La última canción de un set demoledor que recorrió todo su repertorio fue, extrañamente, un cover: “Have You Ever Seen the Rain?” de Creedence Clearwater Revival, que formaba parte del disco Acid Eaters (1995). La banda que veinte años antes había inventado el punk decía adiós con una canción clásica del cancionero popular norteamericano. ¿Qué significaba eso? Ahora que estamos en esta parte del tiempo lo podemos ver con claridad: Ramones siempre quiso ser parte de la historia del pop de su país. Eso es lo que realmente late en el corazón y las venas de sus canciones. ¿Los marginales querían estar en el ojo del huracán?
Ramones creó una tradición cuando nadie les había dado un lugar en ningún lado. No habían sido invitados a ninguna mesa a sentarse, nadie nunca les acercó unos cubiertos. El hambre es una forma descarnada de ambición. Ramones no solo fundó un género: le pudo dar vida a una máquina perfecta que cualquiera pudiese replicar en su garaje. Sentaron las bases para que un arte democrático fuera posible, el punk como una tierra prometida donde no hubiese distinción de clase, género ni virtuosismo con el instrumento. El punk como una pista donde bailaban los que fueron rechazados de todas las fiestas.
Y así, luego una hora y dieciséis minutos de show y de tocar “Have You Ever Seen the Rain?”, los Ramones se despidieron para siempre del mayor público que habían tenido en toda su carrera: 45 mil personas pagaron sus entradas para verlos en el estadio de River Plate. Corría el 16 de marzo de 1996 en el planeta tierra. “Adiós, amigos”, dijo Joey y la banda dejó el escenario. Y eso fue todo. El fin de una era.
El romance de Argentina con los Ramones en vivo empieza en 1987. A partir de este punto en el almanaque, la escalada de pasión y entrega fue siempre ascendiendo hacia cimas insospechadas de convocatoria. En un mítico recital en Obras Sanitarias, Ramones llega al país por primera vez y juntan más de 4 mil personas (entre los que estaban Luca Prodan, Fito Páez y Los Redondos, entre otros músicos) un 4 de febrero en un sold out que llamó la atención de los organizadores (los trajo Daniel Grinbank) y los medios. Un tiempo antes, sus discos eran difíciles de conseguir en nuestro país. Cuenta el periodista Gerardo Barberán Aquino en el imprescindible Ramones en Argentina (Gourmet Musical, 2018): “Los discos de Ramones se editaron en Argentina a través del sello WEA con una cronología caprichosa: Ramones (1976), End of the Century (1980) y Pleasant Dreams (1981). El resto de la discografía de la banda se encontraba solo en ediciones importadas”.
El recital representó mucho más que un show exitoso y redituable de una banda extranjera, como pudo haber sido la llegada de Queen en 1981, por ejemplo. Significó la piedra fundacional de un movimiento estético y sonoro que renovó el punk argentino. Se trató de un concierto que modificó existencias y logró que el tiempo pase más rápido. Si cuatro años antes, en 1983, salía el primer disco homónimo de Los Violadores, de clara y definitiva influencia inglesa, dando origen a la fuerza del punk en Argentina, el arribo de los Ramones en suelo patrio le dio una vuelta de página a esta historia musical. Nacía el punk ramonero con todas las de la ley.
Una señal concreta de esta avanzada fue la salida, un año después, del compilado Invasión 88. A Lemmy le gustaba decir que donde pisaba Motorhead “no crecía más el pasto”. Se puede decir lo contrario de Ramones: lugar que pisaban se volvía una zona floreciente de nuevas bandas y nuevas manera de encarar la vida. En ese sentido, no hubo otra banda tan vitalista y existencial.
A partir de este momento, Ramones comienza a venir a la Argentina de forma obligada y, francamente, necesaria: 1991, 1992, 1993, 1994, 1995, 1996. Todos los años una nueva gira los traía a estas costas. No tenían otra salida. Era una cuestión de egos, supervivencia y billeteras. Se dieron cuenta que lo que sucedía acá con ellos no ocurría en ninguna otra parte del globo: llenar lugares inmensos, causar fanatismo desmedido, generar delirio. Argentina se volvió para Ramones una burbuja en el tiempo, un pequeño mundo cerradísimo donde podían darse el lujo de ser las verdaderas rockstars que deseaban cuando se miraban al espejo. Argentina fue para Ramones el paraíso en la tierra donde ellos eran el centro de atención y tocaban las mejores canciones.
Fue muy parecido a los que sucedió en 1977, cuando llegaron por primera vez a Inglaterra y después de su paso se consolidaron los Sex Pistols, The Clash y toda la escena de ese país. El testimonio está en el disco It’s Alive (1977), que suena a una bandera flameando luego de batalla ganada. Pero ese amor se disolvió más rápido que un romance de verano, duró menos que un tema punk. Lo de Argentina, en cambio, fue duradero y sólido como el matrimonio aventurero que nunca se estanca y siempre encuentra nuevas maneras de seguir adelante.
Se sabía que era la despedida. Su último disco se llamaba de forma elocuente y directa: Adiós, amigos (1995). Esa fue la gira que lo trajo a la Argentina y se especulaba que iba a ser el último recital que darían, que habían elegido a este país para un último concierto antes de colgar los guantes. Iban a morir en este ring, eso se decía. Esos rumores lograron su cometido y el clima que comenzó a generarse alrededor del recital fue de que estaba por suceder algo trascendental: para el punk, para la música, para las vidas de quienes fueran a verlos ese día.
Saber que el concierto sería en River Plate le daba una magnitud imponente. Sí, eran los Ramones. Pero también se trataba de punk: un género que siempre se había mantenido en un lugar marginal dentro de la industria. Las entradas empezaron a volar.
Unos días antes tuvieron lugar los disturbios más recordados de la historia de la música argentina: los destrozos de un local de Coca Cola por un concurso que la empresa no cumplió con lo pactado. El certamen implicaba cambiar tapitas por entradas. La gente que fue a reclamar su premio era demasiada, una cola que superaba las cuatro cuadras, y los empleados del local, por tener tickets insuficientes, decidieron no darle entradas a nadie. Se vieron rebalsados por la demanda. Unos minutos después de las 10 de la mañana del 13 de marzo de 1996, el local de Florida y Lavalle quedó pulverizado. Los medios retrataron estos disturbios con su habitual amarillismo pero algo de cierto había: ese era el público que no quería quedarse afuera de la última fiesta de sus vidas con la banda de sus sueños. Un amor no se termina con una despedida, pero si hay algo necesario e importantísimo es poder decir adiós.
El line up fue perfecto: Superuva, 2 Minutos, Attaque 77, Die Toten Hosen, Iggy Pop y cerrando, por supuesto, Ramones. También andaba dando vueltas en el backstage Eddie Vedder, muy amigo de Johnny y Joey, que grabó todo con una cámara. El recital, solo el set de Ramones, fue transmitido por Telefé, un canal por entonces muy familiar, con locución de Bebe Sanzo. Lo que demuestra la importancia del evento.
Unos minutos después de que terminó Iggy Pop -al que todos miraban con reverencia y como un verdadero ídolo y prócer-, apareció la banda en el escenario, Joey dijo al micrófono: “Don’t Cry for Me, Argentina, las fiesta empezó” y empezaron con “Durango ’95“. Lo que siguió fueron 34 canciones de todas sus épocas comprimidas en 1 hora y dieciséis minutos de contundencia.
En el documental Grandes conciertos de Canal Encuentro, el Mosca de 2 Minutos recuerda sobre el recital de Ramones: “Fue una patada en la pera, de frente mar […] Son de esos conciertos que quedan en la historia del rock acá en casa, en Argentina. Lo tienen ultra súper ganado”. Con un buen sonido, con una actitud de la banda que nunca bajó su nivel, un repertorio que no desagradó a nadie y con un público que completaba la experiencia, las palabras del Mosca se vuelven certeras: se trató de un momento marcado a fuego en el calendario rockero de esta parte del mundo.
Finalmente, Ramones -una banda con una historia interna que parece escrita por Shakespeare- siguió de gira y su verdadero último recital fue el 6 de agosto de 1996 en Los Ángeles. Pero eso no importó porque su misión ya estaba realizada: quedar en el corazón y el cuerpo de algunos habitantes de Argentina y cambiarles la vida. Y eso es el punk en esencia: cuando aparece y toca el alma de alguien, la existencia se desvía hacia otro lugar, hacia nuevas aventuras. ¿Qué más se le puede pedir a la música? Entonces, es tiempo de decir: Gracias, Ramones.