Nina es abandonada por su pareja y entra en una espiral neurótica imposible de sortear. No sólo no puede recuperarse, pensar en otra cosa o salir de su casa, sino que empieza a enloquecer. Una amiga le propone terminar con ese estado de desesperación y le presenta a un chino. Sin embargo, el devenir le acerca una noticia inesperada que cambiará el rumbo de su vida. ¿Podrá Nina sobreponerse a las secuelas del amor y hacer algo con su vida? Conversamos con Fabio Golpe. Dramaturgo y director de El amor es un chino.
¿Cómo surge la idea de El amor es un chino?
En verdad se trata de una idea que retomo. Escribí la obra hace seis años pero no tuve la chance de ponerla en escena. En ese momento tenía otro nombre. Recién el año pasado, conversando con una amiga sobre el amor y sus complicaciones, surgió: “el amor es un chino”. Recuerdo que me quedé en silencio, ella me miró, y yo le dije: este tiene que ser el título, se lo voy a cambiar. Yo venía con la necesidad de hablar del amor. Si bien en mis obras siempre lo hago, es un elemento bastante central, ahora estaba necesitando que desde el título aparezca la palabra y mandarme a hablar de una.
¿Y surgió de una el texto?
Bueno, no tanto. Hubo muchos días de retocar el texto, poner, sacar, recortar, invertir órdenes, etc. Hice un trabajo minucioso, teniendo en cuenta anécdotas, situaciones, romances propios y ajenos. Habían pasado 6 años de esa primera escritura y, claramente, necesitaba agregar cosas que fui viviendo y que fui escuchando de amigas, frases, lugares comunes del amor, lo que yo pienso y siento sobre el amor. En su momento la obra salió en tres o cuatro días, fue escrita con rapidez. Pero en la corrección me detuve más, pasaron 6 años y en el medio uno vive cosas que merecen ser dichas, o repensadas.
¿Cómo trabajaste con los actores?
Al contar con el texto escrito pude entregarle la obra a cada uno de los actores. Así empezamos. Recuerdo que largué con las actrices y después se sumó el actor (Fernando Rodil). En ese momento el personaje masculino no tenía tanta presencia en el texto o yo al menos no podía visualizarlo tanto. Y de a poco, con los ensayos, fue apareciendo con firmeza ese personaje que se plantó de una. Trabajamos la idea del recuerdo, esa especie de fantasma que se quedó atrapado en la casa de su ex novia y que ella no lo quiere soltar. En un principio ese recuerdo entraba y salía todo el tiempo, pero luego cambiamos. El recuerdo encerrado en la mente de ella era más potente.
¿Cómo pensaste la puesta que es tan atractiva?
Me gusta hacer máximo uso de los espacios. En este caso, uso la escalera que están detrás, y que nunca se habían usado en esa sala. Siempre aprovecho cada espacio que me da el teatro, de modo que la puesta se va armando en base al espacio escénico. Lucho Lomastro (encargado del vestuario y la escenografía), buscó la manera de insertar los elementos dentro de ese espacio. Fue un gran trabajo en equipo. Pero sobretodo se fue dando la ubicación de cada cosa y de cada uno de los actores en escena. Marcamos recorridos, pero sin coreografiarlos. No soporto la coreo. Confío en los actores, en lo que ellos proponen, y en la manera que les queda cómoda.
¿Por qué utilizás ritmos tan veloces en la puesta en escena y en los diálogos? ¿Qué te da la velocidad?
Me interesa que una comedia tenga ritmo. Principalmente eso. Que no decaiga en ningún momento. Me gustan los diálogos veloces porque generan una especie de sacudida al espectador. Esta obra es eso, un torbellino de movimientos, de entradas y salidas, de subidas y bajadas, textos que entran por una puerta y se van por una escalera, gestos, tonos, intenciones… La obra propone todo el tiempo algo nuevo. Y esos textos veloces acompañan y en muchos otros casos son el motor de esos cambios brusco. Mi búsqueda va en la línea de sorprender al espectador, no darle respiro. Además estamos en escena un domingo. No te voy a permitir ni la siesta ni el bajón.
¿Qué dramaturgos te formaron?
Empecé a leer teatro cuando estudiaba guión de radio, y escribí varios radioteatros. Tenía 18 años. Un día el profesor me sugirió leer más teatro para darle profundidad a esos diálogos. Entonces retomé un libro de Gambaro que tenía en la biblioteca de mi casa. Y me copé tanto que compré toda la colección de Ediciones de la Flor de Griselda Gambaro y la entera en una semana. Soy un gran lector. Leí muchas otras obras, pero Gambaro me marcó. Griselda Gambaro y Javier Daulte. A Javier lo conocía pero no lo había leído en esa época. Recuerdo que buscando libros de teatro en una librería vi un ejemplar de su obra completa. Lo compré. Esas vacaciones me lo devoré. Descubrí que había otra manera de escribir teatro. Con Daulte entendí que hay reglas propias para la dramaturgia, que nada es tan universal, ni tan esquemático y que el teatro no se puede sistematizar. Un tiempo después fui alumno del taller de dramaturgia de Daulte. También leí el teatro de Manuel Puig, y a Urdapilleta, que es el más grande.
¿Por qué creés que el teatro independiente le teme tanto a la comedia y se inclina mayormente por el melodrama?
Creo que no cualquiera puede crear una comedia. Es más fácil hacerse el serio, ponerle títulos eternos a las obras, hablar raro, afectado, mirar al público con una tortuga en la mano. Yo no hago teatro solamente para los que hacen teatro, yo hago teatro para más personas, intento no dejar afuera a nadie. Hago comedia porque quiero que la gente se divierta y la pase bien. Me gusta escuchar la risa de la gente. Ojo. Cuando ensayo no dejo lugar para el chiste. Ensayamos sin pensar en la risa. Me gusta romper, aunque sea por una hora, los esquemas del espectador. Y pienso que la comedia no funciona si no está hecha con honestidad. A mí me fascina el humor, y aunque mis obras no sean comedias, la risa siempre está. Me gusta la risa producida por el espanto de lo que se cuenta, o la risa del absurdo, del disparate. Me gusta la palabra “disparate”.
¿Cómo reuniste al elenco?
Los tenía en mente a cada uno. Sabía que encajaban en cada uno de los personajes. Con los tres trabajé en otros proyectos. A Fernando Rodil y a Leticia Arbelo los dirigí en La guarra enloquecida, obra que se presentó en el Festival El Porvenir. Con Flor Quintana laburamos en Tan Brutas, otra obra que escribí y dirigí. Recuerdo que la vi actuar en Carlos mon amour, de Julieta Timossi, y me encantó su trabajo. Los tres tienen algo en común, que es saber hacer comedia, son así ellos, naturalmente, tienen humor. Y funcionan muy bien en escena, conectan y confían, porque cada uno sabe que puede confiar en el otro. Son grandes actores y compañeros.
La obra está resuelta con divertidos tramos donde el recurso es la canción. ¿Cómo surgen esos temas, quién compone en el elenco?
Desde el comienzo quería hacer una obra fresca, con onda, sin vueltas. Suena superficial, pero es así. Quería hacer otro tipo de obra, con una estética más actual, más joven, y con un tema central que nos tocara a todos. Desde el vamos pensé que un tipo de obra así tenía que estar acompañado y entonces quise ponerle música. Todo cerró perfecto porque Florencia Quintana es cantante, y Fermamdo Rodil compone y toca la guitarra. Yo escribí la letra de la canción. En la obra, hay varios momentos donde la música acompaña el discurso de los personajes o es el puente entre las escenas, y eso lo fui encontrando durante los ensayos y le propuse a los actores. Fernando buscó las melodías indicadas para cada situación.
¿Hasta cuándo van a estar en cartel?
En principio estaremos en cartel todo el mes de abril y mayo. Pero siempre está la posibilidad de continuar.
El amor es un chino
Escrita y dirigida por Fabio Golpe
Domingos 20:00hs
El Estepario Teatro – Medrano 484
Entrada general: $120 Estudiantes y jubilados: $100
Reservas: Alternativa Teatral
Ficha técnica
Actúan: Leticia Arbelo, Florencia Quintana, Fernando Rodil
Diseño de luces: David Seiras
Diseño gráfico: Melisa Sweet
Vestuario & Escenografía: Lucho Lomastro
Asistencia de dirección: Florencia Sweet
Fotografía: María Laura Carvalho
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