“La Pointe” es un término literario que representa aquel momento en que un concepto es relevado por su opuesto. Lo aparente es sustituido por lo real, el ideal por lo material, y lo cotidiano se convierte en algo maravilloso. Cuando se habla de los New York Dolls y su álbum debut, aparecen numerosas anécdotas que atraviesan su historia y forman una relación similar a lo que sucede con “la Pointe” dentro de la literatura. El impacto y la importancia cultural de los New York Dolls radica en el giro dramático, surrealista, grotesco y poéticamente violento que la súbita aparición de la banda representó para la cultura rock.
El caos era un menester diario en la Nueva York de comienzos de los años setentas. La imagen era la de una ciudad en declive poblada por adictos, trabajadoras sexuales, pandillas y gángsters, que promovieron el desplazamiento de la clase acomodada y la clase media neoyorquina hacia los suburbios. Este carácter de desgobierno en la ciudad calzaría perfecto con la propuesta estética de los New York Dolls, convirtiendo la sordidez de lo cotidiano en parte de su vanguardia artística.
En cuanto a la cultura rock de ese entonces, el género se encontraba en un momento pretencioso, guiado por el ascenso del rock progresivo y sinfónico de bandas como Yes y Pink Floyd. Los Dolls eran todo lo opuesto a esto: su sinfonía era el del desorden mismo de su integrantes, imponiendo una ruptura hacia un realismo de histeria, provocación y anarquía.
La banda comienza a tomar forma hacia comienzos de 1971, cuando el guitarrista Sylvain Sylvain conoció al baterista colombiano Billy Murcia, quien trabaja enfrente del hospital Doll de Nueva York (de ahí radica el origen del nombre de la banda). Ese mismo año se sumó Johnny Thunders y así el embrión de los Dolls comenzó a tocar durante unos meses hasta que Sylvain decidió mudarse a Londres.
Mientras Sylvain se encontraba en Gran Bretaña, Thunders y Murcia decidieron no perder el tiempo y sumaron al bajista Arthur Keane, al cantante David Johansen y a un guitarrista llamado Rick Rivets, para así formar la banda de pub rock Actress. Cuando Silvain volvió de Londres, Thunders -quien tomó su nombre artístico de una canción de The Kinks– echó a Roberts, reincorporó a Sylvain, y retoman su nombre como New York Dolls para debutar en los escenarios en diciembre de 1971.
Desde el vamos, New York Dolls mostró una falta de timidez y una rebeldía que sentaron las bases de lo que sería el futuro punk. Vale la pena recordar que el reconocido manager de los Sex Pistols, Malcom McLaren, fue primero manager de los Dolls e incluso le ofreció el puesto de guitarrista en los Pistols a Sylvain, quien rechazó la propuesta. Durante su primer año, la banda apenas podía tocar sus instrumentos, pero sus vigorosos shows en vivo y su estética travestida comenzaron a llamar la atención de la prensa musical.
El año siguiente, la banda obtuvo un contrato con Mercury Records para grabar su disco debut junto Todd Rundgren como productor, quien por ese entonces había sido aclamado por la crítica por su álbum Something/Anything? de 1972. En abril de 1973 entraron al estudio Record Plant, descrito por Rundgren como el peor estudio de la ciudad. En solo ocho días terminaron las grabaciones y la mezcla en otras dos jornadas.
El debut homónimo de los New York Dolls era una síntesis de la vanguardia rockera desarrollada por artistas como The Velvet Underground, The Stooges, The Rolling Stones y David Bowie. Sus canciones no tenían vergüenza de mostrar estas influencias: “Bad Girl” guarda similitud con “Sister Ray” de The Velvet Underground, “Jet Boy” suena como una reversión de “19th Nervous Breakdown” de los Stones, y en “Looking for a Kiss” el cantante David Johansen cita la letra de “Give Him a Great Big Kiss” de The Shangri-Las, pero retomando el histrionismo de Mick Jagger. Otros clásicos como “Lonely Planet Boy” o “Personality Crisis” mostraban un nuevo camino para el glam y el vodevil punk.
El álbum salió a la venta el 27 de julio de 1973 y terminó siendo una decepción comercial tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, aunque sí fue destacado por la prensa musical, especialmente por el periodista Nick Kent de la influyente NME. Además, numerosos artistas de la escena de pub rock como Mott the Hoople o reconocidas bandas como Faces señalaron el valor del álbum y muchos jóvenes británicos -por ese entonces fascinados con el glam de Bowie y Marc Bolan– adoptaron a los New York Dolls como sus referentes. De hecho, un desconocido Steven Patrick Morrissey de solo 15 años presidió el club de fans de los New York Dolls en Gran Bretaña.
La insurgencia, caos y fantasía que destilaban los Dolls los ubicaba en una posición de outsiders, con toda la ambivalencia positiva y negativa que esto podía representar. La banda llamaba la atención de artistas famosos, pero al mismo tiempo el impacto de su imagen y los problemas con las drogas y el alcohol los llevaron a un lugar de culto, lejos de la popularidad y masividad que gozaron otros artistas de la escena.
Un ejemplo claro de esto fue la invitación que tuvieron hacia fines de 1972 para telonear a Faces, la banda liderada por Rod Stewart y Ronnie Wood, futuro guitarrista de The Rolling Stones a partir de 1975. Horas antes de subir a telonear a los británicos, la banda tocó gratuitamente en un hogar para personas sin techo, demostrando que podían convivir con el cinismo de la fama y el romanticismo de la pobreza. Sin embargo, la banda sería incapaz de evitar la autodestrucción: el baterista y fundador Billy Murcia murió una noche de noviembre de 1972 en una fiesta durante la gira inglesa.
En una época en que la música se vivía como una experiencia no solo sensorial sino también social, el debut de los New York Dolls representó una visión política de lo que se volvería la filosofía “no future” del punk. Contradictorios y anti sistema, la genialidad de la banda generó que en 1973 sean elegidos en simultáneo por diferentes publicaciones como la mejor y peor banda del año. Su álbum debut influenciaría a artistas de la talla de Ramones, Sex Pistols, The Smiths y Guns N’ Roses y, 50 años después, su figura todavía representa un desafío a imitar o actualizar para las nuevas generaciones de músicos de rock.