Existe una numerosa cantidad de personas que aseguran que después de Doolittle (1989), no hay nada más por escuchar en Pixies. Es una teoría válida si se defiende con garras y dientes el génesis sónico de la banda oriunda de Boston, pero no deja de ser una mirada muy cerrada hacia los nuevos horizontes que a fuerza de timón se direccionó el grupo. Es cierto que un disco como Bossanova (1990) quedó en el rincón más oscuro, olvidado y hasta a veces maldecido, bajo la sombra de Surfer Rosa (1988) y sobre todo de Doolittle. El éxito de esos dos primeros discos fue una cruz pesada que la banda tuvo que cargar en sus espaldas, pero también se demostraron conscientes de esto y buscaron evocar una atmósfera distinta. Bossanova es un disco crucial en la trayectoria del grupo porque generó una especie de bisagra, ya que cuando algunos anunciaban el fin de la era Pixies, otros enaltecieron su creatividad. Bossanova es así de tajante: lo amás o lo odiás, lo demás es pura dialéctica.
Luego de la gira de Doolittle en 1989, la relación conflictiva entre Black Francis y Kim Deal se había vuelto insoportable. Este estado de batalla provocó dos hechos indispensables: por una parte, Francis decreto con tiranía ser el único compositor de Bossanova, y por el otro, la emergencia de The Breeders, la flamante banda paralela de Deal. Tras un tiempo sin verse las caras, la bajista de Pixies aprovechó la pausa para formar una banda de chicas, rebeldes e incomprendidas, con un ímpetu avasallante. La publicación de Pod, su álbum debut, fue lo que puso en jaque la apreciación deseada de Bossanova. Esa pequeña brecha de cuatro meses que separó la publicación de ambos discos, puso en vela el cuestionamiento de la decisión de Francis de apaciguar la importancia de Deal en Pixies. El sentimentalismo más visceral adora a Pod y no a Bossanova, como la venganza de la femme fatale que produjo un punto de inflexión en la discografía de la banda.
Mientras que Deal hacía la suya en Inglaterra, el resto del grupo se había trasladado a Los Ángeles. Francis intentó despedir a la bajista en varias oportunidades, pero aún así ella se apareció en California para las sesiones de grabación. Sumado a un ambiente en donde no reinaba la cordialidad de los años de juventud, hubo otros inconvenientes en el desarrollo de la producción. La band no estaba conforme con el lugar que habían elegido, Cherokee Studios, para la grabación del disco ya que tenían que cortar temprano las sesiones debido a que se producía una interferencia radiofónica. Gil Norton, el productor de Pixies desde Doolittle, se puso en contacto con el célebre productor Rick Rubin, quien enseguida reubicó a la banda en el Master Control Studios.
Aún así, la creación de Bossanova fue ligera y espontánea. El grupo llegó al estudio sin tener el repertorio finalizado, Francis con una mano escribía las letras y con la otra mano enchufaba la guitarra preparada para la grabación. Su lírica críptica continuó ahondando en tintes surrealistas pero con un asentamiento en la ciencia ficción. La cohesión entre viajes espaciales, otros planetas y extraterrestres en la atmósfera asfixiante de los Pixies hacen de su cuarto álbum un delirio enajenado influenciado por el space rock y con un ancla firme en los tiempos surfers. Para Bossanova se buscó un aire fresco y locuaz, combinando el frenético instinto salvaje de sus discos anteriores con un apoyo más melódico y menos agresivo. La crudeza fue reemplazada por un sonido cuidado que logró un equilibrio templado entre distorsión y melodía.
Quizás por esta mala etapa que retrotrae Bossanova, los Pixies tomaron la decisión de esquivar sus canciones en sus shows en vivo. Sin embargo, hay algunas que son imprescindibles como “Velouria”, que se convirtió enseguida en una de las canciones más emblemáticas de su carrera y favoritas de sus seguidores. Y… ¿cómo no? Si es un golpe dramático, una mezcla de temperamentos con un solo de theremin que dota a la canción de un aire escalofriante y galáctico. “Velouria” concentra toda la rabia, el dolor y la rareza que caracteriza a los Pixies.
Bossanova es el primer disco en el que la banda decidió incorporar un cóver y fue un tema californiano de la década del 60: “Cecilia Ann” de The Surftones. La versión de Pixies es más prepotente y electrizante, con un inicio instrumental de riffs filosos de Joey Santiago. Le sigue la psicótica “Rock Music”, una destilación de ira a garganta rota que demuestra por qué Kurt Cobain era fan de la actitud caótica de los Pixies. Además de Nirvana y The Surftones, otra referencia que no pasa desapercibida es la influencia de Talking Heads en el estilo de Black Francis. “Dig for Fire” es un célebre homenaje al encanto singular de David Byrne y es uno de los picos más altos del álbum. “Allison” es otra muestra de excitación, sencilla y contundente, una canción poderosa y zigzagueante en conmemoración a la pianista de jazz y blues, Mose Allison.
El carácter bipolar de Bossanova nos presenta temas suaves y cálidos como “Ana”, una balada melosa a cielo descubierto, y “Havalina”, su broche final, un tema con una delicadeza que nos dirige al costado más ensoñador del disco. Pero así como estos momentos de tranquilidad se exploran en Bossanova, también se hay lugar para los extravagantes trastornos de personalidades como en “Is She Weird” y su sofocamiento agudo, o la destreza de “Blown Away” con una interpretación afilada de Santiago y los golpes de batería resonantes de David Lovering.
En cuanto a Deal, sus líneas de bajo siguen ese carácter diligente y la sutileza de sus coros se puede valorar especialmente en “The Happening”, que se le suma a los pequeños aportes vocales en “Velouria” y “Havalina”. La mínima participación vocal de Deal nos deja con ganas de más, sin dudar que podría haber aportado otra pieza explosiva como “Gigantic” si le hubiesen dado el espacio. Para contrarrestar esta ilusión, Francis declaró varias veces que Bossanova es su álbum favorito de los Pixies, no sabemos si por ego, clemencia o una emoción verdadera que deleita el vigor de su ironía.