En un fondo monocromático con pigmentos azulados como los de La noche estrellada de Van Gogh, aparece delineado el rostro difuminado de Joni Mitchell, aunando en una misma expresión la serenidad de la Virgen María y el desconsuelo de La pasión de Juana de Arco. Así como la protagonista del emblemático film de 1928 realizado por el director danés Carl Theodor Dreyer, la cantautora canadiense también fue sentenciada a la hoguera por un tribunal tirano que percibió en Blue una expresión inefable para la época. Pero a diferencia de lo que le sucedió a la campesina francesa convertida en santa, el ardor de la lumbre, en vez de inmolar el semblante despabilado y perspicaz de Mitchell, vigorizó un espíritu que nunca pudieron apagar por una razón esencial: ella ya había sentido el fuego quemarla por dentro mucho antes del dictamen tendencioso de sus colegas.
Editado por el sello Reprise Records, Blue denotó un antes y un después en la historia de la música occidental por ser un disco solemne, autobiográfico y profundo. Se grabó en California, la ciudad en la que Joni se instaló al dejar Toronto y decidió abandonar para emprender una especie de peregrinación por Europa en búsqueda de redención espiritual, madurez psicológica y efervescencia libidinosa que no se toleraba en una mujer en esos tiempos. Viajar explorando la más absoluta libertad. Tanto es el afecto que la artista le tenía a esa ciudad norteamericana que le dedicó una de las canciones más representativas del álbum, en la cual el recuerdo nostálgico crea un paraíso ensoñador a través de arreglos delicados y su voz angelical.
Blue es un retrato sumamente intimista y personal, ya que Mitchell estuvo a cargo de la escritura, composición y producción, evidenciando su talento y sutileza en fondo y forma. A pesar de haber manifestado todo su armonioso esplendor en una obra con un amplio abanico de afinaciones, se puso en tela de juicio su ingenio singular injustificadamente. “La respuesta inicial fue crítica, mayoritariamente de chicos cantautores. Era como si Bob Dylan se hubiera pasado a la electrónica. Tenían miedo. ¿Era contagioso? ¿Tenemos que ser así de honestos ahora? Me decían: ‘Joni, nadie va a versionar tus canciones, son demasiado personales’”, explicó recientemente la compositora recordando la recepción original del disco.
Con el correr de los años, Blue vació el veredicto de “incomprendido” debido a la energía ulterior y visceral de mujeres distinguidas que la hicieron resurgir de las llamas, no encarnando al ave fénix, sino sublimando a la heroína musical que el feminismo acuciaba para suscitar y dilatar la erupción del movimiento. Tras participar en un disco homenaje, Björk aludió la idiosincrasia de su autoría refiriendo que en “un mundo musical gobernado por hombres, ella fue la única (excepto quizás Kate Bush) que creó un universo exclusivamente femenino con intuición, sabiduría, inteligencia, destreza y coraje”. Además de la afamada artista islandesa, figuras como Taylor Swift, Norah Jones, Fiona Apple, Haim y Lana del Rey, entre otras, no dudaron en resaltar a Mitchell como el norte de sus trayectorias.
Desde la balada celestial “All I Want” hasta el cierre lacerante de “The Last Time I Saw Richard”, las melodías de Blue son aptas para sondear el corazón de la cantautora y descubrir que no hay fondo alguno. Fue grabado mientras atravesaba una crisis aguda en su relación con James Taylor, quien además colaboró en el disco. Los vestigios de una guerra sentimental con el pasado levitan en una atmósfera etérea repleta de estrellas centelleantes que pueden apagarse, pero nunca perder el equilibrio gracias a la vulnerabilidad interpretativa. Con una fragilidad austera y despampanante, sin escrúpulos, ni melodramas, Joni aborda la frivolidad del desamor como uno de los temas centrales del repertorio.
El tórrido sucesor de Ladies of The Canyon (1979) atesora un cúmulo de experiencias que denotaron el padecimiento latente a lo largo de treinta y seis minutos: melancolía, soledad y desventura en clave de elegía a fin de subsanar las heridas y procurar el destierro provisorio en su alma. “River” estuvo inspirada en su fugaz romance con Graham Nash, músico reconocido por haber liderado en los sesenta la agrupación mancuniana The Hollies, para luego conformar un súper grupo folk junto a Neil Young, David Crosby y Stephen Stills. Mientras que, según cuenta la leyenda, lo que influenció los versos de la mágica “A Case of You” fue la huella imborrable que dejó Leonard Cohen en la memoria de la artista que por ese entonces tenía 27 años.
Sin embargo, hay dolencias que jamás desisten ante la poesía, solo amortiguan la caída hacia el abismo y dulcifican la canalización de las miserias. Este es el caso de la desgarradora anécdota que vela entre sonetos la tercera pieza del tracklist, “Little Green”, una canción conmovedora que Joni tenía guardada como uno de sus mayores secretos desde el inicio, incluso antes de que saliera su álbum debut, Song to a Seagull (1968). El trasfondo de esta canción se reveló después de dos décadas cuando una compañera, a modo de traición, desenredó el enigma de la letra en una entrevista dejando totalmente expuestos los valores de la abanderada del folk.
A sus 20 años, cuando todavía se hacía llamar por su nombre de pila, Roberta Joan Anderson, y estudiaba en la Escuela de Arte de Alberta en Calgary, la poetisa había tenido que afrontar la tempestad para tomar la decisión más difícil de su vida: dar en adopción a su hija. Pobre e infeliz, optó por contraer un matrimonio por conveniencia con el cantante Chuck Mitchell que no funcionó y rápidamente el apoyo parental se desvaneció dejando solo el apellido. La determinación, más que el desapego, significó una prueba fehaciente de amor sincero a su progenitora. Luego de que los medios internacionales se hicieron eco de la noticia, una actriz y modelo llamada Kilauren Gibb contactó al manager de Mitchell para explicarle sus antecedentes habiendo encontrado similitud en el relato periodístico. Esa mujer era nada más y nada menos que la hija de la canadiense. En 1997 se dio el reencuentro tan esperado, Joni conoció a Gibb y a su nieto de cuatro años. Both Sides Now (2000), el décimo noveno LP de su carrera, fue anticipado por una frase que condicionaba directamente la escucha: “Este álbum está dedicado a mi hija Kilauren”.
Guiada por el sonido de una guitarra acústica, un piano y su voz de sirena, Joni Mitchell revolucionó la escena del rock de los setenta con melodías apasionantes, honestas y testimoniales que quedaron impregnadas en la memoria colectiva y trascienden sin obstáculos peyorativos de generación en generación. Habiendo pasado tanto de su publicación, la belleza intrínseca de canciones como “My Old Man”, “Carey” y “This Flight Tonight” permanece como una alegoría intacta de la luz al final del camino sin importar las penumbras corrientes de cuando sea reproducido.
El aniversario dorado llegó con una colección de rarezas en forma de EP titulado Blue 50 y con un mensaje enternecedor a de la Joni Mitchell actual de 77 años agradeciendo a sus fans por todo el cariño recibido a lo largo de estas cinco décadas. Podrán pasar varias más que agilicen la tarea de despapelar el almanaque, no obstante Blue continuará declarando con vehemencia la insurrección del espectro femenino como un hito inextinguible porque no hay pañuelo que aguante la presión de tal afluente de lágrimas vitalicias.