de su declaración y apuntar de lleno al corazón.
Quedó pendiente preguntarle qué suponía que iba a suceder con la obra de Ramones cuando él ya no esté. Si tendrá credulidad por nuestra veneración musical, o pánico a la fraudulenta manipulación tradicional del capitalismo. Pero es difícil imaginarlo desfalleciente cuando se lo disfruta tan risueño. Al procurar mitigar la curiosidad existencialista, la conversación concluye ahondando en los fundamentos emocionales que entraña el compromiso de mantener ardiendo la llama. “Creo que lo más importante es mantener las canciones de los Ramones vivas, son excesivamente buenas como para no tocarlas. Siento que ellos murieron demasiado temprano. Por los fans, alguien tiene que mantener la memoria”. La misión cumplida del superviviente es perpetuar al soldado atrincherado en un reloj de arena repitiendo los mismos temas por siempre. En la disyuntiva, Marky aclara la omisión deliberada con una sentencia reveladora: “La música es y será los Ramones”.