"El caos trata simplemente de la imprevisibilidad de sistemas complejos”, empieza a explicar el cínico matemático Ian Malcom a la joven paleobotánica Ellie Sattler. Ambos se hallan dentro de una camioneta, una Ford Explorer ploteada, que avanza a marcha lenta y automática por uno de los senderos selváticos del Parque Jurásico. A su lado se encuentra Grant, el inquieto paleontólogo, que no deja buscar rastros de criaturas prehistóricas a su alrededor. “En síntesis, es el efecto mariposa —continúa Malcom—. Una mariposa bate las alas en Pekín y en Nueva York llueve en lugar de hacer sol”.
Sattler no parece entender el concepto, por lo que Malcom pide que le alcance un vaso de agua cercano y que levante una mano. Deja caer una gota en el dorso, que se desliza hacia un lado. Y luego deja caer otra, en el mismo lugar, pero esta vez la caída del agua cambia de dirección. ¿Por qué sucede esto? Malcom relata: “Debido a pequeñas variaciones, a la cantidad de sangre que circula, el espesor del vello, imperfecciones microscópicas de la piel, y nunca se repite, o sea que el resultado es afectado. Eso es…” “Imprevisibilidad”, completa Sattler, sonriente.
En ese momento, preso de una curiosidad irrefrenable por avistar de una vez algún dinosaurio, Grant abre la puerta y desciende. “¿Lo ve, lo ve? Tengo razón. Nadie podría predecir que el Dr. Grant saltaría de un vehículo en movimiento”, señala el matemático. Ella no tarda dos segundos en bajar y seguir al paleontólogo, que ya desapareció en la espesura. “Y ahí tienen otro ejemplo —dice Malcom entre risas—. Estoy completamente solo, hablando solo. Esa es la teoría del caos”.
La imprevisibilidad de una deriva. Los hechos acaecidos en el intento de cambiar el destino, antes de hallar el resultado final. Cada impulso genera su onda expansiva. Una trayectoria sin rumbo fijo, al menos en un principio. El origen de La Teoría del Caos es errático. “Siempre tuve la inquietud de armar una banda”, cuenta Sebastián Coronel, cantante y uno de los guitarristas de la banda, en conversación con Indie Hoy, con el gesto repetitivo de apartarse con la mano la ola que su flequillo negro, algo encanecido, forma continuamente sobre su frente, rozando sus ojos.
De Rufino, Santa Fe, ciudad de la que es oriundo, Seba se fue a los 15 años a vivir con su padre a Junín, provincia de Buenos Aires. Pasaba los días tocando una guitarra acústica, prestada, aprendiendo temas de oído o con cancioneros, sin escarmentar géneros. Sui Generis, Serú Girán, 2 Minutos, Ramones: una coctelera sin fondo que apuntaló sus facultades interpretativas. “La acústica que me habían dado tenía como tres centímetros del mástil a la cuerda, era incomodísima", recuerda.
A los 18, con algunos ahorros, se compró una guitarra que todavía conserva. Por esos años, decidió irse a vivir a Córdoba e ingresar en la carrera de Kinesiología. "Un amigo tenía una idea totalmente delirante, que era estudiar eso y poner un consultorio en Ibiza. No es mala, le dije. Pibitos de esa edad... flasheando cualquier cosa", dice. En un momento, de tanto tocar en los ratos libres, se le cortaron varias cuerdas. “Me quedé sin guita para comprar cosas, así que durante seis o siete meses compuse con dos cuerdas. Canciones bastante punk”, asegura.
Una materia pendiente de la secundaria (Filosofía) truncó el sueño del viaje y del consultorio. Seba abandonó la carrera y retornó a Junín. Laburó pintando casas y atendiendo la barra de un bar. Formó con unos amigos su primera banda, llamada Dados, de espíritu entre rolinga y ricotero. “Hacíamos canciones raras, había una cuestión social dando vueltas —recuerda—. Me acuerdo de una que se llamaba 'Desperdiciando favores', en la que Dios y el Diablo estaban agarrados de la mano y nosotros sufríamos. Cosas así, imágenes. Eran buscadas, eso era lo más loco. En ese momento salían de un lugar muy juguetón. Aunque lo de jugar no se pierde, porque sino es aburrido”.
Atraído por su carga histórica, por ser la fuente de origen de corrientes musicales legendarias, el flâneur Coronel tuvo una peregrinación a La Plata. Se anotó en la carrera de Música en la Facultad de Artes. Se hospedó en una pensión y comenzó a trabajar en un ciber. El dueño del lugar solo permitía escuchar una estación de radio: “La Red 92. Decía que la otra música ahuyentaba a los clientes. La programación se repetía y dejabas de tener ganas de escucharla”. Cuando el jefe se iba, Seba aprovechaba a poner lo que le gustaba. Un día hizo sonar un disco de Led Zeppelin y llamó la atención de un muchacho flaco, alto, de orejas sobresalientes y ojos incisivos, que se presentó como Álvaro Tomás Videla. Se hicieron amigos y, eventualmente, armaron una banda, Demasiado Humano, que tuvo solo una presentación y luego se disolvió.
“Con Álvaro nos tuteamos mucho, para no decir que nos puteamos —dice con una sonrisa—. Somos como hermanos. Hablamos todo lo que tenemos que hablar, nos decimos todo lo que nos tenemos que decir. No hay ningún drama con eso. Muy pocas veces filtramos, para no lastimarnos. Somos de una honestidad descarnada. Me acuerdo que terminamos de tocar esa fecha y cuando fuimos a ensayar de vuelta el baterista nos dijo: no puedo tocar más con ustedes, se tratan muy mal". Otro percance fue que, entre el segundo y tercer ensayo, el tecladista del grupo conoció a una chica y decidió súbitamente irse a vivir con ella a Lanús. Seba y Álvaro se quedaron sin banda, pero la amistad se mantuvo.
El arranque frustrado de ese proyecto orientó a Seba a desarrollar una faceta solista al tiempo que afianzaba su relación con cantautores y trovadores de la ciudad, como Pablo “El Mago” Matías Vidal de Los Valses), Ramiro García Morete de Las Armas Bs. As., Sebastián Lino y Lautaro Barceló, Sebastián Ángel Rulli de Orquesta de Perros, entre otros, que se congregaban en la casa de El Mago conocida como La Comu. Mientras el humo de Cromañón flotaba espectralmente en todos los escenarios, el indie rock de autor se desarrollaba en sitios recónditos y en eventos comunitarios. El horizonte era la canción, y el tocar donde fuera, como fuera. Algunas de las expresiones más relevantes de aquel movimiento fueron la organización del ciclo “Tocate Mil”, que aunó a músicos platenses y del interior de la provincia, y la creación del sello musical independiente Uf Caruf!.
En 2009, Seba conoció a Pedro Bedascarrasbure, quien se convertiría en el primer guitarrista del proyecto, y tiempo después, a Nicolás Adrover. “En aquel momento Nico era el bajista. Álvaro se había ido por llevarse mal con otro integrante”, desliza Coronel. Entre los tres comenzaron a tocar, sin baterista. Aconteció una etapa de integrantes fugaces, de entrada y salida de personajes, algunos estrafalarios. "El más bizarro fue un chino que vivía a la vuelta de mi casa —continúa—. Lo invitamos a tocar, a conocer las canciones y claro, él venía de tocar en cruceros, de otro mambo. No cuadraba con nuestra onda. Y muy chino, también, porque no hablaba mucho español. Lo hablaba a medias, entonces no entendía un carajo lo que estaba sucediendo. No hubo segundo ensayo. No tuvimos que decir nada, estaba todo implícito. No volvió a aparecer”.
Las ganas de subirse al escenario fueron más grandes que la necesidad de un baterista. “Habíamos publicado como referencia la maqueta de un tema (‘Dónde estarás’) a MySpace, por si a alguien le interesaba”, suma Seba. La primera fecha de La Teoría del Caos (de los “dos millones” de nombres que tenían garabateados, eligieron ese por la película Jurassic Park) fue en calidad de teloneros de Pérez, la formación de rock alternativo que tiene a Ramiro Sagasti como cantante, en un bar céntrico que ya no existe. En algunos temas, la batería fue la base de un teclado.
Tras esa presentación, una oyente se contactó con la banda y recomendó a Agustín Ramos Costa. “Le escribí, vino a casa y por suerte nos entendió. Se quedó para siempre”, cuenta Coronel. El cuarteto debutó en el mítico Pura Vida. “Tocamos muy, pero muy fuerte —recuerda—. Diego [Cabanas, el por entonces dueño] se cagaba de risa. Enfrente del bar se escuchaba mejor que adentro. Sonamos al palo”.

Parte de esa energía fue volcada en el álbum homónimo de la banda, publicado en 2012. Un torrente rockero y rudimentario (de guitarras rítmicas y arpegiadas, punteos agudos de bajo y bases sólidas) en los que se vislumbran postales mundanas de barrio y el decorado de una casa en penumbras. El narrador parece hallarse encerrado en una habitación con las persianas bajas, tirado en la cama o parado quieto junto a ella, mientras la luz del día se cuela y descubre rincones por los que corretean restos del pasado, sueños lúcidos, sueños vívidos y rastros de amores imposibles de retener.
Desde el inicio del disco se instaura un tono, un carácter, que prevalecerá en todo el compendio de canciones de La Teoría: la voz de Coronel, que se impone desde la crudeza, que narra desde las entrañas. Son las manifestaciones vehementes y versátiles de un espíritu derrengado (el cantante es conocido también por interpretar tangos y boleros). En cada verso que entona, algo queda al descubierto. Un sentimiento, una imagen, una emoción, visiones a veces proyectadas con un matiz que bordea lo gutural.
Cinco años después, con la producción de Teo Caminos, publicaron Temporada de huracanes. En el interín Pedro abandonó el grupo y Nicolás tomó su lugar. Álvaro cambió su papel satelital de espectador y cobrador ocasional de entradas y oficializó su puesto colgándose el bajo. La nueva formación implicó ajustar los métodos y reconfigurar el sonido, algo que se sintió como una evolución.
Las guitarras, diáfanas y progresivas, densas y vibrantes, acompañan los estallidos y desbordes de cada estado. A su vez, las teclas de Adrover aportan nuevas dimensiones a la resonancia rockera del conjunto. Líricamente, Coronel indaga en recuerdos de encuentros pasados o postergados, en fragmentos de diálogos que se resisten a desaparecer y en geografías catastróficas. Introspección, vulnerabilidad críptica y el intento de hallar un lugar en la soledad. En Temporada, la búsqueda de consuelo puede ser una travesía hacia otro universo.
En 2018, la incorporación de los sintetizadores de Nicolás Raffino volvió a trastocar el diseño instrumental y las dinámicas de comunicación de la banda. “Decidimos hacer algo para él, componer en base a que teníamos eso —cuenta Coronel—. Los teclados te generan espacios, contramelodías, cosas que nosotros no podíamos generar más allá de los pedales de efectos que usábamos”. Las capas de pop sintético asimiladas en los singles "Shhh!", "Nube" (2019) y "Desde la ventana" (2020) —en colaboración con El Príncipe Idiota— los arrimó a la pista de baile.
Esta trilogía de canciones producida por Gastón Paganini iba a pertenecer al siguiente disco del grupo, pero la pandemia, esa pequeña eternidad de un par de años, frustró el desenlace. Cuando se reencontraron, en vez de retomar viejas ideas, le dieron lugar a la exploración. Durante todo el 2023 La Teoría se dedicó a crear y deconstruir nuevo material. “La composición siempre es colectiva. Por más que yo lleve una canción, siempre se desarma. Llevo esbozos con la guitarra, o también armo algo con la máquina de ritmos. Esos son los disparadores —explica Coronel sobre un proceso “más real” de obra, que prescinde de maquetas prefabricadas—. Somos una banda de garaje, que se pone a trabajar. Y en esos trabajos podés sacar tres versiones de un tema. Después hay que elegir una. Y todo es tiempo en sala. Eso también a veces nos lleva al conflicto”.
Por la experiencia previa y satisfactoria de los singles, el grupo recurrió nuevamente a Paganini para afinar el criterio de selección y pulir algunos arreglos. Además, también para esta tarea, convocaron a Juan Ponche Abraham como ingeniero de sonido. De febrero a mayo de 2024 se internaron en el Estudio Nakao, ubicado en el histórico Palacio Servente, sede del Conservatorio Musical Gilardo Gilardi de La Plata. El resultado del registro fue otro capítulo de índole climática: así, después de los huracanes, hubo que resistir a las bajas temperaturas de la pérdida y de la incertidumbre.
Publicado en octubre de 2024, El frío del mundo llegó como un golpe, una piña, una fuerza que azota y trastoca la percepción. El viento sopla y acentúa las ausencias desde todas las direcciones. El clima es inhóspito, la realidad es hostil. Acá, donde el calor es una plegaria desatendida, el frío nos encuentra más rápido. Y solo hay una forma de sobrellevarlo: exponerse a la intemperie, de afuera, de uno mismo, exponerse a la temperatura que quema, que quema y que salva, que quema y lastima.
Algo de esa inclemencia se había anunciado en el disco anterior: “Y así volvió la soledad de la que tanto hablabas/ Mientras el mundo enfrió las cosas que te gustaban de él”, cantaba Coronel en "Interestelar". Pero si en Temporada de tormentas predominaba una impronta visual, de escenas con peso, en El frío del mundo los paisajes parecen rehuir lo figurativo y deslizarse desde los márgenes. El relato es el recuadro de un recuadro. Los testimonios emergen de un lugar interno ignoto, frágil, achacado por el tiempo. Las confesiones son vestigios. Los recuerdos, rescoldos desprotegidos en una tierra trágicamente desangelada.
Coronel no tiene una manera de componer letras: “Por ahí estoy leyendo un libro, hay una frase que me hace imaginar algo y voy ahí. Agarro la guitarra y veo si la melodía que tenía en la cabeza suena con lo que tengo ganas de hacer. Escribir, de sentarme a escribir de forma consciente, con una rima determinada o bajo cierta poesía, me ha pasado poco. Por lo general son historias. Y no respeto una rima. Ahora estoy con un trío de tango, hay métricas que están buenísimas y que hay que saberlas para después poder frasear y hacer cosas. Por ahí, a veces, sin querer, de la curiosidad que uno adquiere mientras hace esto de componer canciones, se empiezan a pegar estos recursos. Hay algunos temas que son elaborados artesanalmente ('bueno, sí, vamos, lento') y otros que explotan”.
Una de esas explosiones es la elegíaca "Sar", dedicada a Sebastian Ángel Rulli —el Elliott Smith platense, el muchacho planetario que sabía cómo detener el tiempo—, cantante, compositor e intérprete fallecido en julio de 2019. Fue la única canción que surgió en la pandemia. “Lo extrañaba mucho —cuenta Coronel—. La primera versión que tengo de eso es la letra, llorando mal, muy desgarrada. Muy sentida. Y creo que tuvo que pasar un tiempo para que pudiéramos grabarla. Todos lo conocíamos. De hecho, abrió dos o tres recitales de La Teoría. Era parte. Tocamos juntos, convivimos, vivió y durmió en mi casa. Fue un amigo”.
Para él, "Sar" es una despedida, una espera, una proyección de reencuentro: “Por suerte tenemos su música y muchas cosas que nos dejó para bien. La última vez que se organizó un homenaje en Casa Unclan para celebrarlo fue hermoso. Fue un tipo de sanación en conjunto”. En esa catarsis, Coronel encontró un enfoque poético que buscaba hacía bastante: “A partir de 'Sar' me dí cuenta de que podía escribir por otro lado y no tener que ser tan directo. Me dije: acá hay una veta que seguir”.
El frío del mundo es una muestra de la madurez del grupo, un trabajo de estudio cuidadoso y detallista. El desarrollo de años de los componentes sonoros que surcaron sus producciones son patentes. Están amalgamados. El montaje es fluido: las partes se distribuyen, se turnan, se retroalimentan. Un equilibrio que se sostiene en melodías luminosas, sintetizadores de brillo ochentoso, distorsiones primales, bajos angulosos y capas percusivas. La voz de Coronel aparece filtrada, radial, subterránea, a veces como si estuviera cantando desde otra habitación, o incluso desde más lejos.
La potencia de sus presentaciones en vivo es especialmente transmitida en el inicio estridente de "Bola de nieve" o en el riff arrollador de dos guitarras con teclas infiltradas de "No veo tu sombra". La plácida "Todo ese ruido" y la balada ensoñadora de "El frío del mundo" ofrecen grados de calidez. “Voy a destruirme entero de nuevo/ Ya no importa nada siento lo que pienso/ Voy a descubrirme entero de nuevo”, entona Coronel en "Rokiyo", sobre ritmos acelerados y texturas de pop rock (líneas que también podrían referirse a sus procesos de creación). En "Señales", el pulso muta, los espacios se suceden con bendings remotos y tintineos cristalinos, con bases sintéticas y orgánicas que se intercalan en un viaje energético.
Tres discos, tres singles, en más de 10 años de carrera. “Ni mucho ni muy poco —considera Coronel—. Siempre nos fue pasando una cosa entre disco y disco”. Como las gotas que caen en un mismo lugar y viran hacia diferentes direcciones, La Teoría del Caos tomó una variable de trayectorias para poder reinventarse. Cambios, enroques y suma de integrantes. Una plaga mundial. Siempre lograron sobreponerse a los factores que determinaron el estado del mundo. La imprevisibilidad forma parte de su naturaleza. Pequeños gestos, grandes repercusiones. Momentos que forman huracanes. Circunstancias cuyo aleteo, cuyo eco, originan temperaturas extremas. El caos son las transiciones. O como Coronel sintetiza, solo, acompañado, solo otra vez: “El caos son las vicisitudes”.
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