Hace casi una década, cuando Lollapalooza comenzó su aventura regional con una primera edición en Chile, el panorama estimulaba. Era 2011 y la música local comenzaba a vivir un apogeo de la mano de una generación pop que ese mismo año llegó a inspirar artículos de títulos rimbombantes en medios internacionales.
Fast forward. Ocho años después, Gepe, uno de los nombres más relevantes de esa generación y uno de los mayores ausentes en el cartel de aquella cita inaugural, se plantaba a media tarde en el escenario principal del Parque O’Higgins. Pero pese a su indiscutible factura, el show del sanmiguelino estuvo lejos de marcar un hito en la versión 2019 del festival. Era, más bien, un ajuste de cuentas con una de las carreras más prolíficas del indie local.
Para encontrar ese gran hito de Lollapalooza 2019 hacía falta retroceder al día anterior pero situarse en el Lotus Stage, el escenario más pequeños de los cinco que se desplegaron este fin de semana. Fue en ese poco estelar paraje donde Paloma Mami, el último gran fenómeno de la música urbana chilena, materializaría un debut en el festival que dejó una de las escenas más espectaculares que se recuerden de Lollapalooza. Aunque era un show de apenas 20 minutos en el que la cantante interpretaría las tres canciones que ha grabado desde que en junio pasado irrumpió con “Not Steady” (además de una cuarta inédita), el fenómeno que ha generado motivó una audiencia desbordante que terminó en un caos de esos que hace años no se veían. Poco importó un concierto correcto que permitió presenciar a nivel masivo el reciente fenómeno de la nacida en Nueva York: la masiva concurrencia en un escenario tan secundario no solo generó nerviosismo y malestar, sino también la certeza de estar frente a una nueva era en la música local.
Más allá del ruido mediático, el éxito de Paloma Mami responde al desarrollo de ritmos urbanos que -aunque de forma tardía- parecen estar llegando en Chile a un punto álgido. Otras pruebas de ello ocurrieron en el mismo escenario: Lollapalooza recibió por primera vez a Tomasa Del Real, pionera del neoperreo que en los próximos días estará en Coachella; DrefQuila, otra de las principales voces del trap chileno y autor de hits radiales como “A fuego”; y Gianluca, dueño de una propuesta introspectiva del género que en el festival hizo relucir con coraje en compañía de guitarra y batería.
El lleno total del Movistar Arena -rebautizado como Perry’s Stage durante el fin de semana- para el show de Polimá Westcoast, uno de los mejores exponentes y el cultor local más fiel a la versión estadounidense del trap, fue otra evidencia clara del momento estelar del género en Chile. Como también lo fue el hecho de que durante todo el fin de semana muchos otros trapstar locales desfilaran por los escenarios del Parque O’Higgins como invitados (Ceaese en los sets de Tomasa Del Real y DrefQuila, Princesa Alba en Gianluca, Young Cister y Pablo Chill-E en Polimá Westcoast), dándole al evento un sentido incluso mayor de triunfo de una escena.
Tal como en Argentina, la contraparte internacional del fenómeno llegó con nombres de primer orden. El mayor de ellos, Kendrick Lamar: el mejor rapero vivo cerró la jornada del viernes con un show inolvidable, en el que no solo repasó con destacable prolijidad un setlist dominado por las canciones de DAMN, sino también hizo gala de un desarrollado sentido del espectáculo que se manifestó en recursos como los juegos de luces, el empleo de llamaradas y humo, y unas cinematográficas visuales referentes al kung fu que dieron continuidad al espectáculo. El segundo en envergadura fue Post Malone, el estadounidense de apenas 23 años que, pese a contar con dos de los discos más exitosos del trap estadounidense, se vio algo deslucido en su simpleza (cantando solo y sin parafernalia), sobre todo en contraste con la contundencia de Lamar.
Otro contingente de sonidos urbanos llegó a Chile de la mano de artistas internacionales. España, por ejemplo, estuvo representado por la personalidad de Bad Gyal, la energía de C. Tangana, la frescura de Kidd Keo y el magnetismo de Rosalía, cuyo debut en Chile -como era de esperar- fue otro de los puntos altos de Lollapalooza. De seguro pasarán años antes de que se borre el entusiasmo que dejó la hora que la catalana estuvo sobre el Acer Stage (el tercer escenario en envergadura) gracias a un set de buenas canciones, impecable interpretación y llamativas coreografías. Argentina también estuvo representada por Khea, Omar Varela y Paulo Londra, otro de los artistas que concentraron interés y cuyo show congregó una respetable convocatoria.
La novena versión de Lollapalooza Chile también tuvo puntos altos entre números que no tienen una relación directa con el trap, desde el esotérico show de Kamasi Washington a la privilegiada voz de Jorja Smith, la frescura de Parcels y la robótica perfección de St. Vincent. Pero ahí, entre rimadores veinteañeros, outfits llamativos, producción casera y máquina de ritmos, hay algo mayor. Lejos de ser aislado, el triunfo del trap en Lollapalooza Chile responde a un fenómeno global que se ha manifestado en grandes festivales de todo el mundo (desde Coachella a Primavera Sound). Y que se haya manifestado en ese escenario tiene pleno sentido: desde su arribo a Chile, Lollapalooza ha sido un catalizador de las tendencias, primero con el pop, luego con la explosión masiva del EDM y ahora con el trap. El paraíso encontró un nuevo sonido.
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Foto principal: Polimá Westcoast por Mila Belén.