Desde hace meses, los carteles con la cara de Lorde y Robbie Williams se destacaban en el paisaje de algunas avenidas porteñas. A su vez, conforme se acercaba noviembre, era más lo que se comentaba sobre el Personal Fest 2018 en redes sociales. Cada cual especulaba sobre lo que sus artistas predilectos tendrían para ofrecer. Sin embargo, una implacable tormenta que vistió de gris a la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores literalmente aguó la fiesta del sábado 10, primer día de ese festival. Por casi un día entero la lluvia pareció ensañarse con la capital argentina. El predio del Club Ciudad de Buenos Aires se había inundado al igual que La Bombonera, estadio donde esa misma tarde tampoco se pudo jugar la esperada final de la Copa Libertadores entre Boca y River. La realización de tal primer jornada se hizo entonces imposible y fue cancelada.
Más allá de la frustración de esa fecha, el domingo 11 la historia fue otra. Un tímido sol empezó a asomar al mediodía mientras se secaba la ciudad. Horas más tarde, tanto los hinchas azules y rojos como los asistentes del festival tuvieron revancha. Aunque en lugar de las tres tarimas previstas en la grilla se habilitaron solo las dos principales: el Escenario Isla estaba literalmente rodeado por agua y no fue incluido.
Las locales Ibiza Pareo, a quienes alguna vez definimos como emperatrices del electropop sofisticado, fueron las encargadas de abrir la jornada ante los primeros asistentes cerca de las 15 h. Allí aprovecharon para interpretar canciones de su laureado debut y de su nuevo disco, Bailemos juntas. En el escenario contiguo el turno fue para Valdés, dúo cordobés conformado por dos hermanos que saben entregar melodías contagiosas y beats bailables, ideales para esa tarde de primavera que recién empezaba a teñirse de azul mientras las nubes se dispersaban. Pistas como “A mi lado” se destacaron en su animado set de media hora.
Ya a las 16 h el turno fue para Mercury Rev, veterana formación norteamericana que aportó la primera cuota de psicodelia del día al repasar éxitos de su extensa trayectoria. Con la inclusión de Pol Medina (miembro de Poncho y Piscis) en los teclados por esa tarde, aprovecharon para entonar “The Funny Bird” al comienzo del show y más adelante “Central Park East” y “Opus 40” para complacer a sus fieles seguidores, algunos de los cuales los escuchaban desde hace varias décadas. Gus Dapperton, por su parte, llevó su propuesta cargada de buen humor y estribillos provocadores. Himnos sintetizados como “I’m Just Snacking” impregnaron el ambiente de un optimismo que parecía augurar el éxito del resto de la jornada. Por supuesto, hubo lugar al baile y las selfies.
El primer acto que podríamos definir como 100% abocado al baile fue el de Juan Ingaramo, a.k.a. el Drake cordobés. Su interpretación de “Hace calor” fue muy oportuna en vista de la térmica de casi 30 grados que se imponía en el ambiente. El carismático artista aprovechó además para invitar a colegas como Louta y Ca7riel a cantar junto a él en varios temas, con lo cual terminó de ganarse el corazón de un público millenial y centennial que cada vez vibra con mayor entusiasmo los ritmos cercanos al trap.
Minutos después el neozelandés Connan Mockasin aterrizó con sus músicos -todos tan pálidos y simpáticos como él mismo-, y ofreció uno de los sets más indies de la tarde. Aunque bien sabemos que su sonido es difícil de encasillar en un género y su más reciente álbum, Jassbusters, coquetea con el blues y el jazz de forma bastante sofisticada. Pero también sonaron canciones de sus placas anteriores como “I’m The Man That Will Find You” y “Forever Dolphin Love” para alegría de los presentes, muchos de los cuales esperaban su primera visita al país desde hace años.
Casi a las 19 h y con un sol que empezaba a ocultarse para patrocinar un atardecer de tonos rosa y naranja, las Warpaint dominaron su tarima con una contundente dosis de lo que algunos definen como art-rock, al no poder compararlas con las corrientes principales del rock contemporáneo. Si bien tocaron temas conocidos de su repertorio como “Love Is To Die”; Emily, Jenny, Theresa y Stella nos dejaron con ganas de escuchar clásicos de sus inicios como “Undertow” o “Baby”. Al parecer, optaron por guardarse esas pistas para su sideshow y eligieron sus canciones más movidas para este festival.
La tarde terminó de caer durante el set de Death Cab For Cutie, otra de las agrupaciones más recorridas de esta edición. Un rock más enérgico y con reminiscencias de los años dorados de la movida emo a mediados de los 2000 invadieron de nostalgia a quienes recuerdan con afecto temas como “Soul Meet Body”. El ánimo trágico-romántico llegó a su clímax con la semi-acústica y entrañable “I’ll Follow You Into The Dark” y el cierre de su performance lo selló “Transatlanticism”.
Lo que sucedió a continuación a nivel musical fue casi lo opuesto, dado que los MGMT brindaron la sección más lisérgica de la velada acompañados por unas visuales protagonizadas por cientos de ojos, flores, efectos hípercoloridos y escenas cinematográficas. Andrew y Ben demostraron su experiencia en la cancha e hicieron saltar a los presentes con hits de hace una década como “Electric Feel” y “Kids”. Casi con la misma potencia desplegaron piezas de su más reciente álbum como “Me and Michael” y “Little Dark Age”. Fue tanta la energía que transmitieron que inclusive Connan y parte de su banda se sumó al escenario para jammear al final.
Caída la noche aún faltaba el acto que coronaría la jornada: Lorde, esa adolescente de melena indomable y actitud freaky que conquistó al público local con su visita al Lollapalooza de 2014. Para entonces ya había logrado un enorme éxito global con Pure Heroine; ahora la artista regresaba y con un nivel de estrellato cuadruplicado. La espera por su salida al escenario estuvo ambientada por el sonido de “Running Up That Hill” de Kate Bush, una de sus referentes innegables. Cuando por fin estuvo sobre la tarima, deslumbró con la belleza de su vestido tornasolado y su peinado hollywoodense. Pero tras ese aspecto delicado se escondía una artista llena de ímpetu e intensidad, alejada de las banalidades que se le suele atribuir a las estrellas de pop de su edad (escasos 22 años). Con foco en los poderosos temas que conforman Melodrama, su último álbum, y acompañada de bailarines, hechizó a la multitud con sus movimientos casi etéreos. Por instantes inspiró mucha ternura al decir en un improvisado español “Argentina es piola” o “Bailen, boludos”.
El predio se agitó al ritmo de explosivos temas como “Homemade Dynamite”, para luego llorar con las baladas de piano “Writer in the Dark” y “Liability”, acompañadas de un discurso sentimental sentada sobre el borde de la tarima y envuelta con una bandera albiceleste que le alcanzaron unos fans. Tras volver a animar el recinto con pistas como “Royals” y “Perfect Places”, “Green Light” resultó el himno perfecto para despedir esa gran noche al tiempo que numerosos asistentes levantaban el pañuelo verde por el aborto legal.
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Foto principal: Matías Casal.