Platense de nacimiento, Emilio Pettoruti tomó contacto con las vanguardias en Europa, de las que se nutrió. En Argentina, su obra fue recibida con entusiasmo y sorpresa, pero en 1953 debió dejar el país para radicarse en el Viejo Continente. Allí lo sorprendió la muerte, hace ya más de 50 años.
Forjó una estética personal detallada, geométrica y armoniosa. Comprometido con la técnica, la luz, el movimiento y el color, su visión le valió convertirse en uno de los artistas rioplatenses más emocionantes del siglo XX, no sin antes impactar en la escena artística de su país de origen.
Se incorporó al futurismo utilizando inéditos procedimientos para un sudamericano, cuyos resultados mostró en una exhibición del movimiento. Mantuvo relación con varios de sus miembros –incluido Marinetti–, aunque no acordara con el talante antihistórico de la corriente artística, porque creía posible armonizar tradición y renovación, fusión que caracterizó sus casi seis décadas de producción.
¿Quién fue Emilio Pettoruti?
Emilio Pettoruti nació el 1 de octubre de 1892 en La Plata, Argentina, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Cuando tenía 14 años se inscribió en la Academia de Bellas Artes de La Plata, aunque la dejó al poco tiempo tras darse cuenta de que podía aprender más de forma individual. Así, desarrolló un estilo único para la caricatura. Para 1911, su trabajo ya había sido expuesto en algunas tiendas y salas de Buenos Aires.
Dos años más tarde, el gobierno le concedió una beca para viajar a Italia. A su llegada a Florencia, decidió explorar a los grandes maestros renacentistas, desde Fra Angélico hasta Giotto. Sin embargo, el encuentro cultural que definiría su carrera no estaba en los museos de la Toscana, sino en los cafés y librerías, donde entró en contacto con la vanguardia artística italiana; en particular, con el futurismo.
En esta etapa, adquirió más conciencia sobre la conexión entre la luz y el color, un ángulo característico de su estética.
Influencia europea
En el periodo de la Primera Guerra Mundial y los años posteriores, el creador artístico vivió en Roma y Milán, donde se ganó la vida ilustrando libros y diseñando vitrales y escenografía, a los que les imprimió su estilo singular. La consecuencias bélicas desprendieron un enfoque en la escena expresiva del modernismo europeo, así como la revaloración de las cualidades clásicas del Novecento. Sin embargo, los valores fascistas vinculados con esta corriente –y la subida al poder de Mussolini– lo llevaron a planear su regreso a Argentina.
Durante una visita a París, tuvo el siguiente gran encuentro que definiría su singular estética: conoció a al pintor español Juan Gris, quien lo acercó a su cubismo sintético y en el que Emilio hallaría un nuevo lenguaje geométrico. En este escenario, el pintor expuso su obra y participó en concursos, lo que lo impulsó a enviar trabajos a los salones de su lugar de origen. El rechazo de estas instituciones era un adelanto de lo que experimentaría durante su regreso a Buenos Aires.
Tras 11 años en Europa, regresó a Argentina y organizó una muestra con 86 obras en el Salón Witcomb. Si bien su nombre no era nuevo para los seguidores del arte, su óptica abstracta y sin dudas, atravesada por el cubismo y el futurismo del gran continente, provocaron una gran polémica entre el contexto artístico porteño, donde primaba la pintura costumbrista y el naturalismo.
Xul Solar, su amigo y compañero en la vanguardia, escribió en la revista Martín Fierro sobre este suceso: “El público porteño puede admirarlo o despreciarlo, pero todos reconocerán su expresión como una gran fuerza estimulante y un punto de partida para nuestra propia evolución artística futura”. Si bien recibió críticas por parte de algunos académicos, la muestra fue un punto de quiebre que marcó la llegada de las corrientes vanguardistas al terreno argentino, e inspiró a una nueva generación de artistas en busca de un lenguaje plástico refrescante.
En 1913 y en apertura al aprendizaje permanente, arribó a Florencia como becario de la provincia de Buenos Aires. Pronto incorporó, junto con las lecciones del estilo de los museos, las innovación de la fresca rebeldía en el arte, sobre todo la manifestación de la dinámica de la vida actual y el idioma cubista.