Desde hace tiempo se ha transformado en un ritual propio de las jornadas laborales más tediosas. Una suerte de bálsamo que funciona como una aspirina cuando el dolor de cabeza ya no es soportable. Escribo “lo fi hip hop” en YouTube y el primer resultado que me sugiere la búsqueda es del canal Lofi Girl. Es el video que muchos identifican como “el de la chica y el gato”. Se trata de una transmisión en vivo animada con una ilustración del artista colombiano Juan Pablo Machado, en la que se repite un larguísimo loop instagrameable. Con una ventana y una ciudad de fondo, una joven escribe en su anotador y pasa de página mientras alimenta su sesión de estudio con la música que escucha en sus auriculares. Escribe un poco más y gira su cabeza hacia la derecha. Su gato mira hacia afuera y mueve la cola. En la habitación/pequeño universo de la chica hay libros acomodados en estantes, plantas, una computadora prendida, un calendario, un peluche, una lámpara, algunos lápices y una tijera. Afuera es de día o de noche, según el momento. A veces también llueve. Lo único que cambia es la música, algo así como la banda sonora de una vida moderna potencialmente más relajada.
Llegué a ese video como tantos otros. En el inicio de la pandemia, con el encierro como norma, comencé a adornar la rutina diaria con pequeños estímulos. Siguiendo el algoritmo de YouTube, me encontré con una música que me permitió sumergirme en mis tareas como si tuviera a un entrenador de boxeo secándome el sudor y dándome consejos antes de un nuevo round. De hecho, el llamado lo-fi hip hop se popularizó en ese contexto de aislamiento y falta de conexión real como una especie de alivio sonoro. Evidentemente, alguna fibra toca. En noviembre de 2021 el canal Lofi Girl (que hasta marzo de este año se llamaba Chilled Cow) superó la barrera de las mil millones de reproducciones y está a punto de llegar a los 10 millones de suscriptores.
A la derecha de la imagen principal del video más popular del género, los comentarios se reproducen a una velocidad que vuelve imposible seguir la conversación. Se mezclan idiomas, edades y sensaciones. De acuerdo a las estadísticas que presenta YouTube, hay 32 mil personas conectadas en un lunes al mediodía, hora argentina. Poco importa el momento del día, en realidad. A las 5 de la tarde o a las 3 de la mañana las cifras no variarán demasiado. 27 mil, 25 mil, 31 mil. De todas esas personas, una mínima porción sabe en verdad quién hace la música que se escucha, también en loop, en la continuidad infinita de esta transmisión. Esa es, de algún modo, su gracia. Música anónima que no necesita de un nombre, una trayectoria o un hype para ser consumida por gente de todo el mundo.
La música calma a las bestias, pienso mientras vuelvo a tipear esas cuatro letras (l-o-f-i) que monopolizan mis últimas búsquedas en YouTube. En medio de la rutina cotidiana y ante cualquier impulso de estrés o tensión, el lo-fi cumple como relajante (o al menos como un placebo). Puede estar pasando casi cualquier cosa alrededor pero el poder inmersivo de esta música parece ser el efecto de un encantador de serpientes o del propio flautista de Hamelin. Elegir entre las diferentes variantes del género -que tiene alternativas según estados de ánimo o tareas por hacer- es el paso previo al trance. En plataformas digitales se pueden encontrar diferentes playlists atemporales, con varias horas de música, pero el lo-fi “crudo”, el que está basado mayormente en samples y grabaciones de ambiente, es el que se encuentra en las radios online de YouTube y se comparte con otros tantos miles de extraños que deciden enchufarse en simultáneo.
Ingresar a esa música es lo más parecido a meterse en una pileta, a ese momento en el que el cuerpo empieza a acostumbrarse de a poco a la sensación de estar sumergido. Es música para calmar las ansiedades y ganar concentración, para acompañar un momento de estrés o, lisa y llanamente, para pasar el rato. El lo-fi y su popularidad expresan, además, la necesidad de compañía y vinculación que muchas personas padecen en una era cada vez más individualista. Ese espíritu casi que logra traducirse en un estilo concreto, que hoy por hoy ha dejado de ser un nicho geek para convertirse en un género en sí mismo.
Definido como “la expresión de la nostalgia millennial”, según el youtuber especializado en contenido musical Jaime Altozano, el lo-fi hip hop es un estilo en el que la calidad del audio representa un gesto estético, una elección sonora que da cuenta de una identidad buscada. Los tres elementos fundamentales de cualquier track del género son: a) un beat sincopado en bucle; b) una secuencia de acordes de piano o guitarra con sonido de baja fidelidad; y c) una melodía principal, en lo posible sampleada, que remita a algo “viejo”, como una suerte de eco del pasado. Entre esos recursos se cruzan, además, referencias a videojuegos de los años noventa (en blanco y negro y 8-bit), al manga y al animé japoneses y a la estética de Studio Ghibli como signo de época.
Sonidos suaves, aires jazzeros y una estructura pop subyacente. La base rítmica al frente, hipnótica y con sutilezas, siempre entre 70 y 90 beats por minuto. Nadie cantando. Una postal instrumental que agrega emoción y empatía a través de links con el pasado y algunos sonidos ambiente. Un par de grillos en medio de la noche o el repiqueteo de la lluvia quizás sean los “efectos” más populares y también los más efectivos a la hora de transmitir intimidad, madrugada y cierta languidez. Hay algo en el sonido, que continúa y nunca termina definitivamente, que apaga las distracciones y se siente como una presencia cercana que cura y sostiene. Esa tipificación, que puede encontrarse en cualquier célula de sentido musical asociable al género, es el resultado del trabajo de miles de artistas y ya forma una biblioteca virtual con millones de tracks a disposición.
“Escuchar eso por primera vez fue escuchar algo totalmente nuevo. Creo que me agarré al estado en el que estaba en ese momento de mi vida”, explica Nahuel Castillo, beatmaker cordobés y productor del género bajo el nombre de Nahucast. “Me sentí muy identificado. En ese momento no había escuchado nada así. Fue de pasada. Vi un video de Chris Mazuera tocando, me quedé de cara, y a partir de ahí empecé a buscar y a buscar, a escarbar. Me di cuenta que había un mundo gigante de esto y le empecé a dar bola”, comenta el artista, que recuerda ese encuentro fortuito con uno de los mayores referentes del género como algo muy parecido a una epifanía, una revelación.
Escucho a Nahuel y me siento identificado con esa idea de “quedarse de cara”, tan cordobesa como sintomática. Perplejidad, hipnosis, encantamiento. Algo de todo eso hay. De repente, una música “de fondo” se convierte en un terreno fértil para innovar, experimentar, jugar. “Cuando hago música es como estar escuchándola”, explica Nahucast en referencia a las capas de elementos que va sumando y restando como parte del proceso de cada uno de sus tracks.
Castillo cuenta que los canales como Lofi Girl solían abrir convocatorias para recibir material, pero ya no lo hacen. No lo necesitan: hay cada vez más personas haciendo esta música y el cuello de botella es cada vez más chico. “Por lo que veo, siempre son más o menos los mismos nombres”, dice sobre los artistas que suelen colocar sus temas en los canales más populares. “Son producciones grandes, se nota que laburan en un nivel más pro”, acota en relación a un género que desde 2017 comenzó a ganar cada vez más notoriedad en YouTube.
A mediados de 2021, desde la provincia de Buenos Aires, una productora audiovisual detectó el nicho floreciente y lanzó su propio canal de YouTube, In Limbo Lo-Fi. “Es un mundo re desconocido. Estamos aprendiendo a medida que lanzamos contenidos y vamos viendo cómo se mueve”, asegura Joaquín Sanchez, director y creador del proyecto que nació también gracias al poder inmersivo del género.
“En la cuarentena claramente hubo un boom de consumo. Por lo menos yo siempre ponía de fondo alguna playlist lo fi, o estaba escuchando toda música muy chill. Estaba en esa. Y de golpe vi unos números increíbles y pensé ¿por qué no lo hacemos nosotros?”, explica el músico y realizador audiovisual. “Fue una curiosidad de producción, más allá de ver la potencialidad de un proyecto para YouTube o Spotify”, precisa.
No obstante, y a pesar del impacto que pueden generar las estadísticas, no resulta tan sencillo destacarse en un circuito al que muchos artistas y productores llegaron como consecuencia de la pandemia. “Arrancar con un canal de YouTube y generar todo el contenido que hace falta es un montón de plata”, desmitifica, dando cuenta del volumen de trabajo que implica sostener un flujo de contenido y un posicionamiento que permita ganar vistas y suscriptores. “Hay canales que la rompen con videos largos, hay otros que tienen radios en vivo pero tienen videos de 15 minutos, y después tenés los que sacan singles”, analiza, dejando en claro que no hay fórmulas seguras para el éxito pese a una popularidad que sigue creciendo.
“Son nichos, pero muy masivos. Son cosas que rompen un poco esa línea de mainstream vs. nicho”, define Sanchez en relación al volumen de público que hay alrededor del universo lo fi. Su compañero Lucas Chiodi sigue esa línea y resalta el componente gregario que hay detrás de este fenómeno tangible en comentarios de videos y transmisiones. “Hay algo que es una constante y es que hay algo muy comunitario, sobre todo en los vivos, como lo que pasa en Twitch. Hay algo de cómo se está consumiendo la plataforma y de cómo los usuarios se sienten parte de algo. Hay personas escribiendo durante horas en esos chats”, ilustra.
Otra vez, la pandemia como catalizadora. En una encuesta realizada por YouTube en cerca de 20 países, y con una muestra de 20 mil personas, el 85% de los usuarios de la plataforma afirmó haber visto alguna transmisión en vivo de algún tipo en el último año. Pareciera que vivimos en una era en la que la individualidad y la conexión virtual son dos caras de la misma moneda. “El auge de los livestreams de hip hop lo fi creó espacios para quienes buscan concentrarse en una actividad, como estudiar o trabajar. Es decir, una actividad solitaria que se transforma en una experiencia compartida”, resalta el mismo estudio del motor de búsqueda de videos.
“Con todos los productores que he interactuado he sentido que están en esa de querer ayudarte y de tirarte buena onda. Toda la gente tiene la misma vibra”, asegura el músico cordobés, Castillo. Sin embargo, más allá de alguna experiencia aislada, no parece haber demasiados lazos fuertes entre quienes cultivan esta música. “Creamos una especie de comunidad pero se disolvió, cada uno estaba muy metido en la suya”.
“Es una música muy para uno mismo”, reflexiona el cordobés. Es un género fácil de hacer, muy amigable. Cualquiera que empiece con la compu se baja un par de samples y ya puede empezar a jugar”, argumenta. Mientras tanto, el lo fi sigue reproduciéndose y dejando su huella en la cultura pop de nuestro tiempo. ¿Hasta qué punto seguirá creciendo? ¿Puede convertirse en un fenómeno de masas que impacte en la industria de la música en vivo? ¿Será recordado, acaso, como un estilo musical capaz de sintetizar el clima de una época atravesada por la incertidumbre? Todavía resulta difícil llegar a una conclusión definitiva, sobre todo luego del crecimiento exponencial que ha vivido el género desde la llegada de la pandemia. Por lo pronto, lo que queda claro es que el lo fi hip hop llegó para quedarse. Ya no es solo una moda pasajera de música ambiental.