Libros de canciones, de músicos, de sonidos que materializaron la disrupción de una época. Libros para reconocernos en nuestro pasado y para sensibilizarnos con las intimidades del presente. Libros para entender cómo las fantasías habitan en los barrios y cómo nuestros vecinos protagonizan mitologías. Libros: siempre libros. Porque sin importar las coyunturas que convierten lo inverosímil en cotidiano, los programas que se desfinancian y las leyes que se lanzan entre el prejuicio y la improvisación, continúa existiendo un núcleo de resistencia en torno al universo editorial argentino que, respaldado con la renovación de lectores (que aún en este 2024 siguen llenando las ferias), sostienen la identidad del libro nacional.
Es la inquietud de los nuevos autores, el impulso de los investigadores y la versatilidad de los sellos independientes lo que garantizó la calidad editorial del 2024 argentino. Con listas de novedades más acotadas pero con recuperaciones ambiciosas de autores que se encuentran en plena vigencia, el año estuvo marcado por la sensibilización con la urgencia. “Creo que el libro adquiere una significación muy especial en estos momentos. Me parece atinado instalarlo como un justo representante de todo lo que hoy es atacado en el campo de la cultura”, convocó Liliana Heker en el discurso inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires. “Somos nosotros todos juntos algo hermoso, algo inmenso, algo precioso y que está tan vivo”, exaltó Beatriz Vignoli, desde la Feria del Libro de Rosario.
En este 2024 donde los lectores, autores, editores y libreros reafirmaron su compromiso en torno a una identidad del libro nacional, Indie Hoy seleccionó diez de los títulos más destacados del año.
Que pase algo pronto, de Agustina Espasandín
Sigilo
“Ahora que el tiempo es todo mío, […] en este desierto llano y pleno que construí”, escribe Agustina Espasandín en su primera novela, que ya agotó dos ediciones, y nos invita a habitar el mundo de su protagonista, una joven adulta que consigue un colchón de dinero y decide renunciar a las responsabilidades laborales. Así se encuentra con una vida en donde la cadencia de las horas transcurren distintas. El tiempo libre se transita como un naufragio, en donde la desorientación se cruza desde todos los sentidos y no se alcanzan a detectar propósitos ni a almacenar entusiasmo, pero sostiene el objetivo de evitar la jactancia de la pose.
La protagonista de Que pase algo pronto actúa empujada por los impulsos, a menos que le toque revelar qué es lo que le está pasando. No busca euforias narcóticas sino sumergirse en su cotidianidad, para llegar a la instancia en que la sencillez devela sus sorpresas. Por eso dedica sus días filmando un balcón vecino para detectar el efecto del paso del tiempo, o mira documentales al azar de temas genéricos con los que logra cautivarse por el comportamiento espontáneo y transparente de elementos por los que nunca se preguntó. Esa dimensión genuina es la que añora y, para huir de la sensación de no encajar, evita muchedumbres y caprichos de terceros.
La sensibilidad para trazar cada gesto y construir descripciones tan totalizadoras como concretas terminan de enmarcar la escenografía de la novela, en donde suena música nacional, los colores estallan de tan lúgubres y el tiempo cae por goteo. El sello independiente Sigilo encontró en esta ópera prima una narrativa contemporánea que puede sonar desesperanzadora porque en ella late la pregunta de si todo el esfuerzo tiene sentido o termina por desgastar lo importante. Es por eso que Espasandín corre a su protagonista de la urgencia, la llena de sarcasmo y fragilidad, de travesuras y de entereza, porque al final -y pese a que las respuestas nunca aparecerán concretas- se fortalece en la intuición que lo sustancial de todo sobrevive en la compañía de lo ordinario.
Incierto y sinuoso. Una autobiografía, de Daniel Melero con Ignacio Vespa
Caja Negra Editora
El desafío de materializar las ideas, de encontrar un idioma en común, de faltarle el respeto a la propia historia y permanecer en permanente disidencia consigo mismo. Esa es la forma en que recuerda su vida Daniel Melero. Una vida estructurada alrededor de disrupciones, sonoridades y estéticas; cargada de noches sin soledades, con todo el anecdotario que un porteño que le encontró el tiempo a su geografía puede recabar: maratones en el Parakultural y Cemento; películas con Lucrecia Martel, sketches con Diego Capusotto. Y su relación, íntima y eterna pero también conflictiva -como todas las hermandades-, con Gustavo Cerati.
Así como Melero siempre fue consciente de que la meta no debía escapar del rigor artístico, Incierto y sinuoso anticipa en su introducción que la fantasía y la realidad en la vida del artista se fundieron para que este libro sea interpretado como un océano de definiciones y sonidos donde la aventura está asegurada para el que se anime a bucear. Ya reeditado luego de ser agotada en meses, Caja Negra recuperó fotos y testimonios que trazan el camino de un insólito niño rockero en los 60 y el adolescente que habitaba compulsivamente disquerías y recitales de rock nacional hasta conseguir el retrato del artista actual: un melómano que llevó la premonición y sensibilidad sonora hasta los límites de su tiempo.
En la conformación de Los Encargados y sus años de productor, la impronta Melero persiste. Ese “niño científico”, como lo definió Rosario Bléfari, tiene aportes que empujan a oír a la intuición y a buscar más el sonido que requiere la obra y la identidad. Esos valores lo guiaron para pasar de la revista Pelo al álbum en NFT; del servicio militar al vanguardismo: su biografía repasa su vida, pero aún más su metodología para afrontar la vocación de creación artística y la concepción de la música como arte plástica. Después de décadas aliviadas por la convivencia entre vinilos, CDs y plataformas, aún sobrevive la obstinación de que la música, en definitiva, aún puede torcer el rumbo de nuestras vidas.
En Pampa y la vía, de Osvaldo Baigorria
Blatt & Ríos
Linyera, croto, atorrantes, truhanes, trashumantes, vagabundos: En Pampa y la vía, confluyen las voces de los que se escaparon del sedentarismo y construyeron una cotidianidad de fogatas en las inmediaciones de las estaciones y siestas en los techos de los trenes. Osvaldo Baigorria nos revela las voces de esas biografías de una Argentina de la primera mitad del siglo XX, tiempo en el que las vidas daban revancha para renunciarlo todo para atender el llamado de la aventura o huir del peligro, del dolor de una pérdida o del tedio de las obligaciones.
En tiempos donde el anarquismo libertario usa traje y llega a cargos públicos, la reedición de este libro (con una ampliación de capítulos antes prohibidos por los propios entrevistados) permiten discutir qué decisiones tomaron quienes también se concebían anarcolibertarios para revelarse contra la policía, la propiedad y el poder. Esa cualidad vuelve oportuna la publicación de Blatt & Ríos, predispuesta a incluir en su catálogo un texto híbrido en donde conviven las entrevistas, la cita ensayística, el humor, el diario familiar y archivo. Todo transita con naturalidad a partir de la intuición de Baigorria, definitivamente un lumpen académico, que dispone glosarios de los buscavidas vernáculos junto a un esquema de rangos internos de la casta linyera.
Entre la teoría de lo croto y la arqueología del rancherío, se configura una antropología del margen en donde se expresaba la subsistencia de la legalidad con lo antisistema, lo rural y lo suburbano. Alrededor del fuego de un atorrante podían aglomerarse gauchos viajeros y delincuentes en fuga, y era allí donde se concentraban las hazañas y el talento de la oralidad que se testimonian en cada página del libro. Ese registro es el que dota a este ¿ensayo? de un valor histórico para repensar por qué la Argentina se ve como hija de la migración pero no es capaz de vincular esa génesis con la masa de personas que deambulaba por los pueblos rurales en busca de trabajos estacionales en la cosecha. Son esas vidas de idealistas e impulsivos, de tramposos y leales, de cultores del desenfado y la comunidad espontánea, las que explican finalmente la personalidad de las pampas.
Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enriquez
Anagrama
Un nuevo año con un libro de Mariana Enriquez en donde, sin reiterarse, amplía el universo de deformaciones y temores sociales que constituyen su obra. Ya consolidada su voz autoral en forma de metarelatos conscientes de los secretos que se revelan y los que se ocultan para establecer climas de intimidad, la escritora argentina recupera la potencia del formato cuento al trazar personajes con naturalidad en dos carillas. En las oscilaciones del drama y en el desarrollo de lo perturbador radican las fortalezas de historias en donde existe justicia y también placer en ciertos códigos de lo marginal. Y todo eso acompañado de una playlist con las canciones que la acompañaron a escribir la antología.
Con una escritura absorbente que levanta las escenografías provincianas en donde lo paranormal irrumpe de forma sombría, la autora renueva la constelación de pánicos de la época que alcanzan con agudeza la sensibilidad de una contemporaneidad digital y aislada: el terror a las transformaciones irreversibles del cuerpo, el abandono en momentos de urgencia, y el pasado que está al acecho para destruir el presente. La recurrencia de protagonistas jóvenes, fantasmagóricos o amorfos, sensibles o destructivos, apuntan a nueva obsesión en la que una actualidad de mezquindades los dejará como principales víctimas del descarte: “Afuera un futuro de chicos muertos y una ciudad que ya no sabe qué hacer”.
La operación narrativa de Un lugar soleado para gente sombría, que ya superó la decena de ediciones pese a las amplísimas tiradas que distribuye el sello Anagrama, propone humanizar a los personajes que tradicionalmente han protagonizado el género de terror para focalizar en lo sustancialmente trágico, doloroso, alarmante: una especie de darwinismo social en donde los que ingresan al status quo alcanzan la supervivencia y los demás tienen destino de destierro. Enriquez reconvierte mitologías y las envuelve de siglo XXI para proyectar un horizonte en donde urge transformar las formalidades de lo cotidiano para evitar la venganza de lo desplazado.
Mi música es para esta gente, de Daniel Moyano
Caballo Negro
En otra de las recuperaciones destacadas del año editorial, el sello cordobés Caballo Negro compiló las primeras antologías de Daniel Moyano, uno de los cuentistas más prolíficos y sensibles a los temperamentos de lo doméstico que ha dado la narrativa nacional. Lejos del mainstream literario, pero arrimado a las devociones comunitarias de los pueblos, en sus textos se encuentran la precisión en la construcción de escenas, la fluidez de la oralidad y el énfasis en reflejar todas las contradicciones que revelan la condición humana.
Porteño de nacimiento, pero provinciano por elección, su obra se vio interrumpida por el exilio -incluso tuvo que enterrar manuscritos inéditos por temor a la dictadura- pero sus cuentos revelan su marca autoral, ya que están repletos de huellas en donde confluyen rasgos de su periodo iniciático como poeta y la sencillez con la que consigue hacer convivir el humor con lo tétrico. Así traza un álbum de personajes anhelantes, determinados por una herencia migrante y el agobio económico cercano, que transitan entre la fe a un golpe de suerte y el drama de sus neurosis.
Leer Mi música para esta gente, nombre de uno de los cuentos que componen esta antología, implica observar la naturalidad con que la violencia irrumpe en barrios donde el hermetismo es la regla, y es precisamente en lo íntimo donde sobreviven un universo de secretos en donde las personas luchan por sus justicias diarias. En ese ambiente doméstico, Moyano encuentra sus historias: entre los silencios que empujan las especulaciones y los gestos de compasión, sus protagonistas encuentran un porvenir en las localidades. A pesar de los ecos de las ausencias y los abismos de incomprensión, de los malhumores rutinarios y los riesgos de las apuestas, el autor parece creer que los desvalidos siempre encontrarán una alternativa de refugio. Es allí donde sobrevive, tan elemental y necesario, lo humanitario,
Obra poética y pictórica, de Emilia Bertolé
Editorial Municipal de Rosario
“Por el primer retrato que hice recibí la única muñeca con que he jugado”: con esa oración, escrita por su puño y letra, Emilia Bertolé puede resumir una parte de su vida. Solo una parte, porque esa niña prodigio, hija de campesinos migrantes relegados a la pobreza, llegó a retratar al Presidente de la Nación y a figuras de primer nivel artístico como Libertad Lamarque y Hugo del Carril. A esa carrera de ilustradora la acompañó con una obra poética, en la que expresa una profunda vitalidad conviviendo con emociones lúgubres y una intensa añoranza de un siglo XX que desconocemos, lleno de tranvías y arboledas, y que incluso se le tornó lejano cuando se mudó desde Santa Fe a la capital, pero que sostuvo por su hambre de aventuras: “Más que a la muerte temo a la cárcel del límite”.
Revelación artística e integrante de la bohemia de la década del 20, su obra dispersa en ejemplares de antaño o documentos que permanecían exclusivamente en estanterías de bibliotecas fueron recuperadas por la Editorial Municipal de Rosario que, junto a un trabajo minucioso de la investigadora Nora Avaro, presentan en una cuidada edición -con retratos impresos a color- el recorrido artístico de una outsider de su época. Aún enredada en la burguesía porteña, Bertolé sostuvo con ahínco las dedicatorias a su padre, un ejemplo a quien vio espejado, reflejado pero opuesto. A él lo eternizó como lector voraz, como trabajador devoto, para ayudarlo en su objetivo de trascendencia.
En Obra poética y pictórica se trasluce también los debates internos que sostienen los artistas entre la necesidad material y la estética. Bertolé se sobrepuso a la monotonía de los encargos para que sus retratos dejen constancia de la elegancia, la seducción y la firmeza de los perfiles que la cautivaron, junto a las manos: ilustró muchas, esmaltadas y con largas uñas, gastadas por el esfuerzo y sosteniendo la espera. En la trayectoria de esa adolescente que se convirtió en sostén de un hogar (en el que vivían “en la trastienda de la realidad” y “la miseria asoma sus garras”), para luego empoderarse como artista y convertirse en una referencia dentro de una generación de feministas sufragistas, se revaloriza el rol del archivo en donde, más que buenas historias, sobreviven alternativas para inquietar al futuro.
La vida en serio, de Juana Bignozzi
Adriana Hidalgo
Una poesía que no embellece: compromete. Una poesía que se sobrepone a la memoria horadada y que reconstruye con nuevos materiales las ruinas de las utopías posibles. Una poesía de la era analógica, pero que remueve las telarañas a una voluntad asediada por el desánimo. Eso es lo que se encuentra en cada página de La vida en serio, el primer volumen en que el sello Adriana Hidalgo compiló las obras de la poeta porteña Juana Bignozzi entre 1998 y 2019.
Los textos de Bignozzi se presentan como misterios repletos de lecturas posibles, una infinitud de significados que agitan las sensibilidades hasta que las prácticas más cotidianas sean interpretadas como intervenciones públicas. “Comprar una lechuga se ha convertido para mí en una representación histórica”, escribió la autora, como expresión de un legado póstumo en donde confluye la ironía y la sensibilidad, la reivindicación de las precursoras y la nostalgia de revoluciones perdidas, las referencias culturales y las burlas a la pacatería.
Su obra transparenta la melancolía de una juventud que añora, con esquinas irreversibles, bares bulliciosos y colectivos trasnochados. Afronta la disciplina del exilio y el regreso a su patria con la intención de sacudirla, mientras que le apunta a los revolucionarios de su generación para evocarlos, pero también para confrontarlos: que no se queden conformes con la supervivencias del recuerdo, que recuperen el anhelo de transformación. Bignozzi, que insistió a pesar de estar “atrapada por una historia que sólo la deja afuera”, eligió no hablar “de la soledad del alma, esas son cosas de poetas” y se mantuvo en lucha reconociendo el desgaste en sus relaciones. Esos valores y su poesía corrosiva vuelven a irrumpir en 2024 para recordar que la omisión cultiva el olvido y los blancos hay que llenarlos de vida.
El país de las canciones, de Martín Liut
Gourmet Musical
“¿Por qué cantarle a una Nación?”, se pregunta Martín Liut y a partir de allí abre un generoso repaso sobre cómo nuestros músicos retrataron, desde la dictadura hasta el 2024, el permanente ciclo de frustración y egocentrismo del ser argentino. El país de las canciones remarca los puntos de contacto entre el folclore, el tango, el rock, la cumbia y el rap, con todas las dificultades que tuvieron que atravesar para ser consideradas legítimas como expresión de lo nacional. Su énfasis se ubica en la manera en que sus referentes buscaron vincularse con la forma en que la Argentina los interpelaba: desde sus crisis hasta su distancia; desde sus paisajes hasta sus desafíos.
Como acostumbran las publicaciones de la editorial melómana Gourmet Musical, el equilibrio entre contexto histórico y citas musicales termina de darle marco y sonoridad a una investigación cronológica que identifica los gestos de ruptura que tuvo cada género con sus predecesores. Más allá de ello, Liut estructura su ensayo tomando como punto de partida el musical británico en el que una Eva Perón de ficción eterniza la frase “No llores por mí, Argentina”, un éxito comercial global de “extremo cinismo”, según el autor. A esta mirada ajena y conveniente de nuestro país, la contrapone con la canción de Serú Girán en la que Charly García no le escapa a la contradicción del país que asegura querer cada día más, o con una rima de Homer El Mero Mero que pide no ser recordado con lágrimas.
El autor también consigue diferenciar las Argentinas focalizadas, que la cumbia villera detecta en las esquinas de los barrios, con la proyección “glocal” -con impulso de una industria ambiciosa del circuito de plataformas- de la nueva generación del hip hop vernáculo, que en las batallas de rap pudieron aspirar a la regionalización de una identidad nacional al mismo tiempo que concretaron un giro individual a la pregunta por las demandas de su tiempo. En la puja entre la sensibilidad del artista que quiere cantarle a su época y el olfato de los productores musicales, cruzan indetenibles las músicas que las comunidades entienden como propias. Así se cimentan los recuerdos de nuestra historia, una que promete nunca quedarse sin lágrimas ni canciones.
Un tornado dulce, de Lalo Ugarte y Sergio Sánchez
Marea
La identidad de nuestra patria no se puede tocar, pero toda sensibilidad atenta puede detectar dónde se encuentran los testimonios de lo popular. En Gabo Ferro se transparentan una amalgama de todas esas voces que nos volvieron comunidad. Un tornado dulce reconstruye cómo sus impulsos lo llevaron a absorber los estímulos de su época y a documentarlos en el formato que le permitieran la mayor libertad expresiva, construyendo un género que lleva su nombre: entre el hardcore y la poesía, el ensayo y el teatro.
Aunque está organizado con cronologías y fotos de época, el desafío de los periodistas Lalo Ugarte y Sergio Sánchez radicaba en encontrarle cauce a la desmesura de la vida artística e intelectual de Gabo Ferro, una tarea que alcanzan por presentar los contextos y administrar el ingreso de entrevistados (los más precisos, los que vivieron ese momento). “En este libro naufragamos”, aclara Ugarte y es posible rastrear cómo disfrutaron las olas de Ferro, cuya música se pueden escuchar en plataformas y sus investigaciones históricas en la editorial Marea (sello que también publicó esta biografía), pero cuyo mito circula en el boca en boca más nítidamente gracias a las imágenes que repiten quienes vieron sus performances.
En cada página se descubre que Gabo siempre estuvo ahí, junto a Gabriel Ferro, en el encuentro de fronteras, en el disfrute del color paria: entre lo porteño y lo rural, el fútbol y Borges, el rock y la colimba, el jolgorio y el VIH, la comunidad y el neoliberalismo. En todos lados está él como artista, con la expresión emancipada como única protegida, entre la recuperación de los autores que se preguntan: “¿Cómo será eso de vivir peleado con la canción capitalista?”. La proximidad a la respuesta se encuentra en su obra (12 discos, 4 libros), que seguirá vigente en la insolencia de su clasificación, pero mucho más allá de ella nos quedará su genuino espíritu, un antónimo de estos -y otros tantos- años, que en su transgresión comunitaria busca colectivizar rituales de generosidad para que el amor nos acerque a recuperar la disrupción que necesitamos.
El ojo que escribe, de Luis Felipe Noé
Ampersand
La mirada congela, representa un testimonio, pero sus alcances se transmutan con el paso del tiempo. Se abre paso hacia una potencia del sentido al que las palabras no alcanzan, porque se estructuran por la arbitrariedad de la experiencia sensorial. Es por eso que siempre se corre detrás del conocimiento, a sabiendas de que el mayor alcance del pensamiento es la conjetura, la intuición. Eso es lo que tiene para decirnos Luis Felipe Noé a sus 91 años: que si no se sensibiliza la vista, esta queda circunscripta a un mero sentido sin posibilidad de construir mundos.
Como parte de la propuesta que propone la editorial Ampersand en su colección “Lector&s”, la convivencia de ensayos, anécdotas, discusiones y críticas se reúnen en El ojo que escribe para revelarnos la pulsión que trazó los debates sobre estética del siglo XX, fielmente reflejadas por Noé. El autor no recae en la nostalgia, pero consigue retratar el mundo de imágenes analógicas (publicidades, cómics, pero principalmente cuadros) en el que creció, como antecedente directo de esta actualidad de digitalidad a la que que se anticipó: sus lecturas lo corrieron del lugar de la mesura para ubicarlo en el desborde.
“Me di cuenta que la pintura se había convertido en un consuelo dentro de lo tormentoso”, escribe para explicar por qué nunca necesito que le expliquen el arte moderno: siempre habitó en él. Sus lecturas desde la infancia, caóticas pero con la corazonada de que lo llevarían a un devenir revolucionario (a pesar de un coqueteo con la idea de convertirse en cura), le permitieron constituir un inventario en donde encontrar humanidad y sentido. La revisión permanente de sus propios escritos le garantizaron un diálogo infinito con el fin último de sostener el pensamiento crítico. Así es cómo, a partir de todas las bibliotecas que lo constituyeron, Luis Felipe Noé halló la ficción en que finalmente pudo ser.