Pablo Dacal es un cantautor inquieto, explorador del universo artístico, un buscador incansable de canciones y aventuras. Suele navegar seguido en su carrera por los mares de la cultura latinoamericana y lo expresa tanto en su música como en su poesía, o también en su rol como entrevistador.
Nació en Buenos Aires en 1976. Editó cinco discos solistas, entre otras grabaciones, fundó junto al violoncellista Manuloop La Orquesta de Salón, y formó parte de los grupos Los Viajantes y Coki & The Killer Burritos. Coqueteó con la actuación y también con la radio, conduciendo programas en Nacional Rock y La Tribu. Protagonizó la película documental Charco: Canciones del Río de la Plata y el mediometraje Pablo Dacal y el misterio del lago rosarino. Compuso música para teatro, danza y performance junto a diferentes directores. Hablamos con él acerca de sus proyectos actuales, sus procesos creativos y más.
¿Cómo transcurre la vida de un trovador como vos en tiempos de cuarentena?Resolviendo mucho trabajo pendiente, todo eso que se fue acumulando mientras los conciertos y la vida; escribo unos textos, encuentro canciones en la memoria, estudio un poco de piano. Y proyectando hacia delante y hacia fuera: si no podemos salir de casa vamos a descubrir el mundo a través de los mapas y la internet. Estoy conectando con muchos sitios que hace tiempo no visito y otros que ni conozco. ¿El mundo se ha globalizado finalmente?
“Pasatiempo” es tu nuevo single. ¿Es parte de una nueva producción por venir? ¿Qué la inspiró?
Es una canción aparecida en el verano y resuelta durante la cuarentena, cuando la recordé noté que algo estaba diciendo sobre todo esto que pasa. El tiempo es el que pasa, que en las vacaciones camina conmigo y durante el año se desboca, pero en estos días se detuvo y por momentos se me escurre. Medito para encontrar el pulso de los días y no exasperarme, la corriente a veces es muy salvaje. La inspiraron las emociones de estas horas y los noticieros. Y no, ningún disco está en mis planes por ahora.
¿Cómo fue el proceso creativo y sonoro de tu último disco, Mi esqueleto?
Salvaje, divertido y extenso. Hace tres veranos me llevé los equipos básicos a las sierras y reuní un montón de ideas que tenía en el teléfono, en la computadora y en una libreta; grabé las bases con la guitarra eléctrica, empecé a construir las estructuras y volví con los primeros huesos. Después armé el estudio en casa, grabamos las baterías y empecé a sumar bajos, más guitarras y algunas voces, hasta que el esqueleto fue apareciendo y entró mi viejo amigo Fer Tur, con el que nos juntamos durante varios meses en los que fuimos quitando lo que sobraba, sumando efectos y encontrando el sonido mientras iba escribiendo palabras, inventando melodías y entrando en movimiento. Al final estaban las canciones y el álbum listo, para la navidad del 2018. Lo escribí con la radio prendida, mientras corrían los días y las noches de la ciudad.
Recuerdo haberte visto cantar en el Festival Nuestro con un cierre magnifico a capela. Justo en ese final estaba arrancando el show en otro escenario de Juana Molina, sin embargo, creaste un clima único, bajaste cantando en medio del público sin perder la atención de los presentes. ¿En tus shows improvisás según lo que vas sintiendo o todo lo trabajás previamente?
Tengo algunas herramientas que utilizo cuando la situación lo permite, pero no hay un guion muy claro más que una lista de canciones de la que voy tomando lo que necesito. Entro en una conexión particular en base a lo que veo y siento, y voy avanzando intuitivamente.
Luego de una trayectoria de composición, en este 2020, ¿has encontrado nuevas reflexiones sobre la canción?
Que por más que haya muchas y parezca que todo ha sido dicho eso es mentira: nunca son demasiadas. Pasan los años y siempre hay algo nuevo por cantar, porque cambian los tiempos y los contextos y cambia uno. Y ya no me preocupa la originalidad: busco la palabra precisa para el tiempo presente. Cuanto más simple mejor, aunque a veces se enrevera y hay que saber oír. Son un terreno de experimentación, como cualquier lenguaje, y el de las canciones es tan sofisticado como el cine, aunque ocupen menos tiempo. Y si el tiempo se las lleva hay que dejarlas ir, porque muy probablemente vuelvan mejoradas.
Casi como un profeta cantás en “Más allá del bien y el mal”: “¿Soy yo que canta o un holograma?” ¿Cómo te llevas con ese tipo de intervenciones modernas?
Cualquier innovación técnica tiene algo de divertido pero hay que conocer los límites, y veo a la humanidad algo desbocada con sus invenciones, que están muy por arriba de lo que realmente podemos digerir. No estamos preparados para el mundo que hemos construido y sin embargo aquí estamos surfeando las olas. Un holograma cantando me resulta tan interesante como el cine 3D o nuestra forma de comunicarnos. Con todo esto se pueden generar nuevos canales expresivos pero nada reemplaza lo que ya existía: un ser humano cantando entre nosotros, un libro en nuestras manos, una conversación en medio del murmullo de un bar. Prefiero el mundo real siempre, el resto es fantasía, una maravilla para hoy que nos aburrirá mañana.
Dice Alejandro Terán en el documental Charco: “Uno no hace la música que le gusta, sino que hace la música de lo que uno está hecho.” ¿Qué música te atravesó más que otra?
La verdad es que ha pasado mucha música por mis oídos y siempre descubro algo nuevo que existía hace 100 años. Me interesa lo que desconozco y está sucediendo cerca, y esto lo encuentro en mis vecinos del presente. Conozco muchos géneros, estilos y épocas diferentes y a la vez todo se me olvida, pero podría decirte que estoy hecho de lo que oí en mi niñez y fue el rock argentino de la década del 80, algo de los 60 en Inglaterra, bastante del Brasil, un poco de tango y canción protesta.
De ese mismo documental fuiste el protagonista como músico y entrevistador. ¿Creés que sigue viva la llama en los cantautores rioplatenses más jóvenes para continuar con el legado?
Seguramente, aunque no lo veo con tanta claridad. Por momentos los veo repitiendo cosas que ya hicimos cuando arrancaba el siglo o acudiendo al mismo canon de siempre. Creo que nosotros fuimos algo más osados en nuestras búsquedas, aunque quizás más imperfectos. Por otro lado, no creo que la movida de cantautores rioplatenses haya sido un estilo sino una plataforma de búsqueda y lanzamiento hacia lo que cada uno quería construir, y personalmente no me gusta mucho cuando veo demasiado templadismo y poco fervor. Estuvo bien bajar el tempo y el volumen, pero creo que estos tiempos tienen otro vértigo y piden otra música. Me interesa lo experimental, sea de la corriente que sea y tenga el sonido que tenga, o cualquiera que haya llegado al hueso de lo que busca.
Este mes se reeditó de manera digital el disco de Viajantes a través del sello Planetharia, proyecto musical del que formaste parte. ¿Cómo surgió la idea? ¿Volverán a juntarse para crear más música?
Era un disco perdido, subido por nosotros en algunas redes y algo abandonado, así que me hace feliz que esté en la radio que todos oímos. Es un gran disco, me siento orgulloso de él. Y fue un momento maravilloso del que tengo grandes recuerdos. El deseo de hacer algo nuevo juntos está vivo, pero con los Viajantes nunca se sabe y todo cambia minuto a minuto, semana a semana y mes a mes.
En una entrevista para Artezeta dijiste: “He tenido un público un poco infiel y le he sido un poco infiel al público.” ¿Está en esa infidelidad el secreto para que el artista componga con cierta libertad? ¿Cuánto pesa el deseo del público que se queda con una época determinada del artista?
La libertad no da dinero ni un mercado definido, y esto es complicado. A mí no me ha pesado el deseo del público, siempre avancé hacia adelante para descubrir lo que aún no conocía, nuevas dinámicas de trabajo y diferentes sonidos, como quien monta una obra de teatro o una película para investigar un mundo diferente cada vez. Y en todo eso estoy yo, pero ya lo sabemos: yo es siempre otro. Canté en muchas ciudades diferentes, realicé distintas actividades, viví en todos los barrios de Buenos Aires, me separé mil veces y me volví a enamorar. Me gusta arrancar de nuevo, el sabor de lo desconocido, ver la ruta vacía y apretar el acelerador, con la música fuerte y los ojos bien abiertos.
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