Ser contemporáneos puede ser una condición tan lamentable como ineludible: por mucho que odiemos a nuestro tiempo, no podemos evitar pertenecerle. Salvo por ellos: quienes tradujeron la sonrisa demente de su siglo en el sonido del punk nacional lograron estar un paso por delante, percibir la oscuridad que los rodeaba y marcarla como algo arcaico. Esta actitud les valió la cualidad de emblemas.
A continuación, un recorrido por las 12 bandas más emblemáticas del punk argentino.
Sugar Tampaxxx
Con la culminación del milenio se palpitaba algo terrible. Haciendo oídos sordos al miedo, Sugar Tampaxxx publicó su disco Adentro en 1999. No importaron los cambios de integrantes, no importaba que dijeran que la baterista “tocaba bien para ser mujer”, o la sorpresa ante los gritos de la cantante “tan chiquitita, tan linda”. En 1996, Sol Shurman -voz y guitarra- había llegado a la conclusión de que sus rasgos de mujeres eran algo a exagerar, o sino se convertiría ella misma en machista, implicando que para hacer rock, hay que ser hombre.
En vez de negar su feminidad, la banda redobló la apuesta ya desde su nombre, ironizando sobre la dulzura y que las trataran “como si fueran peluches”. Hicieron sus primeras canciones sin saber tocar la guitarra y sin saber cantar, montándose sobre un odio ancestral. Hilando punk, lo-fi y noise, el grupo creó un sonido finísimo, de una desesperación helada. La violencia expuesta así, la bronca de que “te toquen el culo por la calle” queda expuesta, paradójicamente, con atronadora sutileza.
Los Violadores
Cuando hace dos años murió Pil Trafa, altares con vino y cigarrillos, música en vivo y otras ofrendas brillaron con la devoción del punk. Los Violadores fueron capaces de darle a una época su sabor particular, al grito de “odio a todos los patrones”, “no hay soluciones políticas” y “represión en el kiosco de la esquina”. Ganaron a sus adeptos con sagacidad salvaje y cruda.
El gen que llegó cuando Pedro Braun aka Hari B trajo de Londres los discos de los Sex Pistols, Ramones, Buzzcocks y The Clash, comenzó a mutar hacia un nuevo género que existiría ajeno al mundo que lo rodeaba. El punk argentino sonaría desde los márgenes, para narrar el espanto de su tiempo.
She-Devils
¿Cuál puede ser un último gesto de liberación sino matarse ahorcada? La urgente vida de la activista argentina Soledad Rosas, acusada de ecoterrorismo en Turín, fue honrada por “L’ultimo gesto di liberazione” de She-Devils, banda que maneja el punk contestatario con una destreza intachable. Esta habilidad alcanzó su punto cúlmine en El aborto ilegal asesina mi libertad (1997), un split junto a Fun People que denunciaba en su arte de tapa que “Miles de mujeres mueren diariamente a causa de la práctica del aborto clandestino” y gritaba, como un presagio 20 años adelantado, que era hora de separar a la Iglesia del Estado.
She-Devils es una banda que callejeaba gritando sobre las injusticias en democracia, la libertad sexual, los pueblos originarios con el furor de perros enjaulados imaginaba no el punk importado, sino el de acá. Patricia Pietrafesa puso fin a su banda Cadáveres de Niños y se unió con Pilar Arrese e Inés Laurencena para bautizarse tras una película de mujeres motociclistas que hacían justicia por mano propia con los varones engañados por una ilusión de superioridad. Como un enjambre compacto e insistente, publicaron La piel dura en 1999, un disco que chispeaba con la ilusión abstracta del anarquismo. Hoy en día, sus integrantes continúan haciendo sus agudos diagnósticos con un sonido que fusiona punk, cumbia y música tropical en Kumbia Queers.
Mal Momento
Punk deportivo. Alcohol en cantidades industriales. Noches pasadas en una seccional. Perder el criterio de realidad. Crear una ontología propia. Las canciones de Mal Momento no trataban del amor a personas o parejas, sino hacia un estilo de vida que implicaba una presidencia olímpica de las normas sociales.
Corrosivos e infatigables, lograron telonear a los Ramones en el mismo año en que grabaron su álbum debut -reeditado 20 años después de mucho tiempo fuera de los catálogos-, crear un sello propio, girar por la Costa Atlántica “corriendo el riesgo” y ser versionados por Flemita, la banda de covers de Ricky Espinosa.
Loquero
Antes de la posibilidad de grabar música con una computadora y una placa de sonido, antes de que el DIY y la tecnología empezaran su fecundo romance, Loquero quería grabar su disco Temor morboso a la exposición pública (1997) y lo quería hacer en el mejor estudio del país. Su debut en el estudio fue mucho más atinado que su debut en vivo, donde un accidente de cables dejó sin luz a una manzana entera, pero ambas expresiones confluyen en el atino de la cólera y la melancolía como emociones hermanas.
“Yo no tengo ideas, tengo obsesiones”, dijo Chary, su cantante, en conversación con Indie Hoy en marzo de este año. Siguiendo el pulso interno que apuntaba de Mar del Plata hacia Buenos Aires, el músico pasó noches durmiendo en lugares como la Federación Obrera, Parque Centenario o Plaza Dorrego. 33 años y doce álbumes después, ese es el impulso que mantiene viva a la bestia suave y enardecida a la vez.
Embajada Boliviana
Julián Ibarrolaza vivió incautamente entregado a las mandíbulas del punk, hasta el punto de ensordecer. Junto con Mario Andresiuk, Flavio Bernardi y Emiliano Elso, concibieron un sonido que combinaba la potencia enfermiza del grito “Un, dos, tres, ¡va!” y el aplomo de una sobredosis de somníferos. El punk melancólico se celebra magistralmente en Soñando locuras (2000), el primer disco de Embajada Boliviana después de las colecciones de demos que publicaron en los 90. Tiene sentido que esta agilidad le haya valido una posición privilegiada en la biblioteca de influencias de Santiago Motorizado, quien tomaría la posta en el deporte del rock agridulce.
Aunque Soñando locuras parte de la ligereza de no tener plata ni trabajo pero que no importe -idea que se nutre de un arte de tapa con personas que miran el cielo estrellado-, su serenidad desfallece y la tensión aumenta progresivamente. Llegando a las últimas canciones, conocemos la historia de “Pedro y Juan“, que “volvían de Bolivia, traían marihuana, los paró la cana y no volvieron nunca más”, hasta “Memorias de la guerra“, que no tiene resquicios para hablar de un estrés postraumático con disparos lejanos que acechan los oídos por las noches.
Sin Ley
Conociéndose en Festipunks, pegando afiches en disquerías, rompiendo cosas y dejando los instrumentos como parte de pago, Sin Ley logró formarse como banda y completar la grabación de su primer EP Tarde para todo en 1988. La portada del cassette que mostraba a un punk penetrando a una gallina no era menos contundente que las canciones ahí incluidas, como “A Malvinas” o “Servicio Militar Obligatorio“, que después se intercalaron con canciones nuevas en su segunda producción. La escalada siguió con ¿Qué mierda festejás? (1991), álbum publicado en vísperas de las celebraciones por los 500 años del “descubrimiento” de América.
En un complejo entramado con miembros de Flemita que iban y venían, Sin Ley capturó su crudeza en No pasa naa (1993) completamente en vivo en El Sótano en Quilmes, y cerró su carrera con el disco In-feliz (1998) inspirado en el libro El derecho de matar del escritor argentino Raúl Barón Biza, que estaba preso por su enfrentamiento con el gobierno de facto cuando concluyó los trámites de su publicación.
Flema
“Flema es horrible”. ¿Qué hay más punk que decir eso sobre tu propia banda? Sin virtuosismo ni refinamiento, Flema desafió las normas establecidas y abrazó lo feo y asqueroso en su música y actitud. La apropiación del punk de Ricky Espinosa -líder de la banda- como medio de expresión contra la represión y la hipocresía social lo convirtió en un sujeto verdaderamente contemporáneo: marcando el presente como arcaico y ubicándose, de una sola vez, dentro de su tiempo y por delante de él. A través de su desincronía futurista fue capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo.
Canciones como “Anarquía en la escuela” -que proclaman “Hoy los chicos solo quieren punk rock”- encarnaron la voz de una juventud que se negaba a conformarse con lo establecido. Juzgados en televisión en el programa Forum: La corte del pueblo, donde una madre se oponía a que su hijo escuchara su música, Espinosa y su banda defendieron su derecho a expresarse y destacaron que hablar sobre la realidad social no debería ser motivo de censura. Canciones como “Nunca seré policía” -que rechazan la idea de conformarse con la norma- y “El último vaso de vino” -inspirada en el poema “Libertad” de Charles Bukowski– plasmaron la profundidad de la relación entre Flema y la rebeldía punk, donde lo asqueroso y lo abyecto se convirtieron en armas poderosas para desafiar el status quo.
2 Minutos
Representando la decadencia post industrial y las luchas de la clase obrera con el himno “Valentín Alsina” en su álbum debut del mismo nombre, 2 Minutos logró ubicar al Conurbano bonaerense en el centro de la escena musical de una manera inédita: dándole voz a los borrachos, los linyeras que piden algo de morfar y los obreros que caminan rumbo al yugo. La habilidad de la banda para conjugar estas escenas con un léxico propio y el giro según el cual el Conurbano comienza a contarse a sí mismo, les mereció el retrato de Walter Lezcano en el libro Un regalo del diablo (Editorial Vademécum, 2020).
No contentos con haber compartido escenario con los Ramones cinco veces, ni con haber conquistado los escenarios de Cemento, Obras, Luna Park, Vélez, River y el legendario punto clave de la escena punk neoyorquina CBGB (“Le quemamos tanto la cabeza al loco de la puerta que un día llamó y nos dijo que podíamos tocar esa noche”, contó Mosca en conversación con Indie Hoy en 2018), 2 Minutos se mantiene fresco e inoxidable. Con ocasión de los 35 años del álbum, lanzaron una nueva versión de su himno antipolicial “Ya no sos igual” en colaboración con Trueno, el chico de la Boca que se convirtió en un fundamental referente del nuevo hip-hop nacional, y la banda de Düsseldorf, Die Toten Hosen.
Eterna Inocencia
Un punk que no por sensato es menos rebelde. La melancolía y la lucha salen del otro lado del reproductor cuando le damos play a cualquier disco de Eterna Inocencia, desde Punkypatin (1995) hasta No bien abran las flores (2022). A lo largo de más de 25 años de carrera, la banda demostró que ser independiente es un acto de resistencia en sí mismo. Equilibrando lo emotivo y lo combativo, Eterna construye la alquimia para hacer pogo llorando. Llevando la trayectoria del punk a nivel internacional e histórico a sus propias carreras, su último disco canalizó las influencias del post punk como Joy Division y New Order, donde una sensibilidad sonora más austera se combina con todo el trayecto recorrido.
Attaque 77
El año 77 se condecora como el principio de la revolución. Attaque pisó fuerte por primera vez en el estudio junto a Flema para el hoy clásico compilado titulado Invasión 88, en donde la inconfundible influencia ramonera se metamorfosea en canción de cancha y pasión de multitudes. Su canción “Sola en la cancha” fue incluida en Dulce Navidad (1989), el EP que, con lo espectacular de los inicios, catapultó el camino de la banda hacia su segundo disco, El cielo puede esperar (1990), donde el hit “Hacelo por mí” los llevó a sonar en la televisión y tocar en el Estadio Obras. En sus 36 años de carrera, la banda recorrería sellos de la talla de RCA y Sony, experimentando, mutando y madurando su sonido. Sin embargo, hasta en sus Sesiones pandémicas (2021) destellan la fórmula minimalista del punk de los primeros discos que los llevó a dejar una huella imborrable en el rock nacional.
Expulsados
Sonido rápido, melodías simples y letras directas definen a Expulsados. Desde Banfield, sus integrantes dejaron sus apellidos para convertirse en Sebastián Expulsado (voz), Nano Expulsado (guitarra), Juan Expulsado (bajo) y Guillermo Expulsado (batería). Hasta ese punto llegaba su recuperación de los Ramones, aunque también retomaban algunos sonidos de Buzzcocks, The Who y The Kinks. Algunas canciones de su álbum homónimo se convirtieron rápidamente en himnos de su generación: “Poción de amor” fue incluida en el disco Invasión 99 (1998), donde colaboraron con Flemita, Mal Momento, Sin Ley y Cadena Perpetua, arraigando así su lugar en el circuito de la escena punk rock nacional.