A Patricio Foglia lo leí por internet. Siempre me llamó la atención el nombre de su primer poemario, Temperley (2011), porque Temperley es también el barrio en el que vivo y en el que crecí. Años después de leerlo así, a la distancia y sin conocerlo, me enteré de que una amiga de la facultad lo conocía. Le comenté que lo ubicaba por su primer poemario y unas semanas después me llevó un ejemplar del libro a la facultad. Era un regalo de Patricio. Me lo presentó, le agradecí por el libro y le conté la anécdota en persona. Un par de días después hicimos esta entrevista, para la cual nos encontramos en Palermo un jueves al mediodía, durante su hora de almuerzo en el laburo.
¿Por qué escribís? ¿Por qué poesía?
Escribo porque es una necesidad que se me impone. Lo nombrábamos recién en la charla a Osvaldo Bossi. Osvaldo en el taller dijo algo que a mí particularmente me interpeló, porque dijo que la poesía le agregaba al mundo algo que no existe y que uno desea que exista, como si viniese a restañar algo que está dañado. En el lenguaje de los psicoanalistas sería algo así como una falta, algo de eso. Y yo supongo que yo también, como todos los que escriben, en algún punto me conecto con eso, con la posibilidad de restañar y de volver a conectarme y de agregarle al mundo algo que no existe y que deseo que exista. Me parece que está bien, que es justo. ¿Y por qué poesía? No lo sé, no tengo ni idea.
¿Fue algo casual?
No, seguramente hay una causalidad, pero me resulta francamente enigmática. Sí sé que cuando era chico, sobre todo cuando empecé a escribir (eso pasó en el secundario), en un momento en el cual así como yo veía que otros compañeros se aislaban de esas series enormes de horas tortuosas en donde uno básicamente se la pasa aburriéndose y concurre de una institución a otra, de la familia al colegio y de obligación en obligación, bueno, en esa aislación algunos compañeros dibujaban. Y yo no dibujaba, yo escribía. Y en ese momento las palabras para mí no tenían el peso natural que tienen en las conversaciones sino que para mí tenían otro color y otro sonido y jugaba con las palabras y en ese juego yo me quedaba ensimismado en mi caja musical, en mi cajita musical. Y de eso no salí nunca. Después de esa experiencia que –Dios sabe por qué- se dio de esa manera y no dibujé o no me puse hacer cuentos o qué sé yo, surgió la poesía como posibilidad y no desapareció más. Son, de todas maneras, creo, poemas bastante narrativos o por lo menos eso me dicen algunos amigos que soportan leerme. Pero no me siento capacitado o con las herramientas para poder entrarle a la prosa a pesar de que leo prosa y me encanta. Por el momento no se dio y no es algo que uno fuerce. Como no me propongo escribir, tampoco me propongo escribir poesía sino que son cosas que se dan.
¿Cómo te das cuenta que una idea o una imagen es un poema y no otra cosa, que no quede en otra cosa, que no se disuelva?
No sé si me doy cuenta inmediatamente. Sí sé que hay algo físico vinculado con el cuerpo que empieza a brotar, que surge. Me parece que no hay una conciencia como por ahí sí la hay en prosa de “esto es una buena historia”. Hace poco, hablando con Natalia Leiderman, Natalia me contaba que Puig tenía una etapa en donde básicamente grababa historias que le resultaban por algún motivo interesantes y después con un determinado método construía novelas a partir de esos relatos. Eso es fantástico, es encantador. Pero, de vuelta: no creo que surjan mis poemas a partir de una conciencia muy clara, sino que lo que aparece es en todo caso una frase y hay algo del orden del dejarse llevar por esa frase, por el ritmo de esa frase y sorprenderse por el lugar al que uno arriba. Ese momento en donde el poema apareció, uno levanta la vista y cambió algo del mundo o algo fue revelado. Cuando un poema funciona bien, pasa eso.
También me acuerdo que hace poco, para la entrevista que le hicimos a Estela Figueroa, nosotros nos pusimos a leer otras entrevistas previas. Y en una entrevista que ella hizo en el año 1991 con Diario de Poesía, ella citaba a una poeta alemana que decía que un poema era como un fruto maduro, que cae en la falda del poeta en el momento en el que tiene que caer. Por más que uno quiera acelerar los procesos, es como si todo el tiempo estuviésemos escribiendo en la cabeza o con el corazón o con todo el cuerpo, y al mismo tiempo no. Son determinados los momentos en donde sucede eso que, yo no digo que sea mágico, pero sí que no es totalmente voluntario, que no funciona bien si funciona sólo mecánicamente y ahí aparece el poema.
¿Después de escribir un texto, corregís mucho? ¿O sos más de dejarlo así como surgió?
Lo corrijo. Mucho. A veces, afortunadamente no y a veces, afortunadamente sí. Alguna vez, algún poema salió más o menos de forma inmediata, pero vuelvo a la pregunta anterior y en realidad ya estaba siendo escrito. Entonces, si ya estaba siendo escrito, nunca sale de una, aunque aparentemente salga de una. Porque hay todo un proceso inconsciente y de deseo de poder conectarse con determinadas palabras y con determinado ritmo que nos revelen una verdad o que la generen. Entonces, siempre uno está corrigiendo aunque no haya tachaduras en algunos poemas. Pero a mí me parece fantástico el momento de corrección, porque también es un momento en donde uno le muestra un poema a alguien que uno considera un interlocutor válido y te marcan cosas que vos no viste. O también pueden aparecer poemas más visuales. Me acuerdo de Pizarnik que tenía, al parecer, un método que era el de escribir versos, pero ponerlos muy visualmente en algún sector de la casa, en un pizarrón, y entonces iba viendo qué yuxtaposición era luminosa u oscura, lo que ella decida en ese momento, o las dos cosas a la vez. Ese es un método súper válido. Y la corrección también me parece súper placentera. No creo en la cosa del surrealismo y todo eso, me parece que salen bodrios infumables, sumamente prestigiosos por lo hermético y nada más. El hermetismo me parece que es muy virtuoso porque es muy fácil que si no te entienden crean que lo que hacés es genial. Supongo que los que son herméticos no corrigen tanto, o sí. Aunque hay gente que lo ha hecho absolutamente bien, eh. Pero es difícil hacer Trilce todos los días.
Estaba pensando en lo que decías de Pizarnik, en el libro Crawl de Viel Temperley. Él decía que cuando lo estaba escribiendo tenía todos los poemas ordenados en el piso y se paraba arriba de una silla para ver desde la altura cómo estaban dispuestos visualmente, como para verlos bien desde otro lado, como que se extrañaba la mirada. Y yo cuando leí eso en la entrevista fue como muy revelador, porque decís, claro, con razón logró ese ritmo y esa disposición gráfica. Él decía que su idea era describir un hombre que nada con los versos, como que iba nadando así, de lado a lado.
Viel Temperley es un poeta fantástico y es genial que lo sigamos leyendo.
Sí, y poco valorado por la academia, por las librerías.
Bueno, pero ahí está Del Dock que tiene una edición muy bonita de su obra reunida. Y creo que ahí hay una clave interesante para pensar la escritura, que es la distancia. El hecho de que él se suba a una silla, por ejemplo. Yo no sé si hace falta ese despliegue físico, pero sí sin dudas, sirve para pensar simbólicamente al menos, incluso también físicamente, cuán necesaria es la distancia que uno tiene que tener con relación a los poemas. Poder tratarlos también como lo que son, objetos de sentido, objetos musicales. Pero correrse un poco, no creer que cortar un verso, quitar o acomodar una palabra o es cortarse un brazo, quedarse ciego o qué sé yo. Es decir, salirse para poder entrar plenamente y para que puedan entrar los demás. Es interesante esa distancia para poder encontrar poemas que funcionen bien, que sean orgánicos.
¿Qué importancia le das a la oralidad en tu poesía, a los registros, al lenguaje coloquial?
Me parece que la oralidad está presente en los poemas que escribo porque me interesa que aparezca la música de todos los días como yo la oigo, como eso, como música. Pero también me interesa que exista lo contrario. Yo no sé si lo logro. Tal vez es más interesante pensarse como lector. Lo que uno logra hacer o no logra hacer como escritor es muy difícil de definir. Pero a mí como lector me interesan más aquellos que logran conjugar elementos orales y resignificarlos o ponerlos en el marco también de una tradición lírica o poética en general, antes que encerrarse en la mera oralidad. Hay poemas que parecen no tener un trabajo ni con lo rítmico, ni con lo lírico, que no tienen ni sal ni pimienta, como si la realidad sin mediación y su sola referencia alcanzasen para que fuesen poemas.
Sin la distancia que vos decías.
A lo mejor eso alcanzó y a lo mejor todavía alcanza para mucha gente, pero para mí la mera oralidad es de una pobreza absoluta. Ya el mundo es absolutamente pobre (y más en este contexto político), entonces si a esa pobreza absoluta a la que nos tenemos que resignar o a la que resistimos como podemos, si a esa le sumamos también una pobreza en el lenguaje, no porque haya un lenguaje que sea per se alto. Ni la oralidad es por sí misma valiosa, ni la lírica y la llamada alta literatura es por sí misma valiosa, pero encerrarse en uno de los dos caminos me parece un error grave. Y yo valoro como lector aquellos que pueden jugar a varias puntas, que pueden hacer lo que decía Platón. Platón echa a los poetas de la República porque son capaces de nombrar lo alto y lo bajo, y vestirse y trasvestirse y modificarse y cambiar todo el tiempo. Entonces hay un valor en esa expulsión de la República. Con esas bases tan claras, está bueno no encerrarse ni en el objetivismo ni en el lirismo ni en nada, sino solamente concentrarse en tratar de enunciar aquello que uno desea de la manera más poética posible, si es que tal cosa existe.
¿Cuando decís objetivismo, te referís a los poetas de los noventa? ¿No caer en esa total abstracción?
No, es que en su momento tuvo mucho sentido. Pero aparte son poetas fantásticos aquellos de los cuales se nutren. William Carlos Williams es un poeta bárbaro, que recupera en parte la oralidad en la escritura y también cierta simpleza y una capacidad fantástica para simbolizar elementos concretos apenas esbozados, enunciados de manera muy humilde sin adjetivar. Entonces no dice que “un hospital es triste”, nos habla de “los vidrios rotos de una botella verde”. Eso es muy interesante. Y Francis Ponge, otro gran escritor objetivista. Cuando toma partido por las cosas, también lo hace en un contexto sumamente interesante, porque políticamente Francia estaba siendo ocupada por los nazis, entonces decía una cosa en términos de otra. Además de que es un enorme virtuoso y que realmente se conecta con algo muy propio de la poesía que es volver a nombrar las cosas por primera vez. Todo eso es sumamente fantástico. Ahora, cuando se quiso imponer que el objetivismo era la única vertiente posible y que no se podía nombrar al yo lírico y que la lírica estaba mal, bueno, todo eso son muy lindos decretos de quienes ocupan cargos de gestión cultural y gendarmerías varias. Me acuerdo de Saussure que decía que la gramática no tenía que ser normativa, sino que era descriptiva. La poesía no tiene que ser normativa, porque sino se cae sobre sí misma, se cae por sus propios términos. Por supuesto que hay poemas bien construidos y mal construidos, pero resignarse a que solamente hay una manera de hacer poesía y esa manera es de una forma colectiva es perder rasgos individuales y perder un deseo propio y una manera de enunciar que me parece que está bueno que también exista.
Recién en la respuesta anterior hablabas del contexto político y justo en Temperley yo observaba que en un poema del libro aparece el concepto de “panóptico” de Michel Foucault: “me reí en el trabajo / pensando en la pobreza / de su querido panóptico”. ¿Cómo pensás, a partir de eso, la relación entre la poesía y lo político? ¿Te parece que un poema puede dar testimonio de la historia social y la historia política o se centra más en la historia personal?
Pero no están divididas, porque la historia personal es también parte de una historia social. Y la materia con la que está hecha la poesía es la misma con la que está hecha la política, que es el lenguaje. Hay muchos puntos de conexión. A mí me gusta mucho en Gelman, por ejemplo. Me parece un enorme militante y también un enorme poeta. Y lo grandioso es que logra hacer aparecer la política, pero nunca deja de lado el aspecto rítmico, la construcción del poema. Pareciera que funciona mejor cuando no nos olvidamos que estamos escribiendo o que estamos leyendo un poema, que lo meramente panfletario. Aunque hay poetas como Roque Dalton que también han hecho cosas interesantes y políticamente comprometidas. Pero el compromiso del poeta es con el lenguaje y, por ende, también es un compromiso político. Y también hay poetas que logran pasar a una dimensión más alta, que cuando hablan son escuchados, como Diana Bellessi. Y es muy importante cuando ellos hablan y dicen cosas también políticas y asumen una posición porque hay mucha gente atrás, como yo, que cuando la leo me siento representado y siento que lo que está diciendo es también un faro respecto de cómo pensarnos en este contexto político.
Justo la nombrabas a Diana Bellessi. ¿A quiénes considerás vos tus “maestros”? Pueden ser escritores o personas de cualquier otra disciplina, gente que vos conozcas o que conociste.
No tengo ninguna duda, mi maestro es Osvaldo Bossi. Es con quien yo arranqué taller hace ya muchos años. Él en ese momento daba taller junto con Walter Cassara, un gran poeta. Y Osvaldo tiene una cualidad muy especial, porque no es tan fácil que en una misma persona cohabiten virtudes distintas. Creo que él es un excelente poeta y un excelente pedagogo. Sí, a mí me marcó, como tallerista y también siendo su lector. Después, por supuesto, hay poetas que he leído y que podría mencionar, de un modo más metonímico y distante a la vez, como maestros, que me gustan mucho y que me han acompañado. Un maestro es aquel que orienta respecto de un montón de cuestiones y acompaña cuando uno está mal. La palabra “maestro”, no es profesor. No. Porque hace poco me enteré que en una carrera de escritura decían que los profesores no tenían que consolar a los alumnos, que les tenían que llevar interrogantes, pero nada más, que no era un tallercito. Y en cambio el maestro me parece que está más asociado a una instancia anterior, no menos importante, absolutamente fundamental, en donde el maestro acompaña, orienta en las lecturas, acerca preguntas, siempre son interrogantes antes que respuestas. Un verdadero maestro es aquel que logra que el otro pueda brindar sus propias respuestas. En ese sentido, Bossi es sin dudas un maestrazo. Y también pienso en escritores que han sido importantes, como Gelman o como Storni, o como Withman. Es decir, los que han leído todos, gente que es medio ineludible y que a mí también me marcó. Así se dieron las cosas conmigo. Yo ya leía de antes, yo ya escribía de antes, pero yo siento que empecé a conectarme y no dejé de conectarme nunca con algo increíble que surgió a partir del taller. Entonces, cómo no voy a mencionarlo. No, no, uno tiene que ser agradecido. Después también hay poetazas muy muy impresionantes: Estela Figueroa, Diana Bellessi, Irene Gruss, Alicia Genovese. Es un póker de grandes autoras que a mí me gustan muchísimo, que las leo buscando claves para la vida y para la escritura y para la poesía en general.
¿Como es tu experiencia en talleres literarios? ¿Fuiste a algún otro taller además del de Osvaldo Bossi?
Me parece fantástica. No, no, no me hizo falta. Calveyra decía que buscar una voz, la propia voz, esa “voz extraña” de la que hablan tantos…
Casas.
Sí, bueno, pero Casas se lo roba a mucha gente. Pero me refiero a que Calveyra, que es un gran poeta, decía que era como encontrar una fuente de agua, excavar hasta encontrar un lugar en donde haya un manantial. Y que una vez que se encuentra ese manantial, pasa mucho tiempo hasta que se agota esa fuente, entonces uno no anda por la vida cambiando de registro, cambiando de club de fútbol, cambiando. Está bárbaro. A mí me pasa eso, hay otra gente que lo asume distinto, pero yo estoy muy contento porque aparte es un momento de mucha salud, de compañía, de ver que hay otros que están angustiándose o alegrándose por las mismas “pavadas” ante las miradas de los otros. Es un momento sobre todo de eso, y de encontrarse con la posibilidad de discutir y de tener posiciones encontradas y sin embargo con mucha amistad o con muy buen trato. Y además mucha gente hablaba en contra del llamado maestrismo y del llamado tallerismo, como un escritor que creo que se llama Jotaele Andrade o algo así, y hace poco vi que empezó a dar taller. Y pensaba que se habrá vuelto loco, porque sino cómo ser tan incoherente. A mí me parece que lo interesante es tener una coherencia. Ha habido poetas que no han surgido de taller y poetas que surgieron de taller de todos los tiempos. Gelman iba a taller, Gruss iba a taller, Bignozzi iba a taller. Nadie sabe de dónde puede surgir un poeta. No me gusta ser prescriptivo, sobre todo porque uno se puede morder la cola y tragarse todas las giladas que dijo, como este señor Andrade.
¿Qué circuitos literarios frecuentás? ¿Qué otros espacios conocés? También cuenta lo virtual acá, más allá de lo real, aunque lo virtual también es real.
Ayudame a pensar. ¿Qué entendemos por circuito literario?
Yo lo pensaba a nivel Slam, feria del libro, lecturas en distintos espacios, centros culturales, etc.
No, Slam no mucho. Me gustaba, vi un montón de videos, hay gente que me parece, como en todo, que lo hace muy bien y otros que no. A lo mejor en su momento corrían el mismo riesgo que corre el objetivismo, es decir, encerrarse en su propio gueto y no permitirse variaciones. Pero hace nada, ayer, vi un video de Susy Shock en Sucede y es un poema fantástico que reivindica lo que ella llama su derecho a ser monstruo y es increíble. Y entonces aguante Susy Shock. Y si eso es Slam, bueno, genial, entonces el Slam es fantástico. Yo no sé qué es, pero funciona bárbaro. A mí me interpela físicamente. Como oyente y como lector. En vivo funciona bárbaro, sin duda.
Mi circuito yo creo que es amplio. Hay gente que conozco que se mueve en lo que llamaríamos muy vagamente el under y también gente consagrada, definido esto de manera muy vaga. El hecho de estar también en una posición de inquietud como lector sobre todo con Tom Maver, el trabajo que hicimos y que venimos haciendo con Malón malón que es una página web que tenemos, que en su momento era un blog, siempre estuvo motorizado por salirnos de la quietud del gueto, del gueto que puede ser un taller o que puede ser una ciudad o que puede ser una serie definida de lecturas, y aprovechar que estamos en un momento en donde podemos equivocarnos más. Y entonces que entren lecturas de todo tipo. Así llegamos por ejemplo a la casa de Estela Figueroa. Abriendo y abriendo y abriendo hasta encontrarnos con una poeta fenomenal. Como ella un montón de otra gente, cada uno en su momento personal.
En la presentación del blog que coordinás con Tom Maver, Malón malón, en un momento afirman muy acertadamente que hoy en día se escribe sin “un programa”. ¿A qué creés que se debe esto? ¿Por qué ya no tenemos “ismos”?
No debe haber un motivo, sino un montón. Y es difícil desentrañar la trama y tirar del hilo correcto para que el ovillo se desarrolle. Pero supongo que sí, que es un momento de mucha producción variada. El otro día un conocido me decía que se había pasado del objetivismo al poema anecdótico o a un yo lírico más presente. Yo no sé si es tan así, porque para mí hay gente que escribe muy distinto, hay propuestas muy variadas. Pienso en otra poeta como Rita González Hesaynes, que no desarrolla un yo lírico autobiográfico, o a lo mejor sí y en realidad ella es una extraterrestre, no lo sé. Pero escribe muy bien, lee muy bien y ahí hay una propuesta distinta. En general creo que hay propuestas muy diversas y todavía sigue siendo cierta la idea de que no hay un programa, sobre todo porque la gente no se propone pertenecer a una escuela, no hay una escuela del “anecdotismo”. Si yo como lector me encuentro con algo que me moviliza, bienvenido sea. Yo todo el tiempo sé o creo saber que un poema está hablando de quien escribe a pesar suyo y un poema está no hablando de quien escribe también a pesar suyo. En tanto pueda manejar bien que no es y que indefectiblemente va a ser todo el tiempo un espejo de sí mismo, va a funcionar bien. No importa la anécdota, importan los poemas bien hechos, o que movilicen, que generen una repercusión física: aquello de Barthes y el placer del texto. La lectura de poesía está bien planteada en ese libro me parece.
En tu poesía leo, parafraseando el título del poemario de Zelarayan, una “obsesión del espacio”. La construcción de ese espacio también configura una memoria. ¿Cómo ves vos esa relación entre el espacio y la memoria en tu poesía?
Qué lindo, no lo había pensado pero me encanta. Ahora va a salir un libro que se llama Tokio y prometo que es lo último con una referencia biográfica-geográfica-espacial. El año que viene va a salir, si Dios quiere o si todo sale bien y la suerte acompaña, un libro que me interesa mucho porque creo que está bien, a pesar de la vanidad que significa decir eso de un libro propio, pero por lo menos desde el punto de vista del trabajo previo. Creo que voy por otro lado. El título del libro es Todo lo que sabemos del cielo. Ahora bien, hasta que ese libro no salga es todo muy geográfico. Creo que tiene que ver con que hasta acá me ha pasado mucho que aparezcan escenografías verbales o algo así, la idea de que aparece como un mundo en mi cabeza, un mundo que es musical y que es de palabras y que es de imágenes y que es de deseo y que yo voy alcanzando sólo a partir de distintos aspectos y la serie sería los poemas como aspectos que van retratando ese mundo y yo supongo que en parte esa localización está más o menos dignamente representada en los títulos, que son demasiado sobrios y pobres y que hoy si tuviese que titular a lo mejor titularía distinto. Pero así se dieron las cosas y tampoco es cuestión de ser tan cristiano y andar arrepintiéndose de todo lo que uno hace. Pero creo que era por eso, porque al verlos como verdaderas escenografías por decirlo de alguna manera, entonces creía que tenían que tener un título preciso que termine de definir ese espacio verbal de una manera, por supuesto, falsamente precisa. Y en cuanto a la memoria es parte de lo mismo, es un espacio afectivo y musical a un mismo tiempo, por eso también puede entenderse como la memoria.
Los títulos de tus libros (Temperley, Lugano 1 y 2) aluden a territorios y a desplazamientos. Tanto “el traje submarino” de Lugano 1 y 2 como “el astronauta” de Temperley sugieren figuras que viajan, que atraviesan el espacio. ¿Qué relación ves entre el espacio de ese viaje y el espacio visual del poema, si es que hay una relación?
Hace poco hablando con Figuera yo le pasé Lugano y ella lo leyó y fue muy amable, como fue siempre con nosotros. Me dijo algo que me gustó. Me dijo que creía que había una conexión entre los poemas de La escafandra y los de Lugano porque la escafandra es un elemento de supervivencia para poder subsistir en un espacio hostil y oscuro, como es el fondo del mar. Que ese fondo del mar era lo que aparecía consecuentemente cuando aparece Lugano. Yo esto no lo pensé, sencillamente fueron las cosas que estaba escribiendo y salió así. Pero está bien. Y en Temperley a lo mejor también. En definitiva está bien pensar que la poesía es un elemento de supervivencia o la forma en la cual uno con toda torpeza o como puede convierte el dolor en canciones o aquello que nos atraviesa y que no podemos terminar de resolver, en música. Hay un viaje y hay un elemento de supervivencia y la poesía para mí entonces es como esa escafandra, como el casco de un astronauta. No es gran cosa, pero nos permite respirar mejor, sobrevivir. Pero a todos, no a mí. No porque yo tenga una vida particularmente desgraciada. Yo no tengo una vida particularmente desgraciada. No estuve nunca en un taller mecánico limpiándome las manos y la grasa, más o menos como todo el mundo hice lo que pude. La vida no es fácil para nadie. Por eso la poesía, para mí, puede llegar a mucha más gente de la que actualmente llega, porque tiene que ver con elementos físicos y con vivencias y con el cuerpo. Y aunque no lo sepamos todos estamos atravesados por la poesía. También requiere un saber, también es como la pintura, que cuanto más uno puede llegar a conocer y a indagar y a leer más disfruta, pero igual funciona.
Vos compilaste una antología de poesía y ciencia ficción y yo notaba eso que te decía recién, que en los poemarios aparecen viajes en el tiempo (a la infancia) y en el espacio. A mí lo que me quedó mucho es la frase “la vida en el espacio / carece de sentido”. Son dos versos que me golpearon de una manera muy especial.
Eso lo escribí y después pensé que el espacio es todo el espacio, no sólo el espacio exterior. Y parece como desesperanzador, pero en todo caso depende de cada uno ponerle ese sentido. Es, en principio, bastante vacío. Pero a pesar de todos los procesos sociales y de toda la malaria, también a un mismo tiempo y en tensión, depende de cada uno. De cómo cada uno sume aquello que le toque vivir, entonces habría una tarea política, colectiva, y también una tarea de alguna manera individual. No hay que desterrar del todo la idea de individuo porque es una idea que políticamente también puede llegar a ser interesante. Y la antología me encanta. A mí me encanta el trabajo que hicimos. Y estoy muy contento que los amigos de Mágicas Naranjas se hayan interesado para poder publicarla. Vamos a salir ahora dentro de poco con 27 poetas. Es muy variopinta porque tenés a Mario Ortiz de Bahía Blanca, a Osvaldo Bossi, tenés a Néstor Groppa, tenés a Leónidas Escudero, tenés a Rita González Hesaynes, tenés a Federico Llera. Es decir que atraviesa distintas generaciones, géneros y provincias con una misma relación inusual a priori pero que después nos dimos cuenta que en realidad no era tan inusual porque la ciencia ficción es como un relato en el que estamos envueltos todo el tiempo desde mucho más tiempo del que creíamos.
¿Y cómo ves vos la ciencia ficción en tu propia obra? ¿Lo ves como algo consciente?
No, no. Las veces que intenté hacer cosas de forma deliberada fracasaron todavía más que lo que ya de por sí fracasa cualquier poema de cualquiera en cualquier parte del mundo. No hay nada deliberado. Soy una persona que tiene treinta años, clase media baja o media de acuerdo a los momentos históricos, de la ciudad de Buenos Aires. Y hay una narrativa de la cual me nutro, que es la de todos, que si levantamos un poco la vista y paramos un poco el oído estamos hablando todo el tiempo de las mismas bandas. No es más meritorio que otra cosa, pero como yo no nací en Entre Ríos yo no puedo hablar de las virtudes del río Paraná. O podría hacerlo, podría imaginarlo, pero por el momento no me salió. Lo que me salió es hablar de las cosas que me rodean y la ciencia ficción como a todo el mundo nos rodea, en una ciudad más o menos cosmopolita como es la ciudad de Buenos Aires.
Claro, aparte teniendo en cuenta que la ciencia ficción replantea otra realidad, como que hace una crítica a la realidad actual proponiendo una realidad futura, o una realidad en otro espacio diferente.
Sí, sí, futuros utópicos, distópicos.
Quizás se usa un relato en el futuro para criticar un problema del presente.
Es una buena forma para tirarle por la cabeza a Shklovski. Quiero decir, pensar el arte como artefacto, el arte como artificio y desnaturalizar un texto y a partir de ahí volver a ver qué era lo que pasaba, qué era lo que nos emocionaba. Desnaturalizar el lenguaje. Es algo que hace la ciencia ficción. Lo que hace la ciencia ficción es correrlo en tiempo y espacio entonces de repente estamos en marte en el año 2200 o en el año 3000, como Crónicas marcianas. Y la poesía también logra desnaturalizar. Pero es algo que es común al arte. Está bien eso, funciona bien.
¿Estás trabajando en algún proyecto actualmente? Recién me comentabas los libros que van a salir este año y el próximo. Yo había leído algunos poemas tuyos por internet de un libro inédito que se llama Tranquilidad en ningún lado te encuentro.
Ese era el título anterior hasta que encontré una cita de Emily Dickinson, que me dio la llave para el libro. Es un final de un poema, los últimos dos o tres versos, un poema que termina diciendo: “una despedida es todo lo que sabemos del cielo / y todo lo que necesitamos saber del infierno”. Me encantó. Los poemas del libro tienen que ver con una despedida, entonces me di cuenta que ahí estaba exactamente lo que quería significar. Y ahora va a salir Tokio. Tokio es un poemario breve, son doce poemas. Van a tener unas ilustraciones de una poeta e ilustradora que se llama Inés Isaurralde. Es una chica fantástica que hizo unos trabajos increíbles con tinta china. La editorial es Caleta Olivia de Pablo Gabo Moreno y tiene un prólogo de Javier Roldán que es un amigo y también un gran, gran poeta. O sea que estoy rodeado de gente que me quiere y que yo quiero y que me parece sumamente talentosa. Así que eso va a andar bárbaro. Y se reedita Temperley por los chicos de Subpoesía. Esos son los proyectos, no sé si son proyectos, son cosas que van a pasar. Que ya no depende de mí que no pasen.
Para ir cerrando, ¿hay algún autor no tan conocido al que vos le quieras hacer justicia, que quieras mencionar, que quieras recomendar para leer?
Hay poetas abajo de las baldosas por suerte. Pero hacerles justicia, no sé, porque como que habría una cosa de rencor, como que el mundo está equivocado porque no lee a tal persona. ¿Sabés qué? Para mí, hay que leer a Borges. Pero los poemas de Borges. Borges es re contra leído, es mega mainstream, pero al mismo tiempo le da de comer a Beatriz Sarlo y a Casas y a toda la gente que dice que hay que matarlo. Yo creo lo contrario, que hay que seguir leyéndolo y que es un escritor fantástico y que es una alegría que lo hayamos podido leer y seguir leyéndolo. Tiene poemas increíbles y es un enorme poeta y es mucho más conocido por sus cuentos. Es un gran cuentista y hace ensayos increíbles, las conferencias están fantásticas. Tal vez la zona más intensa de su obra sea la poesía y también la menos leída. Y bueno, después hay un montón de contemporáneos que fui nombrando: Javier Roldán, Carlos Battilana, Osvaldo Bossi, Tom Maver, Natalia Leiderman. Son todos grandes poetas. Yo tengo la suerte de que a veces hasta tomo café con ellos, pero no importa que sean mis amigos, aunque no lo sean. Rita González Hesaynes no es mi amiga, no la conozco casi, y es una gran poeta y es un placer que la puedan leer. Así que bueno, hay poetas para tirar para arriba por suerte.