#CuentasMezcladas #01
Rosario Bléfari es actriz, música y poeta. En los ’90 lideró la banda Suárez. Es solista y también es la cantante de Sué Mon Mont. Editó cinco libros entre los que están Antes del río (Mansalva, 2016) y Poemas en Prosa (Belleza y Felicidad, 2001). Hace el podcast Los Cartógrafos.
Agosto, 2012
Hoy conocí a Natacha. Natacha es una nueva alumna. Sin dudas es una artista. Una fotógrafa que fabrica sus propias cámaras con cualquier cosa. Sacó de su bolso dos camaritas, una hecha con una cajita antigua de alguna joya sellada con cinta adhesiva y la otra con una cajita de fósforos y dos rollos de película pegados a los costados. Me mostró también dos fotos en blanco y negro, autoretratos. Ella aparecía de espalda, en contraluz. Se veía una ventana en el fondo. Después mencionó que fueron tomadas en Agronomía, en el barrio de Agronomía, donde vivió un tiempo. Me contó de su proyecto, una serie de fotografías de este tipo tomadas en los distintos lugares donde vivió, la mayoría de las veces en casas que cuidaba cuando sus dueños se iban de viaje. Al mismo tiempo, y esa es la razón porque vino a mí, escribió una serie de cartas dirigidas a ella misma, escritas por ella misma, de Natacha para Natacha. Me leyó algunas de su cuaderno. Estaban bastante tachadas y desordenadas, pero son conmovedoras y entretenidas de escuchar o leer. Le propuse pasarlas en limpio y escribió varias en mi computadora para empezar enseguida. Después le mostré algunas cartas de Marina Tsvetaievna, Rilke y Pasternak y las que Emily Dickinson le escribía a su amigo, el de la revista. Le leí un par, una de Marina y dos de Emily. Dijo que va a tratar de conseguir el libro de Emily. Me pagó 400.- Le di la clase en Pizzicato, por ser la primera vez y porque yo no la conocía. Nos cambiamos de mesa en un momento para enchufar la computadora y yo me tomé antes un café con leche con medialunas de grasa que estaban deliciosas y me salieron 18 pesos. Después que nos despedimos en una esquina se largó a llover y llovió largo rato cada vez más y más fuerte.
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A Nina le encanta la lluvia, me siento responsable de habérselo inculcado porque siempre le mostré que uno se puede mojar y no pasa nada. Y que si no te querés mojar te tenés que vestir adecuadamente y chau. Que la lluvia no detiene nada. Para demostrarlo, en la esquina, los muchachos del taller se hacían su asadito semanal refugiando la parrilla bajo el alero.
Yo tenía que ir al centro. Fui toda vestida como para la lluvia, pero después paró de llover y toda esa ropa impermeable se volvió un traje para adelgazar de esos que te hacen transpirar. Me ametrallaron la cara con el láser –depilación definitiva- y pagué 190 pesos. A la mañana gasté 15 pesos en la librería: pegamento y palitos para brochette, cosas que necesitan para algún trabajo manual de la escuela. Le compré también una malla nueva que me salió 85 pesos (con unos tapones para los oídos, 10 pesos), pero le resultó demasiado chica, así que mañana se la tengo que cambiar.
Escribo desde el bar San Lorenzo donde seguramente voy a gastar unos 20 pesos en el café y unas Bay Biscuits, y cuando venía de comprar la malla compré también cebollas de verdeo, un morrón y apio que sumaron 8 pesos.
25 de marzo de 2015
A las 7 a.m., pasadas, estamos con Nina caminando hacia Rivadavia. Se olvidó la tarjeta SUBE y la acompaño retándola y quejándome hasta la avenida Goyena. Sigue sola. Voy al Dupuytren en colectivo, 3.50 pesos, luego a la OSA -Obra Social de Actores-, otros 3,50.- Autorizo y voy al centro de estudios donde pago 5 pesos de coseguro. Comemos algo a la salida con F: pizza y una sola coca. Pago en efectivo 125 pesos, con propina incluida. Cargo en la SUBE 100 pesos y pago 4,50 el subte a casa. Transfiero, de mi cuenta del Banco Provincia, 2.000 pesos a Julián que son de Sué Mon Mont con lo que terminamos de pagar deudas por el disco. Ahora solo queda la deuda que tenemos con nosotros mismos y que corresponde a lo que gastamos por la fabricación. Cuando juntemos esos 7.000 y algo, vamos a tener lo mismo que juntamos de tocar, pero ya no va a valer lo mismo. Supongo que lo pondremos a plazo fijo. Ojalá salgan algunos shows pagos y entonces podremos recuperar todo (ya sé que no está bien pensar así porque sólo deberíamos considerar la venta de discos para pagarlos).
Ahora estoy sentada en un bar y es posible que gaste entre 50 y 100 pesos pero todavía no sé. En pocos días, la semana que viene, ya hay que pagar de nuevo el alquiler: 4.300 pesos. Debería dar clases de nuevo, pero no tengo ganas, y no puedo si no tengo ganas porque una de las cosas que sé que puedo hacer bien es contagiar ganas. Solo tengo a la vista reunir la venta de algunos libritos, un cheque de 1.000 de SGAE y 1.500 de una charla, en abril. Al final gasto 55 pesos en el bar, por mi porrón y el café de Julián con quien charlamos un largo rato mientras espero que Nina haga su clase de trapecio. Antes de entrar, Nina tuvo que comprar una gomita para atarse el pelo por 4 y al salir le compré una Powerade, 13 pesos, en el chino. Tomamos el colectivo por 7 y eso fue lo último del día. Me pregunto si transcurre un solo día en el que no se produzca ni un solo gasto. Acabo de acordarme que al salir de los estudios RX compré ropa interior por 350, es algo especial para la post- intervención.
Domingo, principios de marzo, 1992
Desde que volvimos de las vacaciones se oye que alguien solloza –sí, esa es la palabra- en alguna casa vecina de este barrio de San Cristóbal. Mientras tanto M. estudia para recibirse y cada vez que hablamos por teléfono o nos vemos en un ensayo tiene que estudiar o está estudiando.
Me compré tres camisetas, de esas con agujeros, y pienso seguir comprando otra y otra porque encontré un lugar donde salen 2 pesos.
Pinté la heladera y después la bicicleta con varios medios tarros de pintura en aerosol que me regaló Bruno, un mozo compañero del bar Dos mundos, un chico de pelo muy corto que sale con chicos. Es muy inquieto, le interesa todo lo que pasa en el mundo de los libros y la música. Me cae muy bien.
El patio también fue pintado y se transformó en un lugar en el que se puede estar, con algo más de luz y aire.
El viernes tocamos por primera vez este año, fue en el bar La luna. Había gente y gustó. Nos llevamos 20 pesos cada uno incluido Richa; y Pablo se llevó 10.
Miércoles 6 de octubre, 1999
Este diario comienza hablando del día anterior. Ayer me fui temprano del trabajo. Primero pasé por el Banco Nación que está en Callao y Bartolomé Mitre. Ahí mismo donde íbamos con F. a cobrar el subsidio de desempleo hace cuatro años, cuando cerraron por primera vez el bar Dos mundos de Callao y Sarmiento y pusieron un Dunkin’ Donuts.
Esa sucursal del banco es un lugar horrible. Pensé en volver con la cámara digital y sacar fotos. El ascensor, el vidrio roto como si le hubiesen disparado, esa iluminación lúgubre. Todo se ve deteriorado y sucio. Por suerte, en el segundo piso me atendieron rápido y me cambiaron los dólares. Cuando pregunté si me cambiaban también las monedas, la mujer me pidió verlas porque nunca había visto y me dijo que no, que para eso tenía que ir a una casa de cambio.
Después crucé la plaza Congreso y fui al correo a mandar el giro. De 200 pesos quedaron 180 por los gastos de comisión.
Después pasé por el Conicet a dejar los recibos de H., mi jefe, una dosis infinitesimal de trabajo extra muros, como dice él. Otro lugar para la fotografía del desastre.
Me tomé el sesenta y cuatro y ya en casa lavé dos cargas de ropa: remeras y sábanas que sentía sucias, tal vez porque eran las mismas que dejamos puestas un mes atrás, al irnos de viaje. Me acordé de las sábanas impecables de los hoteles, de cualquier hotel. F. no estaba pero había estado quemando el polvo del dinero que trajo de Belleza y Felicidad y la casa estaba impregnada de ese olor barato y dulzón. Me dolía mucho la cabeza y sentí la necesidad de despejar lo más posible toda la casa. Pronto estuvo mejor. Fui entonces a la comisaría a pedir el certificado de domicilio. Pagué 10 pesos de sellado. Volviendo a casa compré tres sánguches de miga que me salieron 2,40. Me acordé de los ricos sánguches del barrio polaco que costaban 2 dólares.
Ya de vuelta en casa desplegué mi arsenal de guitarra, cuadernos, libros y quise hacer lo de siempre pero no resultó nada demasiado interesante. Puse un disco de Kriguer y empecé a preparar el puchero que estaba programado para la cena. Mientras hervía, el puchero es cuestión de hervir, copié figuras de una Cosmopolitan vieja en las hojas de calco sepia del cuaderno copiador, y eso estuvo mejor. Vi una foto de Courtney Love y su hijita que es igual a Kurt y la copié también y después la recorté y la puse en la biblioteca. Me deprimí un poco pensando que tal vez nadie me llame para otra película nunca, con lo que me gustaría. Pero de las canciones nada, no me salió nada. Tengo unas cuantas empezadas, pero no van ni para atrás ni para adelante. Tal vez van para atrás porque me las voy olvidando un poco. Ordenando, encontré el suplemento de un diario español donde nos mencionaban y me quedé viendo las fotos de todos, que ya las había visto varias veces. Había también una de Enrique Bunbury, a toda página, y traté de evocar la fuerte impresión que me causó verle actuar en Granada. En eso estaba, cuando llegó F. con nuestro disco recién hecho, la edición española. Y es precioso, lo adoro, al disco y a F. que me contó todas sus andanzas del día. Me puse muy contenta y quise escuchar el disco otra vez para ver cómo suena y todo ese asunto y la verdad que el único error que le encuentro es que yo desafino. Igual estoy contenta. En una sartén sobre la estufa, que sigue encendida en esta primavera que se niega a mostrar sus bondades, puse agua y tres gotas de la esencia marítima. La casa se llenó del aroma suave. Después que Fabio se bañó, estaba muy exaltado, comimos el puchero y él se terminó todos los panes a modo de postre, como le gusta. Incluso, como siempre, mi pan reservado para la mañana siguiente. En la tele vimos Vulnerables, como novedad actuaban Cristina Banegas y Belén Blanco.