Confinamiento, revistas de Godzilla y películas de culto: ese fue el ambiente creativo en el que Sebastián De Caro trazó sus dos poemarios, que son una síntesis de su eclecticismo artístico y el sarcasmo con el que combate la desdicha. Entre retratos infantiles de monstruos y críticas a las identidades posmodernas, construye versos que habitan con la musicalidad impresa que obliga a leerlos en voz alta con el tono de voz más excéntrico posible.
En sus dos libros publicados en el sello bahiense HD Ediciones, el autor encontró una posibilidad de “búsqueda de compartir el humor en común”, según cuenta en conversación con Indie Hoy. En Un tiro en un huevo, publicado en 2021, De Caro presenta su propuesta más incisiva: le da un cachetazo al deber-ser que proponen las redes sociales y la constante necesidad de aprobación que determinan los egos de los scrolleadores. Lejos del nihilismo y el cinismo, hay hallazgos abordados a partir del humor: observaciones sobre el FOMO (“Fear of Missing Out”), identidades camaleónicas que buscan no incomodar a nadie y hasta una burla a los latiguillos twitteros que todos incorporamos, enumerados en su poema titulado sugestivamente “Idiotario”.
Su última publicación es Diario de un Kaiju y está “escrita como una letra de punk rock”, según define. En sus páginas se camina a través de una experiencia de las imágenes y un santuario de apreciaciones que alaban el juego y confrontan la moral. Aún cuando se pueden resaltar las tiraderas -a modo de freestyle- contra los privilegiados de la vida y los críticos de arte, se vuelve aún más inevitable subrayar en el papel los aforismos (“nunca hay que renunciar a los sueños primeros”) y los rescates del extraño encanto con el que compartimos el mundo (la exaltación por la existencia de la lava, que define como “tan bella y mortal”).
La ternura que abraza el autor y el carácter risueño de las imágenes que configura su escritura nos presentan un horizonte de calma ante los “egos regidos por diccionario” que habitan en el “torneo de buena conducta” que es el siglo XXI. Frente a los audios de voz tediosos y listas de mejores amigos impúdicas, existen espacios de resistencia. Sebastián De Caro nos ofrece concentrarnos en uno de sus caminos favoritos: la mirada de la niñez y los juguetes, definidos como “orgullos a escala, perfumes de infancia”.
“Yo siempre dije que si hubiera hecho una película de Godzilla en algún momento me gustaría que fuera todo desde la perspectiva del monstruo. Todo eso está mezclado con algunos dibujos que yo hago, porque me gustan mucho Daniel Johnston y los dibujos infantiles y cosas que hacía cuando era chico. Me encanta las interpretaciones que tienen los nenes del mundo, así que intento a veces que se parezca a eso. Todo eso mezclado dio como resultado este pequeño libro”, explica.
Los dibujos tienen mucho protagonismo en tu libro. ¿Las imágenes siempre fueron parte de tu vida?
Me encanta dibujar y pintar. Obviamente jamás podría vender un dibujo, o por lo menos todavía no me pasó. He comisionado alguna vez a un amigo para que me dibuje un personaje de Stargate también. Ese tipo de arte me encanta como espectador, por eso lo hago como fan de ese tipo de expresiones, casi como un cover de ese tipo de dibujos. De hecho tengo varios libros de dibujos que son así.
Los monstruos dibujados que aparecen en tus libros llevan a pensar en ciertos miedos que se expresan en la poesía. ¿Puede ser que el temor que atraviesa todo sea un cierto tedio a la rutina?
Me di cuenta que en los dos libros había ideas que tenían que ver con la hiperconectividad. Más que el tedio de la rutina, la gran obsesión es la deshumanización que parte de la hiperconectividad. Yo a veces digo que todo es muy monótono, pero parte de la misma angustia o desazón provocada por todas las variantes que tiene la hiperconectividad: desde los retratos de inteligencia artificial al tejido de amistades, amores y amantes que se genera. Todo eso es un tema que me interesa muchísimo y encontré esta manera más directa y quizás humorística. Yo no escribo comedia pero entiendo que hay ideas que, por default, puedan sonar graciosas.
¿Cómo hacés convivir esta diversión con una especie de desahogo?
Te juro que siempre había escuchado de las posibilidades del acto poético de emocionar o decir algo que uno tenía atragantado, pero para mí escribir una frase como “daba asco verte comer” es absolutamente liberador. El placer que a mí me da que eso esté publicado, en términos de acto catártico, es muy recomendable. Encontré algo que no había encontrado en ninguna expresividad ni en ningún carril de expresión: ni hablando en radio, ni escribiendo una novela, ni haciendo una película. No hay mediatización alguna.
Hay poesías tuyas que critican explícitamente el arte “del bien” y tu poesía está totalmente despojada de esa pretensión. ¿Pensás que se puede entender tu libro como un manifiesto en contra del arte “del bien”?
Yo entiendo que todo es político, ese es el slogan y realmente lo es. Habría que definir qué sería esa política. Me acuerdo de la controversia de Scorsese que dijo que Marvel no era cine. Nadie se preguntó qué sí era cine; nos agarramos de decir: “¿Cómo viene este señor a dictaminar qué es cine y qué no?”. En realidad, lo que esconde esa provocación es definir de qué estamos hablando cuando hablamos de cine. Claro que hay una política cuando hablamos de esto, pero ¿qué tipo de política? Ahí se abre otra definición. Creo que el problema con “lo del bien” y “lo del mal” es esa idea totalizante que deshumaniza y nos hace sentir inocentes permanentemente. Uno espeja y se reconoce en eso: “Esto es re del bien”. Cuando digo eso, además de señalando, me estoy exonerando de una zona oscura que no tiene ningún revés; y a mí la gente que me gusta es la que tiene luces y sombras. A veces siento, o al menos a mí me ha sonado, que hay una especie pretendida o asepsia como si alguien no pudiera tener una contradicción, un pensamiento equivocado o desdecirse. El archivo se vuelve una especie de policía: “Vos dijiste una vez esto”. También puedo desdecirme en mis aciertos. Obviamente estamos hablando dentro del límite de lo tolerable, pero el límite se ha vuelto un poco angosto. Estos poemas son muy a favor de la tolerancia, en definitiva.
Diario de un Kaiju está disponible en librerías.