Abordar la completa dimensión artística de Palo Pandolfo es como intentar llevarse un premio en esas kermeses tramposas de película yanqui: siempre falta un tantito para que entre el aro. Desde el niño hippie con delay en su primera banda Sempiterno hasta el adulto de voz fuerte referente de un par de generaciones acompañado por La Hermandad, Palo mutó, fue y vino en un viaje que para cualquiera hubiera sido incoherente o extraño, pero en él fue de lo más natural. Un intuitivo que se cortó el casco de rulos para ser glamoroso a mediados de los ochenta; un nuevo romántico que devino punk; un punk, el más, que volvió a las raíces y a la fiesta (crítica, porque se pelea con una sonrisa bien sonora) en medio del acabose que fue la década del noventa. En todas sus reencarnaciones, sin embargo, el hombre de la garganta de virulana –levantaba todo el teflón de la canción cuando entraba con su voz– conservó espíritus de la anterior.
¿Se puede ser hippie y punk? ¿Se puede ser hardcore mientras se agradece a la Pachamama? ¿Se puede ser suave y extremadamente áspero en una misma canción? Palo pudo y nadie pensó que allí había contradicciones o grandes carteles de inmobiliaria, de esos que rezan en letra gigante un “Se vende”. Porque si hubo algo que no pudo hacer nunca ese hombre fue encajar en una industria que lo cobijó desde su primer y exitoso disco, al que respondió con un vómito de poesía que los ejecutivos aún no comprenden. Allí, y él mismo lo repitió infinidad de veces, está contenido todo un viaje, el suyo y el de una era.
En ese sentido, Pandolfo es el “nowhere man” del rock nacional que tanto amó. Siempre se las rebuscó para que un sello, cualquiera, el tuyo, le publicara sus discos, pero las condiciones artísticas las (im)ponía él. El tire y afloje lo tuvo en una posición pendular en la que era producido por Ricardo Mollo mientras se encargaba de lo propio con bandas chicas del oeste; tocaba “con todo el Estado detrás” una conmovedora versión de “Los dinosaurios”, pero sus lugares favoritos eran los antros. Esa tensión se sostuvo a lo largo de toda su carrera, y no sabemos si se resolverá con su partida física o seguirá allí como una ecuación imposible de resolver. De alguna manera, es una situación tan inquietante como su obra, que produjo esos movimientos.
#PaloConvida
Para comprender la dimensión de la pérdida hay que observar cuáles fueron los alcances de Palo. Su inquietud y su constante cruce de mundos lo volvieron querido y admirado por artistas de lo más variopintos. Decenas de músicos lo saludaron con el cariño de quien conoció a un hermano. Y la lista de colaboraciones, convites y abrazos es interminable: que su última canción publicada sea un feat. junto a Santi Motorizado dice bastante.
Pero en la historia hay mil cruces más: Andrés Calamaro en el debut de Don Cornelio, Tom Lupo en Espiritango, Ernesto Baffa en el disco en vivo de Los Visitantes; el infernal aluvión de invitados en sus álbumes solistas y junto a La Hermandad: Liliana Herrero, Fito Páez, Alejandro Medina, Charly García, Adrián Dárgelos, Juanchi Baleirón, Richard Coleman, Ariel Minimal, Lidia Borda, Peteco Carabajal, Lisandro Aristimuño, Leo García, Boom Boom Kid, Los Tipitos. Parecen nombres al aire, pero hay una historia allí, que se completa con el otro último feat. que tuvo lugar durante la emisión de los Premios Gardel: junto a la Orquesta Típica Fernández Fierro, compañeros de emociones y composiciones varias, Palo canta “Cabeza de platino” en una versión escalofriante, que sintetiza su cruce de universos y su predisposición a compartir el pan y la melodía. Bien lo había dicho en una canción que hizo junto a otro hermano, Alfonso Barbieri (integrante de de aquella, denominada por Palo, Nueva Vanguardia a la que Pandolfo ofrendó vino y rosas): “Me verán por ahí/ Cuando esté invitado voy a ir”. Y cumplía.
#TodosLosPalosElPalo
Pocos artistas han tenido la sabiduría que tenía Palo Pandolfo a la hora de analizar su propia obra. Un discurso público elaborado pero no estático, que se reformulaba y encontraba nuevas ideas -artísticas, políticas, espirituales- con los años, una revisión de sí mismo a la que algunos prefieren no animarse (“Discuto conmigo mismo”, decía mientras revisaba en los remolinos de su mente).
En esa review, Patria o muerte era el disco maldito y amado, las drogas fueron el momento para conocer abismos, pero el yoga era la que iba ahora, porque la autodestrucción no conducía a nada; Los Visitantes fueron la teoría del placer, y no resultaron todo lo populares que podrían haber sido porque serlo significaba pertenecer al entreguismo de los noventa; “Las bandas no se reúnen” y por eso no hubo jamás una vuelta formal de sus proyectos de décadas pasadas (la casualidad quiso que Don Cornelio durara lo que el alfonsinismo, Los Visitantes lo que el menemismo, y que el primer disco solista de Palo saliera días antes de la explosión de la crisis de 2001). Y aquella hermosa sentencia, de un sabio trashumante, tal vez un sueño cumplido del jipi adolescente que siempre se paró en la parte de adelante del escenario: “Siento que puedo, de acá a que me muera, recorrer todo el país con una guitarra criolla y laburar todos los fines de semana”. Lo hizo.
#MaderitasDeTodoUnPalo
Pandolfo ha hecho clásicos que sonaron hasta el hartazgo en las radios, y un par de sus discos son fija en el canon del puro rock nacional. Pero su carrera está llena de lados B. Hay mucho material escondido, revisado a medias o directamente inhallable. Una lista caprichosa de aspectos desconocidos con lo primero que sale podría incluir a sus proyectos paralelos Julio Madurga (amigos de colegio y militancia haciendo poesía y ruido, con Palo de bajista y a un costado, y su amigo Sergio Bondar al frente) y Los Locales, la contraparte acústica de Los Visitantes, que eran una fija en el boliche La Luna, el mismo lugar que recibió con los brazos abiertos y los bolsillos rotos la acción poética de Los Verbonautas, aquel colectivo de dementes/banda de poesía (!) que juntó, entre otros, a Gabo Ferro, Vicente Luy, Palo y Karina Cohen.
El canon que incluye a Don Cornelio y La Zona y Maderita casi que anula la faceta más corrosiva de Pandolfo, con sus visos -una palabra muy Rober, como firmaba muchas veces- hardcore: ¡los hardcores de Palo contaban una historia en un minuto! “Sangre amarilla” y la historia del punk, “Castro Barros-Miserere” y la mnemotecnia hecha letra imposible, “Sopa yanqui” y el aullido contra la banalización entreguista. El feat. más genial de todos (sí, se la pasaba cayendo a fiestas de otros este tipo): “Sapo sapo” cantada con ternura junto a Magdalena Fleitas y un coro de niños felices. La canción que baila feliz Merlín Atahualpa Mollo, y un gesto beatle más de Palo, que en todos sus álbumes tiraba algún guiño de estilo (ejemplos: “La misma suerte”, “Amor (practico el ritual)”, “Te quiero llevar”, “Bi bap um dera”, “Molestando a la oscuridad”, “Guarda”).
El himno a las Abuelas de Plaza de Mayo. La versión descomunal de “Trigal”, la última grabación de Los Visitantes, publicada en el Tributo a Sandro. El poemario La estrella primera. El dueto con Pablo Dacal en “Nazarena”, una barbaridad (para bien) hacerle eso a una canción ajena. Los encuentros con Calamaro cuando El salmón 2 era una posibilidad de la locura. La protesta silenciosa ante la invasión yanqui a Irak, por la cual Palo decidió no grabar canciones de ningún artista estadounidense en su álbum de versiones Antojo. La versión inimputable de “Karma Police” y la gloriosa de “She”. La composición automática y profética de Esto es un abrazo y Transformación (“Tengo que componer más canciones para ver qué me va a pasar el año que viene”). Vicentico como sostén anímico de A través de los sueños, siempre en la pecera, al lado de Álvaro Villagra. El dúo Vergüenza con Daniel Gorostegui, que tocó con Palo en todos sus proyectos. El programa “Pensamiento libre” en Radio La Ciudad de Ituzaingó. Todo Desequilibrio, un disco que quedó marcado por el fracaso y el fin. La letra de “Ilusión”, que dice:
Voy abrazando esquinas
Saludando a la vida
Quiero el cielo y más
Voy derecho hacia tu sopa
Llevando poca ropa
Que es como un disfraz
Aunque sea difícil encontrarte
Tal vez imposible amarte
Mando un ángel a robar
La corona del amor, caída
Yo no la creo perdida
La vamo’ a recuperar
El verdadero azul
Nada en la ilusión
De sentir tu pasión – otra vez
Y el blanco inmortal
la dulce piedad
Cuando dijiste adiós – por qué
Voy corriendo bajo la lluvia
Sin importarme la furia
Que nos tira para atrás
Voy derecho hacia tu puerta
Que imagino siempre abierta
Pero que a veces cerrás
Aunque sea difícil encontrarte
Tal vez imposible amarte
Mando un ángel a luchar
El candado del dolor se rompe
En tu mano un sol de bronce
Un rayo de libertad.