“Señorita… ¿cómo se llama usted? ¿Qué es usted, que no tiene… ese aire común a tantas mujeres?”. La anécdota de un estudiante preguntándole a la Alfonsina Storni docente contiene en sí misma muchas insinuaciones de por qué las nuevas generaciones revalorizan la actividad narrativa de una autora que fue prolífica hace un siglo. La explicación de la sensibilidad poética y la experimentación formal no es suficiente.
Existe un aura provocativo, una insolencia de los sentimientos, una liberación del disfrute que resultaba inconcebible y Alfonsina -cuya solo mención de su nombre está atada ya no a una persona sino a una estética- permitió pensar. “¿Quién más queer que Alfonsina?”, se pregunta María Moreno en su último libro de ensayos, Pero aún así (Random House, 2023), y vuelve a aproximarnos a construir el rompecabezas que nos revela su seducción, además de abrirnos a otra certeza: solo las preguntas correctas nos permiten entender su figura.
En los últimos meses, y ya con su vastísima obra completa editada y circulando por distintas redes -incluso un epub gratuito de libre acceso, Poesía completa, editado por Vi-Da Global con prólogo de Marina Mariash-, las posibilidades de lectura de Storni rondan lo inabarcable y remarcan la necesidad de relecturas y la decisión de elegir dónde posar la mirada. Esa convicción pudo haber impulsado a la investigadora Alejandra Laera a compilar a la Alfonsina en desplazamiento: sus crónicas de viaje publicadas en los periódicos, la presencia de los paisajes en su poética y la decisión política que existía en ella en conocer el país y el mundo siendo madre soltera. Sin embargo, su tesis se concentra especialmente en el desplazamiento como motor creativo.
El cuerpo de Alfonsina es un lugar habitual en las alusiones a su vida: uno que renegaba del standard de belleza de la época, pero que alucinaba a todos los sexos; uno que atravesó una amputación para enfrentar un cáncer; uno que fue libre en su cama y esclavo de sus paranoias. Pero Laera piensa en otro aspecto. A partir de su entusiasmo en el archivo para compilar y ordenar artículos sueltos en suplementos dominicales o referencias de las cientas de poesías que publicó, Instantáneas del mundo (Fondo de Cultura Económica, 2023) exalta al cuerpo en movimiento para notar la apuesta de Storni por el valor artístico de la crónica y el ensayo, su eficacia para describir paisajes que hoy representan cuadros de época y, principalmente, en cómo se dan sus encuentros con la esencia de los pasajeros, cuyos encuentros transitorios con costumbres impostadas permiten el contacto con lo que saben desconocido y efímero para terminar grabándolo en un recuerdo que se puede leer 100 años después.
“En contra de tener una casa porque las casas son de a dos”, explica María Moreno sobre Alfonsina en Pero aún así, en donde suma una explicación más a su devoción viajera. Moreno vuelve a expresar en su libro esa delicadeza sensitiva e inabordable capacidad metatextual que marcó su carrera narrativa, fluyendo a través de un lenguaje atrevido, despojado del snobismo pero sutil en sus elecciones y su humor. Esa estilo tiene fuertes rasgos de Storni, a quien le dedica un capítulo para abrir una dimensión del análisis que incluye las discusiones del feminismo posterior a la primera oleada de las sufragistas. Un feminismo del que la propia poeta va a renegar (“es un viejo truco feminista denostar la propia posición como una estrategia defensiva con algo de treta”, propone Moreno) pero que es indisociable de su voluntad de construir una carrera literaria en un universo monopolizado por hombres y de ejercer su independencia lejos del perímetro del hogar.
Esa decisión se expande como inspiración, injerta disrupción y arrebato. Aún florece. Incluso la propia Moreno es ejemplo. En el amanecer democrático de 1983 dirigió el diario Alfonsina, con el subtítulo “primer periódico para mujeres”, donde se daba lugar a las voces de Sara Facio, Hebe de Bonafini y María Elena Walsh para discutir sobre aborto y nuevas maternidades, lesbianismo y pornografía, construcción colectiva y patriarcado. “Porque si hubo una Alfonsina que entró en el mar para buscar la muerte, miles de Venus saldrán de las mismas aguas para cantar al amor y a la vida”, se lee en su texto inaugural que se puede encontrar googleando, al igual que las once ediciones a las que llegó la publicación.
La elección editorial de esa oración contiene el potencial de referencia que tiene la figura de Storni para las reinterpretaciones contemporáneas así como una de las temáticas más transversales de su vida: el inagotable magnetismo que sintió por los ríos y por los mares. Con padres suizos y crianza en San Juan, la convivencia de Alfonsina con el paisaje ribereño inició en su adolescencia en Rosario, se fortaleció en sus giras teatrales, continuó en estancia profesional en Buenos Aires -el río como una ausencia, en la configuración del desánimo de habitar una ciudad que le da la espalda a su costa- y se explicitó en su conexión con la actividad nocturna y su convivencia con las olas de las playas marplatenses, un vínculo recientemente revalorizado por el investigador José Luis Baute en el libro Alfonsina Storni en Mar del Plata, de Ediciones Lirio.
Todos estos recorridos dejaron rastro en su obra y están también presentes en Instantáneas del mundo, en donde se lee el encantamiento de la poeta con los “heroicos paisajes sudamericanos, sustentados a belleza pura sin que la mano del hombre les agregue encanto alguno”. La virulencia de la cercanía de las estrellas en la Patagonia o la armonía de las montañas y los valles suizos, el color interminable de la llanura pampeana y el desencuentro con el snobismo italiano; todos sus viajes quedaron retratados en poemas o crónicas, muchas veces en textos breves sin la pretensión del aforismo, más bien con un estética espontánea que los asemeja a un tweet. Pero su persistencia a escoger geografías costeras en el exterior (Montevideo, Río de Janeiro) y su reiterada decisión de registrar diarios de navegación subrayan que la elección del historiador Félix Luna fue la más rigurosa para eternizar su figura: el título de la canción que escribió debía ser “Alfonsina y el mar“.
Un mar que describió mil veces (“mar que te agitas: prende en tus olas el alma mía, que estando a solas en esta hora con mi inquietud, tengo deseos de que mi todo a un tiempo sea cristal y lodo paloma y cuervo, llama y alud“); un mar autónomo e inconmensurable, con vida propia (“el mar, descontrolado, se niega al barco, y forma grandes pozos verdinegros. Están hechos de ojos de ahogados, transparentes, acuosos, suplicantes, teñidos de algas obscuras, estriadas de espumas hirvientes, epilépticas”); un mar en donde decidió acabar con su vida, sin premeditarlo pero también sin imprecisión (“noches pasadas yo tampoco podía dormir. Imaginaba el mar y su helada carne verde, esponja insaciable, dispuesta a absorberme para siempre; sus olas se hacían bocas para llamarme con mi nombre innombrado”). Un mar que fue su última palabra escrita, presente en su nota de despedida encontrada el 25 de octubre de 1938: “Me arrojo al mar”.
Ese gesto de arrojo reporta, antes que una inevitabilidad, una elección que traspasa su vida y su cuerpo para promover un vínculo con la geografía. “No se deja terminar, termina ella, que la naturaleza avance solo a través del mar”, interpreta María Moreno, que entra en contacto con la perspectiva de Alejandra Laera: Alfonsina Storni no se desplazaba por los lugares que visitaba, ella era el desplazamiento. Los paisajes llenos de vida, las ciudades que dejaban de ser ajenas por el encuentro con sus amistades, las habitaciones de hotel desordenadas y también la eternidad de la noche solitaria, los amores pasajeros e incorruptibles o los versos que la invadían inoportunamente para grabarse en algún cuaderno; todos esos elementos forman parte de su universo poético, en donde siempre será posible reconstruir que lo fugaz puede ser perpetuo. Lo único necesario es incomodar el sentido común, reconocer los lugares que cautivan y nunca dejar que se calme la correntada de nuestro más íntimo mar.