Enlatados de novelas turcas, realities de gente que quema milanesas, Mirtha, Susana y Tinelli en esa especie de Santísima Trinidad eterna y rancia, fake news, tipos enojados que hablan de futbol o militan la grieta… así se podría seguir haciendo zapping hasta morir embrutecidx. Con el reciente levantamiento de la última tira diaria, la ficción argentina se fue sumergiendo entre la basura hasta desaparecer de la TV local. Un poco por la crisis macrista y el tiro de gracia del coronavirus, otro poco por los avances tecnológicos que trastocan el sistema de medios cada vez con mayor frecuencia y velocidad.
Con semejante panorama, no sorprende que las audiencias se hayan volcando hacia las plataformas de streaming. O mejor dicho hacia Netflix, por lo menos en la Argentina, donde prácticamente tiene el monopolio de ese tipo de consumo on demand. Y eso es un problema. Su poder para formar gustos y hábitos es tan sutil que se crea la ilusión de que uno elige lo que quiere ver, pero si un producto no está en su oferta la mayoría no lo ve y por lo tanto no existe. No hay una búsqueda por fuera de Netflix, la vasta diversidad ofrecida por internet se cancela y solo nos conformamos con un contenido -tanto original como licenciado- cada vez más banal y comercial, que solo busca entretener y ya ni eso logra.
Un ejemplo ilustrativo de la tiranía de Netflix, que además nos introduce al tema de esta nota en cuestión, es el reciente estreno y la buena acogida de la serie argentina Casi feliz, escrita y protagonizada por Sebastián Wainraich. Con un tono de comedia ligera mechada con los dramas existenciales de un hombre transitando los 40 en la Ciudad de Buenos Aires, la serie se siente cercana y logra rápidamente la empatía e identificación. Fácil de ver, entretenida y con algún que otro mensaje que nos interpela, se convirtió en un éxito inesperado, festejada tanto por crítica como público. Esa fue la respuesta a un producto fresco que con una fórmula muy simple enseguida se destacó en una oferta donde abunda lo mediocre e impersonal. Fue la respuesta inmediata de una demanda insatisfecha por no saber adónde mirar, por quedarse en la N colorada y ni enterarse que, en la línea de Casi feliz y mucho mejor, hay todo un universo de series web cuya mayor factoría en la Argentina es UN3TV, el canal de la Universalidad Nacional de 3 de Febrero un referente del formato a nivel mundial con constantes nominaciones y premios del sector especializado. No es ninguna sorpresa que lo mejor de Casi feliz sea el personaje de Sombrilla, incluso los diarios hegemónicos lo afirman con sus notas repentinas sobre quién es Santiago Korovsky, ese actor “revelación”. Por supuesto, ninguna menciona su largo recorrido por varias de las producciones de UN3TV como parte del star system propio del canal, junto con Martín Piroyansky, Martín Garabal y Malena Pichot, entre otros. Porque ya sabemos que si no está en Netflix no existe.
Un movimiento de justicia
Con el impulso de la Ley de Medios, UN3TV se creó en 2014 y desde entonces ya lleva producidas más de 130 series web de formato corto, la mayoría gratis a disposición en su web, app y canal de YouTube. También podemos ver parte de su catálogo en plataformas on demand como Cine.ar Play, Qubit TV y Flow de Cablevisión, con el que tiene contrato de exclusividad para algunos de sus lanzamientos. Aunque cada vez cuenta con más medios de difusión, el maravilloso mundo de UN3TV sigue siendo algo así como un secreto del indie.
Al picar un poco estas series amigas de la maratón (temporadas de 8 a 10 capítulos de no más de 20 minutos, liquidás una en tiempo película), además de una envidiable síntesis narrativa, lo primero que resalta es una enorme libertad creativa gracias al desentendimiento de presiones por el rating (una palabra que ya es todo un anacronismo por estos días) que hace posible la innovación con formatos, registros y maneras de adaptarse y dirigirse a una audiencia que además está muy bien definida. Hay una sensibilidad millennial que sobrevuela entre las obras, con un discurso moderno y renovado que se adecua a nuestra realidad tercermundista interpelando a una generación algo golpeada y perdida pero que también lleva el motor de cambio de la sociedad junto con los que vienen detrás. Se tratan con inteligencia y humor temas que si no son de agenda deberían serlo y por eso es tan necesario que estas series lleguen a un público masivo. Ahí están las reflexiones sobre diversidad e inclusión -con el feminismo a la cabeza-, sobre cómo lidiar con los mandatos sociales o cómo encarar las relaciones en la era del ocaso del amor romántico. En definitiva, sobre cómo ser más o menos felices en un mundo cada vez más oscuro. Y también están los comentarios de YouTube: chicxs que se sienten tocados, que después de ver tal capítulo escriben que tienen que volver al psicólogo o agradecen porque ya no necesitan ir a uno.
Picadito 1: “¿Cómo hace alguien para trabajar toda su vida de algo que no le gusta?”
Psicosomática es una comedia encantadora que se convirtió en una especie de faro ya que representa a través de sus personajes a muchos jóvenes desorientados en su camino a la adultez. Cómo conjugar realización personal con solvencia económica hoy es algo así como un milagro para unos pocos afortunados. Todo un problema ya casi convertido en norma que se omite desde los medios nacionales o simplemente se trata apuntando con el dedo a una juventud desadaptada para no evidenciar las fallas estructurales de un sistema excluyente y feroz. Esta ficción rescata generosamente esta realidad, sin prejuicios y sin caretas.
Maia (Paula Grinszpan), la psicosomática en cuestión, se descompensa cuando intenta dar su tesina para recibirse de arquitecta y se le dispara un extraño síndrome que le da el toque fantástico a la serie. A partir de ahí, entra en una crisis existencial que le hará replantearse qué quiere hacer realmente, pese a la carrera casi terminada y el grito asegurado de su familia. Sus amigos no la pasan mucho mejor. Alrededor de un fogón, en una escena inaudita de tan real, Martín (Julián Doregger) y Ema (Lucía Maciel) discuten tirándose la posta. Ella le reprocha que casi tiene 30 y sigue siendo un estudiante crónico, que aunque tiene muchas ideas para hacer películas se la pasa durmiendo y boludeando todo el día en la casa de sus viejos. Él le retruca diciéndole que estudia lo que le gusta y que ella en cambio se la pasa ocho horas encerrada en una oficina que odia. “¿Eso para vos es ser adulto y responsable? No te podés hacer cargo de hacer algo para ser feliz”, concluye tirando una bomba marca Acme. La serie además es estéticamente preciosa: con ilustraciones aniñadas, canciones indie folk y una fotografía muy pensada desde su paleta de colores dan ganas de que Psicosomática sea un objeto para tener en la mesita de luz.
Entre los últimos estrenos del canal también encontramos Guerra de cervezas, un mazazo de humor negro que plantea a los golpes los mismos dilemas generacionales. Cuatro amigas y su flamante cervecería artesanal altamente palermitana se enfrentan a la familia Krause, que se jacta de fabricar hace años la mejor birra de la cuadra en su viejo local, más parecido a un copetín al paso. La competencia descarnada entre dos modelos de negocio, la ambición más vil por ganar un concurso y la frustración de los hermanos Krause por nacer con un destino marcado se potenciarán en una escalada de violencia que culmina en un final tan épico como absurdo. Guerra de cervezas es una serie que esquiva lo obvio, toma la tendencia de las birrerías para burlarse de su frivolidad y escarbar sobre temas más profundos, y también se la juega en una última movida que es todo un homenaje al cine hiperbólico de Tarantino.
Picadito 2: “Hola, hoy pisé caca y me acordé de vos”
Después de retratar en Depto las vicisitudes de un inquilino de CABA en plena crisis, Jazmín Stuart vuelve a ponerse al frente de una producción de UN3TV, esta vez como directora, guionista y actriz de Cartas a mi ex, una colección de unitarios con forma de epístola audiovisual. Ocho historias de (des)amor contadas desde el final, a partir del desahogo pero también del aprendizaje y la determinación de haber podido cambiar y salir adelante.
Con un saludo escatológico, Mariano arranca su carta al ex, un rugbier horrendo que lo mantuvo oculto en el closet hasta enfermarlo; Irina le habla a sus exes, un hombre y una mujer con les que formó una relación poliamorosa que fue mutando en otra cosa; Lula, presa de sus inseguridades, agarró a la chica de sus sueños tan fuerte que la rompió. Sofia Gala desenmascara al manipulador de su ex analizando el historial de sus mensajes en el celular. Y Jazmín, basada en su formación asistiendo víctimas de violencia de género en la Colectiva de Actrices Argentinas, le pone el cuerpo a María en la historia más fuerte del repertorio. La carta de María es un recordatorio para ella, para no volver a caer en las manos de un abusador, para no olvidarse de que la fuerza estaba dentro suyo: ella sola con su hijito van a estar bien. El capítulo tuvo su respuesta inmediata en YouTube con numerosos mensajes de mujeres emocionadas y agradecidas por el retrato de esta historia tan urgente.
Jazmín puso el ojo en las relaciones de su entorno y plasmó los patrones que se repetían para no solo pintar con gran sensibilidad un clima de época desde lo vincular, sino también para dejar de lado toda idealización y decir que el amor siempre es difícil, por momentos inmanejable y que duele como ninguna otra cosa. Una mirada renovadora que además no deja nada afuera: hay situaciones y tipos de relaciones para identificación de todo el mundo -más allá del target generacional- que le permiten además jugar con distintos géneros cinematográficos, como el musical, el erótico y la comedia.
La micro serie Memoria digital es otra propuesta interesante sobre relaciones modernas, esta vez haciendo hincapié en la tecnología, desde lo temático pero también desde lo retórico ya que está narrada íntegramente a través de videos -de celular y de YouTube-, textos y audios de WhatsApp. Vera (Fiamma Carranza Macchi) revuelve su archivo y repasa con melancolía su historia con Juan (Roman Tanoni) ya desde el desamor de haber terminado, como en un episodio extendido de Cartas a mi ex. Todo está registrado desde el preciso momento en que se conocieron. Esplendor, ocaso, fin y posible reconciliación se suceden desordenados desde ventanas que se abren y cierran en un ágil rompecabezas que va desnudando a la pareja a partir de los contrastes generados por los saltos de tiempo. Desde el primer capítulo, Vera se debate si tendría que borrar todo ese material para olvidarse de Juan, o al menos para superar el fin de la relación. Pero, ¿es realmente necesario? O en todo caso, ¿es suficiente con eliminar la memoria digital? ¿Cómo se supera un duelo amoroso en tiempos de redes sociales? Con capítulos de 6 minutos, en menos de una hora la serie plantea una reflexión sobre el valor ambiguo de los recuerdos y la responsabilidad personal que implica su registro y manipulación a través de medios digitales.
Picadito 3: “Y cuando terminé de parir fui a comprarle los puchos”
Barrilete cósmico es un falso documental de antihéroes a lo Spinal Tap que sigue a un patético equipo de fútbol amateur en un nuevo torneo barrial. Entre referencias futbolísticas, gastadas y luchas de egos, la camaradería típica de chabones se ve alterada cuando Lautaro (Ariel Hasman) trae a Paula (Malena Sánchez), que a fuerza de actitud y gambeta se gana un lugar y saca adelante al equipo. “Qué golazo eh, al final jugabas bien”, le dice Lautaro -alias Fresco por ser hincha de Newell’s- ni bien termina su primer partido en el que mete dos goles y logra el empate. “¿Por qué dudabas? ¿Porque soy mujer?”, responde ella derribando prejuicios con toda naturalidad. Con el correr de los capítulos, el deporte más hermoso del mundo dejará de ser sinónimo de hombres y la cabeza de los pibes se irá abriendo para siempre. Con suerte la de algunos espectadores también. Barrilete cósmico además es todo un canto a la amistad -¡cómo lo bancan al patadura de Nando (Rodrigo Bello) y sus delirios de grandeza!- y un lindo homenaje a la mística del club de barrio y sus jugadores no profesionales.
Tarde Baby es una sátira feminista post apocalíptica firmada por Malena Pichot en su segundo trabajo para UN3TV. Su humor absurdo e incómodo y ese timing impresionante para los gags descollan en esta ficción que primero fue un espectáculo de stand up. Malena viaja junto a sus amigas -Charo López, Ana Carolina, Vanesa Strauch y Noelia Custodio– en un motorhome por un mundo arrasado después del triunfo del feminismo con la legalización del aborto. Las mujeres en un exceso de libertad se revelan y corren desquiciadas hacia las clínicas para abortar -aunque no estén embarazadas- solo porque ahora pueden y es divertido. “Los católicos tenían razón: las mujeres si somos libres vamos a acabar con el mundo”, dice Charo preocupada en un flashback. La burla, tan atinada y ridícula a la vez, pega en el centro del discurso conservador y lo desarma con una eficacia hermosa. Mientras buscan el mapa que las llevará al paraíso habitado por motoqueros pasteleros que además “no te quieren explicar ni enseñar nada”, se cruzarán con un bebé siniestro, una gigantografía de Gabriela Sabatini devenida en Mesías y una monja “jesusplanera” -interpretada por Srta. Bimbo– con sus hijos bobos y machistas. La televisión una vez más no saldrá ilesa (chequear Mundillo, la otra serie de Pichot del canal) al recordar el noticiero, un reality machirulo en el que participó la “promotrola”, y Polémica en el bar, en un sketch tan desopilante como vomitivo. Charo parodiando a Minguito se lleva todas las palmas: es extraordinaria. Tarde Baby es una máquina afilada de crítica social, chistes y frases de antología, una verdadera fiesta hecha por mujeres (incluido el equipo técnico) que entendieron todo.
La nueva serie de docu-ficción No sé cómo volver sigue las historias reales de cuatro mujeres que acaban de ser madres y desarma estrepitosamente el famoso cuentito de hadas sobre la maternidad. Claudia sufre de depresión posparto, a Mariana le cuesta volver al trabajo, la joven y precarizada Caro se convierte en madre soltera y Laura en madre adoptiva pese a la violencia de su marido. Se analiza el concepto de puerperio entendido en muchos casos como un transitar penoso y solitario donde los compañeros, si es que hay, lo que menos hacen es acompañar, por más buenas intenciones que tengan. Nunca será suficiente, jamás podrán estar en su lugar, y poner el cuerpo como lo hacen ellas.
Con un abanico de testimonios que van desde el campo de la salud en sus diferentes niveles de institucionalidad (entre médicxs, psiquiatras, obstetras, doulas y puericultoras) hasta referentes de corte feminista como la periodista Ingrid Beck o la joven legisladora porteña Ofelia Fernández, la serie visibiliza muchísimas problemáticas que sufren las mujeres más allá de los temas de agenda como el aborto o la violencia de género, igualmente tratados. Entre otras desigualdades, más sutiles que la brecha salarial o el trabajo doméstico no remunerado, se discuten los mandatos sociales que hacen a una “buena madre” en relación a los tiempos de lactancia y de reinserción laboral y también se denuncia algo muy grave que recién ahora está empezando a resonar: el patriarcado del sistema de salud encarnado en la violencia obstetricia. “La episiotomía por rutina y la cesaría innecesaria es una cicatriz de género”, resume con contundencia una doula entrevistada. A Caro y a Claudia le metieron bisturí de más sin su consentimiento, provocándoles consecuencias físicas y psicológicas considerables en un momento crucial de sus vidas.
A lo largo de 8 capítulos y en apenas dos horas, No sé cómo volver expone esas injusticias y muchas más. Es un programa completísimo y de vital importancia, de esos que deberían pasar en las escuelas. Lo paradójico es que de momento solo está disponible en exclusiva para Flow. Pero todavía es bastante nueva, es cuestión de tiempo su liberación para que la vea quien quiera desde YouTube.
Picadito 4: De acentos y cuerpos diferentes
“No me puede ir bien porque vos no sabés lo que significa ser gorda. Gorda eh, no gordita. Gorda fofa, gorda paposa, gorda batata, gorrrrrda”, le dice Joy a su amiga de fierro -pero flaca- en un audio después de una nueva desilusión amorosa. No se calla ahí y sigue con un descargo sincero y desgarrador. Así termina el primer capítulo de Gorda, pero además hay un giro y en el último plano vemos el celular: en su ebriedad se equivocó y antes de quedarse dormida se lo mandó al grupo de la primaria que siempre le hizo bullying. Esta especie de sincericidio involuntario es el puntapié inicial de Joy hacia la liberación personal. Con la ayuda de un hacker aparato, en ocho episodios se vengará de sus ex compañeritos, se enfrentará a una televisión frívola e hipócrita y armará bardo, a la cabeza del movimiento que organiza a través de redes, en una tienda de ropa con sus vendedoras mala leche y sus talles únicos. Lejos de la típica protagonista con final feliz por adelgazar y cumplir con los cánones de belleza, el recorrido de Joy – en una sólida y cálida interpretación de Karina Hernández- está abordado desde la autoaceptación para enfrentar una sociedad prejuiciosa desde un cuerpo no hegemónico. Lo saca del negro discreto y lo pone sobre el tapete para discutir la gordofobia, un tema todavía bastante tabú en los medios. Un enfoque necesario de una serie que además deconstruye cuestiones de igualdad de género, haciéndote pensar cosas obvias como: ¿por qué hay tantos gordos en la televisión pero ninguna gorda? Y mucho menos en la ficción local. Reino Unido tiene a Rae de My Mad Fat Diary, Estados Unidos a Kate de This is Us. Y ahora Argentina y el resto de Iberoamérica tiene a Joy para darle voz a un sector de la sociedad históricamente marginado y desatendido.
Eludiendo aquellas críticas que no sin razón denuncian cierto porteñocentrismo de clase media constante en sus producciones, UN3TV se despachó recientemente con Historias migrantes. Se trata de una serie coral que, a través del derrotero de cuatro personajes, expone la difícil situación de los extranjeros latinos tratando de sobrevivir en esa jungla de cemento que es la Ciudad de Buenos Aires. Agustín llega de Bolivia para estudiar actuación y le roban billetera con dinero y documentos en su primer día. A Pedro le cortan lo que le mandan desde Colombia y mientras estudia medicina debe renunciar a ciertas comodidades, por eso deja el hotel y alquila una pieza barata donde conoce a Amaral, una chica trans de Paraguay (la ascendente actriz del colectivo Mariana Genesio Peña) cuya doble estigmatización social la mantiene hace años trabajando en negro en una secretaría mientras se prostituye por las noches. Por último vemos a Lucero, que parece venir del interior y es explotada en un taller textil clandestino. Las vidas precarias de estas personas se irán cruzando para ayudarse mutuamente y sentirse menos solos en una ciudad que no tiene reparo en comerse vivas a las minorías. Pese a cierto reduccionismo en el tratamiento de los conflictos, no deja de valorarse que al menos exista una ficción al respecto que pueda contrastar con el discurso racista y xenófobo imperante en los medios de comunicación.
“¡Aguante la educación pública, abajo el patriarcado y arriba los corazones!”, lanza en un grito desconcertante uno de los personajes más extraños de Influencers, una comedia frenética y grandiosa en su osadía por pisotear la lógica neoliberal. Con ese repentino chascarrillo como bandera termina la serie y resume bastante bien su postura y la del contenido de UN3TV en general. Un canal cuyo mayor gesto es demostrar que la mejor ficción nacional de los últimos años se produce desde la universidad pública, incluso en épocas de crisis y desfinanciamiento. Lo que sería con un poquito más de cuidado y atención…