La música es una de las formas más ancestrales de comunicación. Desde tiempos milenarios ha acompañado el misticismo de incontables y heterogéneos rituales, y, de algún u otro modo, ha encontrado su principal virtud en la unión sensitiva y emocional de seres humanos. El desarrollo de la historia ha impactado inevitable, drástica y ubicuamente en los modos de vivir de cada individuo que habite o alguna vez haya habitado este intrigante planeta. Más allá de las increíbles transformaciones tecnológicas, empresariales, comunicacionales (mil etcéteras) que han sucedido alrededor de la música, ésta sigue siendo fiel a aquella principal virtud: la de conectar seres humanos, unirlos a través del goce (o la antítesis de este) en un estado de fraternidad inmune a cualquier tipo de condicionamiento externo (nacionalidad, edad, sexo y otros miles etcéteras).
Desde hace muchos años, la obligada visita de Él mató a un policía motorizado a Córdoba es un acontecimiento cultural de incomparable relevancia para los que encontramos confort en los márgenes de la industria. Con el inevitable crecimiento de convocatoria que han tenido en aquellos años (algo que a uno lo hace sentir que vive en un mundo un poco más justo), la banda ha tenido que acrecentar el tamaño y el número de sus shows en cada visita. Esta vez, durante el viernes 22 y el sábado 23 de abril, Él mató a un policía motorizado colmó la pista de Studio Theater en dos imponentes presentaciones junto a los locales Fonez y Claravox (respectivamente).
Ese viernes 22 empezó a aglomerar a los más responsables seguidores desde temprano. El público, acostumbrado a citas tardías, no vaciló en ajustarse a los requerimientos del lugar, que abría sus puertas pasadas las 20hs. Quince minutos después de las 21 los Fonez se apropiaron del escenario: simpáticos, seguros, sólidos en su propuesta. Según sostengo fervientemente, no existe algo como lo que Fonez aporta a la escena musical cordobesa. Va más allá de las fáciles categorizaciones de su sonido (kraut, shoegaze) o sus influencias. Tiene que ver con la pureza con la que erigen sus singulares apropiaciones musicales: el hipnótico diálogo entre guitarras y sintes, la prolijidad y pulcritud con la que emanan esas autosuficientes melodías instrumentales, la sorpresiva intensidad de sus cambios rítmicos, la apabullante sobriedad de las visuales que los acompañan y ante todo, la frescura que impregnan en todo lo que hacen. En una impecable presentación que elevó al máximo cada uno de los elementos enlistados anteriormente, Fonez encandiló a los presentes con su fortaleza compositiva y rebanó un par de corazones con el mismo esfuerzo. Entre los infaltables hits de su LP debut: “Inhalar”, “Supereko”, “Tosco” o (la encargada de cerrar el set) “Pseudoefedrina”; se sucedieron otras entretenidas construcciones que seguramente darán que hablar en un futuro: “Hidro” (el opener), “Granada” o “Barna”.
Con la misma jerarquía, Claravox inmoló a los presentes con la apabullante intensidad que fielmente los acompaña. El trío, pionero del noise rock en la provincia, exprimió la sensibilidad del público con altas dosis de volumen y disonancia. “Optimus” fue la canción encargada de captar la atención inicial de los oyentes. Entre una sustancial aglomeración de seres, coexistían aquellos que siguen con fervor a la banda desde cualquier momento de sus quince años de trayectoria, y quienes se iniciaban su particular y, ante todo, audaz propuesta sensitiva. Nuevos adeptos, sin duda, si lograron entender las premisas expresivas de “Aliento de Morsa” o “Fortex”, dos grandes exponentes de Parque Capital, el trabajo más emblemático de Claravox a la fecha. Sin embargo, la clara misión del set trascendía esta labor, las canciones que sucedieron a estas tres iniciales se encargaron de demostrarlo. La indudable protagonista del set fue Mecánica Popular, aquella nueva producción (todavía inédita) que (según comunicaba un volante que fue repartido a los presentes) tendrá su presentación oficial el 20 de Mayo. Las canciones que sirvieron como adelanto de lo que puede leerse como la apuesta más importante de Claravox en los últimos años, enaltecieron la contundencia, explosividad y el dinamismo con el que la banda ha erigido su complejo presente compositivo. Entre ellas, se sucedieron “La Plaga”, “Mutando” (sin dudas mi favorita), “El Ojo” y la encargada de cerrar el set: “Monstruos que lloran monstruos”.
Para los entusiastas de la vieja época se hizo presente “Noisinho”, del disco debut de la banda Juanpablounderground, y (en uno de los momentos más movilizadores de la presentación) “Ich Bin Johny”, con la timidez de sus primeros versos en lengua foránea y su posterior explosividad. Ante este sacrificio de estridencia, los receptores no podían hacer más que golpear sus palmas efusivamente. Y esperar a Él Mató claro…
Las dos funciones de la banda platense fueron equivalentes en emotividad, fuerza y convocatoria. Las dos fueron anheladas y celebradas con la misma vehemencia. Las dos arrancaron con “El Magnetismo”. En este ritual, en el que multitudes inquietas canalizan cada hebra de sentir, cada voluntad enérgica del cuerpo y cada aliento de su voz para exteriorizar la intensa (e inevitable) devoción hacia las producciones de la banda, también coexisten nuevas y viejas caras. Seres que tienden a unirse espontáneamente en la exaltada vociferación de las canciones del disco que los interpela universalmente: La Dinastía Scorpio. Posicionadas en diferentes momentos en cada uno de los shows, dijeron presente: “Nuevos Discos”, “La Cobra”, “Yoni B” y “La Cara en el Asfalto”. La destructora “El Fuego que Hemos Construido” fue siempre la encargada de cerrar el set inicial, “Noche Negra” sonó únicamente en la primera noche y “Más o Menos Bien” materializó genuina felicidad como parte del encore en ambas oportunidades. Las infaltables “Mujeres Bellas y Fuertes” y “Chica de Oro” provocaron un inigualable fervor en el público: el movimiento corpóreo de la sala era casi tan conmovedor como el coro de voces que acompañaban la lírica que expresaba el hermoso Chango.
La agasajada en las dos presentaciones fue la excusa que los tiene hace un tiempo girando por el país: Violencia. Temprano en cada uno de los sets se hizo presente la canción que le da nombre al maxi-simple, acompañada de las catárticas vociferaciones que despierta en su parte álgida: “Este día que me regalás” (y repetir hasta sacar cualquier tormento hacia afuera). El resto de las producciones que componen este último trabajo fueron repasadas, en un mismo orden, abriendo sus respectivos encores: “Rucho” (en ambas oportunidades escuché a alguien elogiándola), “El Baile de la Colina” (la nueva destructora de emociones), y la hermosamente serena “Aire Fresco”.
Para el contento de las caras viejas (y de aquellos que pudieron realizar la obligada tarea de interiorizar el extenso repertorio de la banda), llegó el inevitable revisionismo a aquello que alguna vez empujó a Él mató a un policía motorizado a generar su inusitada y meritoria devoción. Se sucedieron, con la misma frescura que emanaban años atrás, importantes exponentes del disco homónimo de la banda: “Terrorismo en la copa del mundo” y “Guitarra Comunista” en la primera noche; y “Sábado” en el encore de su correspondiente día. Como siempre, son esos inmensos mantras de la trilogía, los que se adueñaron del más profundo sentir de la audiencia. Las elegidas de la primera noche fueron: “Navidad en los Santos” (del primer EP), “Vienen Bajando” (del segundo), “Día de los Muertos” y “La Celebración del Fuego” (del tercero). El sábado fueron especialmente seleccionadas: “El Héroe de la Navidad”, de Navidad de Reserva, “Lenguas de Fuego en el Cielo”, de Un Millón de Euros, y “El Día del Huracán” (imponente como siempre) junto con “Rey del Terror” de Día de los Muertos. Los infalibles puntos en común de ambas noches: “Amigo Piedra” y el cierre con la avasallante seguidilla compuesta por “Mi Próximo Movimiento” y “Chica Rutera”.
Deshechos en emociones caminaban los seres que abandonaban Studio Theater aquel intenso fin de semana. Con la camaradería y complicidad de haber compartido una experiencia que les era natural, a un nivel casi primitivo, donde el ser se pone en pausa y contempla, recita, abraza y salta a los empujones. Con el amor que a veces olvidamos pero siempre está ahí, para unirnos en ese inusual ritual en el que nos llamamos a estar juntos en un mundo peligroso.
Fotografía principal: Candela Pérez