Hablar de Muphasa es hablar de hip hop. Y si queremos ahondar un poco más en el concepto, hablar de Muphasa es hablar de hip hop 100% argentino. Y también es hablar de mucho más que El Quinto Escalón, ese evento masivo, autogestivo y popular que creció al punto de convertirse en el impulso definitivo del movimiento cultural que hace más de dos años domina tanto las calles como los charts de nuestro país.
La conversación con Matías Berner tiene como excusa el estreno de El último escalón, documental que se puede encontrar en la plataforma de streaming de Claro y que retrata todo lo sucedido en la antesala y durante el desarrollo de la histórica y liberadora última edición de El Quinto Escalón en el Estadio Malvinas Argentinas. “En lo personal fue una liberación muy grande, y creo que lo fue también para todos -nos cuenta Muphasa-. Hubo un entendimiento colectivo respecto del hecho de que se había terminado. Obvio que los sentimientos, vistos en retrospectiva desde el presente, son los que uno siente cuando tomó una buena decisión. En ese momento, todos teníamos muchas dudas al respecto, pero mirando el documental me veo súper desmejorado, con el pelo mal cortado y muy mal físicamente por el estrés y por lo que implicaba de por sí terminar con El Quinto Escalón. Cuando uno toma una decisión estoica y la lleva adelante, es inevitable preguntarse mientras clava la espada si es verdaderamente la mejor de las decisiones. Había una gran incertidumbre, no sabíamos qué iba a pasar si matábamos a ese dragón… Pero en retrospectiva, sí, siento que fue una decisión hermosa”.
Para reforzar el concepto, Muphasa elige citar a Harvey Dent, el villano conocido como Dos Caras en la saga de Batman: “O morís como un héroe o vivís lo suficiente como para verte convertirte en el villano. Hay algo de eso en el final de El Quinto, algo de esa intención, por distintas razones, obviamente no es la única, pero pensamos que terminarlo ahí era la mejor jugada. Y nosotros, Alejo y yo, somos players en el sentido más puro de la palabra”. La referencia a esta famosa frase no podría ser más acertada: en todo proyecto profesional hay un momento en el que –ya sea por desgaste o por la noción de que el ciclo se ha terminado– se llega a un inevitable final. Y la jugada inteligente reside justamente en poder entender esa realidad y en poder abrazarse con ella sin miedos ni tapujos.
Pero rebobinando a los momentos previos, todo indica que tanto Muphasa como Alejo (a quién hoy conocemos artísticamente como Ysy A) tenían muy en claro la magnitud de lo que estaba sucediendo. A veces, la línea entre lo que está sucediendo en un microcosmos específico y lo que se está generando afuera de esa burbuja termina siendo por completo difusa: “Son dos secuencias bien distintas. Cuando estaba sucediendo todos teníamos bien en claro lo que pasaba, estábamos censando el fenómeno non-stop. Además, yo soy un control freak, estaba todo el tiempo mirando las analytics y midiendo la magnitud del fenómeno sin parar. Después, lo que pasó fue la onda expansiva post-El Quinto Escalón y eso es un capítulo aparte que engrandeció al fenómeno”.
Mientras piensa en su respuesta, a Muphasa se le dibuja una sonrisa que combina satisfacción con orgullo por lo construido: “Hay un efecto cultural fuerte que solo lo podés ver con el paso del tiempo. Incluso es gracioso porque había marcas que llegaban dos años después a hablar con nosotros para hacer activaciones, es una locura… Y todo eso lo ves después, cuando nosotros estábamos no se nos acercó una puta marca. Hasta el gobierno se nos terminó acercando, el último año fue el único que El Quinto tuvo masomenos un reconocimiento a nivel estatal como un fenómeno cultural muy importante que estaba sucediendo en un espacio público y de forma gratuita. Es decir, lo más pura raza que puede ser lo cultural: autoconvocado, autogestionado, libre y gratuito. No hay más pureza que eso y es algo que trasciende a todo color político, eso siempre me gustó de El Quinto Escalón”.
Estableciendo una continuidad directa, nuestro protagonista se planta como un defensor de la meritocracia (“El fruto es de quien se trepa al árbol y lo agarra, no del que plantó el árbol”), para luego analizar a los hijos y sobrinos de El Quinto Escalón con una mirada que va mucho más allá de lo meramente artístico. Para cualquier artista nacido en la plaza, vivir del hip hop era sin dudas algo impensado hace cinco años y la competencia de freestyle más grande del país y de América Latina funcionó como el catalizador para que las cosas poco a poco se vayan acomodando en el lugar que históricamente les correspondía.
“Elegir a un artista hablando de mejor o peor siempre es algo muy subjetivo -piensa Muphasa-. A ver, hubo una camada que estuvo dentro de El Quinto Escalón y a todos esos los quiero y los respeto mucho porque sé del esfuerzo que conlleva. Hay algunos a los que no puedo escuchar, simplemente no me gusta lo que hacen, y hay otros que me encanta su música y los escucho en mi casa mientras limpio. Están las dos cosas, pero a todos les guardo un respeto y una admiración enormes, porque han sido parte y porque me ayudaron también a aprender mucho. Me pone muy contento que hoy el hip hop ponga comida en la mesa de un montón de familias. Esto era algo impensado hace tres o cuatro años, totalmente impensable, por lo que me enorgullece un montón. Tuve la posibilidad de ver cómo se le abrían muchas puertas a muchísima gente que hasta ese momento solo se le cerraban”.
Más allá de esta demostración de cariño cuasi paternal, Muphasa trae a la mesa una reflexión muy importante que no anula el elogio, pero que lo carga de una muy genuina responsabilidad que muy pocos pueden honrar. Si el hip hop tiene que ser algo en nuestros pagos, entonces tendrá que ser 100% argentino. “Yo soy medio conservador -admite-, me empiezo a sentir viejo cuando noto que existe una falta de conciencia en la estética y todo se convierte en una repetición, o cuando veo que lo que hay es un uso desmedido de la ideología sin ni siquiera tenerlas digeridas a fondo. Veo mucho de eso en la escena y también veo lo que sí me gusta, que es el rap más tradicional y también el trap. Hay algunos exponentes, como Ysy A que me encanta lo que hace, que han entendido cómo hacer una transformación y conseguido aggiornar el género a lo argentino, a algo que hable de lo que nos pasa de verdad. No soy muy fanático de la estética americana en ese sentido: antes de que nos veamos bien americanos, prefiero que nos veamos bien argentinos. O mejor dicho, antes de que le parezca genuino a un yankee, prefiero que le parezca genuino a un argentino”.
Profundizando en este concepto, no es ninguna novedad el hecho de que la profesionalización conlleva una serie de riesgos tan implícitos como inevitables. La industria siempre está al acecho y amenaza a cada paso con reducir la expresión artística genuina a una mera etiqueta. Claro que el equilibrio también es una posibilidad, pero la realidad histórica ha demostrado que en algún momento al artista más joven e inexperto se le puede llegar a escapar de las manos el control de la situación. Generando un contrapunto interesante, Muphasa se adentra en la temática con convicción y plantea su postura ganando el terreno elevado. “Es que ese juicio de valor no lo podemos hacer nosotros -explica-. Y también creo que usar el término ‘se nos escapa de las manos’ significa que alguna vez lo tuvimos en ellas y yo no lo veo así. El Quinto siempre fue muy horizontal, nosotros no funcionábamos con jerarquías, más allá de que los rangos y el respeto a ellos siempre existió. La verticalidad nunca fue lo nuestro, por eso no me siento en el lugar de tener la sabiduría para poder definir como buenas o malas las decisiones que tomaron los pibes. Pero pienso en los casos que tuve cerca, de pibes que hoy estarían laburando en un McDonald’s y que en vez de eso hoy le están comprando una casa a su vieja… Bueno, en ese punto a mí me chupa un huevo lo que canten”.
De inmediato, en uno de esos movimientos tan letales como inevitables –como los que siempre mostró sobre las tablas– Matías da con el punto justo de la cuestión: “El resto es educarnos, es debatir nosotros, para que, de última, cultivemos al público para que pueda elegir sabiamente. A medida de que esa cosa que a nosotros nos hace ruido, la picadora de carne, sigue funcionando, es un claro síntoma de que la gente quiere consumir ese tipo de cosas. Quizás nos tenemos que preguntar cómo es que podemos cambiar eso, y creo que El Quinto era un paso en esa dirección por su capacidad para interpelar a la audiencia para que participe. En ese proceso había un aprendizaje mutuo y, tal vez, en esta nueva era que se abre al terminar la competencia, que es justo la de la digitalización, se dio un claro crossover entre dos generaciones distintas. En ese cruce es muy evidente que hay una batalla cultural por dar que es mucho más profunda que sacar una canción”.
Ello no significa que para él exista una deuda por parte del mainstream con el hip hop originario de nuestro país. Citando a Lil Supa (“The Real Hip Hop no suena en la radio”, espeta con una sonrisa de oreja a oreja), Muphasa establece una conexión directa entre el rap y nuestras raíces populares, devolviendo al movimiento hacia sus primeros años: “El rap más rap no está hecho para ser consumido en la radio como [José] Larralde no está hecho para ser consumido en la radio. A Larralde hay que escucharlo tomándose un mate parado en el balcón y al rap capaz también. Y con los años, encuentro que en el fondo la gente solo quiere que le proyecten una energía positiva, ganas de bailar, una energía que los mueva… Y el rap no siempre toca esa fibra, por momentos es un género mucho más introspectivo. A medida que eso funcione así, no tiene que ser una frustración que el rap no suene en el mainstream. De lo que hay que ocuparse es que haya una escena saludable para que eso exista y no desaparezca”.
Cuando la conversación empieza a dirigirse de forma clara hacia el componente más ideológico del hip hop como movimiento cultural masivo, como el lugar de los debates y combates de varias generaciones, Muphasa reparte píldoras XL de sabiduría callejera: “Hay una percepción de que el hip hop es solamente hablar de la calle, cuando el hip hop también es organizar y cultivar a tu comunidad. Los rappers más jodidos no hacen caridad para evadir impuestos como las marcas. Lo hacen porque sienten esa motivación ideológica que tiene el hip hop, que es una carga de valores muy fuerte que justamente habla de todo eso. Si el hip hop te puede dar herramientas para salir de la mugre, bueno, entonces convidá la luz para que el resto también se pueda mover por sus propios medios y pueda escapar de la opresión”.
De algunas charlas y seminarios con la gente del DIAFAR (Diáspora Africana de la Argentina) surgieron reflexiones muy interesantes acerca de la falta de equilibrio entre lo real y lo comercial en la Red Bull Batalla de los Gallos y de si también es posible llegar a un punto en el que se pueda evitar el predominio del capitalismo sobre un producto en su origen tan genuinamente popular y callejero.
Todas las respuestas que tengo para esto son incendiarias pero no quisiera hacer enojar a nadie que no se lo merece. Quiero empezar mi respuesta con “no quiero hacer enojar a nadie que no se lo merece”, pero la realidad es que la batalla es un vehículo caótico de improvisación que muchas veces cataliza lo que duerme en el subconsciente más oscuro de las personas. A la hora de tener que atacar o ganar un debate, tanto fuera como dentro de una batalla, hemos visto cómo los mecanismos de defensa se exacerban. Y en ese mecanismo, hay muchos filtros que se pierden. Hay un debate que tenemos que dar… Así como hablábamos de la “popización” de las cosas, siento que hay que volver al mismo punto. Hay un debate que tenemos que dar como cultura. Lo que pasa en una batalla de freestyle es el reflejo de lo que pasa en la cabeza de la gente, solo que en este caso esas personas rapean. Entonces, existe un debate que tenemos que dar como sociedad y si queremos ver el cambio en el freestyle, hay que darlo en la base. Enojarse con el freestyler me parece una pelotudez, porque al final del día es un artista, un comunicador y es alguien que puede entender, cambiar de opinión y mejorar. Uno piensa que los pibes que están batallando son todos perfectos y la verdad es que es un deporte: un deportista puede caerse al piso y seguir adelante. En el freestyle, caerse al piso o que se te patine la pelota es decir algo que verdaderamente no quisiste decir.
Claro, es algo que sale sin pensarlo, casi como algo automático, acción y reacción, reflejo puro…
Hay gente muy conservadora que ve cualquier cosa en cualquier rima y se escandaliza, cuando lo que hay que entender es que es la cristalización de lo que pasa en la psique de la masa. Y de hecho, muchos freestylers hacen un revisionismo lleno de culpas respecto de sus rimas de años pasados y esto los pone en un lugar de censura a la hora de estar rapeando. Es decir, pasan a estar mucho más rígidos a la hora de improvisar. Y después hay un debate que tiene que ver con el rol de los jueces y las organizaciones. Si estos van a ser punitivistas con los discursos con los que no están de acuerdo o no quieren verse alineados. El Quinto no tenía eso, pero a mí jamás me vas a ver señalar con el dedo a alguien que está ejerciendo su libertad de expresión. El resto es debatir, es dar todas las peleas que haya que dar.
Me gusta la idea de dar siempre todos los debates…
Y el hip hop plantea todos esos debates. Te convertís en el enemigo si no los planteas, si estás hablando solamente sobre las putas y el auto, no ayudás al debate, sino que echás más leña a ese fuego que termina matando al debate en sí mismo.
Uno de los pedidos que más resuena dentro de la Old School del hip hop nacional es la falta de un mensaje contundente acerca de la realidad que se vive en los barrios por parte de la nueva generación. No se trata de relativizar ni de generalizar, sino más bien de comprender un proceso en el que lo único que debe quedar afuera de la conversación son los prejuicios y en el que lo que importa es romper con los esquemas vigentes sin jamás caer en el cliché ni el simplismo. “Lo que yo siento es que hace falta una manera más disruptiva de decir las cosas -dice Muphasa-. Siempre cuento que yo de chico escuchaba a Nach y a otros rappers muy proverbiales, muy de ‘lavate los dientes, mirá hacia ambos lados de la calle antes de cruzar, ayudá a tu abuela’, y la verdad es que a los de nuestra generación eso nos resonó muchísimo. Hoy por hoy existe un cambio cultural para el que ya estamos viejos: hoy nadie quiere que le digan qué hacer. Entonces considero que está en otros lados, está puesto en un lugar más vanidoso el aprendizaje, más aspiracional… Quizás retrocedimos un par de pasos, unos quince o treinta años y volvimos a lo aspiracional. Sin embargo, las expresiones más disidentes que verdaderamente te llaman a plantearte cosas, terminan siendo las de artistas más disruptivos como Tyler, the Creator o como Ysy A. Yo creo que la enseñanza viene por ese lado, por el de la disrupción y por el de encontrar maneras creativas para enarbolar tu ideología de una forma que no termine siendo tan condescendiente”.
Caminar sobre los límites no es algo negativo. En muchos casos, es una actividad que se torna necesaria para poder encontrar nuevas formas de analizar la realidad. Mientras un ejército de usuarios de Twitter embebidos en un tradicionalismo burdo se encarga de catalogar a casi todo experimento cultural y sonoro como “apropiación cultural”, Muphasa vuelve a tomar aire para disparar con precisión: “A mí se me pianta un lagrimón si, por ejemplo, un tema de la Negra Sosa le impacta a una japonés. Tampoco tengo problemas con Nathy Peluso tocando salsa y haciéndose la mulata. Me parece que es una expresión artística. Cuando una organización piramidal con jerarquías viene a imponer qué es lo que hay que hacer y decir, a mí me huele a todo lo que combato. No me puedo poner esa camiseta”. ¿Por qué considerar esta reflexión como una por completo válida? Porque en la intensa era de la hipermediatización, lo que predomina son los intentos pseudo-intelectuales de llamar la atención en cualquier red social. La por momentos enfermiza necesidad de generar un conflicto innecesario y sin demasiados fundamentos con personas a las que se conoce solo a través de una pantalla y por lo que dicen los medios. En ese sentido, Matías entiende cuál es el camino de la muy necesaria reconstrucción social: “Una cosa es reconocer la opresión histórica y otra muy diferente comprender el contexto mundial, entender la inquietud artística y entender que de toda esa mezcla salen cosas nuevas. Esto viene pasando desde siempre, desde que los españoles vinieron y nos robaron la papa y se hicieron una tortilla”.
Bordeando los caminos de la argentinidad como ethos, la conversación llega a la estrecha relación entre el rock y la mayoría de las viejas generaciones de nuestro país. Debate que revive como un ciclo maldito cada vez que una nueva expresión cultural supera al rock clásico en el primer lugar a la hora de cortar tickets, pero que en este caso parece estar lejos de los profesionales y concentrada en un público por demás conservador y tradicionalista: “Creo que los artistas de rock están muy contentos con la nueva ola de artistas de hip hop. Y lo que no, estarán enojados como lo estaban los viejos cuando ellos mismos se dejaban los pelos largos…Es un ciclo. Es un ciclo y no hay nada que detenerse a pensar ahí: es como los padres con sus hijos y los viejos con los niños. Es la adolescencia, es desprenderte del prejuicio de tus mayores para hacer lo que vos realmente tenés ganas de hacer. Mirá si no se estuviesen haciendo las cosas que se hacen ahora por lo que diga Pappo. No sé, DJ Dero siguió tocando, creo.
Además de El último escalón, Muphasa produjo y condujo a lo largo del año Clave, un lugar en el que se le da la visiblidad que corresponde a los verdaderos protagonistas de la cultura. Pero también tuvo tiempo de experimentar una muy sentida conexión personal entre un pasado y un futuro siempre signados por el talento, el trabajo y la humildad. Tres puntos que lo definen como persona y como artista. “Mi vida fue un quilombo -admite entre risas-. Siento que viví muchas más vidas de las que tendría que haber vivido en un mismo tramo. Lo malo de todo eso es que no saqué ninguna conclusión, porque las tres o cuatro vidas que viví tuvieron conclusiones bien diferentes. La verdad es que me siento muy agradecido y privilegiado de haber podido aprender tanto, de que me haya abierto la puerta gente tan grosa en los momentos en los que más lo necesité… Y principalmente agradezco el haber podido cerrar todos los ciclos, aspiraciones y caprichos que tenía desde chico. Tocar en un estadio, conocer a tal persona, cambiar mi barrio, todas esas cosas las siento como hechas. Si hoy me cae un piano en la cabeza, sin dudas que me voy realizado, lo cual no quiere decir que con todo lo aprendido no quiera realizar el triple de cosas a futuro”.
“Este año me pregunté qué es lo que hacía dirigiendo un documental -reflexiona-. Horas y horas haciendo ese laburo y pensaba ‘no terminé el secundario, déjenme en paz loco’. Estoy justo en un momento en el que estoy jugando a tomar los proyectos más locos, estoy volviendo a dibujar y a grabarme, me estoy conectando otra vez con lo más lúdico. Hubo un momento de mucha intensidad en los últimos años y todavía estoy bajando de la quemazón, porque laburé mucho y dormí poco, y hoy tengo ganas de cocinar rico, coger, dibujar y volver a conectarme con eso que me impulsó a cumplir todos mis sueños. Así que, de alguna manera, estoy regenerando mis sueños. Y lo que no quiero es vivirlo con culpa, hoy hay una corriente que te señala y te dice ‘vos con tu privilegio deberías estar besándonos los pies y agradeciéndonos’. Y, por la suerte más linda de todas, vengo de la mierda más oscura. Siento que me lo gané y eso no me lo saca nadie”.
El último escalón está disponible para ver en la plataforma de Claro.