La década de los ochenta para los británicos fue el tiempo de las guitarras melancólicas de Joy Division, los teclados siniestros de The Cure y las voces de ultratumba de The Sisters of Mercy. Lejos del “verano del amor”, los ideales pacifistas del epílogo de los sesentas y la psicodelia de los setentas, un Reino Unido gélido y gris apagaba los últimos espejismos de sol y cernía una escena ideal para discos de atmósferas densas y oscuras.
Las obras primas del post punk se caldeaban en una década signada por la pandemia del sida, el asesinato de John Lennon, el suicidio de Ian Curtis, la Guerra Fría y las crisis inflacionarias de un Estados Unidos conservador que vendía la ilusión optimista de la “American way of life”, erigiendo ídolos valientes como Rambo, mientras los conflictos bélicos se recrudecían por una Europa que todavía intentaba recuperarse entre los escombros de la Segunda Guerra Mundial, y una América Latina que soportaba la vigilancia norteamericana para evitar la propagación del comunismo.
Sin embargo, no todo fue estética lúgubre. La hibridez y el barroquismo definían la tónica de los ochenta, con el pop norteamericano que comenzaba una de sus épocas de oro junto a Madonna, Michael Jackson y MTV; el hip hop incipiente que tomaba las calles en Estados Unidos con sus barricadas de denuncia, en tanto bandas como Mötley Crüe, Kiss y Def Leppard compensaban con sus maquillajes exuberantes y sus guitarras estridentes que les daban a los años ochenta su fachada brillo-luctuosa.
En el preludio de 1990, una nueva camada de artistas se despojaría de las épocas del dark rock y la voluptuosidad del glam metal. Esta ruptura se canalizaría en dos vertientes. Por un lado, el grunge en Seattle de jeans rotos, zapatillas simples y sonido sucio se revelaría contra las florituras y la frivolidad del glam. En otra acera, el Madchester revalorizaría los sintetizadores y aumentaría la velocidad del ritmo bailable heredando la bandera de New Order, aquella agrupación que se desprendió de las telas sórdidas de Joy Division y se reinventó con el dance para disipar los espectros de la bruma londinense.
“De esta cañería sucia fluye oro puro” dice una frase célebre del escritor francés Alexis de Tocqueville, un asiduo visitante de la ciudad inglesa en los años 30, al referirse al papel fundamental de esta ciudad en la Revolución Industrial. Estas palabras supieron condensar el espíritu de Mánchester ponderando la cualidad de producir artefactos valiosos a lo largo de toda su historia. Entonces, no es casual que este suelo haya sido el epicentro de la nueva tendencia en la música de comienzo de los noventa, ya que era una ciudad de obreros, de gente más sencilla y menos “poser” que la de Londres o Nueva York, que eran algunas de las usinas históricas y principales de artistas.
De este despojo y expansión creativa nació el Madchester Rock, un movimiento fértil y diverso, cuyas cualidades en la música fueron resumidas con el término “baggy”, que se traduce como holgado y desahogado. Esta holgura se plasmó en la música con guitarras despilfarradas, desprolijas y liberadas de cierta preocupación técnica tan cultivada en los años setentas. Lanzados al experimentalismo y al juego, desde los pedales, los sintetizadores, el funk y la música disco, este movimiento se disponía a refrescar la escena apesadumbrada y barroca de los años ochenta. Por otro lado, el baggy aglutinaba la puesta en escena desde los textiles que usaban los músicos con prendas y peinados más relajados y casuales que rompían con la pomposidad ochentosa.
En esta dirección, el acid house, las fiestas electrónicas, el éxtasis y las novelas de Irvine Welsh se convirtieron en una alternativa de subcultura vitalista para jóvenes que copaban las universidades de Mánchester y bailaban toda la noche embelesados en las raves clandestinas. Como obreros de Mánchester pero del sonido, una nueva camada de artistas propagaría sus ecos por las diversificaciones de la música indie, incluso hasta hoy. A continuación, te presentamos 10 discos esenciales de la historia de este movimiento ordenados cronológicamente.
New Order – Power, Corruption & Lies
Factory Records, 1983
New Order fue la banda representativa de Factory Records, la icónica compañía discográfica de Mánchester, y se volvería una piedra angular para definir el nuevo sonido de la ciudad. Luego del temprano suicidio de su cantante Ian Curtis en una noche obstinada, los miembros de Joy Division decidieron refundarse en un proyecto más en consonancia con la vanguardia de los sintetizadores. Después de Movement, un debut vacilante y timorato muy apegado a los principios de su banda anterior, decidieron pegar un golpe de timón capaz de marcar nuevas tendencias.
Publicado como un single adelanto, “Blue Monday” se convirtió en el éxito bailable más grande de la década del ochenta y una pista obligada de todas las discotecas del mundo que vibraban sobre una vegetación de sintetizadores. Así, entre la fuerte carga dark y glam que imprimía el rock por aquellos años, New Order optó por desmarcarse a un sonido más inocente y experimental, para componer el álbum de portada cautivadora y enigmática con esa cubierta llena de flores sobre un fondo negro.
Power, Corruption & Lies inicia con “Age of Consent“, un tema que todavía atesora cierto eco de Joy Division, pero con guitarras menos depresivas. El riff de apertura se trasformaría en una pieza maestra para la guitarra del indie en bandas como Belle and Sebastian y Horsebeach. Asimismo, otra de las joyas del disco es “Your Silent Face“, que presenta una intro osada, casi eclesiástica, con un colchón de sintetizadores in crescendo que podrían presidir cualquier ceremonia, mientras millones de pájaros multicolores vuelan por los aires en cámara lenta dejando atrás un jardín de palacios agonizantes. Esa mezcla rara entre melancolía y felicidad, tan característica de este movimiento, había nacido. Es que claro: de la cópula entre Joy Division y New Order no podría haberse concebido otro emblema creativo que el “happy sad”.
The Stone Roses – The Stone Roses
Silvertone Records, 1989
El primer álbum de The Stones Roses retoma el inclaudicable mito del rocker: “Quiero ser adorado” canta Ian Brown, como una declaración de principios en el track inicial. La obra hace su entrada con un collage progresivo en donde cada instrumento se suma con elegancia y seducción, sin ansiedad y con elocuencia, componiendo una canción exquisita que cualquier banda de rock quisiera para inaugurar su show y hacer delirar a los fans con un eufórico pogo de apertura a toda euforia.
Lejos de las manías depresivas y confusas, la letra de “I Wanna Be Adored” dice “no necesito vender mi alma, él ya está en mí”. Afincada en esa autonomía subjetiva, la banda se prepara para ser uno de los pilares de un nuevo movimiento que tiene todo listo para conquistar los noventa. Luego de este gran éxito, la carrera de los Stone Roses naufragaría por tensiones internas que le impedirían volver a los viejos buenos tiempos de gloria.
808 State – 90
ZTT Records, 1989
El segundo álbum de 808 State, con su caja de ritmos como estandarte, simbolizaría una obra pionera para la consolidación del acid house, una de las aceras más extasiadas que ha concebido el madchester. El disco inicia -en su versión 2008- con “Pacific State“, un instrumental con todas las ganas de bailar en uno de los hits más importantes de la banda, constituyendo un single que estuvo dentro de los más populares del Reino Unido en 1989. Con una combinación extraña de vientos, secuencias que simulan pajarillos y teclados clásicamente ambientales, es imposible no ponerse a danzar con pasos estrafalarios en una casa que nos haga creer que el éxtasis todavía no nos abandonó.
“Boneyween“, el segundo track, pone de manifiesto la actitud cinematográfica del proyecto, una pista que entraría muy bien en una película experimental de los años veinte y que hubiese gustado al paladar vanguardista de Luis Buñuel y sus amigos. Esta tensión oblicua y desconcertante es retomada en “Kinky National“, pero con túneles sonoros y sentimentales, por momentos, más terroríficos. Recordemos que en 1990 el cine de terror experimental había dado una de sus piezas más de culto con la película Begotten, dirigida por Edmund Elias Merhige que pone especial énfasis en la distorsión de las formas humanas, dándole protagonismo al sonido con un film sin diálogos. Sin dudas, “Kinky National” representa toda esta vertiente más lóbrega, cuando el baile ácido se ponía más escabroso.
El disco es llevado hasta el final, entre guitarras disparatadas en su agudeza y secuencias como si fueran sonidos de cintas que se rebobinan rápidamente o son engullidas por un agujero negro, en un proyecto casi totalmente instrumental, con intermitentes apariciones vocales que son balbuceos, pequeños gritos o voces de Björk que insisten en una melodía repetitiva de fondo, o incluso coros bailables a la manera Bee Gees como ocurre en “Anacondia“.
Happy Mondays – Pills ‘N’ Thrills and Bellyaches
Factory Records, 1990
A Happy Mondays se le debe el hecho fundante de haber acuñado el nombre del movimiento Madchester por su EP de 1989 titulado Madchester Rave On (Hallelujah). Sin embargo, su obra maestra corresponde al álbum publicado en 1990. La banda matizaría el techno áspero cultivado por New Order en “Blue Monday” y propagaría letras de costados humorísticos y más orales que recuerdan a la poesía beat, alejándose de los escritos sollozantes de la dark wave.
Pills ‘N’ Thrills and Bellyaches refresca el hermetismo de las líricas del rock en la década del setenta y comienzos del ochenta, junto a un tratamiento de guitarras juguetonas y rasgueos despreocupados que son cortados por punteos caóticos. Así, desde la apertura de “Kinky Afro”, se mantiene un mapa creativo como en todo disco legendario que no cede a la dispersión. Los acordes con mucha reverberación quedan sonando como vitrales empañados que se rompen.
The Charlatans – Some Friendly
Beggars Banquet Records, 1990
“Soy demasiado joven para desperdiciarme y que me nieguen”, sostienen The Charlatans en “White Shirt“, la segunda canción de su disco debut. La camisa blanca aún impoluta de la juventud no quiere defraudar y ensaya identidades que alejen las fauces oscuras del anonimato, porque todavía brilla el cristal de la existencia. Quedan algunas drogas por probar, amigos por hacer, conversaciones candorosas por vivir y unas pistas esplendentes de sonido donde reconocerse.
Desde la primera canción, luego de que el bajo y un sintetizador vayan creando tensión expectante, la guitarra irrumpe con un funky agudo y un recurso que será utilizado como estandarte sonoro de muchas bandas del indie: pequeños solos, semi riffs aislados entre guitarras rítmicas y teclados que rayan el cuerpo principal, lo que da variantes sobre una estructura sólida sin ostentar tanto virtuosismo para despabilar el devenir.
Con el apogeo del pop en la segunda parte de los noventa, los paisajes guitarrísticos irán cediendo su lugar. Quizá el Madchester haya sido uno de los últimos géneros que ponderó los riffs y las buenas atmósferas de guitarras, como una última chance para dar “vueltas en una nueva sensación de alma”, como cantamos en “Opportunity“, o como divagamos en un dream pop en “Then“, aprovechando aires eléctricos que serán retomados por el indie en los 2000.
James – Gold Mother
Fontana Records, 1990
Con una fuerte impronta de guitarras, el tercer disco de James se construye sobre aluviones de rasgueos y punteos chillones, desenterrando melodías underground de finales de los sesenta, como si las vocales hubiesen recobrado fuerza sobre tempos más rápidos y guitarras más prominentes. Basta escuchar canciones como “Government Walls” para advertirlo. Así, las eléctricas enloquecen en “God Only Knows” para una estructura fragmentada y recitada de una letra crítica e irreverente: “Si Dios está a su imagen, el Todopoderoso debe ser muy pequeño”.
Pero no todo en Gold Mother es guitarreo desenfrenado. También tenemos algunas piezas como “How Was It For You?” que auguran los estribillos más pop de los noventa en bandas como Garbage, pero todavía con letras ácidas y humorísticas que responden al concepto más predominante del disco: “¿De dónde sacaste esa ropa?/ ¿Estás seguro de que todavía está de moda?/ La fecha de caducidad en la etiqueta dice ’68/ ¿Dónde robaste esos riffs y esa mala actitud?”. La caricatura toma forma de ideales para revelar los sustratos de la identidad y las influencias de la banda, adhiriendo así a una actitud irónica propia de la posmodernidad que atentaba contra toda solemnidad, pero al mismo tiempo celebra la historia más dorada del rock de los sesenta y setentas.
La banda se vuelve más calma y reflexiva en la segunda parte del disco con la balada “Sit Down“, o en temas como “Walking The Ghost” y “Crescendo” que incluyen cuerdas melancólicas, pero sobre todo en “Top of the World“, este estado se cristaliza. “Solo hay un camino hacia abajo/ Pero es frío y solitario en esta estratósfera/ deslizándose a través de la oscuridad/ ¿Hacia dónde va mi oficio? ¿Estoy condenado o bendecido?”. Finalmente, luego de toda mordacidad irónica, la reflexión existencial profunda toma el protagonismo.
Northside – Chicken Rhythms
Factory Records, 1991
Imaginemos que estamos en los noventa, algo aturdidos y un poco lánguidos tirados en nuestra cama, en ese instante en donde la espuma del abismo empieza a envolvernos… pero en un rapto de vitalismo nos paramos y nos vamos a una disquería a buscar algo que nos impacte: queremos una relectura de lo vivido y lo escuchado hasta ahora, una reelaboración que movilice la modorra, que la nombre un poco, tal vez, pero que la lleve por distintos pasadizos de una forma amiga.
Entramos a la disquería, buscamos ese espejo incandescente de nuestro mundo íntimo. Lo queremos encontrar por nuestra cuenta, sin que nadie nos lo haya recomendado, y ser nosotros quienes después le contemos a nuestros amigos la nueva banda de Mánchester que descubrimos en 1991. Entonces… el hallazgo. Una intuición nos dice que esa portada estilo gamer, con los cuatro miembros de la banda en plantillas como si fueran players de un videojuego que está a punto de empezar, es por demás atractiva para quien busca experimentalismo y renovación.
Definitivamente, si quieren ahorrarse muchos discos y conseguir solo uno que les tenga asegurada un recorrido por distintos estados de ánimo sin noquearlos del todo, ese es Chicken Rhythms. “Take Five“, el primer tema, nos hace naufragar en sensaciones a través de guitarras de muñequeo firme que van labrando columnas en quieto césped y, de improvisto, se pierden en el remanso de una cascada de arpegios, para dar lugar a melodías tipo The Clash. Si lo que buscan es un poco de excitación, viajen en el espiral de guitarras de “Yeah Man” y, luego para bajar de ese frenetismo, estacionen en el pulcro post punk de “Weight of Air“. Si quieren volver a casa cantando punk sobre melodías funk y pop pongan “Funky Munky“, para finalmente retomar la reflexión de una melancolía apagada, sin ansiedad, con luces intermitentes en “A Change is on It’s Way“, que es happy sad del primigenio.
Inspiral Carpets – Life
Mute Records, 1990
El debut de los Inspiral Carpets inicia con uno de los mejores embauques sonoros de la historia al oyente de rock: “Real Thing” presenta un remanso de olas como si fuese un track de Pink Floyd, o paisajes flotantes del espacio que parecen preludiar un canción lenta y reflexiva, esas de escombros de lo infinito, pero de repente las apacibles olas son frenetizadas por una guitarra caótica con rasgueos de manos crispadas y veloces para dar lugar a una letra paranoica.
Las canciones toman situaciones cotidianas y dan cuenta del espesor de sentimientos que nos perdemos si desdeñamos lo prosaico: “Por extraño que parezca, todos rezamos por cosas simples”. Lejos de las letras abstractas que bucean en trasmundos misteriosos, aquí se pone el foco en lo ordinario de los días, con una superposición de planos y escenas que volatilizan las guitarras que son de vez en cuando acompañadas por el órgano entre melódico y psicodélico de Clint Boon, que recuerda el influyente estilo del Door Ray Manzarek.
The High – Somewhere Soon
London Records, 1990
Como quien concibe una revolución tomando café en un antro que está a punto de cerrar, una de las primeras líneas del primer disco de The High sostiene: “Me alegra que nos arriesguemos a hacer nuestro propio mundo, tan imperfecto como debería ser”, poniendo sobre la mesa los ideales que la nueva juventud no teme. Así, los músicos icónicos de aquellos años, tanto del Madchester como del grunge, comienzan a bajar de la torre de marfil en la que los fans y la crítica habían puesto al rockstar.
La relación artista-público se reconfigura y la distancia entre ambos se aligera, componiendo un constructo estético/ideológico que funciona como un todo. Para materializar esta actitud en sonidos y letras, la banda tributa aquellas melodías sinceras de Ramones primero, y luego las líneas vocales cándidas de The Beach Boys, sobre trozos de guitarras como si fuesen rayos sobre firmes cimientos sonoros.
Horsebeach – Horsebeach
Independiente, 2014
Horsebeach muestra los documentos para filiarse con el legado histórico de uno de los movimientos más importantes de la historia de la música. Su disco debut rememora las viejas estructuras sentimentales del happy sad, transformándose en uno de los proyectos más importantes de la herencia Madchester en el indie contemporáneo.
La portada del álbum muestra un típico edificio del Reino Unido, con un ojo que ejecuta una tristeza apagada pero digna de esos ladrillos sobrios desde un balcón crepuscular de una tarde nublada en Mánchester, invitando a los voyeurs del misterio y los domingos anónimos, porque el silencio es la primera música del enigma.
Con riffs soberbios, melodías vocales envolventes y un cuerpo de baterías suaves que se ajustan al concepto artístico, sus canciones surfean entre una melancolía elaborada y la elegancia, convirtiéndose en una obra ideal para jóvenes sensibles que buscan una reelaboración de la cruenta realidad, en este debut conciso que no cede al diseño sonoro ni emocional de la herencia Mánchester.