Toda historia de amor implica una muerte es una obra teatral que sumerge a los personajes en el inconsciente y al inconsciente en el teatro. La trama se construye a partir de imágenes acotadas y recortadas que parecen ser fragmentos sin ningún hilo conductor; pero apenas pasados los primeros 20 minutos se entiende con claridad que toda la estructura está al servicio de la causalidad: las imágenes se dedican a contar cómo se llegó a esta u aquella situación, como si ellas fueran el eco de un pasado que siempre va un paso adelante.
Los actores (Jazmín Carballo, Victoria Casellas, Gastón Guanziroli y Nicolás Pita que, además, toca música en vivo) se desenvuelven con soltura en los distintos momentos de transición manejando las distintas intensidades, y la música en vivo –tanto la guitarra que suena de la mano de Pita como todas las voces que suenan y resuenan en las canciones de amor que se cantan en escena- funciona como una apoyatura actoral y emotiva.
Las historias de amor se construyen desde los vínculos anteriores y entre esos vínculos nunca pueden obviarse los primeros, esos que resultan ser constitutivos, moldeadores. Y en la obra no dejan de aparecer esos relatos que descomprimen los recuerdos: se ve entonces a una madre (puta) insinuarse a un Lito Cruz y a un padre que reconoce a esa madre como una puta y huye; y una adolescente que, en esa misma escena, come bananas dulces y maduras – sin que por eso se le niegue el paraíso. Una adolescente que come monedas de oro de chocolate con un encogimiento cual niña pequeña y un Gabriel Corrado que esparce, bondadoso, monedas de oro de chocolate que salen a borbotones de su elegante sacón. Vemos una oralidad compungida y libidinosa. Un sueño atrás de otro, mixturados todos por dos discursos de un mismo sujeto.
La obra repone continuamente esa exacerbación del inconsciente ya pre-concientizado, y exclama “auxilio” en repetidas oportunidades: desde el discurso, desde el canto, desde el recuerdo, desde lo onírico. Una historia que pide salir a la superficie para poder unir cabos que hacen de un amor, algo improbable. Una historia de amor en la que debe sacrificarse alguien o algo: un recuerdo, un sueño, una persona, un relato. Una historia donde no paran de brotar esas imágenes recortadas, retorcidas y difusas con ningún otro fin que dotar al Ello de un extrañamiento que ya posee: los actores recitan en distintos idiomas (inglés, portugués e italiano) anécdotas, sentimientos; y aparece en escena un perro dulce, hecho de pochoclos y caramelo, que termina siendo devorado por uno de ellos posterior a su muerte.
Toda historia de amor implica una muerte, dirigida por Lucas Martinetti y con dramaturgia de él y de Jazmín Carballo y Gael Policano Rossi, es el retrato de todas las historias de amor y de todas las muertes que necesariamente deben producirse en el sujeto para dar comienzo a un nuevo vínculo, sin ataduras o anclajes a un pasado… Cosa ésta que nunca puede matarse.